El Observatorio de Greenwich es el observatorio astronómico inglés más famoso y probablemente no solo de Inglaterra sino del mundo entero; más que por el alcance de sus instrumentos debe su fama al hecho de que el meridiano sobre el que se encuentra ha sido elegido como origen de las coordenadas de longitud.
El Observatorio Real de Greenwich se edificó sobre los cimientos de una torre construida por Humphrey de Gloucester, hermano de Enrique V. Con ladrillos usados, fierro y madera de una portería demolida de la Torre de Londres, se empezó a dar forma a este legendario sitio, que se construyó para perfeccionar la ciencia de la navegación usando observaciones astronómicas para encontrar la longitud geográfica (la posición en la dirección Este-Oeste) de los barcos en el mar. Muchos hombres de ciencia hicieron de Greenwich uno de los observatorios más importantes del planeta. Fundado por Carlos II el 4 de mayo de 1675 en una localidad no lejana de Londres, que se llama precisamente Greenwich, tuvo como primer director al famoso astrónomo John Flamsteed. En aquella época el principal trabajo del observatorio consistía en efectuar medidas astronómicas que sirvieran a los navegantes a resolver el problema de la determinación de la longitud en el mar. Más tarde fueron realizadas medidas de tiempo y en 1884 el meridiano que pasa por el observatorio fue elegido, por convención internacional, como el primero del mundo (longitud 0 grados). Dado que el día tiene 24 horas, la Tierra se divide en 24 husos horarios, cada uno de los cuales abarca 15 grados de longitud (es decir, un 24º del ancho total). Cada nuevo día comienza cuando es medianoche a lo largo de la línea internacional de cambio de fecha (que se encuentra a 180° del meridiano de Greenwich); se entra en el día de mañana si se va al Oeste y en el de ayer si se viaja al Este. Por cierto, esta línea imaginaria no es recta; zigzaguea cuando atraviesa algunos países con el fin de que éstos vivan en la misma fecha.
El Observatorio de Greenwich ha tenido como Astrónomos reales (directores) a conocidas figuras, comenzando con John Flamsteed, el primero en vivir y trabajar en el Observatorio y del cual su mayor labor ha sido la confección de un gran catálogo de estrellas y atlas: el Historia Coelestis Britannica (1725) y el Atlas Coelestis (1729). En un principio, al observatorio se le dio el nombre del primer astrónomo real (Observatorio Flamsteed) pero con el tiempo empezó a conocerse por el nombre del parque en el que se ubica y, enriquecido continuamente con la participación de reconocidos astrónomos y con los mejores instrumentos de cada época, fue adquiriendo prestigio internacional. Fue seguido en el puesto por otros reconocidos personajes, como Edmond Halley, quien calculó la órbita del famoso cometa que lleva su apellido y James Bradley, quien hizo importantes descubrimientos que permitieron más tarde determinar la velocidad de la luz, son sólo algunos de ellos.
En la década de 1950, debido a las malas condiciones de visibilidad, provocadas por las luces y humos de Londres,. En 1960, el viejo edificio del observatorio y las edificaciones restantes quedaron a cargo del Museo Marítimo Nacional, El Observatorio Real de Greenwich es desde 1997 patrimonio cultural de la humanidad por su importancia como testigo de innumerables avances de la física, la cartografía y la astronomía. Como museo, recuperó no sólo su esplendor, también muchos de sus instrumentos, que hoy son reliquias (incluidos los relojes de Harrison). Posee extensas galerías que guardan muchos de los secretos del tiempo, el espacio y de diversos fenómenos astronómicos; un planetario que permite disfrutar la belleza del cielo estelar y la Casa Flamsteed.
Después de la Segunda Guerra Mundial, a causa de las malas condiciones de visibilidad provocadas por los humos y las luces de la vecina capital, el observatorio, aun conservando su nombre original, fue trasladado al castillo de Herstmonceux, en Sussex, y años más tarde a la Universidad de Cambridge, también en Inglaterra. Más tarde, en 1960, el observatorio original fue abierto al público como parte del National Maritime Museum. Nombrado en 1997 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y en 1998, al cerrarse el observatorio de Cambridge, el viejo Observatorio Real de Greenwich recuperó su nombre y su tradición, convertido en museo.
Localizado a poco tiempo de viaje del centro de Londres, sin duda se trata de uno de los observatorios astronómicos más famosos y emblemáticos del mundo, sede del primer meridiano y punto de inicio de los husos horarios mundiales.
La visita al observatorio comienza con una ligera caminata cuesta arriba desde un gran parque hasta la entrada, donde podrá verse la primera atracción astronómica: un reloj de 1852 el cual fue el primero en mostrar la hora GMT (Greenwich Mean Time) al público, con la curiosidad de ser un reloj que enseña las 24 horas en su gran dial. Debajo del mismo aparecen varias medidas de longitud imperiales, incluyendo la yarda, el pié y la pulgada. En el edificio del Observatorio Real de Greenwich hay una franja delineada sobre el piso de cemento, que señala la línea imaginaria que va de un polo a otro de la Tierra y marca el primer meridiano. Uno puede pararse sobre de esta línea y encontrarse al mismo tiempo en el Este y el Oeste.
Antes de entrar al predio del observatorio, y ya desde lejos, puede verse sobre la llamada Casa de Flamsteed (Flamsteed House) la famosa "bola del tiempo" (Time-Ball), una esfera de llamativo color rojo que cada día desde 1833 marca la 1 del mediodía, siendo la primer señal de tiempo transmitida desde el Observatorio. El procedimiento es el siguiente: a las 12:55 la esfera es elevada hasta la mitad del recorrido. A las 12:58 es elevada hasta su máxima altura (para que los capitanes de los barcos estén preparados), y es dejada caer exactamente a las 13:00. De esta forma los cronómetros marinos eran ajustados gracias a las mediciones de tiempo en Greenwich.
La principal muestra se encuentra en la Casa de Flamsteed, donde en dos niveles se podrán ver salas, instrumentos astronómicos, relojes y textos históricos. Como es de esperar la muestra se centra en la medición del tiempo y las observaciones astronómicas.
Muchas de las investigaciones que allí se realizaban iban encaminadas a usar la astronomía para ayudar a los navegantes a determinar la longitud geográfica de un barco en el mar.
Para no perderse en el mar, los navegantes necesitan conocer las coordenadas de latitud y longitud del lugar donde se encuentra su barco. Desde hace siglos, la latitud ha podido calcularse mediante la duración del día, la altitud del Sol o la posición de ciertas estrellas por encima del horizonte.
El problema de la longitud ha sido un desafío científico y técnico clave para el éxito del comercio y la exploración, y Greenwich ha sido un protagonista del asunto. En el mar es posible determinar la hora local realizando observaciones astronómicas, ya sea del Sol o de las estrellas, pero se requiere saber la hora en otro punto, uno en donde la longitud es conocida, para calcular la longitud del navío.
En 1492, Cristóbal Colón siguió un camino recto para atravesar el Atlántico “navegando por el paralelo” (es decir, manteniendo la misma latitud todo el tiempo) y seguramente con este método habría llegado a las Indias si no se hubiera topado antes con lo que hoy conocemos como América. Pero si bien determinar la latitud es relativamente fácil, calcular la longitud no lo es. Para averiguar la longitud en el mar hay que saber qué hora es en el barco (lo cual se consigue observando la posición del Sol) y al mismo tiempo qué hora es en el puerto de base u otro lugar de longitud conocida. La diferencia de hora se puede convertir directamente en separación geográfica: dado que la Tierra tarda 24 horas en efectuar una revolución completa de 360 grados, una hora de diferencia entre dos lugares equivale a 15º de diferencia en longitud (360/24 = 15).
Incluso en la época de los relojes de péndulo, inventados en el siglo XVII, en un barco resultaba imposible saber qué hora era en otro lugar. En el puente de un barco en movimiento, los relojes se atrasaban, se adelantaban o se paraban. Con los cambios normales de temperatura que se producían al trasladarse de una región a otra, el aceite lubricante de los relojes se hacía algunas veces más fluido, otras más espeso y los elementos metálicos se dilataban o contraían, con consecuencias desastrosas para la medición del tiempo. Un ascenso o descenso de la presión barométrica, o las sutiles variaciones de la gravedad terrestre entre una latitud y otra, podían también contribuir a que un reloj se atrasara o se adelantara. Puesto que no existía un método práctico para determinar la longitud, los navegantes podían perderse en el mar aunque contaran con los mejores mapas y brújulas de que se disponía.
Desde Vasco de Gama hasta Vasco Núñez de Balboa, desde Fernando de Magallanes hasta Sir Francis Drake, hacerse a la mar era una aventura en la cual podía perderse la vida y cuyo éxito se atribuía a la buena suerte o a la gracia de Dios. Cuando aumentó el número de barcos que se hacían a la mar para conquistar o explorar nuevos territorios, librar guerras o transportar mercancías, se hizo cada vez más urgente contar con métodos precisos que ayudaran a la navegación. Hubo innumerables tragedias provocadas por errores en el cálculo de la longitud, entre ellas la pérdida de una flota británica compuesta por cinco barcos que regresaba victoriosa a Inglaterra desde Gibraltar, tras las batallas con las tropas francesas del Mediterráneo. Un error en el cálculo de su posición hizo que, en la noche del 22 de octubre de 1707, la flota se estrellara contra las Sorlingas, minúsculas islas ubicadas a unos 30 kilómetros del extremo sur occidental de Inglaterra. En el naufragio murieron 2 000 marinos y se perdieron cuatro de los cinco buques.
Las naciones europeas llevaban siglos buscando la solución al problema de la longitud. Diversos navegantes, entre ellos James Cook, habían realizado largas travesías de exploración y experimentación probando los métodos más prometedores, y aunque lograban llegar a sus destinos, ninguno de estos navegantes pudo determinar con precisión la longitud. También algunos astrónomos —entre ellos Galileo Galilei, Jean Dominique Cassini, Christiaan Huygens, Isaac Newton y Edmond Halley— se enfrentaron al desafío de la longitud (con la ayuda de la Luna y las estrellas). Mientras estudiaban los métodos para establecer la longitud, algunos de estos astrónomos efectuaron importantes descubrimientos; entre ellos, los primeros cálculos exactos del peso de la Tierra, la distancia a las estrellas y la velocidad de la luz.
Con el paso del tiempo, y como el problema no se resolvía, los gobiernos de las grandes potencias marítimas —España, los Países Bajos y ciertas ciudades-estado italianas— empezaron a ofrecer premios a quien diera con un método viable. En 1714 el parlamento británico estableció un panel integrado por los más reconocidos astrónomos —casi todos relacionados con el Observatorio Real de Greenwich— que se llamó Consejo de la Longitud, y ofreció una recompensa de 20.000 libras (equivalentes a dos millones de libras esterlinas de hoy) a quien presentara una solución práctica y la probara a la satisfacción del consejo. Pasaron casi 60 años y se presentaron las más descabelladas propuestas antes de que el premio fuera reclamado no por un astrónomo, sino por un relojero de Yorkshire llamado John Harrison.
En 1735, después de años de trabajo, Harrison presentó su primer reloj (el H1) ante la mirada escéptica de los astrónomos del Consejo de la Longitud, y un año después lo probó en un viaje a Lisboa. En el trayecto, el H1 llevó la hora suficientemente bien como para lograr corregir la posición del barco en el camino de vuelta, lo que dio a Harrison gran prestigio y apoyo económico para mejorar su diseño. Entre 1737 y 1740 Harrison construyó el H2 con el único fin de recaudar dinero para construir un tercer cronómetro. El H3 poseía algunas innovaciones que le sirvieron sobre todo para el diseño completamente innovador que presentó su H4.
El reloj H1 de Harrison |
El 18 de noviembre de 1761 William, el hijo de Harrison, partió hacia América con el H4. El 19 de enero de 1762 llegó a Jamaica, donde comprobó que el instrumento sólo se había desviado 5.1 segundos. Dos años después, William viajó hacia las islas Barbados. El H4 presentó un error de sólo 39.2 segundos en un viaje de 47 días, lo que constituía una precisión tres veces superior a la requerida para ganar el premio. Sin embargo, el Consejo de la Longitud asumió la hazaña como fruto de la casualidad y consideró que Harrison no sería merecedor del premio hasta que otros relojes del mismo tipo superaran también la prueba. Después de diversas audiencias y reuniones entre Harrison, su hijo y los expertos, el Consejo accedió a adelantarle 10 000 libras siempre y cuando aquél explicara el mecanismo del reloj y dejara el H4 en el Observatorio Real de Greenwich, en manos del Astrónomo Real, quien defendía su propio método para calcular la longitud, basado en observaciones de la Luna.
Después de la construcción de más relojes, la realización de más travesías y acaloradas defensas, a los 79 años de edad, Harrison apeló al rey Jorge III, quien en 1772 probó personalmente la efectividad del H4. Sin embargo, el Consejo de la Longitud le siguió negando el premio; sería el Parlamento Británico quien, un año después, le otorgaría a Harrison las 8 750 libras que quedaban por cobrar (el Consejo le había adelantado cientos de libras para la fabricación de los relojes), y lo reconocería como la persona que finalmente había resuelto el problema de la longitud.
Harrison murió tres años después, el 24 de marzo de 1776, en su casa de Londres, el día de su cumpleaños número 84. Todos sus relojes se encuentran en el Real Observatorio de Greenwich, en la Galería que hoy lleva su nombre y que muestra un buen pedazo de esta historia.
John Harrison era, sin duda, un genio de la mecánica, pero también un hombre que creía firmemente en su trabajo. Fue pionero de la ciencia de la medición del tiempo utilizando aparatos portátiles e inventó un cronómetro marino que llevaba la hora exacta desde el puerto de origen hasta cualquier rincón del planeta. Pero sobre todo, John Harrison es un ejemplo de tenacidad. Sin educación tradicional, Harrison dedicó su vida a la construcción de una serie de relojes prácticamente libres de fricción, que no necesitaban lubricante ni limpieza, con materiales indemnes a la herrumbre y elementos móviles equilibrados entre sí, cuyo movimiento no se alteraba por mucho que se moviera un barco. Prescindió del péndulo y combinó diversos metales en la maquinaria, de modo que cuando una de las partes se dilataba o se contraía con los cambios de temperatura, las demás contrarrestaban el cambio manteniendo constante la marcha del reloj.
El prestigio del Observatorio Real de Greenwich se acentuó en 1884, año en el cual un grupo de 41 delegados de 25 naciones se reunió en Washington, D. C., para elegir el meridiano principal, es decir, el “cero” de la longitud geográfica. El grupo eligió el meridiano de Greenwich con 22 votos a favor, uno en contra y dos abstenciones. Las razones fueron varias, pero quizás las de mayor peso fueron la tradición e importancia de Greenwich en la resolución del problema de la longitud en el mar; el que los Estados Unidos hubieran escogido antes a Greenwich como base para su propio sistema de zonas, y que en ese momento 72% del comercio mundial dependiera de las cartas marítimas que ya usaban a Greenwich como primer meridiano. A este primer meridiano, o Meridiano Principal Universal, se le asigna la longitud 0 grados, 0 minutos, 0 segundos. El meridiano que pasa por el viejo Observatorio Real de Greenwich sirve como referencia para determinar las longitudes Este y Oeste y las zonas horarias.
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