El 17 de abril de 1961, tres mil cubanos participaron en el esfuerzo mejor conocido por parte de Estados Unidos por derrocar al gobernante cubano Fidel Castro: la invasión de Bahía de Cochinos.
En 1961 la Revolución Cubana tenía apenas dos años. Pero en ese tiempo se habían generado suficientes problemas con su vecino demasiado cercano y demasiado poderoso, los Estados Unidos, como para que las relaciones diplomáticas normales pudieran mantenerse.
La nacionalización de intereses norteamericanos en Cuba más las medidas de presión política y de expropiación económica llevaron primero al cese de los contratos azucareros -una fuente de ingresos fundamental para la isla- y luego de la provisión de petróleo. Por fin, en enero de 1961, el presidente Dwight Eisenhower rompió los vínculos con el gobierno revolucionario. Fidel Castro comenzó a acercarse más y más a la Unión Soviética, de la que su país acabaría siendo un satélite.
Un aliado de Moscú a 90 millas de la costa era un problema muy difícil en los momentos más agudos de la Guerra Fría. Desde marzo de 1960 Eisenhower había delegado en manos de la Central de Inteligencia (CIA) la búsqueda de una solución al problema. Bajo la dirección de Allan Dulles, el organismo comenzó a desarrollar la Operación Pluto. El segundo de Dulles, Ricard Bissell Jr., reclutó a cubanos anticastristas para una invasión, según los documentos desclasificados en 1998. El entrenamiento comenzó en Guatemala y Nicaragua.
En esos entrenamientos murió Carlos Rafael Santana Estévez, el combatiente número 2506. Su número dio nombre a la Brigada.
Mientras el plan avanzaba, Eisenhower dejaba la Casa Blanca y John Fitzgerald Kennedy lo sucedía. Kennedy deseaba ante todo que la intervención estadounidense se redujera al mínimo imprescindible y que permaneciera en secreto. Por este motivo, desestimó el desembarco en la bahía de Trinidad, propuesto por los jefes militares en un primer borrador del plan, por ser un lugar demasiado vistoso. Como alternativa, la CIA eligió la zona de Cuba denominada bahía de Cochinos. Con todo, el presidente sigue posponiendo la fecha y discutiendo los detalles, tanto más cuanto que algunos de sus más estrechos colaboradores, como Schlesinger y Rusk, se muestran claramente contrarios al plan.
Conforme transcurre el tiempo, la impaciencia de Richard Bissell, el hombre clave del proyecto, va en aumento, hasta que acaba por poner a Kennedy contra las cuerdas:
No puede dejar para mañana este asunto. Puede cancelarlo, en cuyo caso se plantea otro problema. ¿Qué hacemos con los mil quinientos hombres? ¿Los soltamos en Central Park a que se desmadren, o qué?
Este era el principal problema que había heredado Kennedy: una brigada de cubanos en el exilio que llevaba meses siendo entrenada por miembros de la CIA en campos secretos de Guatemala y que estaba impaciente por entrar en acción. Es posible que la existencia de esta brigada, así como dar a la opinión pública una sensación de debilidad al no llevar adelante un plan aprobado ya por Eisenhower, fueran los dos factores que lo forzaron en el último extremo a no anular el proyecto.
Antes de aprobar definitivamente el plan, Kennedy insiste en que no habrá, en ningún caso, participación abierta de las fuerzas armadas de Estados Unidos. Será, en último extremo, esta decisión la que conduzca a la peor derrota de la carrera política del presidente, pero cabe pensar que de haber actuado de otro modo el desastre podría haber sido aún mayor, al verse obligado Estados Unidos a una intervención abierta en Cuba, que lo hubiera colocado en una delicada posición ante Moscú y ante toda la opinión pública mundial. En una conferencia de prensa celebrada el 12 de abril de 1961, pocos días antes del desembarco, la postura de Kennedy no ofrece lugar a dudas:
"No habrá, bajo ningún pretexto, ninguna clase de intervención en Cuba por parte de las fuerzas armadas de Estados Unidos, y este gobierno hará cuanto esté en su mano, y me parece que está en condiciones de hacer frente a sus responsabilidades, para asegurarse de que no se mezclen ciudadanos americanos en acciones desarrolladas en territorio de Cuba... el problema básico no es un feudo entre Estados Unidos y Cuba, sino entre los propios cubanos. Y me propongo atenerme a este principio... la actitud al respecto de mi Administración es compartida y entendida así por los exiliados anticastristas que hay e nuestro suelo".
Finalmente, el 15 de abril por la mañana comienza la operación. Una flotilla de viejos aparatos B-26 despega de Nicaragua rumbo a Cuba con el objetivo de destruir los aviones de Castro en el suelo. Las precauciones tomadas para encubrir el apoyo estadounidense a la acción, la inexperiencia de los pilotos cubanos y las deficiencias de los aviones conducen al fracaso de esta primera intervención en la isla: de los cincuenta y cinco aparatos de la fuerza aérea cubana sólo han sido destruidos seis. Para dar verosimilitud a la idea de que se trata de una rebelión de pilotos anticastristas, uno de ellos aterriza en Florida con el fuselaje agujerado a balazos. Su piloto se presentó como auténtico rebelde cubano y pidió asilo político.
Adlai Stevenson niega enérgicamente ante las Naciones Unidas cualquier intervención de su país, pero la prensa no tarda en descubrir que el supuesto disidente es en realidad un exiliado en Miami. Los periodistas descubrieron que el avión era, en realidad, uno norteamericano al que le habían pintado los colores cubanos; que los agujeros de bala no eran de armas antiaéreas sino de pistola calibre 9 milímetros, que todo era una estafa y que el piloto era un impostor.
El escándalo está servido. En todos los países se alzan voces en contra de la acción y las protestas internacionales llegan a Estados Unidos por vía diplomática y a través de los medios de comunicación social. Los consejeros del presidente le presionan para que cancele el segundo ataque aéreo, previsto para la madrugada del lunes. Visto el alcance internacional del asunto, Kennedy decide que ese segundo ataque aéreo no tenga lugar. Se confía en que el primero haya sido suficiente, sin conocer todavía sus resultados. En estas condiciones, los reactores T-33 de Fidel Castro prácticamente intactos, comienza el desembarco a primeras horas de la madrugada del 17 de abril de 1961. Los 1.400 exiliados cubanos desembarcaron de cuatro buques en Bahía de Cochinos, una zona cenagosa que Castro conocía bastante mejor que ellos de los tiempos de la lucha guerrillera. Debían bajar tanques y municiones, cavar trincheras y establecer contacto con las fuerzas locales que los esperaban.
Sin embargo, se demoraron. Las condiciones geográficas eran más difíciles de lo que esperaban. Castro estaba al tanto de la invasión por una comunicación cifrada desde Guatemala, que el periodista argentino Rodolfo Walsh -que se hallaba en Cuba como cofundador de la agencia oficial Prensa Latina- había interceptado y desentrañado. Desde una semana antes, el gobierno hacía detenciones masivas de opositores.
Castro movilizó a 20.000 hombres, muchos de ellos ciudadanos sin formación militar, que asumieron un compromiso personal en el combate. El día anterior, en el entierro de siete cubanos muertos por el ataque aéreo, había confesado su credo político. "Lo que el imperialismo no puede perdonarnos es que hayamos hecho una revolución socialista bajo las narices de los Estados Unidos". Más importante aún: había convertido el acto en una arenga patriótica. "¡Y defenderemos con estos rifles esta revolución socialista!", había dicho. Eran los primeros tiempos de un movimiento político que había puesto fin a la dictadura de Fulgencio Batista.
Kennedy, mientras tanto, decidía que no habría más apoyo a los exiliados para un ataque que implicara una mayor exposición del país. Ya los bombardeos y la muerte de cuatro pilotos estadounidenses le parecieron costos públicos demasiado altos.
Fidel Castro estaba en su casa cuando un oficial del Ministerio de Defensa cubano le dio la noticia: 1.400 hombres habían desembarcado en Bahía de Cochinos.
No manifestó asombro. En Miami la prensa había cubierto los pasos de José Miró Cardona, dirigente de los exiliados en los Estados Unidos que se había proclamado líder del Frente Unidos Revolucionario que tomaría provisoriamente el poder luego de una invasión. Aunque el gobierno de Kennedy intentó que las operaciones se mantuvieran en la mayor discreción, las radios y los diarios trataban el caso en episodios.
Los mil cuatrocientos exiliados cubanos que componen la brigada 2506, aprovechando la ventaja táctica de la sorpresa, combaten con habilidad contra los veinte mil soldados de Castro que cercan enseguida el lugar y, por un momento, parece que podrán alcanzar la victoria. La derrota no se perfila hasta que los hombres de la 2506 se quedan sin municiones. La causa es que el carguero Río Escondido, que llevaba municiones para diez días de combates, fue hundido por la fuerza aérea castrista, y los otros tres barcos de apoyo, el Houston, el Atlántico y el Caribe, tampoco llegan al lugar por motivos diversos. La falta de municiones hace que la situación en bahía de Cochinos empeore rápidamente. La brigada 2506 está a punto de ser rechazada hacia el mar por las tropas castristas. Mientras los sitiados en la playa claman pidiendo municiones, en la Casa Blanca se celebra una reunión de urgencia. Los dirigentes de la CIA y los jefes del Alto Estado Mayor conjunto presionan a Kennedy para que olvide sus promesas de no intervención y acuda en ayuda de la brigada de exiliados cubanos. El almirante Burke indica que se debe dar la orden de que los destructores de la fuerza naval estadounidense bombardeen las posiciones castristas. El presidente, que no ha querido asistir a la reunión del Congreso celebrada aquella tarde, porque no estaba de humor, lo replica secamente: "¡Burke, no quiero que Estados Unidos se vea envuelto en esto!". A lo que Burke aduce a grandes voces:"¡Diablos, señor presidente, estamos implicados!" El ambiente se puede cortar. Bobby, que se ha mantenido en silencio, va musitando en voz baja: "Tenemos que hacer algo, tenemos que hacer algo". Después de dos días de combate, la Casa Blanca acepta enviar seis cazas del portaaviones Essex para apoyar a los B-26 de la CIA piloteados por cubanos, que intentarán torcer el destino. Pero un increíble error lo desbarata todo. Los aviones del Essex llegan a cielo abierto a las cuatro de la mañana, hora de Miami. No encuentran a nadie. Los B-26, con la hora de Managua en sus relojes, llegan una hora después.
B26 de la los anticastristas en Miami |
Se piensa entonces en una alternativa que ya había sido barajada cuando se planteaba el desembarco. El primero en sugerirla es el general Lyman Lemnitzer, quien considera que ha llegado la hora de la "opción guerrillera": que los miembros de la 2506 abandonen el ataque se unan a los grupos guerrilleros que se encuentran escondidos en las montañas de Cuba. Si lo consiguen, el fracaso de su misión habrá sido un mal menor, ya que podrán luchar desde el interior del país por la desestabilización del régimen. Lo que nadie le ha dicho a Kennedy es que la vía de escape hacia la sierra de Escambray es de más de 100 kilómetros y está jalonada de ciénagas y de tropas castristas. En la práctica, esta solución resulta, pues, inviable. Finalmente, el miércoles ordena que las fuerzas navales y aéreas estadounidenses rescaten a la mayor cantidad posible de anticastristas. Kennedy está muy afectado por el fracaso. Consigue guardar la compostura exterior ante el público y la prensa, pero con sus más íntimos colaboradores se muestra hundido y responsable de las vidas que se han perdido: "¡Toda mi vida he sabido protegerme de los expertos! ¿Cómo he sido tan estúpido para haberles dejado ahora obrar por su cuenta?" -se lamenta.
Sin el factor sorpresa y sin el apoyo de Kennedy, los 1.400 quedaron librados a su suerte. Ni siquiera la geografía estuvo a su favor. Además de los cuatro pilotos, 114 brigadistas perdieron la vida, diez de ellos luego de haberse rendido, mientras los transportaban encerrados en una rastra -un accidente que el gobierno castrista dijo lamentar-. También hubo bajas entre los locales: 156 cubanos murieron en la defensa del gobierno revolucionario.
El resto de la Brigada 2506 fue detenido. Las negociaciones por su liberación duraron 20 meses: tanto fue el tiempo que los brigadistas pasaron la zozobra de la Crisis de los Misiles como prisioneros.
Por medio de la gestión personal del hermano del presidente y ministro de Justicia, Robert Kennedy, ante las compañías farmacéuticas y de alimentos, se cumplió el acuerdo con Castro: 53 millones de dólares en compotas y vacunas para niños. El primer contingente de brigadistas liberados llegó a los Estados Unidos el 23 de diciembre de 1962.
Seis días más tarde Kennedy los honró en un acto en el Orange Bowl de Miami. "Les aseguro que esta bandera regresará a la Brigada en una Habana libre", les dijo al recibir el símbolo que le regalaron. La ilusión no conmovió a los combatientes, que hasta el día de hoy se sienten traicionados por el ex presidente demócrata asesinado en 1963.
La CIA había pronosticado que el ataque provocaría un alzamiento general, pero en realidad la mayoría de los cubanos estaba a favor de Fidel... Castro mantuvo su promesa hecha al asumir el poder: en 72 horas murieron muchos atacantes y los sobrevivientes se rindieron. Sus programas de educación, cuidados médicos gratuitos, construcción de viviendas, reforma agraria y promoción de la igualdad sexual y racial, apuntaban a mejorar la calidad de vida de la mayoría. La clausura de los casinos y los prostíbulos de La Habana y la ejecución de 500 oficiales de la dictadura de Batista fueron bien recibidas. Las bombas terroristas y el bloqueo norteamericano solo consiguieron reforzar la resolución cubana.
Consecuencias
- Exportar la revolución cubana: Lo decidió Castro tras la frustrada invasión y a manera de defensa.
- Endurecimiento de los gobiernos de América latina: La influencia castrista abrió las puertas a la actividad paramilitar de la ultraderecha, dio alas a la llamada “doctrina de la seguridad nacional” y desencadenó una ola de golpes de Estado que en menos de diez años acabó con gran parte de las democracias latinoamericanas.
- Entrenamiento de Estados Unidos a militares latinoamericanos: Los entrenó en métodos que fueron los embriones de la represión ilegal con el aparente objetivo de combatir el comunismo. Bajo el lema “No habrá otra Cuba en el continente”, EE.UU. favoreció la instalación de las más violentas dictaduras.
- Armamentismo en la región: Entre el desarrollo social y armarse para la defensa contra el comunismo, los países latinoamericanos decidieron armarse para esta “defensa”.
Fue un fracaso que cambió al mundo. Una operación militar que modificó para siempre las relaciones entre EE.UU. y el resto de América; incubó en parte y sin proponérselo, la violencia guerrillera que sacudió al continente en los años 70; metió de lleno a la entonces URSS en el escenario político al sur del Río Grande; puso al mundo al borde de una guerra nuclear e inspiró, sin que fuera su propósito, la doctrina de la seguridad nacional que provocó en cinco décadas decenas de miles de muertes y que arrasó en ese lapso con buena parte de las democracias continentales.
Y todo lo logró sin haber alcanzado ni uno solo de los objetivos militares y políticos que la vieron nacer.
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