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martes, 9 de junio de 2015

Nerón, Emperador de Roma

Muchos, por no decir todos, no coincidirían en considerar a Nerón como un buen emperador y no es de extrañar ya que ordenó matar a Octavia, su primera esposa; a Popea, la segunda, la mató a patadas estando embarazada; es más que probable que se acostara con su madre, Agripina la Menor, planeando después su asesinato; castró y desposó a un adolescente; quizás mató a su hermanastro, Británico, y a Séneca, su mentor, le ordenó que se suicidase. 

Aunque, bajo su gobierno, no se cometieron las cotidianas crueldades de sus antecesores, varias circunstancias confluyeron para hacer de Nerón, el emperador más conocido y el más denigrado de todos. Se estima que esta calificación se relacionaba con el hecho de que, durante su gobierno, murieran decapitados y crucificados los apóstoles Pablo y Pedro, representantes primigenios de aquella nueva religión que había surgido en Palestina, fundada por Jesús de Nazaret. Así, el fin trágico de los apóstoles y el de otros muchos cristianos seguidores, propició la ennegrecida leyenda de Nerón. A partir de este hecho, la historiografía cristiana, lo consideraría como el precursor de las persecuciones posteriores a los seguidores del cristianismo y lo acusaría de urdir el incendio que destruyó Roma en el año 64 culpando después a los cristianos que fueron detenidos, decapitados, crucificados, quemados…

Nerón había nacido en Antium, era hijo de Julia Agripina y de Enobarbo –aunque también se decía que, en realidad, el verdadero padre había sido el hermano de la propia Agripina, Calígula–.

Sin embargo, al poco tiempo quedaría huérfano de padre, y su madre sería desterrada. Nerón, vivió junto a su tía Domicia Lépida, “de costumbres y honorabilidad harto discutible”, que se había encargado de un niño prácticamente abandonado. Al regreso del destierro en el año 49, su madre, Agripina, volvió a ocuparse de su hijo. Se casó con el emperador Claudio y Nerón fue adoptado y proclamado heredero del trono imperial. Una de las hipótesis que se manifiestan, considera que la muerte de Claudio estaba relacionada con el suministro de setas envenenadas a indicación de la propia Agripina. A su vez, la madre de Nerón había comprado a los pretorianos (a los que previamente había sobornado con 15.000 sestercios para que no dudaran al momento de elegir al nuevo emperador).

Empezaba así un nuevo reinado y un nuevo Emperador en la lista del mayor Imperio entonces conocido, quien gobernaría sobre más de 70 millones de ciudadanos romanos. Claro que, oculta tras la figura de su hijo, quien iba a llevar las riendas de los negocios imperiales iba a ser aquella, todavía joven y hermosa mujer, Agripina.

Nerón inició su reinado a la edad de 17 años de forma pacífica, aconsejado por sus maestros Burro y el filósofo Séneca (este último sería amante de su madre, Agripina, y sería ella la que lo introduciría en la corte imperial). 

Nerón y Séneca, de Eduardo Barrón (1904). Medidas 210 cm x 265 cm x 120 cm. Escayola parcialmente policromada. 
De esta manera, su gobierno, en un principio estuvo dominado totalmente por la presencia imponente de su madre; el nuevo Emperador era un muchacho dócil y tímido que gobernaba a la sombra materna. Esta sumisión se apreciaba externamente en detalles como el de acurrucarse a los pies de Agripina, cuando estaba sentada en el trono imperial, y en el de caminar a pie en paralelo a la ostentosa litera de su madre, acompañándola en los desplazamientos por las calles de Roma.

A su vez, se apasionaba por los festejos de tal forma que cualquier suceso era la excusa para organizarlos: la aparición de su primera barba dio lugar a la organización de los primeros Juegos de la Juventud. No obstante, esta buena idea derivará en el inicio de la depravación y lo más disoluto que se entronaría intramuros del palacio imperial.

En sus primeros tiempos, otros detalles gratos del nuevo Emperador sorprendían a la gente: sus grandes dispendios al organizar, sin descanso, toda clase de diversiones y espectáculos para los romanos, actuando como “padre bondadoso” que impedía la muerte de los gladiadores que luchaban en el circo (incluidos los prisioneros de guerra y los condenados por la justicia). Además, como se proclamaba artista universal, se empeñó en diseñar las nuevas casas de la ciudad del Tíber, intentando limitar los lujos excesivos de las mismas. A su vez, proyectó prolongar las murallas de Roma hasta el puerto de Ostia.

Sin embargo, a partir de la muerte de su madre, Nerón cambiará rotundamente la dirección de su gobierno: ordenó la ejecución de sus dos maestros, Burro y Séneca, y a otros artistas y literatos (como el poeta Lucano, sobrino de Séneca). Progresivamente instauró una época de delirios y locuras asesinas. Ordenó matar a Británico, hijo de Claudio, que había presenciado la muerte de su padre cuando tenía 12 años, bajo el veneno de Locusta.

Nerón, como premio a la preparación de sus venenos, premió a Locusta con la impunidad, grandes extensiones de tierras y la autorización para que tuviera discípulos en el arte de preparación de líquidos letales. La misma envenenadora falló en una primera ocasión, con su pócima destinada a matar al joven hijo de Claudio. No obstante, luego logró su cometido y a la muerte despiadada de Británico se sumaba la presencia del joven Nerón complacido y risueño, frente a la lentísima agonía de su presunto rival. Él mismo había suministrado la pócima mortal a su odiado enemigo, al que su madre ponía continuamente como ejemplo de joven bondadoso y dedicado al estudio, además de ser ajeno a cualquier ambición de poder. Nerón se ensañó con las personas más próximas a su entorno: las víctimas fueron tres mujeres: la primera, su propia progenitora, Julia Agripina, después seguirían sus dos —y sucesivas— esposas: Octavia y Popea.

La necesidad de venganza y rebeldía estaban presentes en la figura de Nerón desde un comienzo: un primer intento de rebeldía surgió ante el odio de Agripina por la liberta Actea, oposición que el Emperador acabó por no digerir dado el apasionamiento para con la ex meretriz. En este sentido, progresivamente fue germinando en su cerebro la idea de desembarazarse de Agripina, convirtiéndose en obsesión cuando tuvo a su lado a su segunda esposa, Popea. El primer intento de acabar con la vida de su progenitora fracasó tras un fallo técnico: se trataba del lecho materno, donde unos operarios habían transformado el techo del dormitorio colocando planchas de plomo que debían caer, al accionar una palanca, sobre la regia durmiente, aplastándola literalmente. Pero la víctima pudo escapar y herida levemente, encerrarse en una de sus villas. El fracaso de aquel intento de asesinato sumió al hijo en una pesadilla continua en la que no lograba ahuyentar un miedo terrorífico, pensando Nerón —y no le faltaba razón— en que, dado el carácter de su madre, podía matarlo a él en venganza por su intento fallido.

Sin embargo, nada detuvo al rencoroso Nerón. Así, transcurridos unos días, volvió a la idea de intentar de nuevo la eliminación de quien le había llevado en su vientre. Había pensado en un barco trucado para su crimen, en el que iría su madre, que previamente se había dirigido a las fiestas de Minerva cerca de Nápoles. Nuevamente, el dispositivo falló y aunque la barcaza se partió en dos, su madre, que era una gran nadadora, pudo ganar la orilla del golfo de Bayas. Aún más aterrorizado que la vez anterior por este nuevo chasco, ordenó que, de inmediato, mataran definitivamente a aquella mujer que parecía reírse de él desde una aparente inmortalidad. Será un incondicional del Emperador, Aniceto, el que hunda su espada en el vientre de Agripina. A su vez, visitó el cadáver desnudo de su madre y, según Suetonio, lo examinó y acarició durante largo rato. Después, presa de un aparente arrepentimiento, se ocultó de la mirada de todos.

Nerón
También eliminó a sus dos esposas sucesivas, Octavia y Popea. La primera llevaba una vida oscura y alejada de la vida activa fuera de Roma. Popea –el nuevo capricho del Emperador– exigía a éste compartir el trono para lo que, obviamente, estorbaba la Emperatriz nominal. Loco por Popea, aquella espléndida pelirroja (se la consideraba una de las mujeres más hermosas de Roma), el destino de Octavia estaba escrito. Al principio, Nerón intentó divorciarse de su esposa, pero las razones que exigía la ley no estaban muy claras, por lo que el éxito era dudoso. Entonces se decidió a dar el paso definitivo, aunque eliminarla no iba a ser fácil, pues el pueblo estaba con ella, y las contadas veces que salía por las calles la gente la vitoreaba con el cariño de las masas para con las gentes aparentemente desvalidas. No obstante, Popea seguía apremiando, y Nerón acudió, de nuevo, a los servicios de su incondicional Aniceto, quien ejecutó a la Emperatriz.

Octavia encontraría la muerte rápidamente, prácticamente virgen tras su matrimonio, había sido desterrada a la isla de Pandataria, y allí mismo sería sacrificada. Su cadáver fue decapitado, y su cabeza llevada por Aniceto como un trofeo a la victoriosa Popea, que se vanaglorió en el rostro doloroso de aquel despojo. Eliminados los obstáculos, Neron y Popea iniciaron la que parecía ser una etapa de bondades que no tendría fin.

Los dos amantes se entregaron absolutamente a toda clase de fiestas y goces, apurando hasta la última gota el néctar de la felicidad. Sus festejos y sus orgías los llevaban a mostrarse como dos dioses espléndidos para lo cual, era un secreto a voces, Popea y Nerón consumían en cantidades extraordinarias toda clase de cosméticos y perfumes, continuamente gastados e inmediatamente repuestos por atentos proveedores. Sin embargo el reinado de Popea no sería muy largo, y al final, acabaría como sus predecesoras.

Este sentimiento controvertido hacia su nueva esposa se desató tras la muerte del heredero fallido (Augusto), quien moriría con pocos meses. Sin embargo, Popea, volvió a quedar embarazada, lo que volvió loco de contento al Emperador, que sintió renacer los sentimientos paterno-filiales. Pero una noche, tras regresar de uno de sus interminables banquetes a los que asistía desde el mediodía hasta la medianoche, Nerón ebrio, propinó una patada fortísima en el ya abultado vientre de Popea, que le provocó una muerte casi inmediata. Ante estos terribles hechos, se propagaría la idea de que todo había sido la realización de un plan premeditado por él que pretendía eliminar de su vida a Popea, sin embargo, muchos historiadores se inclinan a hablar de accidente fatal con un resultado inesperado resultando en la muerte tanto del bebé aún dentro de las entrañas de la Emperatriz como la propia madre.

Aquí no se terminaría la larga lista de víctimas de segundo orden como, por ejemplo, su tía Lépida, a la que visitó en su lecho, tras desearle una pronta recuperación, ordenó confidencialmente a médico que la purgase definitivamente. A su vez, robó su testamento de forma inmediata, con lo que se apropió de todos sus bienes.

También ordenó matar a una hija de Claudio, Antonia, porque habiendo prometido hacerla su esposa, ella le había rechazado. Mandó eliminar a Atico Vestino para juntarse con su viuda Estatilia Mesalina. Incluso, llegando a extremos absurdos, mató a su hijastro Rufo Crispitio porque alguien le dijo que el niño se divertía en sus juegos llamándose «el Emperador», lo que para la mente anormal de Nerón significaba que aquel pequeño le robaría el trono algún día.

Entre sus actos de gobierno, el emperador recuperó los juegos y las diversiones para el pueblo de Roma, tras estar prohibidos en la anterior etapa de Tiberio. Se entregó totalmente a las atracciones del circo –no sólo para diversión de la gente sino para el suyo propio– sin evitar, a veces, intervenir él mismo en los diferentes cuadros. Para ello, creó una escuela de gladiadores donde se entrenaban estos luchadores que, después, luchaban en la arena con otros gladiadores o con las fieras.

Se sabe que bajo el mandato de Nerón llegó a contarse con más de 2.000 individuos perfectamente entrenados y preparados. Incluso impuso, de una especie de broma, a sus senadores y nobles, a que de vez en cuando, bajaran ellos mismos a la arena y se pelearan entre sí, igualándolos de esta manera con esclavos y prisioneros, cantera de los gladiadores. Estas bromas terminaron con la vida de 400 senadores y un número mayor de hombres libres.

El deceso de su madre, trastornó aún más a Nerón, tornándolo desconfiado hasta el paroxismo, quebrando con cualquier limite moral (no distinguía entre amigos o enemigos) mezclando a unos y a otros en una irrealidad nefasta. Por ese entonces se descubrió la llamada conspiración de Cayo Pisón, tan minuciosamente preparada que hasta se fijó el día y el mes para llevarla a cabo: exactamente el 19 d abril del año 65. Con años de retraso, Pisón se vengaba de la humillación que Calígula le infligió el mismo día que celebraba el banquete de su boda con Livia Orestila, la que poseyó cuanto quiso en su palacio. Pero al estar mucha gente al tanto del complot (senadores, miembros de la nobleza, soldados y hasta el preceptor de Nerón, el filósofo Séneca), la noticia de lo que se preparaba llegó a oídos del Emperador, que lo atajó inmediatamente. Los legionarios ocuparon el Templo del Sol (elegido para realizar la venganza) impidiendo que la acción se lleve a cabo. Poco después se iniciaba el juicio contra todos los detenidos, y no sólo contra ellos, sino contra todas las ramificaciones detectadas en compulsivas denuncias que se amontonaban en el Palatino.

Decidió trasladarse a Grecia, ya que Roma había perdido el encanto, ya no era su ciudad. Así, en agosto del año 66 se puso en marcha la gran caravana de artistas que tenían como destino Brindisi y luego Corinto. La corte ambulante que acompañaba a Nerón estaba conformada por cantantes, danzantes, músicos, coristas y hasta modistos. Durante su estadía en Grecia, contrajo matrimonio con el joven Esporo. En este sentido, el “amor desaforado” por este bellísimo joven, tenía su origen en su parecido con Sabina Popea. Cuando el emperador decidió terminar con la vida de su segunda esposa, mandó castrar a Esporo. Luego, ordenó que lo vistieran con túnicas femeninas, y organizó la ceremonia matrimonial. Se llevaron a cabo grandes festejos en diversos lugares de la península helénica en honor de los novios. Nerón, obsesionado por Esporo-Popea, llegó a obligar a su esclavo-esposa a que se sometiera a una intervención, donde los cirujanos debían practicarle una incisión en el sexo que le facilitase, en caso necesario, poder dar a luz a un heredero.

Durante un año de ausencia de Roma, Nerón pudo dar rienda suelta a sus grandes aficiones que, desde su juventud, le tentaban. Sin embargo, en una oportunidad el oráculo de Delfos le advirtió que, en una fecha determinada, su vida corría peligro y le invitaba a que se cuidara. La predicción provocó el retorno inmediato a Roma desatando nuevamente todo tipo de temores. Antes, en otra consulta al oráculo de Apolo de la misma ciudad, interpretó la profecía del mismo —«que se guardara de los 73 años»— como una garantía de que hasta esa edad no moría. No obstante, se trajo de Grecia un nuevo espectáculo inventado por él: las Justas Neronianas, una mezcla lúdica de canto, baile, música, poesía, gimnastas, caballos y oratoria. En realidad se trataba de una especie de espectáculo total que el Emperador instituyó para que se celebrara cada lustro. Él, más espectador que partícipe, sin embargo se reservaba el canto, del que estaba convencido de ser un gran intérprete. Durante sus actuaciones llegó a reclutar a 5.000 plebeyos a los que instruía en la forma de aplaudirle (en tres intensidades), mientras prohibía terminantemente que nadie abandonara sus localidades, de tal forma que allí se produjeron partos, muertes e imprudentes imprecaciones y maldiciones contra el Emperador. En general, el costado artístico del Emperador llamaba la atención del pueblo, ya que sus antecesores habían carecido de igual sensibilidad artística.

Sin embargo, tal sensibilidad en otro orden de cosas brilló por su ausencia. Respecto a esta cuestión, violó a una sacerdotisa llamada Rubria, dando cuenta de que sus prácticas religiosas eran bastante magras y el respeto por las mismas, mínimo. También solía recubrirse con una piel de animal con la cual destrozaba los genitales de hombres y mujeres –previamente atados a postes– en un acto depravado, luego descargaba su libido con su liberto, Dióforo. En esta relación el Emperador tenía un rol femenino, hasta incluso, una vez celebrada la boda, y vestido para la ocasión, en su primer noche de bodas (donde hubo hasta testigos) se presenciaron los gritos y gemidos que reproducía el propio emperador, aludiendo a la condición de “recién casada”.

Ahora bien, como se expresaba al comienzo de este apartado, Nerón sería considerado por los historiadores cristianos como aquel precursor de las persecuciones a los seguidores de las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Sin la insistencia de la literatura y el santoral cristianos, que estimularon la leyenda de la maldad del Emperador con los primeros seguidores de Pedro y Pablo, puede que Nerón fuese uno más de los emperadores. No obstante, fue un hecho innegable el que, bajo el reinado de Nerón, se inició una persecución de la que los historiadores romanos llamarán secta maléfica, por la que murieron muchos de aquellos esclavos —a veces cristiano y esclavo eran una misma cosa— al ser utilizados como cobayas sobre los que la cómplice del Emperador, la envenenadora Locusta, probaba los nuevos venenos que preparaba continuamente bajo la supervisión, y el entusiasmo, del Emperador.

Además, durante su gobierno que se produjo el incendio de Roma en el año 64. Este incendio fue el más conocido de la Historia y puede que el más falsamente narrado, pues parece que el pretendido pirómano no sólo no quiso incendiar la urbe sino que, una vez destruida, se puso a la tarea de levantarla otra vez, pero más monumental y extraordinaria. Comenzó el 18 de julio del año 64, Nerón disfrutaba de su retiro veraniego de Anzio. Durante la noche, el Emperador fue despertado por un correo que le comunicaba el hecho fortuito, Roma ardía tras el inicio de las llamas en las cercanías del circo Máximo. Preocupado por la extensión de las llamas, montó su caballo inmediatamente, y galopó los más de 40 kilómetros que le separaban de Roma hasta avistar el resplandor de la gran hoguera que devoraba la capital del Imperio. Incluso, pensó en la posibilidad de que el fuego llegara a su mansión del Palatino, y consumiera sus amadas obras de arte encerradas en la residencia imperial. Desde un mirador estratégico apreció la gravedad de la catástrofe: más de 500 metros de llamas que se extendían y avanzaban sobre aquella ciudad de más de un millón y cuarto de habitantes.

El incendio duró cinco días, y destruyó 132 villas privadas y cuatro mil casas de vecinos. No se pudo probar el origen ni la realidad del ornamento de la pretendida oda (lira en mano) a la ruina de Roma por parte del Emperador. Tácito dudaba de esta acusación, aunque Suetonio la dio por válida (según este historiador, el recital poético declamado en tan insólita ocasión tenía un título: La toma de Troya), será siglos después cuando los padres de la Iglesia achaquen al Emperador un incendio que, a su vez, Nerón había cargado en la cuenta de los entonces subversivos adoradores de Jesús.

El emperador llevó a cabo una política tendiente a contrarrestar los daños ocasionados por la catástofre. En este sentido, mandaría levantar muchas barracas para alojar a los damnificados por las llamas e, incluso, en un primer momento abrió las puertas y jardines de sus palacios para acoger a los que lo habían perdido todo. Además, importó rápidamente provisiones y abarató por un tiempo las existencias. Pretendía reconstruir totalmente la ciudad eliminando la madera en el levantamiento de las nuevas casas y apostando, por el contrario, por la piedra. Sin embargo, empezó la reconstrucción por sus propias estancias, pues aprovechando los solares nacidos del desastre, empezó la construcción de su nuevo palacio llamado Domus Aurea, un despilfarro de columnas marmóreas, jardines lujosos, hermosas fuentes y atractivos lagos artificiales.

Seguro que Nerón se benefició del incendio de Roma. Durante nueve días las llamas arrasaron la ciudad destruyendo 10 de las 14 regiones que la conformaban y de esta manera pudo construir su complejo palaciego con una extensión de 100 campos de fútbol. A la entrada del palacio su monumental coloso de bronce sosteniendo un timón sobre un orbe, a semejanza del emperador, recibía a todos los visitantes, y en sus jardines se podían encontrar libremente animales salvajes y domésticos. La residencia, construida en mortero y ladrillo, tenía más de 150 salas decoradas exuberantemente y en ellas acabó viviendo aislado Nerón. Aunque el pueblo entrara en la Domus, miles de puertas evitarían que accedieran a él. Una extensa hoja de oro es la que le da el nombre pero esta no es más que una de las numerosas extravagancias que se podían encontrar en su interior: piedras semi-preciosas en los techos, marfil, las paredes pintadas al fresco y en algunos de sus salones se arrojarían flores y perfumes durante los pomposos banquetes de su anfitrión. En su interior destacan la Sala de la Bóveda Roja, la Bóveda Dorada y la Octogonal, obras maestras de la construcción en hormigón, así como sus mármoles provenientes de todos los rincones del mundo.

Nerón en poco tiempo se vio asediado por los rumores y las críticas severas a su gobierno: sumado a ello, historiadores benevolentes como Tácito, Suetonio o lion (que vivieron después y nunca llegaron a conocerle), pertenecían a otros reinados (con emperadores de otras dinastías diferentes a la de los Claudios). Entonces llamó a la única mujer que, corno él, vagaba por las estancias palaciegas, la envenenadora Locusta, a la que le suplicó que le preparara una fuerte tintura biliosa que guardó en una cajita dorada. En el 68, las legiones de la Galia e Hispania, junto con la Guardia Pretoriana, se rebelaron contra Nerón, obligándole a huir de Roma. El Senado le declaró enemigo público. Cada vez más enloquecido, pensó en huir a Egipto, donde creyó que no le encontrarían los soldados del general Galba. El sublevado y nuevo gobernante de facto había advertido que no quería ser nombrado con el título de Emperador —tan desprestigiado como estaba—, conformándose—dijo— con ser el general del pueblo romano. 

Pronto llegaría el final. Ante el hecho de que no tenía a nadie a quien comunicarle sus planes de huida, decide comentárselo a su criado Faonte, quien le propone que se esconda en su casa, en una gruta ubicada en la quinta de aquel humilde liberto. Nerón accede acompañado de algunos incondicionales, aunque al llegar a un campo, intenta suicidarse con un puñal sin éxito. Ante el fracaso del suicidio, Nerón llamó en su ayuda a su secretario y escudero, Epafrodito, para que impulsara su brazo con la fuerza capaz de producirle la muerte, orden que fue cumplida al instante. Antes de expirar, el Emperador aún tuvo humor para afirmar: «iQué gran artista pierde el mundo!». Su cuerpo fue envuelto en un manto blanco recamado en oro. Los gastos del sepelio lo pagaron sus dos nodrizas, Egloga y Alejandria, y su humilde ex amante (puede que fuese a la única que amó), la corintia Actea.

Con el permiso de Galba, la humilde y dulce Actea, tuvo acceso al ilustre muerto. Así, lo desnudó, lo lavó y lo envolvió en aquel manto blanco bordado en oro que Nerón llevaba puesto. Trasladado el cadáver a Roma, ordenó hacerle unos discretos funerales. Después, llevó los restos hasta el monumento a Domiciano, en la colina de los Jardines, lugar elegido por Nerón para la construcción de una tumba de pórfido y mármoles. 

Se estima que los anhelos de inmortalidad a través del tiempo, tuvieron dos ejemplos: su deseo de llamar al mes de abril Neroniano, y su idea de darle a Roma un nuevo nombre que la proyectara sobre los tiempos futuros: Nerópolis. Al morir, cumplía 32 años de edad y 14 de reinado, tanto contemporáneos y futuros historiadores se ensañarían con su reinado. Sin embargo, el pueblo romano se negaba a aceptar la desaparición de Nerón, esperando su regreso. Esta situación un tanto extraña no se repitió con sus predecesores. Se rumoreaba que en realidad había desembarcado en Ostia y, después, había emprendido viaje a Siria. Desde allí, decían, Nerón volvería a recuperar su trono y a gobernar el Imperio.

Estos rumores no perdieron vigencia dentro de las creencias del pueblo romano. Al contrario, con el paso del tiempo se fortalecieron. Así, quince años después de su muerte manos anónimas seguían adornando la tumba de Nerón, mientras otros recitaban ante el mausoleo imperial proclamas y versos del extinto. Incluso pasadas dos décadas, un hombre que aseguraba ser el César se pudo ver en la zona de Partos, siendo acogido por los naturales como el auténtico Nerón, y poniéndose a sus órdenes.

En fin, la vida de Nerón también se vería recreada en las producciones cinematográficas: en 1906, se realiza la primer película alusiva, titulada “Nerón quemando Roma”, otro film de origen italiano fue “Nerón y Agripina”, finalmente Alessandro Blasetti en 1930 plasmaría la vida del emperador en “Nerón”. En todos ellos el papel del Emperador fue un regalo para los actores. Pero donde esto se evidenciaría extraordinariamente, hasta el punto de identificar a un actor con su personaje, fue en la película norteamericana Quo Vadis (Mervyn Le Roy), en una buscada sobreactuación a cargo del actor Peter Ustinov, que desde ese momento (1951) será «Nerón», y no el señor Ustinov.


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