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jueves, 5 de febrero de 2015

El museo de El Hermitage, en San Petersbugo

El Hermitage se encuentra situado en el corazón de San Petersburgo, entre el malecón del río Neva y la Plaza del Palacio. Ocupa cinco edificios unidos (el Palacio de Invierno, el Teatro del Hermitage, el Hermitage Pequeño, el Hermitage Viejo y el Nuevo Hermitage) que forman un hermoso conjunto arquitectónico.


Actualmente el Hermitage atesora más de dos millones y medio de objetos culturales y artísticos de los pueblos de Europa y Oriente desde los tiempos más remotos hasta el siglo XX.

Acceso Principal
Vista nocturna

La historia del Hermitage se inicia con Pedro el Grande, cuando adquirió varias obras de arte, entre las que se encontraban David despidiéndose de Jonatan, de Rembrandt y La Venus de Táurida. Se considera que el museo nació oficialmente en 1764, cuando un comerciante berlinés envió 225 cuadros a Catalina II en pago de unas deudas. Al recibirlos Catalina quiso que su galería no fuera superada por las colecciones de otros monarcas y comenzó a comprar casi todo lo que se vendía en subastas europeas.

El zar Alejandro I de Rusia, cuando entró con sus tropas en el año 1815 en París, hizo una de las mayores compras para la colección del Hermitage: la colección privada de la Emperatriz Josefina, que contenía pinturas y esculturas. A su muerte, Alejandro compró a sus herederos 38 cuadros más, algunos de Rubens y Rembrandt, y cuatro esculturas de Antonio Canova. En 1837 hubo un gran incendio en el Palacio de Invierno que destrozó gran parte de sus interiores, y para evitar que el fuego se extendiera al Pequeño Hermitage, se desmontaron todas las conexiones entre los dos palacios.

Durante este siglo se efectuaron compras de varias colecciones importantes. En 1850, se adquirió la colección del Palacio de Cristoforo Barbarigo, en donde había muerto el pintor Tiziano. Esta colección incluía cinco cuadros del mismo Tiziano, que se unían a los otros tres que ya contenía la colección. En 1865 se compró el famoso cuadro de Leonardo da Vinci, la Madonna Litta al Conde Litta, junto con otros tres cuadros, por 100.000 francos. En 1870, el Hermitage compró por 310.000 francos la obra maestra de Rafael La Virgen y el Niño, que el gobierno italiano intentó comprar para evitar que saliera del país, pero no pudo igualar el alto precio.

Mujer y niño - Leonardo
Descendimiento de la cruz - Rubens
El emperador Nicolás I de Rusia decidió en el año 1852 convertir al Hermitage en un Museo Imperial, al ver que en Europa empezaba a afianzarse el sistema de museos estatales. Mandó construir una entrada para el público y ordenó la decoración del museo para que pudiera ser abierto al público, incluyendo la construcción de nuevas estancias para poder depositar los objetos y cuadros, decoración e interiores que se han mantenido intactos hasta la actualidad. La inauguración fue el 5 de febrero de 1852, con lo que se abría el palacio para las clases altas, sobre todo.

Escalera de la entrada
El Palacio de Invierno, que pasó a formar parte del museo en el año 1922, fue durante dos siglos la residencia principal de los zares. Había sido construido para la emperatriz Isabel, hija de Pedro el Grande, y sus fachadas, el interior de la iglesia palaciega y la majestuosa escalera principal son  un raro ejemplo del llamado barroco ruso del siglo XVIII. Sin embargo las salas del palacio son del siglo XIX, pues tras incendio de 1837 se reconstruyeron según la moda de la época. A pesar de que se convirtieron en salas de exposiciones no han perdido todo su esplendor. La más bella de todas es la sala Malaquita; sus columnas, pilastras, chimeneas, lámparas de pie y mesitas están decoradas con malaquita de los montes Urales. El verde vivo de la malaquita, combinado con el brillo del dorado y el mobiliario tapiado con seda de color frambuesa, determinan la impresión fantástica de esta sala.

Salón de Malaquita
El visitante puede seguir el curso de la historia del estado ruso, en un paseo guiado por las salas del Palacio de Invierno. La influencia de los valores imperiales y de la gloria están, constantemente, presentes en su ornamentación. 

Salón del Trono
En la sala de Pedro I puede contemplarse el retrato del emperador con la diosa de la sabiduría que le guía hacia nuevas hazañas y dos escenas del triunfo de las tropas de Pedro I en la guerra contra los suecos. La siguiente sala, la de los Blasones, está presidida por columnas doradas de orden corintio. El emperador recibía a los mensajeros procedentes de las regiones de Rusia, esta sala tiene una superficie de mil metros cuadrados, allí está presente el águila bicéfala, que es el escudo de Rusia, y los escudos de cada una de las provincias rusas.

Palacio de Catalina
El Palacio de Invierno era la residencia principal de los zares rusos, cosa que determina su carácter fastuoso, el Hermitage Pequeño fue construido para la vida privada de Catalina II. La emperatriz quería descansar de la vida oficial en un lugar más acogedor. Por ese motivo el palacio fue denominado “Hermitage”, palabra francesa que significa “ermita”, y a él solamente podrían acceder sus invitados personales. La mesa del comedor del Hermitage descendía a la planta baja, con ayuda de un mecanismo especial, allí era preparada por los sirvientes y luego volvía a subirse una vez ya preparada, así se evitaba que la servidumbre importunara a Catalina y sus huéspedes. Este comedor con la mesa levadiza ya no existe; el palacio fue reconstruido en la segunda mitad del siglo XIX y en su lugar hay una maravillosa sala-pabellón adornada con galerías, rejas doradas, mosaicos esmaltados, la denominada “fuente de las lágrimas”, centelleantes arañas de cristal de roca. En la sala se expone también el reloj Pavo real, obra inglesa del siglo XVIII. Cuando el reloj da las horas el pavo real instalado en un roble abre su opulenta cola y da la vuelta mostrándola. Las ventanas de esta sala miran al jardín colgante, dispuesto sobre las bóvedas de la planta baja.

Reloj Pavo Real
Hacia finales del reinado de Catalina II, la colección del Hermitage contaba con 3.000 cuadros, casi 7.000 dibujos, más de 70.000 grabados y 10.000 piedras talladas, que eran su afición especial. Pero sus colecciones no eran accesibles al público. Ahora visitan el Hermitage unas dos millones y medio personas cada año. Se dice que si una persona dedicara solo un minuto a contemplar cada pieza del museo, necesitaría cuatro años y medio, sin descanso, para verlas todas. Por lo que les recomendamos seleccionen antes de su visita, lo que desean ver.

El Hermitage viejo fue construido en la década de 1770 para instalar la creciente colección artística de Catalina II. Ahora en este palacio se encuentran obras de los maestros de renacimiento italiano: se expone Judit, obra maestra de Giorgione, la poética Virgen de la Anunciación de Simone Martín, obras de Fra Angelico y Boticelli... Pero las perlas de la colección son dos cuadros de Leonardo da Vinci: la Madona Benois – correspondiente a su periodo creativo temprano y que representa a la Virgen como a una joven contemporánea del pintor, ataviada y peinada a la moda, que juega con su hija – ya la lacónica Madona Litta, que es por el contrario un trabajo de madurez en que la imagen de la Virgen es el ideal de la belleza física y espiritual. Entre las obras de la célebre colección de Tiziano destaca San Sebastián, pintado al final de la vida del gran maestro veneciano con trazos amplias e impetuosos, realizados no sólo con el pincel, sino a menudo con los dedos, lo que le da una expresión especial.

En el edificio del Hermitage nuevo encontramos una parte de la colección de los maestros italianos, que fue construido por Nicolas I y abrió las puertas al público hace 150 años. Aquí se encuentra arte italiano de los siglos XIII al XVIII La Anunciación de Martini, La visión de San Agustín, de Lippi, La virgen y el niño de Fra Angelico, El tañedor de laúd de Caravaggio. La única obra de Miguel Ángel, El niño en Cuclillas estaba destinada al panteón de los Médici.

En las salas grandes, decoradas con vasos de malaquita y lapislázuli, se hallan la exposición de pintura italiana y la colección de pintura española, considerada como una de las mejores fuera de las fronteras de España. En ella se puede ver obras de El Greco, Velázquez, Ribera, Zurbarán, Murillo y Goya. La riquísima colección de los pintores españoles del siglo de oro perteneciente al banquero Coesvelt, reunida durante la guerra napoleónica, llegó al Hermitage en 1814. En esta época las adquisiciones se hicieron ordenadas y el museo compraba las obras que se consideraban imprescindibles para reflejar con plenitud la historia del arte. Además de las pinturas españolas, a principios del siglo XIX se adquirieron cuadros de maestros de los Países Bajos. Esta colección no es grande pero tiene obras maestras de Robert Camping, Roger van del Weyden y Hugo van del Goes.

San Pedro y San Pablo - El Greco
En todas las épocas los coleccionistas de Rusia tuvieron una afición especial por el trabajo de los pintores flamencos y holandeses del siglo XVII. Cinco salas del Hermitage Nuevo atesoran obras de Rubens, desde las más tempranas hasta las últimas, célebres retratos de Van Dyck, escenas de caza de Paul de Vos y abundantes naturalezas muertas de Frans Snyders. La colección de pintores holandeses cuenta con más de mil cuadros de todos los géneros. Los lienzos de Rembrandt ocupan una gran sala y dan una clara idea de toda so obra creativa: el retrato juvenil de su esposa Saskia, representada como la diosa Flora, el trágico Descendimiento de la cruz, el penetrante retrato del anciano en rojo… y al final la joya de la colección, el regreso del hijo pródigo, escena evangélica en que el maestro pudo expresar su fe en el bien y en el amor humano.

La colección del arte francés de los siglos XV al XVIII es la segunda en importancia en el mundo después de la del Louvre. Los lienzos de Poussin, Watteau y Chardin se alternan con creaciones de los mejores escultores franceses y una riquísima colección de arte aplicado. Un atractivo especial del Hermitage es su fantástica colección de pinturas del impresionismo y el post-impresionismo francés y de los maestros de principios del siglo XX. Estas obras fueron compradas, y a veces encargadas directamente a los maestros, por los coleccionistas moscovitas Serguei Schukin y Mijail e Ivan Morozov. Los paisajes de Moner y Sisley que revelan el proceso de afianzamiento del método impresionista, en encanto de las imágenes femeninas de Renoir, el halo intelectual de las obras de Cezanne, la expresividad de Van Gogh, la serenidad de los paisajes de Oceanía de Gauguin, la armonía cromática de las numerosas obras de Matisse y de las más de 30 obras de Picassoante este siglo, el museo tuvo importantes pérdidas. Durante la década de 1920, se trasladaron 500 obras al Museo Pushkin de Moscú, para que el arte no estuviera tan centralizado en San Petersburgo. En los años 30, se trasladaron otras 70 obras, entre ellas pinturas de Rubens, Rembrandt o Tiziano. Sin embargo, el Hermitage también consiguió importantes bienes; durante estas mismas décadas se empezaron a nacionalizar los bienes que se encontraban en los palacios de la aristocracia rusa, y la mayoría de éstos fue a parar al Hermitage. Se recibieron todo tipo de obras de arte de los palacios imperiales, objetos arqueológicos del antiguo Egipto, documentos, monedas, arte de la época bizantina... Fue en esta época cuando, al aumentarse considerablemente su patrimonio, pasó de ser un museo de arte, a   ser un museo de arte y cultura universal.

A mediados de los años 30, se produjeron una serie de ventas de cuadros al extranjero, lo que supuso una gran pérdida para el museo. El objetivo de estas ventas, según la postura oficial, era la financiación del propio estado. Según voces discordantes, estas ventas no pueden justificarse desde ningún punto de vista. Se vendieron más de 2.800 cuadros, entre los cuales había 250 obras mayores y 50 obras maestras. Algunas piezas que no se vendieron volvieron al museo. Muchas de estas piezas fueron a parar a la National Gallery de Washington. Desde el año 1932 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, fueron saliendo obras menores del museo para ser vendidas o para distribuirse entre las distintas repúblicas soviéticas.

Con la entrada de las tropas alemanas en Rusia en el año 1941, se inició la evacuación de las obras del Hermitage. Fue la mayor evacuación de obras de arte desde la ocurrida durante la Guerra Civil Española en el Museo del Prado. Miles de voluntarios se dedicaron a embalar más de un millón de obras, para trasladarlas en tren hasta Sverdlovsk, en los Urales. Dos trenes pudieron llegar a su destino, pero cuando estaban preparando el tercero, comenzó el asedio a la ciudad por los alemanes, que duró 900 días, y que produjo la muerte de dos millones de habitantes de la ciudad. Mientras, los conservadores que se quedaron se dedicaron a salvar y llevar al museo todos los bienes que encontraban en otros palacios, y a proteger al propio museo del frío y de la nieve y de los ataques aéreos. Además, sirvió de refugio contra las incursiones aéreas alemanas, y hasta 12.000 personas vivieron allí hasta las primeras evacuaciones, en el año 1942. Las obras trasladadas a Sverdlovsk llegaron bien y allí se creó una nueva sección del museo para mantener los objetos y cuadros. No se dañó ni se perdió absolutamente nada.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, el museo volvió a abrir sus puertas al público, con las obras evacuadas que volvieron a ser colocadas en su lugar de origen. Además, el museo tuvo que ser restaurado debido a todos los daños que había sufrido durante el asedio nazi, restauración que llevó varios años. En el año 1948, el Museo de Arte Contemporáneo Occidental de Moscú donó 320 obras de arte del siglo XIX y XX, entre las que se encontraban obras de Renoir, Matisse, Picasso, Monet, Van Gogh o Gauguin.

El Ejército Rojo, a su vuelta de Berlín, trajo numerosas obras de arte que acabaron en el Hermitage, sobre todo de obras impresionistas y postimpresionistas de colecciones privadas. Uno de los casos más importantes fue el del Altar de Zeus de Pérgamo, que fue llevado del Museo de Pérgamo en Berlín como botín de guerra, y que estuvo expuesto en el Hermitage hasta el año 1959. El museo y el ejército ruso recibieron muchas críticas por este robo de obras, pero el gobierno ruso alegó que fueron como una mínima satisfacción por la destrucción por parte del ejército nazi de obras rusas de incalculable valor, como los palacios de Peterhof y Tsarskoye Selo. Además, el gobierno ruso ha prohibido por ley la devolución de las obras en caso de que se demuestre que los dueños financiaron económicamente al régimen nazi.

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