Doce días después del golpe de Estado de Pinochet, que acabó con la democracia e instauró el terror en Chile, fallece en su capital, Santiago, el poeta Pablo Neruda, siendo enterrado rodeado de soldados con el silencio del pueblo chileno, que grita al mundo su dolor. Su casa será saqueada y sus libros quemados.
Cuando Pablo Neruda murió el 23 de septiembre de 1973, apenas habían pasado 12 días del golpe militar que derrocó al gobierno socialista de Salvador Allende en Chile y todos los actos públicos estaban prohibidos.
Por eso, el ataúd gris del poeta salió de la Clínica Santa María, en Santiago, casi en secreto, rodeado de su viuda Matilde Urrutia, la hermana de ésta y una amiga de la pareja.
Pero Neruda era demasiado popular para irse solo. Amigos y chilenos de la calle se fueron sumando espontáneamente a la carroza y los militares armados que la custodiaban no pudieron hacer nada para evitar que la multitud despidiera los restos del Premio Nobel de Literatura, gritando consignas políticas y cantando incluso La Internacional, el himno más famoso del movimiento obrero en el mundo.
Las razones exactas de su muerte están siendo investigadas actualmente, luego de que su ex chofer denunciara que fue envenenado y no falleció de cáncer como siempre se ha pensado
“Hemos venido hasta aquí para velarlo en la que fue su casa", explicó Laura Reyes, la hermana del poeta. Mientras tanto le extendían su pésame el ex ministro de gobierno de la Democracia Cristiana, Máximo Pacheco, el líder de una de las fracciones de ese partido, Radomiro Tomic, el ex rector de la universidad, Juan Gómez Milla; ellos y los familiares contemplaron absortos un saqueo practicado por una horda anónima en el domicilio de Neruda. Los vidrios y algunos muebles se repartían astillados por el suelo; la biblioteca de 700 volúmenes yacía en un rincón carbonizada; objetos de arte del poeta fueron cruelmente destruidos. "¡Mire cómo dejaron nuestra casa esos vándalos!” Los vidrios y algunos muebles se repartían astillados por el suelo; la biblioteca de 700 volúmenes yacía en un rincón carbonizada; objetos de arte del poeta fueron cruelmente destruidos.
Hasta ese momento, las 3 de la tarde del día del velatorio, no había llegado ningún pésame oficial. Sin embargo, rato después —más exactamente a las cuatro y quince de la tarde—, la junta militar hizo pública una declaración:
"El gobierno de Chile y su pueblo lamentan el desaparecimiento, después de larga enfermedad, del poeta nacional Pablo Neruda, que en la descripción de nuestras leyendas, el espíritu de la raza y los sentimientos humanos, alcanzó la consagración dentro del arte. Merecedor, después de la insigne poetisa Gabriela Mistral, del premio Nobel de Literatura, es y será uno de les motivos de orgullo de nuestra cultura nacional".
Tras ese bando, propalado por radio, el general Herman Brady, jefe de la Zona de Estado de Sitio, emitió otro comunicado:
"Ni las Fuerzas Armadas ni Carabineros, han participado en actos vandálicos, condenables, que elementos descalificados han perpetrado en la casa habitación del insigne poeta. Sobre los responsables caerá todo el peso de la justicia militar: son enemigos de Chile porque dañan nuestra imagen en el exterior. Nuestro sentimiento de pesar por la muerte del artista le fue comunicado a la familia apenas se supe la noticia por el edecán del presidente de la junta de gobierno".
dijo Matilde Urrutia a la persona que le anunció la presencia de un militar, portador del demorado pésame oficial.
"Usted sabe bien cómo pienso. Pienso igual que Pablo. Entonces pídale que se retire. No lo voy a recibir".
A las 10 de la mañana del martes 25, un grupo de amigos del poeta alzó el ataúd. Luego sortearon los vestigios del saqueo y un patio inundado por el agua de cañerías que la horda había destrozado. Bajo un cielo plomizo, un cortejo de 600 personas, precedidas por dos camiones militares abarrotados de soldados, se encaminó al Cementerio General. Matilde Urrutia caminaba altiva detrás del féretro: "No quiero que nadie diga que vio llorar a la mujer de Neruda en este momento", dijo.
Sin dejar de cantar La Internacional y de repetir la consigna "Camarada Neruda, ¡presente!", la columna arribó al mausoleo de la familia Dirrborn Torres. Allí, intelectuales chilenos, españoles y argentinos despidieron a Neruda; luego, en silencio, despaciosamente, se alejaron de la tumba.
Salvador Allende (Izq.) junto a Pablo Neruda |
Puede interesarle
No hay comentarios:
Publicar un comentario