El 15 de febrero de 1898, el acorazado estadounidense Maine, anclado en el Puerto de la Habana (Cuba), salta por los aires con el resultado de 266 tripulantes muertos. Inmediatamente, Estados Unidos acusa sin pruebas a España de ser la responsable de la tragedia y, a los pocos días, le declara la guerra.
Con el paso del tiempo, diferentes investigaciones han demostrado que no hay ninguna prueba que vincule a España con la explosión del Maine, y que, con toda probabilidad, fueran los servicios secretos del ejército de los Estados Unidos quienes dinamitaran su propio barco con el fin de tener un pretexto para intervenir en la guerra hispano-cubana a favor de los independentistas cubanos, quienes terminarían quedando supeditados política y económicamente al gigante del norte como consecuencia de dicha intervención.
La historia de este macabro proceso comenzó a principios de enero de ese propio año, cuando las incontenibles victorias del Ejercito Libertador auguraban el derrumbe del poderío español y los elementos más extremistas de la colonia enfurecidos por los éxitos de los insurrectos provocaron algunos desórdenes en la ciudad de La Habana que “en realidad no tuvieron gran importancia”, según los periódicos de la época.
Procedente de la Isla Tortuga, con una tripulación de 350 hombres al mando del Comandante Charles D. Sigsbee, el Maine ancló en la rada habanera a las 11 de la mañana del 25 de enero de 1898.
Comandante Charles D. Sigsbee |
Mientras en Washington los representantes del intervencionismo Mac Kingley, Thedore Roosevelt, Root y Long continuaban las intrigas para precipitar cuanto antes la intervención en la guerra de Cuba con el propósito de apoderarse de la Isla, los españoles hacían todos los esfuerzos posibles para suavizar las diferencias con Estados Unidos.
USS Maine |
El acorazado Maine explotó misteriosamente en la bahía de La Habana a las 9:40 de la noche del 15 de febrero de 1898. La explosión fue en la proa donde la marinería tenía su dormitorio y seguidamente el fuego alumbraba un trágico espectáculo de muerte y horror. De inmediato hubo una respuesta solidaria de marinos españoles y habaneros que acudieron rápidamente a auxiliar a los sobrevivientes y trataron de dominar las llamas.
A media noche y a pesar de todos los esfuerzos que se hicieron el barco se ladeó hundiéndose por la popa y dejando ver la destrozada proa. A su alrededor flotaban los cadáveres de 264 marineros y 2 oficiales que estaban a bordo –la dotación la componían 358 hombres. También perecieron 2 marinos españoles y varios sufrieron serias heridas mientras realizaban las labores de salvamento. El crucero de guerra español Alfonso XII que se hallaba fondeado junto al Maine recibió daños. El capitán del navío americano y la casi totalidad de los oficiales estaban en tierra cumplimentando diversas invitaciones.
Inmediatamente después del hundimiento del Maine, la prensa norteamericana responsabilizó a las autoridades de Madrid y de La Habana por lo ocurrido con el acorazado. Así, aquellos que propugnaban la acción bélica en contra de España, encontraron en esta circunstancia el motivo de sus afanes guerreristas que les permitiría apropiarse de Cuba, desalojando, para el efecto, a los españoles de la isla mayor de las Antillas.
Pero de todos los periódicos yanquis el más recalcitrante fue el New York Journal dirigido por William Randolph Hearst. Cuando el viernes 17 de febrero dio a conocer la noticia puso en la primera página el siguiente título: ”El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo” y debajo un dibujo del acorazado en la rada habanera y una mina junto a la quilla de la cual salían unos hilos eléctricos conectados a un detonador manipulado por los españoles en la costa. La circulación alcanzó ese día un millón de ejemplares. Curiosamente una semana antes Hearst, acompañado de reporteros y fotógrafos, había estado en La Habana en su yate "Bucanero” y sin pedir la autorización correspondiente a las autoridades portuarias españolas entró en la bahía, fondeó cerca del Maine y tomó fotografías del acorazado y del litoral.
Frente a los acontecimientos políticos que podían devenir a consecuencia de la explosión del Maine, las autoridades españolas iniciaron el proceso de investigación correspondiente. El gobierno de Washington hizo lo propio y designó una comisión indagadora para idéntica averiguación, con la consigna que su trabajo debía ser la de actuar con absoluta independencia negando, así, cualquier posibilidad de establecer una investigación mixta que aclarara las circunstancias del estallido del navío norteamericano.
La Comisión Investigadora americana inspeccionando los restos del Maine |
El 21 de marzo de 1898, el gobierno norteamericano recibió un resumen de su comisión. El informe establecía que la explosión del Maine la había provocado una mina colocada bajo la cuaderna 18 del buque. Así la comisión determinó que la causa de la explosión "fue externa", es decir debido a un sabotaje. A este informe se contrapuso, inmediatamente, el que provenía de los investigadores españoles, quienes radicaban la causa de la explosión en una "causa interna", por lo tanto insinuaban que la voladura del Maine fue fortuita o por alguna irresponsabilidad de la tripulación.
El Presidente norteamericano McKinley, en base de los resultados de la comisión designada por él, acudió al congreso y dijo:
"España ni siquiera puede garantizar la seguridad de un buque norteamericano que amistosamente y en misión de paz visitaba La Habana".
Con esta argumentación el referido Presidente solicitó, entonces, permiso del congreso para terminar la guerra en Cuba, -aquella que sostenían las fuerzas independentistas cubanas en contra de las tropas españolas-, para cuyo efecto advirtió que sería indispensable movilizar las fuerzas militares y navales de los E.U.
EE. UU. acusó a España del hundimiento y declaró un ultimátum en el que se le exigía la retirada de Cuba, además de empezar a movilizar voluntarios antes de recibir respuesta. Por su parte, el gobierno español rechazó cualquier vinculación con el hundimiento del Maine y se negó a plegarse al ultimátum estadounidense, declarándole la guerra en caso de invasión de sus territorios, aunque, sin ningún aviso, Cuba ya estaba bloqueada por la flota estadounidense.
El 19 de abril de 1898 el congreso norteamericano aprobó una resolución donde se instó el empleo de sus fuerzas armadas para garantizar la pacificación de Cuba, toda vez que la guerra independentista "afectaba la vida de ciudadanos norteamericanos, cuyas vidas había que precautelar".
Bajo el argumento antes referido se efectuó el bloqueo naval de Cuba y el 10 de junio de 1898, cerca de Guantánamo, se produjo el primer desembarco de infantes de marina norteamericanos en momentos en los cuales los españoles se hallaban casi derrotados por las tropas cubanas que buscaban su independencia. La presencia de las tropas de E.U. configuró un entorno de inminente derrota de los españoles. Por ello el 13 de julio se entrevistaron los mandos de E.U. y de España a fin de concertar la rendición de los ibéricos. Dicha concertación, en todo caso, excluyó a los cubanos en medio de las protestas de estos y toda vez que se vislumbraba un panorama nada halagador para los "mambises" que a costa de su esfuerzo y sacrificio intentaban construir una república libre y soberana.
El 10 de diciembre de 1898 se firmó el Tratado de París, -nombre designado al acuerdo de paz entre España y los Estados Unidos y que fuera firmado en Francia-, por medio del cual se daba por terminada la dominación colonial española en Cuba. De este tratado fueron, increíblemente, excluidos los cubanos. El tratado, además, determinaba que Cuba y Puerto Rico, situados en el Mar Caribe, así como las Filipinas y las Islas Guam, ubicadas en el océano Pacífico, pasaban a dominio Norteamericano. Se consumó así la pérdida de las últimas colonias españolas en medio de una seudo-guerra, pues los ejércitos españoles no opusieron resistencia alguna a las tropas norteamericanas debido a su inferior condición militar como consecuencia, entre otros factores, de la crisis política y económica que entonces afectaba a España. Tanto es así, que la cesión de las Filipinas, -previsto en el tratado de París-, se consumó, además, gracias al pago de veinte millones de dólares que E.U. entregó a los españoles.
Para deshacerse de la enojosa presencia de los restos del Maine y evitar que se corriera el riesgo de descubrirse a los verdaderos responsables de la catástrofe, los norteamericanos remolcaron en 1912 los restos del buque hasta las aguas profundas distantes tres millas del morro de La Habana y los hundieron.
Desde un inicio las investigaciones estuvieron divididas. Los americanos aseguraban que la explosión había sido producida por una mina o un torpedo. Los españoles que eran causas internas. Los primeros querían la guerra, los segundos la evitaban. En definitiva el Gobierno norteamericano declaró la guerra a España con los resultados de todos conocidos. Pero siempre quedó latente la sospecha de que la explosión del Maine fue provocada por los propios norteamericanos para apoderarse de las colonias que le quedaban a España en América y el Pacifico e influir sobre los patriotas cubanos que luchaban por su libertad y sin ninguna ayuda extranjera habían debilitado tanto al poderoso ejército español que su derrota era inminente.
En 1975, el Almirante de los Estados Unidos Hyman G. Rickover al frente de un equipo de investigadores reunió todos los documentos e informes de las comisiones encargadas de la investigación en 1898, las de 1912, cuando se extrajeron los restos del buque, y cuantas declaraciones, publicaciones y fotografías pudo obtener. Después de un exhaustivo análisis de todo el material dictaminó, sin lugar a dudas "que una fuente interna fue la causa de la explosión del Maine”.
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