Tras la derrota de Napoleón Bonaparte en la Batalla de las Naciones (Leipzig, 1814), los vencedores, la llamada “Sexta Coalición”, le depusieron confinándole en Elba, que es una islita del Tirreno de unos 225 km2, aunque autorizándole a conservar el título imperial.
Pero Bonaparte no aguantó mucho allí. Había comenzado su cautiverio el 3 de mayo de 1814 y en el mes de marzo del año siguiente, en connivencia con antiguos oficiales de su ejército, escapó en dirección a París para dar comienzo a lo que después se llamó el “imperio de los 100 días”.
Napoleón había permanecido durante once meses en un intranquilo retiro en Elba entre 1814 y 1815, observando con mucho interés el transcurso de los acontecimientos en Francia. Tal como él había previsto, la contracción del antiguo gran Imperio a sólo el reino de la vieja Francia provocó un gran malestar, un sentimiento alimentado además por las historias sobre la falta de tacto con que la monarquía borbónica trataba a los veteranos de la Grande Armée. La situación en Europa no era menos peligrosa; las demandas del Zar Alejandro I eran tan desorbitadas que las potencias en el Congreso de Viena se hallaban al borde de una guerra entre ellas. Toda esta situación conducía a Napoleón a una renovada actividad. El retorno de los prisioneros franceses desde Rusia, Alemania, Gran Bretaña y España podría proporcionarle un ejército mucho mayor que aquel que se había ganado renombre en 1814. La amenaza que aún suponía Napoleón había llevado a los monárquicos en París y a los plenipotenciarios en Viena a discutir la conveniencia de deportarle a las Azores, y algunos iban aún más lejos, proponiendo su asesinato.
Napoleón, sin embargo, resolvió el problema en su forma característica. El 26 de febrero de 1815, aprovechando el descuido de la guardia francesa y británica, embarcó en Portoferraio con unos 600 hombres y desembarcó el 1 de marzo en Golfe-Juan, cerca de Antibes.
Napoleón abandonando la Isla de Elba. Cuadro de Joseph Beaume |
Junto con sus soldados más leales puso rumbo a París, siguiendo un itinerario conocido hoy como la Ruta Napoleón, que recorre más de 300 kilómetros. Excepto en la Provenza (que siempre fue proclive a la monarquía borbónica), recibió en todas partes una bienvenida que atestiguaba el poder de atracción de su personalidad en contraste con la nulidad de la del Borbón. Sin disparar un solo tiro en su defensa, su pequeña tropa fue creciendo hasta convertirse en un ejército. Ney, quien había dicho de Napoleón que debía ser llevado a París en una jaula de hierro, se unió a él con 6.000 hombres el 14 de marzo. El último reinado de Napoleón comenzó el 20 de marzo de 1815, hace 200 años cuando entró de forma triunfal en el Palacio de las Tullerías, que había sido abandonado de forma precipitada por Luis XVIII.
De la noche a la mañana, los emblemas reales fueron sustituidos por la bandera tricolor y las águilas imperiales. Comenzó entonces el período conocido como los Cien Días, o Cent-Jours en francés, que se extiende hasta el 22 de junio de 1815, fecha de su segunda y definitiva abdicación, o hasta el 8 de julio de 1815, fecha de la segunda restauración de Luis XVIII. Durante este tiempo, Ninguna potencia europea creía que pudiera contentarse con los antiguos límites de Francia. Habían sido tantas las veces que había declarado que el Rin y los Países Bajos eran necesarios para Francia, que todos tomaban su nueva postura como una forma de ganar tiempo. Y tanto fue así que una semana antes de su llegada a París, las potencias en el Congreso de Viena le declararon fuera de la ley. Cuatro días más tarde, el Reino Unido, Rusia, Austria y Prusia se comprometían a aportar 150.000 hombres al combate para terminar con su gobierno
Napoleón trató de instaurar un régimen constitucional más democrático y liberal, pero de nuevo tuvo que enfrentarse a sus enemigos, cayendo derrotado en la batalla de Waterloo el 18 de junio de 1815.
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