Es una de las imágenes más famosas de la Segunda Guerra Mundial. Fue tomada por el fotógrafo Joe Rosenthal el 23 de febrero de 1945 en la isla de Iwo Jima (Japón). Representa el triunfo de los aliados y destaca el papel que los marines estadounidenses tuvieron en el Pacífico durante aquel conflicto.
Iwo Jima es una pequeña isla en el Pacífico —de 8 kilómetros de largo y de hasta 4 kilómetros de ancho—, considerada de gran importancia táctica para la guerra, por lo que los japoneses la defendieron con más de 20 mil soldados.
La Batalla de Iwo Jima es considerada una de las más sangrientas en la historia de los EE.UU. ya que las tropas japonesas opusieron una gran resistencia desde sus escondites en el Monte Suribachi —un sitio considerado sagrado—. Aunque la batalla continuaba, al tercer día de la lucha, el 28º Regimiento de la 5º División de Marines tomó el monte, lo cual significó un avance importante hacia la victoria de los estadounidenses.
el monte Suribachi |
Para celebrar la toma del Monte Suribachi, el 23 de febrero Charles Lindberg, Hank Hansen, Ray Jacobs, Phil Ward y Harold Schrier fueron enviados a la cima para plantar una bandera de rayas y estrellas —entre todos, ya que el mástil improvisado era muy pesado—, y la escena fue captada oportunamente por el marine Lou Lowery, fotógrafo de Leatherneck Magazine, una publicación del Cuerpo de Marines de los EE.UU.
La bandera era pequeña y apenas se veía desde otros puntos de la isla, pero fue la primera vez que la insignia nacional de un invasor se levantaba sobre territorio japonés. Aquí la historia tiene dos vertientes: la primera, cuenta que se cambió la bandera por una mayor, para que fuera más visible; la segunda, que el secretario de la Marina, James Forestall, al ver ante sus ojos la acción, afirmó que esa bandera aseguraba la existencia del Cuerpo de Marines por los próximos 500 años, por lo que debía ser conservada como recuerdo.
Así que el Teniente Coronel Johnston dio la orden de que se cambiara la bandera por otra, y nuevos hombres fueron enviados a la cima a levantarla: Ira Hayes, Mike Strank, Franklin Sousley, Rene Gagnon, John Bradley y Harlon Block. Esta vez fueron acompañados por Joe Rosenthal, fotógrafo de Associated Press , quien tomó la foto sin poner mucha atención al hecho y sin saber que su fotografía sería publicada en los días siguientes en un sinfín de diarios estadounidenses. No sería ni la primera ni la última vez que los norteamericanos "modificaban" la realidad de acuerdo a sus necesidades y a su conveniencia.
La Segunda Guerra Mundial ocurrió después de la Gran Depresión —un periodo de recesión que afectó a todo el mundo en la década de los 30—, y para 1945, los EE.UU. se estaban quedando sin fondos para el combate. “Alzando la bandera en Iwo Jima” cayó como anillo al dedo: sería la imagen perfecta para iniciar una campaña de recaudación de dichos bonos. Para los estadounidenses fue un símbolo de victoria y los animó a seguir apoyando al gobierno en su empresa; además, los tres sobrevivientes de la fotografía —Doc Bradley, Ira Hayes y Rene Gagnon— fueron presentados en varios eventos para invitar a la gente a invertir, con lo que se convirtieron en héroes nacionales.
Ambas banderas se exhiben en el Museo Nacional del Cuerpo de Marines de Virginia, y un memorial basado en la fotografía se levanta en el Cementerio de Arlington, donde son enterrados los veteranos de guerra.
Nadie puso atención a la primera fotografía de la bandera y los encargados de levantarla pasaron inadvertidos, hasta mucho tiempo después de que se hizo pública la historia completa. El fotógrafo Lou Lowery nunca fue reconocido y se dice que incluso había quien lo creía un loco cuando hablaba de su fotografía.
Por su parte, Bradley, Hayes y Gagnon pasaron un mal rato luchando contra la culpa por haber sido reconocidos en lugar de sus compañeros, siendo que a sus superiores y a los altos mandos del ejército les pareció más importante asegurar el futuro de la guerra. La campaña rindió frutos y lograron que el pueblo financiara lo que restaba del conflicto mundial.
El 26 de marzo de 1945, la isla Iwo Jima fue tomada en su totalidad, declarada territorio seguro y utilizada como base para los aviones de los EE.UU. En esa sangrienta batalla murieron entre 5 mil y 7 mil soldados estadounidenses y cerca de 20 mil resultaron heridos. Más de 20 mil soldados japoneses perecieron, aunque en buena parte fueron suicidios, para evitar ser tomados prisioneros. La fuerte resistencia japonesa fue una de las razones que llevaría a los EE.UU. a la decisión de lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Sin embargo, lo que vemos en la imagen no es exactamente el momento de la toma de aquella isla, donde los japoneses impusieron una gran resistencia y donde se libró una cruenta batalla que dejó un gran número de bajas de ambos bandos y que no se resolvería hasta un mes después de que Rosenthal tomara la foto.
Lo que vemos tampoco es el momento en el que los marines consiguieron hacerse con el control del monte Suribachi, el lugar que aparece retratado y un punto estratégico en Iwo Jima. Y es que, la imagen, como veremos, tiene su propia historia y su polémica.
Horas antes de que Rosenthal tomara su foto, un grupo de marines había conseguido llegar a la cima. Tres de ellos habían izado allí una bandera de Estados Unidos, lo que había provocado un gran clamor por los gritos de júbilo de los soldados que estaban en la playa y las sirenas de los navíos que había en la costa.
Esto provocó que un grupo de japoneses que había en un túnel subterráneo saliera a la superficie y atacara por sorpresa a los estadounidenses. Los tres marines que habían colocado la bandera fallecieron, así como el sargento Louis R. Lowery, que también había alcanzado la cima y que había tomado un par de fotos del momento que a la postre provocaría su propia muerte.
foto de la primera bandera de Iwo Jima, tomada por el sargento Louis R. Lowery. |
Por tanto, la foto de Rosenthal tampoco fue la primera, aunque sí la única que pasaría a la historia, pues poco se supo después de los protagonistas que izaron la primera bandera, así como de la foto de Lowery (arriba).
Una vez ‘sofocado’ el ataque de los japoneses, un nuevo grupo, esta vez formado por seis personas, llegó de nuevo hasta la cima con una bandera algo mayor que la anterior. Cuatro marines se ocuparon de clavarla entre los escombros.
Los otros dos integrantes del grupo eran el sargento Bill Genaust, que se dedicó a filmar el momento (arriba) y Joe Rosenthal, un, por entonces, poco conocido fotógrafo de la agencia Associated Press.
Su foto, que le valió el Premio Pullitzer de 1945, tardó poco más de 17 horas en ser publicada, un récord para la época. Esto, unido a su mejor encuadre y a que transmite mucha más emoción, es tal vez la razón de que la foto de Rosenthal haya pasado a la historia y la de Lowery haya quedado olvidada. En cualquier caso, ambas cumplen hoy 70 años.
Después de tres años de guerra, la clave de la victoria en el Pacífico se encontraba en una pequeña pero estratégica isla volcánica con forma de pera invertida: Iwo Jima. El triunfo final no era aún una esperanza tangible para los aliados, ya que parecía supeditado a una sangrienta invasión de Japón, una conquista hasta la muerte del último soldado. Así que insistían en mermar al enemigo desde el aire hasta que llegara el momento de tomar al asalto sus cuatro grandes islas. Los orgullosos nipones, por su parte, creían que una resistencia feroz en su propio territorio, quizás herencia de la antigua filosofía samurai, obligaría a Roosevelt y los suyos a firmar una paz más indulgente con el emperador Hiro Hito.
En el verano de 1944, los pilotos de los bombarderos B29 sobrevolaban Tokio para pulverizar la capital del Imperio del Sol. Las fortalezas volantes de EE.UU. eran capaces de realizar travesías de 6.000 kilómetros sin repostar, pero los aviones que tenían que escoltarlas, los Mustang P-51, apenas llegaban a los 3.000. Es decir, los B29 tenían que adentrarse solos en el cielo enemigo, soltar su carga y regresar a las Islas Marianas (en poder de EE.UU. desde mediados de 1944) huyendo de los temibles cazas japoneses.
Cada operación de castigo resultaba costosa en hombres y en aviones. El poderío militar japonés ya no era el mismo que arrasó Pearl Harbor en 1941, pero aún mantenía muy engrasadas las defensas antiaéreas dentro de su Imperio. Por eso, los estadounidenses necesitaban controlar un punto intermedio entre las Marianas y Tokio, un lugar desde el que poder desplegar una flota de cazas que pudiera escoltar a los bombarderos y convertirse en los dueños del aire.
Iwo Jima (a 1.200 km de Tokio y a 1.300 de las Marianas), donde los nipones habían construido dos aeródromos y ya preparaban un tercero, se convirtió en ese trampolín ideal para intentar el asalto a la última fortaleza. Era un lugar importante para la inteligencia yanqui, pero también lo era para Tadamichi Kuribayashi, el teniente general que comandaba la guarnición nipona. Su consigna, como buen samurai, era clara: “Vencer o morir”. Como intuía los planes estadounidenses, desplegó 21.000 soldados y marinos armados con fusiles, granadas de mano y afiladas katanas para el cuerpo a cuerpo con los invasores. Sus ingenieros convirtieron la isla en una trampa mortal llena de fortines, trincheras, nidos de ametralladora... La caprichosa orografía de la isla, aparentemente llana, pero compuesta por montículos, rocas, pequeñas elevaciones, barrancos, grietas, gargantas, depresiones y playas de lava gris, hizo el resto. Salvando unas cuantas palmeras, la vegetación era escasa y el agua dulce, inexistente.
Desde junio de 1944 los navíos de EEUU machacaron la isla con sus cañones de largo alcance. Para apoyar el desembarco, se reunieron cerca de 500 barcos, entre ellos 12 portaaviones y ocho acorazados. En total, 250.000 hombres, incluidos los 75.000 marines que invadirían las playas.
El lunes 19 de febrero de 1945, tras la potente preparación artillera que barrió la isla, parecía difícil que un solo hombre de los 21.000 defensores sobreviviera a aquella lluvia de acero. Pero los norteamericanos se equivocaban: la escasa dureza de la piedra volcánica les permitió construir a los japoneses una red de túneles que les servían de refugio durante los bombardeos. Además, estos subterráneos comunicaban todos los puntos de la isla con 400 búnkeres exteriores.
Los marines llegaron sin oposición a las playas, pero a partir de ahí se encontraron con un ejército fanático que frenó su avance y terminó con las esperanzas de saldar la operación en menos de dos semanas. La batalla duró 36 días y las pérdidas humanas fueron cuantiosas en los dos bandos. Se contaron 6.821 muertos y 20.000 heridos por el lado americano y 20.800 fallecidos por el nipón, casi todos los desplegados en Iwo Jima. Después de cinco semanas de carnicería, la guarnición japonesa se rindió cuando ya no superaba los 200 soldados. La defensa de la única elevación de la isla, el monte Suribachi, se convirtió en el símbolo de esa resistencia desesperada.
Un B29 Arde junto a un P51 en el aeródromo de Iwo Jima, en poder de EE.UU. |
En la noche del 25 de marzo de 1945, un grupo de unos 200 soldados japoneses supervivientes, comandados por Tadamichi Kuribayashi se lanzaron en una desesperada y definitiva carga contra las posiciones de los estadounidenses en torno al segundo de los campos de aviación, al norte de la isla, enfrentándose cuerpo a cuerpo con los marines del 5º batallón, ingenieros de los Seabees y pilotos de la USAAF hasta el amanecer. Esta última acción supuso la muerte de todos los japoneses y causó 100 muertos y 200 heridos entre los estadounidenses. Se ignora cómo murió Tadamichi Kuribayashi, pero se cree que es muy probable que despojándose de su uniforme, para no ser reconocido por su rango, peleó como cualquier soldado hasta el final. El número de bajas en ambas partes fue parejo y por tanto fue la batalla más costosa de la guerra en el Pacífico para Estados Unidos.
Yoshii Kuribayashi tenía 40 años cuando su esposo murió en Iwo Jima a la edad de 53 años y a partir de entonces tuvo que criar sola a sus hijos. Nunca fue encontrado el cuerpo de Kuribayashi y los heridos capturados sólo dieron versiones contradictorias sobre su destino. Se descarta que se haya suicidado realizando la ceremonia del "seppuku" como correspondía a los samurais, porque no fracasó en la defensa de Iwo Jima, sino que cumplió a cabalidad con las órdenes recibidas y el objetivo que se había trazado.
En Iwo Jima, Kuribayashi comandó a una fuerza de 21.000 hombres, sin apoyo naval ni aéreo, para enfrentarse a la fuerza de invasión de Estados Unidos con más de 110.000 efectivos de Infantería de Marina, la armada y la aviación, y contando con amplio apoyo de la artillería naval y de cobertura y bombardeo aéreo. Antes de la batalla, Kuribayashi envió numerosas cartas a su esposa, que hoy son documentos históricos, que reflejan los sentimientos y pensamientos de los defensores de Iwo Jima.
Kuribayashi sabía que sin posibilidades de reabastecimientos, ni refuerzos, menos apoyo aéreo y naval, no era posible defender con éxito la pequeña isla de Iwo Jima ante una fuerza infinitamente mayor. Sin embargo, como la captura de la isla le daba a Estados Unidos la posibilidad de establecer la base aérea que tanto necesitaban para atacar directamente al Japón, la misión de Kuribayashi era inflingir las mayores pérdidas posibles al enemigo y retrasar en lo posible la captura de la isla. La determinación en la defensa de la pequeña isla de Iwo Jima, sería una lección para lo que le esperaba a Estados Unidos, si osaba invadir las islas metropolitanas japonesas
Hombre de honor y gran estratega, fue un oficial muy apreciado por sus subordinados, los cuales, tras su muerte, en un último acto de respeto, se encargaron de ocultar a los ojos del enemigo el cadáver de su comandante en jefe.
Su último discurso antes de la batalla final
“Estamos aquí para defender esta isla al límite de nuestra fuerza. Debemos dedicarnos a esa tarea enteramente. Cada uno de vuestros disparos debe matar a muchos americanos. No podemos permitirnos que nos capture el enemigo. Si sobrepasan nuestras posiciones, tomaremos bombas y granadas y nos lanzaremos debajo de los tanques para destruirlos. Infiltraremos las líneas del enemigo para exterminarlo. Ningún hombre debe morir hasta que él haya matado por lo menos a diez americanos. Acosaremos el enemigo con acciones de guerrilla hasta que el último de nosotros haya fallecido. Viva el emperador!”
Su última transmisión por radio
“La fuerza bajo mi mando es ahora de unos cuatrocientos soldados. Los tanques nos están atacando. El enemigo nos sugirió que nos entregáramos a través de altavoces, pero nuestros oficiales y hombres empezaron a reirse y no prestaron atención."
El reconocimiento a un gran líder
En la genial película de Clint Eastwood del año 2006, "Cartas desde Iwo Jima", se narra con mucho acierto los últimos momentos de este magnífico militar y estratega japonés con Ken Watanabe en el papel del general Kuribayashi
Cincuenta años más tarde, después de la Batalla de Iwo Jima, la esposa de Kuribayashi y la primogénita del Coronel Nishi, campeón Olímpico de equitación en los Juegos de Los Ángeles de 1932, asistieron a una ceremonia en Iwo Jima con motivo de la conmemoración de la épica batalla. Asistieron también representantes de los EE.UU., pero para las familias japonesas asistentes no había la menor duda que los estadounidenses la convertirían en un desfile festejando la victoria. Los miembros de la asociación de familiares de los japoneses caídos en Iwo Jima, recomendaron que debían retirarse si eso sucedía. En prevención de esa situación, el Ministro de Asuntos Exteriores, Yohei Kono, comunicó a Richard Mackey, Comandante en Jefe de las Fuerzas del Pacífico de EE.UU, su esperanza de que la ceremonia no se convirtiera en un evento humillante y propagandístico.
Durante la ceremonia, la viuda del General Kuribayashi, de casi 100 años de edad, leyó un comunicado, con una casi inaudible voz, pero que eclipsó los pomposos discursos de los militares estadounidenses:
"Quiero expresar mi más sincera gratitud a todos los involucrados en esta conmemoración por el 50 aniversario de los caídos, tanto japoneses como estadounidenses, en la Batalla de Iwo Jima.
Mirando en retrospectiva, todos y cada uno de esos hombres fueron héroes. Se dice que esa batalla fue la mayor batalla de la II Guerra Mundial, pero cuando pensamos en cuán trágica fue la lucha y lo que deben haber sufrido, no nos queda nada, sino lágrimas.
Creo, que la preciada paz que tenemos hoy día, fue construida para nosotros por aquellos que se sacrificaron de manera tan desinteresada.
A las almas de nuestros seres queridos que partieron, que descansen en paz. Estas son mis palabras de panegírico en este día del recuerdo. Ruego por la felicidad de todos."
Monumento Iwo Jima en Washington.En la isla de Iwo Jima, territorio que fue finalmente devuelto a Japón en 1993, se conserva una placa conmemorativa en el mismo lugar donde se alzó la bandera. |
Estupendo articulo.
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