La Primera Guerra Médica consistió en la primera invasión persa de la Antigua Grecia, durante el transcurso de las Guerras Médicas. Comenzó en 492 a. C., y concluyó con la decisiva victoria ateniense en la batalla de Maratón en 490 a. C. La invasión, que constó de dos campañas distintas, fue ordenada por el rey persa Darío I, fundamentalmente con el objetivo de castigar a las polis (ciudades) de Atenas y Eretria. Éstas habían apoyado a las ciudades de Jonia durante la Revuelta jónica contra el gobierno persa de Darío I. Además de una acción de represalia ante su actuación en la revuelta, el rey aqueménida también vislumbró la oportunidad de extender su imperio en Europa y asegurar su frontera occidental.
La primera campaña (492 a. C.) fue dirigida por Mardonio, quien volvió a subyugar Tracia y obligó a Macedonia a ser vasalla del reino de Persia. Sin embargo, el progreso de la expedición militar fue impedido por una tormenta que sorprendió a la flota del general persa mientras costeaba el Monte Athos. El siguiente año, habiendo dado muestras de sus intenciones, Darío despachó embajadores a todas partes de Grecia pidiendo la sumisión. Recibió la misma de todas excepto Atenas y Esparta, las cuales ejecutaron a los embajadores. Con Atenas desafiante y Esparta en guerra contra él, Darío ordenó una campaña militar para el siguiente año.
Imperio aqueménido hacia el 500 a.C. (click para ampliar) |
La fuente histórica principal de la batalla es el historiador griego Heródoto, que describe los acontecimientos en el libro VI, en los párrafos 102-117 de su "Historias" Heródoto facilita una fecha del calendario lunisolar, del que cada ciudad griega tenía su variante. Los cálculos astronómicos permiten obtener una fecha en el calendario juliano. En 1855, se determinó que la batalla tuvo lugar el 12 de septiembre de 490 a. C., fecha comúnmente admitida. Según otro cálculo, es posible que el calendario espartano estuviera un mes avanzado con respecto al calendario ateniense, en cuyo caso sería el 12 de agosto.
Desde Eretria, y deseando castigar la insolencia ateniense, desembarcan el ejército en la llanura pantanosa de Maraton, por indicación de Hipías. Una pequeña península protege a los barcos, el pantano, a los guerreros que desembarcan y el lugar se encuentra a 42 kilómetros al noreste de Atenas. La recomendación de Hipías era la adecuada. La llanura de Maratón, protegida por un pantano, era el lugar desde el que amenazar a Atenas y obligar a luchar a los atenienses en una zona propicia a la caballería persa.
Inmortal persa |
Los persas se instalan en la llanura, esperando celebrar allí la batalla y poder usar su caballería contra los griegos. Los atenienses, al conocer el ataque sobre Eretria, piden ayuda a los espartanos. Éstos dicen que ayudarán, pero que antes tienen que realizar los actos rituales que preceden a la marcha a la guerra de los suyos. Estos rituales les impedirán llegar a tiempo a Maraton. Cuando el ejército espartano llegue a Atenas, camino del norte, la victoria ya será historia; reciente, pero historia.
Durante varios días, los griegos y persas se colocaron a pie en largas formaciones a través de los más de 3.200 metros de la amplia llanura de Maratón. Los atenienses, con la ayuda de 600 hoplitas de la vecina Platea, se preparan para hacer frente al ejército persa. Los griegos alinean 10.000 hoplitas, frente a los 25.000 efectivos, entre caballería e infantería, de los persas. Los atenienses no tienen prisa por atacar, esperando la llegada de los refuerzos espartanos. Además, carecen de caballería y podrían ser tomados por los flancos o por la retaguardia y suceder lo peor. Los persas tampoco tienen prisa por celebrar la batalla, pues esperan que los partidarios de Hipías, al conocer la proximidad de su líder, les rindieran la ciudad, desprotegida de sus principales huestes.
Ninguno de los dos ejércitos estaba dispuesto a iniciar el ataque y perder la ventaja de luchar a la defensiva. Los griegos estaban esperando el apoyo militar del ejército espartano, la fuerza de infantería de élite de todas las ciudades-estado griegas, mientras que los persas estaban esperando al resto de su ejército que venía desde Eretria.
Pero pasan los días y nada sucede. De modo que los generales persas deciden pasar a la acción. Y toman una decisión equivocada: Dividen el ejército. Datis, con la caballería, embarca sigilosamente de noche, esperando dirigirse a Atenas, sitiarla y que las puertas de la ciudad se les abran. Si no sucede así, pueden atacar a los griegos por la espalda, pues estarían los griegos entre dos fuegos. Saben que con la división corren un riesgo, y por eso lo hacen de noche y procurando que la maniobra pase desapercibida. El campamento griego está al otro lado de la colina y desde él no se domina la playa.
Pero si los persas cuentan con la ayuda de un traidor, Hipías, los atenienses no van a ser menos: Varios soldados dorios, que militaban en el ejército persa, al conocer el embarque de la caballería, abandonan al Gran Rey, se pasan al bando heleno y cuentan apresuradamente a sus estrategas que los persas se han quedado sin caballería y que pretenden sitiar y tomar Atenas. Ante estas noticias, los generales atenienses, con Milcíades, político principal del momento, deciden atacar a la infantería persa de inmediato. Si logran una victoria rápida todavía pueden regresar a Atenas, antes de que los persas la sitien formalmente, y avisar para que la ciudad en modo alguno se rinda ante los persas.
Hoplita |
Al ejército ateniense lo manda Calímaco, que morirá en la batalla. Las falanges de hoplitas formaban normalmente un rectángulo de 8 filas de fondo y avanzaban en formación hasta el contacto con el enemigo, esforzándose en mantener esa formación durante toda la batalla, en la que los hombres de las filas extremas se esforzaban en herir con su lanza al enemigo más cercano. La formación en bloques de guerreros codo con codo tenía la virtud de que las bajas eran muy inferiores que en una lucha cuerpo a cuerpo. Los griegos eran muy conscientes de que eran un pueblo corto en número y llegaron a amoldar su forma de conducir la guerra a la política de minimizar las bajas. La falange actuaba como un solo hombre y avanzaba o retrocedía sin perder su formación.
En tales condiciones bélicas, el escudo formaba parte principal del arma del hoplita. Perder el escudo en la batalla era considerado un delito, penado con la muerte, porque quedaba desprotegido el que lo llevaba y el compañero de la izquierda. No tenía la misma gravedad perder la lanza o la espada.
El centro persa aguantó el choque del centro griego y aún le hizo retroceder, estando formado por los mejores soldados de la formación persa. No obstante, la superioridad griega fue patente en las alas, que cedieron ante el empuje de los hoplitas. Las alas persas se deshicieron y emprendieron la huida a los botes, que estaban apostados en la playa. Los vencedores griegos volvieron entonces sus armas contra el centro persa, que estaba propinando una buena paliza a su zona central. Los persas se vieron cogidos entre dos fuegos y se llegó al desastre y a la huida general.
El balance de Maratón se saldó con entre 6.400 y 6.700 muertos en el ejército persa, frente a sólo 192 hoplitas muertos entre los atenienses, entre ellos, como hemos indicado, Calímaco. Sin perder demasiado tiempo, el ejército ateniense se dirigió a su ciudad, amenazada aún por la caballería persa. Mandaron, cuenta la leyenda, a un corredor para que se adelantara y llevara la buena noticia a su ciudad. Es posible que tal cosa hicieran, era lo lógico. El mensajero cubrió los 42 kilómetros, dio la buena noticia y la leyenda comienza cuando se nos dice que cayó muerto de cansancio en el momento siguiente. Era un digno broche a la heroicidad ateniense mostrada ante el enemigo. Es así como nacieron las célebres carreras de maratón en el mundo moderno.
Antes de ser completamente envueltas, las tropas persas se separaron y comenzaron a correr hacia sus barcos de guerra. Datis y sus caballeros volvieron a sus barcos, pues nada podían hacer por cumplimentar los deseos del Gran Rey. Las consecuencias de esta fugaz guerra serán importantes y positivas para Atenas, que se va a convertir en la polis líder del mundo heleno durante unos decenios. Pero faltan aún los mejores episodios bélicos. Porque a Darío I le quedan pocos años de vida y a su hijo Jerjes la derrota de Maratón le resultará una espina clavada y volverá con un inmenso ejército, no ya para castigar insolencias, sino para conquistar y adueñarse de Grecia, pero esa es otra historia.
La Batalla de Maratón se convirtió en símbolo de los grandes logros militares y la estrategia. Sin embargo, aunque fue una victoria militar decisiva, no llegó a ser tan influyente como la Batalla de las Termópilas o Salamina unos diez años más tarde. Maratón si fue la primera gran victoria de una potencia europea sobre una de Asia. Sin esta victoria, la civilización occidental habría sido distinta.
La victoria de los griegos sobre los persas marcó un punto de inflexión crucial en la evolución de la historia militar griega, porque esta batalla en la llanura de Maratón supuso el fin de la invasión persa, y permitió a los griegos convertirse en una potencia militar dominante en el mundo mediterráneo antiguo. Además, esto sentó las bases para que Grecia propagara la civilización occidental.
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