En el año 2012, la Iglesia Católica conmemoró en la ciudad de Trujillo (Honduras) el 500 aniversario de la primera misa celebrada en tierra firme en el continente americano. En lo que representó su cuarto y último viaje, Cristóbal Colón llegó a tierras hondureñas el 30 de julio de 1502, justamente a la isla de Guanaja, a la que llamó Isla de los Pinos por estar cubierto sus bosques de esos árboles. Adentrándose a tierra firme, esta expedición llegó el domingo 14 de agosto de ese año a punta de Caxinas, hoy Punta de Castilla, mientras su hermano Bartolomé Colón desembarcó en Trujillo. Fue aquí donde el español fray Alejandro celebró la primera misa en tierra americana. Sin embargo, la primera misa en América fue oficiada con la presencia de Colón el 6 de enero de 1494 en Puerto Plata, en la República Dominicana.
La ceremonia, realizada al aire libre en la playa, la ofició el arzobispo de Santo Domingo y primado de América, cardenal Nicolás López, en representación del Vaticano. Dijo López en la homilía:
"Esta es una hermosa celebración en que el Papa (Juan Pablo II) muestra su admiración y satisfacción por la fe sostenida de nuestros pueblos de América Latina, a pesar de nuestras dificultades inocultables en el campo social, político y económico -y aún internas en la propia Iglesia- y no ha dudado en proclamar al mundo que somos el continente de la esperanza o de los grandes desafíos. El Papa está interesado en los pobres de esta tierra, los más necesitados y marginados, que son objeto de su mayor atención y para los que quiere y pide un futuro digno, especialmente los indígenas de Honduras"
Dirigiéndose a más de 1.000 indígenas que participaron en la misa, López afirmó:
"Ustedes son amados especialmente por Dios, que está en los cielos, y por Cristo, nuestro salvador".
La evangelización de América
No se puede volver a los ojos a los orígenes de América sin tropezar con el pergamino de las Bulas Pontificias promulgadas por Alejandro VI, por las que aquel Papa donaba las tierras descubiertas y por descubrir, al tiempo que las demarcaba con precisión. Es que tras la noticia del Descubrimiento, los Reyes Católicos se habían dirigido al Papa con el objeto de plantearle sus dudas morales acerca de sus derechos para ejercer soberanía sobre las tierras recién descubiertas. En carta al Papa le habían solicitado la concesión de dicha soberanía dándole un motivo esencial que el Papa haría suyo como razón principal de dicha donación, a saber, la tarea de la evangelización de las tierras descubiertas y por descubrir.
Este grabado alusivo a la Conquista y Evangelización de América por España es una de las imágenes más sugestivas que adornan el libro Rhetorica Christiana, publicado en 1579. |
En la "Inter Caetera", del 4 de mayo de 1493, señala el Papa que los dos caracteres propios de la gran empresa son: ante todo, la continuidad natural con la cruzada de la Reconquista española concluida con la toma de Granada y de la cual Colón había sido testigo; además el carácter misional que asume la persona del Almirante. Dice el Papa:
"no dudo en concederos... aquello con lo cual podáis, con ánimo cada día más fervoroso, proseguir tal propósito... para honra del mismo Dios y extensión del imperio Cristiano".
Respecto del Descubridor,
"destinareis al caro hijo Cristóbal Colón varón por todos conceptos merecedor y el más recomendable y apto para tamaña empresa para que buscara cuidadosamente, por el mar donde hasta ahora no se había navegado, tierras firmes e islas remotas y desconocidas”.
Como se ve, tanto el espíritu de la reconquista de España para Cristo como la misionalidad de Colón, conllevan el mandato de la evangelización, a la que los Reyes Católicos están obligados Precisamente en cuanto católicos; por eso les dice que
"tratéis de proseguir y asumir, en todo y por todo, semejante empresa, con ánimo impulsado por la fe ortodoxa, como a que queráis y debáis conducir a los pueblos que habitan tales islas y tierras a recibir la religión cristiana".
España poseía a principios del siglo XVI aún el llamado espíritu de Reconquista para combatir a los infieles y la creencia en un plan divino para llevar el evangelio, la verdadera fe y la civilización a todos los rincones de la tierra, según las enseñanzas de Jesucristo, justificación ideológica adecuada para las acciones del primer imperio capitalista de la historia de la humanidad.
Todo conquistador trata de justificar su conquista para esconder o aminorar la explotación y desmanes que ejercen sobre los pueblos conquistados. Y para esto, la justificación más socorrida, es que se trata de gentes inferiores, cuyas costumbres y pensamiento, son sometidos a una crítica implacable a la par que inconsistente desde un punto de vista ético y científico.
Esto, desde muy antiguo. Ya Aristóteles en su conocido y célebre libro Política, habla de pueblos bárbaros, de pueblos esclavos por naturaleza, cuyo destino no es otro que el de ser conquistados y esclavizados para que trabajen y sirvan a los griegos, derecho justo dada su superioridad racial. Y esta tesis se difunde grandemente y sirve para la expansión de Roma.
De larga vida la tal tesis, llega a América con la espada de los conquistadores y la cruz de los misioneros. Y aquí, en algunos casos, se radicaliza hasta el extremo de sostener que los indios americanos carecen de alma y no pertenecen a la especie humana. El Papa, para no amenguar la labor evangelizadora, tiene que intervenir y decir que sí tienen alma y que, por tanto, son hombres. Pablo III, en su bula Sublimis Deus –1537– tiene que declarar esto:
"Nos, que aunque indignos, ejercemos en la tierra el poder de Nuestro Señor… consideramos sin embargo que los indios son verdaderos hombres y que no solo son capaces de entender la fe católica, sino que, de acuerdo con nuestras informaciones, se hallan deseosos de recibirla".
La bula papal es urgente e imprescindible, porque es obvio que si los indios no pertenecen a la especie humana, la evangelización de sus pueblos no tiene sentido. Si para ellos no existe otra vida después de la muerte por carecer de alma, ¿para qué el esfuerzo de su cristianización?
Empero, la singular bula papal, es quizás más imperiosa y necesaria para la monarquía española. Para sus reyes es un importante instrumento de conquista, pues una religión que predica la resignación y el sometimiento, resulta un arma formidable para imponer el dominio y consolidar la colonización. Es el cuchillo pontificio de que nos habla nuestro obispo Gaspar de Villarroel. Por tanto, hay que imponer el catolicismo a cualquier costo, para lo cual es forzoso arrasar las religiones indígenas, como efectivamente sucede. Una cohorte de clérigos, destruyendo todo lo que para ellos significa idolatría, se desplaza por todos los rincones del nuevo continente para cumplir tan sagrado oficio. Un Diego de Landa, por ejemplo, se destaca en el cumplimiento de este cometido por las tierras mayas.
Tan fundamental es la implantación de la religión católica, que muchos juristas y teólogos, la consideran como justa causa para la conquista.
Pero si bien la bula aludida saca de la animalidad al indígena, no por eso se libra de la inferioridad, calidad indispensable para justificar la conquista. Así el dominico Francisco de Vitoria, uno de los que sostienen que es justa causa de guerra la oposición de los bárbaros a la propagación del Evangelio, dice esto sobre los indios:
"Esos bárbaros, aunque, como se ha dicho, no sean del todo incapaces, distan, sin embargo, tan poco de los retrasados mentales que parece no son idóneos para constituir y administrar una república legítima dentro de los límites humanos y políticos. Por lo cual no tienen leyes adecuadas, ni magistrados, ni siquiera son suficientemente capaces para gobernar la familia. Hasta carecen de ciencias y artes, no sólo liberales sino también mecánicas, y de una agricultura diligente, de artesanías y de otras muchas comodidades que son hasta necesarias para la vida humana."
Más radical y menos dubitativo es el famoso fray Ginés de Sepúlveda. En su Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios no se cansa de buscar motivos para justificar el sometimiento de los indígenas americanos, para lo cual acumula sobre ellos, junto con la consabida falta de razón, una serie de vicios y defectos. Y para su condena a los que llama hombrecillos con apenas vestigios de humanidad se basa, no sólo en Aristóteles, sino en San Agustín, Santo Tomás de Aquino y algunos pasajes bíblicos:
"Con perfecto derecho los españoles ejercen su dominio sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio y todo género de virtudes y humanos sentimientos son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, las mujeres a los varones, como gentes crueles e inhumanos a muy mansos, exageradamente intemperantes a continentes y moderados, finalmente, estoy por decir cuánto los monos a los hombres"
La justa guerra es causa de la justa esclavitud, la cual contraída por el derecho de gentes, lleva consigo la pérdida de la libertad y de los bienes.
Con estas tesis se enfrenta en 1550-1551 en la Junta de Valladolid a fray Bartolomé de las Casas, alto representante de las ideas democráticas españolas, encerradas por desgracia en esa época en los débiles círculos erasmistas, que para no ser reprimidos por la Inquisición expresan su pensamiento con extrema cautela. Su combate se fundamenta, principalmente, en el cristianismo primitivo. Y llega lejos. Al final de su vida llega a plantear que se devuelvan a los indios "los bienes robados y que los españoles abandonaran las colonias".
A Sepúlveda le sonríe la buena suerte. Los conquistadores del Cabildo de México, agradecidos, le regalan doscientos pesos de oro en minas. Gran negociante llega a formar una inmensa fortuna que hasta le permite fundar un mayorazgo.
También un obispo franciscano, Francisco Ruiz, piensa que el indio
"aunque es gente maliciosa para concebir ruindad en daño de los cristianos, no es gente capaz ni de juicio natural para recibir la fe ni las otras virtudes de crianza necesarias a su conversión".
Otro religioso, Betanzos –conocido enemigo de Las Casas–, propone que los indios sean repartidos preferentemente en las encomiendas, y hasta se da tiempo para viajar a Roma, a fin de conseguir de la Santa Sede una declaración que diga que los indígenas "eran incapaces de la fe, lo cual justificaría su total sometimiento al español americano". Más aún: presenta un memorial al Consejo de Indias donde dice "que los indios eran bestias, que habían pecado, que Dios los había condenado, y que debían perecer todos". De estas últimas expresiones se retracta ante notario en su lecho de muerte, retractación que para el escritor Juan Friede, no es sino una póliza cómoda y barata, habitual en esa época para no ser condenados en el juicio final. Y finalmente, para que no falte una afirmación bastante cómica, es de anotar que el jesuita Paleotti, en voluminoso libro continente de sus sermones, afirma también que los indios están eternamente condenados por ¡descender del diablo y de una hija de Noé!
Otro religioso, el dominico Tomás Ortiz, envía al Consejo de Indias una larguísima diatriba contra los indios caribes, donde constan los párrafos que siguen:
"Los hombres de tierra firme de Indias comen carne humana, y son sodomíticos más que ninguna otra generación. Ninguna justicia hay entre ellos, andan desnudos, no tienen amor ni vergüenza, son como asnos, abobados, alocados, insensatos; no tienen en nada matarse ni matar….
Cuando más crecen se hacen peores; hasta los diez o doce años parecen que han de salir con alguna crianza; pero de allí en adelante se vuelven como brutos animales; en fin, digo que nunca crió Dios tan cocida gente en vicios y bestialidades, sin mezcla debondad o cortesía.
Además, no son capaces de doctrina, sus juicios son bajos y apocados, no tienen arte ni maña de hombres, no quieren mudar de costumbres ni de dioses, son cobardes como liebres, sucios como puercos, crueles, ladrones, mentirosos, haraganes, hechiceros, micrománticos y numerosos defectos y vicios más. Hasta se anota que no tienen barba… En fin, un verdadero padrón de deficiencias y perversiones."
Y todo esto, con una finalidad concreta: demostrar la inferioridad del indio y conseguir su esclavización como lógica consecuencia. Y por desgracia, el Consejo de Indias y el emperador, dan oídos a la cruel petición y esos indios son convertidos en esclavos. Sólo después de algunos años es derogada esa disposición.
También algunos cronistas defienden la tesis de la inferioridad del indio y el tácito derecho de conquista. Para esto acumulan e inventan taras, describen cuadros sombríos sobre su vida y ponen en duda su capacidad para ser libres. Sin comprender, o comprendiendo –que es peor– el grado de desarrollo de algunos pueblos de este continente, sus religiones son consideradas idolátricas y, por tanto, indignas de subsistir; varias costumbres son calificadas de pecaminosas e intolerables, sus formas de gobierno son dura e injustamente criticadas. El caso más frecuente es el que se refiere a las distintas formas de matrimonio aquí existentes, formas por las que han atravesado todos los pueblos hasta llegar a la monogamia, son perseguidas sin tregua por constituir pecado.
Uno de estos cronistas, Fernández de Oviedo, sirve de fuente a Sepúlveda para su demostración de la inferioridad del indio. El cronista, en su "Historia General y Natural de Indias", dice que son ociosos, mentirosos, crueles, inhumanos, sodomitas, de frágil memoria, inclinados al mal y con toda clase de vicios. Agrega que nada se puede esperar de ellos, porque tienen un cráneo tan grueso y duro que las espadas de los conquistadores se rompen cuando llegan a ellos…
Desde luego, así como hay sacerdotes que defienden a los indios, también hay cronistas que resaltan sus valores y condenan la violencia de los conquistadores. Cieza de León por ejemplo, si bien señala costumbres que son nocivas según su criterio, tiene el mérito de admirar el gobierno de los incas y mostrar sus adelantos, y, sobre todo, el mérito de dolerse por la destrucción de tantos "reinos" americanos y de condenar varias crueldades de los españoles. Es de citar así mismo al cronista jesuita José de Acosta. Dejando a un lado sus continuas referencias a la intervención del demonio en la vida indígena, se distingue por rebatir la tesis de inferioridad racial. En su "Historia natural y moral de las Indias" dice que uno de los fines para escribir sobre las costumbres y gobierno de los indios, es
"deshacer la falsa opinión que comúnmente se tiene de ellos, como de gente bruta, y bestial y sin entendimiento o tan corto que apenas merece ese nombre. A este engaño se sigue hacerles muchos y muy notables agravios, sirviéndose de ellos poco menos que de animales y despreciando cualquier género de respeto que se les tenga"
Por desgracia, la falsa teoría de la inferioridad inventada para justificar la conquista como tenemos dicho, una vez terminada ésta y consolidada la colonia, se transforma en instrumento y justificación de la explotación, porque según su lógica, el inferior es apto sólo para la servidumbre y está condenado a servir al amo, al superior.
Y así, la explotación se prolonga largamente. De la colonia pasa a la república y perdura hasta nuestros días. Y por fuerza, junto a la explotación, subsiste la teoría de la inferioridad, que unas veces se manifiesta en forma solapada y en otras con todo descaro.
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