Al atardecer del 22 de abril de 1918, Manfred von Richtofen fue enterrado con honores militares en Bertangles, Francia. Seis oficiales de la RAF llevaron el simple ataúd de madera sobre los hombros, desde el hangar donde había pasado la noche, hasta la carroza, una Crossley Tender, y luego el cortejo avanzó lentamente, precedida por un pelotón de salvas de pilotos australianos, y seguido de más de cien dolientes. El Barón Rojo tenía 25 años.
Al igual que la mayoría de los oficiales en los escuadrones aéreos enemigos, el mayor Blake, quien fue el responsable del cadáver de Richthofen, sentía un gran respeto por el Barón Rojo. Organizó un su honor un funeral militar completo, el cual se realizó con el personal del Escuadrón N º 3 AFC. Richthofen fue enterrado en el cementerio de la aldea de Bertangles, cerca de Amiens, el 22 de abril de 1918. Con una guardia de honor compuesta por seis pilotos con el rango de capitán, el mismo rango que Richthofen. Se hizo un duelo de despedida compuesto por disparos, en su honor, participando todos los oficiales de rango del escuadrón.
Los escuadrones enemigos cercanos al lugar, pusieron en su honor coronas, con escritos de respeto: "Para nuestro gallardo y digno enemigo". En la década de 1920 las autoridades francesas crearon un cementerio militar en Fricourt, en el cual fueron enterrados un gran número de militares de guerra alemanes muertos, entre ellos se encontró Richthofen. En 1925, el hermano menor de Manfred von Richthofen, Bolko, recuperó el cuerpo de Fricourt y tomó la casa de Barón Rojo en Alemania. La intención de la familia fue que el Barón, descansara en el cementerio Schweidnitz, junto a las tumbas de su padre y su hermano Lothar, que había sido muerto en un accidente aéreo después de la guerra en 1922.
El gobierno alemán pidió, sin embargo, que el lugar de descanso final fuera el Cementerio Invalidenfriedhof en Berlín, en donde muchos héroes militares alemanes y los líderes pasados habían sido enterrados, la familia estuvo de acuerdo. Más tarde, el régimen nazi organizó una grandiosa ceremonia conmemorativa en esta tumba, situando una lápida nueva, de gran volumen con la sola palabra: "Richthofen". Durante la Guerra Fría, Invalidenfriedhof estaba en el límite de la zona soviética de Berlín, y la lápida se convirtió en picaduras de viruelas, debido a balas disparadas contra fugitivos que intentaron huir al oeste. En 1975, los restos fueron trasladados a un terreno familiar de Südfriedhof en Wiesbaden, donde sus restos reposan al lado de su hermano Bolko, su hermana Isabel y su esposo.
De todos los “Ases” de la Primera Guerra Mundial, ningún otro ha cautivado la imaginación de niños y adultos como quien fuese el Número Uno de todos los pilotos de combate en dicho conflicto. Sus 80 victorias, su personalidad arrolladora y su caballerosidad en la victoria le convirtieron en el más laureado héroe alemán. Junto con su Fokker, fue el terror de las fuerzas aéreas aliadas, mismas que le bautizaron primero, como el “Demonio Rojo”, para después alcanzar la fama con el apodo con el que quedaría inmortalizado, por el color con el que había pintado su avión.
El BARÓN ROJO
Manfred Albrecht Freiherr Von Richthofen (1892 - 1918) |
Manfred Albrecht Freiherr von Richthofen nació en Kleinburg, Baja Silesia, Alemania (actualmente en Polonia) el 2 de mayo de 1892. Como su titulo indica (Freiherr es normalmente traducido como Barón), su familia pertenecía a la aristocracia prusiana, aunque el futuro As no le daba mucha importancia a su abolengo.
Manfred era un chico retraído e inteligente, educado primero en casa y posteriormente en un colegio de Schweidnitz donde su familia se había mudado cuando él tenía 4 años. Junto con sus hermanos menores Lothar y Bolko, disfrutaba del campo y las actividades al aire libre, como la caza de ciervos y jabalíes.
A los once años marchó a la academia militar para seguir los pasos de su padre, el Mayor Albrecht Philipp Karl Julius Freiherr von Richthofen y, al terminar su educación de cadete a los 19 años, se unió a un Regimiento de Caballería Ulana. Al iniciarse la guerra, Manfred sirvió como oficial de caballería en el cuerpo de reconocimiento tanto en Rusia como en Francia y Bélgica pero con el advenimiento de la guerra de trincheras, los mandos no vieron más utilidad en dichas actividades y desmantelaron su unidad, asignando al soldado a tareas de correo y telefonista. Frustrado y aburrido, von Richthofen finalmente pidió su ingreso al Fliegertruppen des deutschen Kaiserreiches (Servicio Aéreo del Ejército Imperial Alemán) de reciente formación.
Ahí encontró su verdadera vocación y tres meses después de su ingreso al servicio en mayo de 1915, ya volaba en operaciones de reconocimiento y observación en el frente ruso. Poco tiempo después fue reasignado al frente occidental en la región de Champagne, donde derribó a su primer avión enemigo, pero al haber caído este detrás de sus líneas, la victoria no pudo ser confirmada y no se dio crédito al piloto. Sin embargo, en esos días Manfred conoció al piloto As Oswald Boelke, uno de los primeros estudiosos de las tácticas del aire, considerado como el “Padre de la Fuerza Aérea Alemana”. Boelke, que había publicado un manual de combate aéreo con las primeras reglas para los pilotos, vio un destello de talento en veinteañero Richthofen, que aún luchaba por dominar el arte del vuelo. En agosto de 1916 se volvieron a encontrar y esta vez Boelke invitó al más joven a unirse a un nuevo escuadrón que estaba formando, el Jagdstaffel 2 (2º Escuadrón de Cazas), mejor conocido como Jagsta 2.
El liderazgo y enseñanzas de Boelke fueron determinantes para el éxito de Richthofen durante el resto de su carrera, a pesar de que ambos pilotos trabajaron juntos muy poco tiempo, al haber sido derribado Boelke en Octubre de 1916. Aun así, las máximas del Dikta Boelke sirvieron a su alumno en su periodo como piloto del Jagsta 2, y luego cuando en 1917 Richthofen recibió el mando de su propio escuadrón. Fue en esta etapa como Capitán del Jagsta 11 cuando decidió pintar su Albatros II de color rojo, a pesar de que la vistosidad del tono le convertiría en un blanco más fácil de encontrar en el cielo y de identificar, pero el Barón Rojo replicó que más que llamar la atención, lo que deseaba era causar miedo al enemigo –en realidad uno de los motivos fue que quedara claro quién era el autor de los derribos, para acreditárselos- Al tiempo, incluso algunos de sus hombres pintaron parte de sus aviones de vivos colores, que pronto se volvió en el distintivo del escuadrón
En el firmamento sobre las
embarradas trincheras de la Primera Guerra Mundial destacan con el color rojo el aeroplano y el nombre de Manfred Von Richthofen, el Barón Rojo, el piloto de combate más famoso de todos los
tiempos. Su leyenda le ha convertido, además de en una de las figuras
emblemáticas de la contienda,
en el paradigma de aviador de caza caballeroso, tan temido como admirado y
respetado por sus enemigos.
Sin embargo, y como suele suceder con los mitos,
hay grandes fisuras en la personalidad real del famoso piloto, el campeón de
los cielos de la Gran Guerra, con 80 victorias confirmadas. Fisuras que permiten observar en toda su dimensión a un individuo con bastantes facetas
inquietantes, antipáticas y desagradables. Ya hubo gente que lo percibió así en
su tiempo. “Es una suerte que esté muerto”, expresó con sincero alivio y sin
ambages el capitán Middleton, del 40 escuadrón de la RAF. Otro piloto fue más
directo: “Richthofen era una mierda”.
El retrato del Manfred von Richthofen real es el de un joven
(empezó su carrera de piloto de caza con 23 años y la acabó de la peor manera, a los 25). Militarista, arrogante, ambicioso y mucho más cruel
y despiadado de lo que su fama da a entender. Mucha testosterona, chulería, sed
de gloria, arrojo y técnica y muy poca humanidad o compasión. Para el Barón
Rojo, cuya ensangrentada imagen disolviendo el cielo en una granizada de
proyectiles era lo último que veían en su vida muchos rivales, volar
significaba una extensión de los placeres de la caza terrestre de animales, a
la que se entregaba desde niño con afición fanática. En el aire, se convirtió
con extremado deleite en un halcón implacable, la temible joya escarlata en la
percha de cetrería del Káiser.
Ni en informes ni cartas encontramos la sutileza,
la reflexión, la conmiseración, el hálito poético o la literatura, de los
grandes pilotos de guerra escritores como Salter, Richard Hillary –autor de El
último enemigo- o Saint Exupéry. "No tenía piedad por mis enemigos”, escribió el Barón Rojo. “Soy un cazador por naturaleza. Cuando he abatido a un inglés, mi pasión por la caza se calma por lo menos durante un cuarto de hora“. Es difícil conciliar ese frívolo comentario con la realidad de los aviadores aullando en sus desesperadas caídas mientras se consumen con antorchas en sus aeroplanos incendiados. Y añade el barón: “Los cazadores necesitan trofeos”. Así justificaba una de sus costumbres –aparte de matar gente- que más aversión puede producir: su obsesión por recoger o arrancar elementos de los aviones que abatía, las ametralladoras, palas de hélice y sobre todo los números de identificación pintados que arrancaba con fruición de rapaz como terribles souvenirs de sus victorias. Con ellos decoró una habitación en su casa familiar. Uno se pregunta cómo sentado allí entre esos espantosos recuerdos del destino fatal de tantos aviadores podía sentirse a gusto y no percibir el espectro de la muerte que también le rondaba a él. Cuando lo derribaron -convertido ya en leyenda-, en estremecedor remedo de su costumbre las manos ávidas de los soldados aliados arrancaron de su máquina voladora y de su cuerpo inerte innumerables recuerdos, incluidas las botas. Desde su primer derribo, además, Von Richthofen encargó a un joyero que le confeccionara copas de plata, una por cada enemigo abatido.
Se mostraba orgulloso de que le “petit rouge” o “le diable rouge”, como lo llamaban los franceses, causara temor. Hace correr el rumor (falso) de que los británicos han creado una unidad especial para cazarlo. Aboga por “la decisión y las agallas” y reclama para los alemanes el dominio del aire por su “natural espíritu ofensivo”. “No tenía piedad por mis enemigos”, escribió. Y es verdad que se cernía sobre los rivales tirando decididamente a matar, sin dejar de disparar un momento y contemplando luego desapasionadamente la caída mortal del aeroplano herido.
Contrario a lo que pudiese parecer,
Richthofen no era un piloto muy arriesgado. Una de las reglas que aprendió de
su mentor y que se esforzó por inculcar a sus hombres era que nunca debían
luchar una batalla que no pudiesen ganar. Era mejor alejarse cuando las
probabilidades estaban en contra y esperar un mejor momento. Tampoco era un
piloto excesivamente acrobático, como podría serlo su propio hermano Lothar,
también piloto, sino que buscaba la máxima eficiencia utilizando tácticas
probadas, como atacar siempre con el Sol por detrás y siempre con el apoyo de
cazas amigos. Eso sí, el Barón Rojo tenía muy buena puntería.
Desde que el 16 de septiembre de
1916 consiguiera su primera victoria confirmada y hasta finales de marzo del
año siguiente, Richthofen consiguió derribar a 31 aviones enemigos, lo que le
convirtió en el más exitoso de los pilotos alemanes y el premio que más
buscaba, el “Pour le Merité”, la más alta condecoración del ejército alemán. La
mayoría de dichas victorias las alcanzó volando su Albatros DII y el
Halberstadt DII. Luego, en lo que los aliados denominaron “abril sangriento”,
el Barón Rojo cosechó 22 victorias, incluidas 4 en un mismo día. En junio de
1917, fue nombrado comandante de un “Ala”, o grupo de 4 escuadrones, que pronto
fue bautizado como el “Circo Volador”, por su colorido y su constante traslado
entre los diferentes frentes a los que constantemente estaba siendo asignado.
Entonces el 6 de julio de 1917, el Barón
Rojo fue herido por una bala en la cabeza y apenas logró aterrizar su avión en
territorio amigo. La herida requirió varias operaciones para retirar restos de
metal del cráneo, pero tres semanas después, el audaz piloto se reintegró a su
Ala. Al principio sus superiores le prohibieron volar, temerosos de que su
piloto estrella aún no estuviera en condiciones y que su Herido potencial
derribo fuese utilizado como propaganda por el enemigo, aún así, las
necesidades de la guerra y la obstinación del As alemán no pudieron retenerlo
mucho tiempo en tierra. Sin embargo, para septiembre estaba claro que
Richthofen no estaba todavía en condiciones y el Alto Mando decidió retirarlo
del servicio activo durante unas semanas, tiempo que aprovechó para descansar
en casa, para escribir el borrador de una autobiografía y para participar en
actos oficiales, incluida una visita al Kaiser Wilhelm II. De vuelta en acción
a los mandos del nuevo Fokker DR I, el triplano más representativo del Barón
Rojo, prosiguió su carrera hacia el destino elevando su cuenta de víctimas
hasta 80 a fecha del 20 de abril de 1918.
El 21 de abril, Manfred von
Richthofen despegó en una nueva misión sobre los prados de Picardíe en el norte
de Francia, donde varios escuadrones de naves enemigas habían sido avistadas.
Durante la batalla, el Barón Rojo se fijó en un caza enemigo que parecía
titubeante, y no le faltaba razón pues se trataba del piloto canadiense Wilfrid
“Wop” May, recién integrado al escuadrón 209 de la Royal Air Force.
Desobedeciendo una de sus propias reglas Dog Fight, el As alemán persiguió a su
enemigo por debajo de la altura recomendada y, peor aún, tras las líneas
enemigas. Tampoco se dio cuenta de que otro piloto canadiense, el Capitán
Arthur “Roy” Brown, le había puesto a su vez en la mirilla. Lo que sucedió a
continuación ha quedado envuelto en un misterio que difícilmente podrá ser
desvelado en el futuro. Según la versión de Brown, él lanzó su Sopwith Camel en
picada para perseguir a Richthofen, quien tuvo que maniobrar para evitarlo
antes de continuar la persecución de May. Durante el enfrentamiento y, siempre
según la versión del canadiense, una de sus balas atravesó el tórax del alemán,
que perdió el control de su aparato y terminó estrellándose sobre los campos de
cultivo. El Barón Rojo había sido derribado por última vez.
No obstante, Brown no fue el único
que se adjudicó el crédito de haber vencido al más famoso de los ases alemanes.
Justo por debajo de la acción, operaba un batallón de infantería australiano
que, casualmente, usaba en sus ametralladoras el mismo calibre de bala que las
montadas en los aviones de la RAF, del .303. Según investigaciones
contemporáneas, el más probable causante de la muerte del Barón Rojo fue el
Sargento Cedric Popkin de la 24ª Compañía de Ametralladoras Australianas.
Popkin disparó dos ráfagas contra el triplano alemán, una de frente y la
segunda por la derecha, después de que Richthofen hubiese ofrecido su flanco en
la maniobra. Dada la naturaleza de las heridas, el sería el único capaz de
disparar el fatídico tiro. Aún así, y con la poca información con la que
contaba en un principio, la RAF adjudicó a Brown la victoria.
Sea quien fuese su verdugo, la
carrera del As Manfred von Richthofen había terminado, apenas unos meses antes
del final de la guerra. Su talento, carisma y, principalmente, su récord de
victorias, le convirtieron en una de las más famosas leyendas de la Primera
Guerra Mundial y su figura perdura un siglo después en la cultura popular.
Respetado y admirado por amigos y enemigos, El Barón Rojo tiene asegurado su
lugar en la historia.
Wolfram Freiherr Von Richthofen (1895 - 1945) |
Lo que es seguro es que Manfred habría sido presa fácil para el Ministerio de Propaganda. ¿Son estas suspicacias injustas con el gran aviador? Curiosamente el cine ya se ha mostrado bastante ambiguo con el Barón Rojo. Ninguna de las muchas películas sobre él –de la canónica The Red Baron and Brown (1971), con John Philip Law, hasta la reciente Der Rote Baron (2008), alemana, ofrecen un perfil tranquilizador. Se le suele mostrar como un aviador estupendo, noble y tal, pero con un lado oscuro y desagradable, una faceta que se traduce en un cierto nihilismo áspero que vuelve su figura incómoda y que es una forma narrativa de traducir la falta de empatía que provoca el personaje.
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