Una multitud de policías vigilaba la tristemente célebre prisión de Sing Sing de la ciudad de Nueva York. En su interior, seis agentes del FBI, con dos líneas telefónicas conectadas directamente a Washington, esperaban la orden de la Casa Blanca para suspender la ejecución. Pero no hubo indulto presidencial de último momento, como muchos estadounidenses reclamaban ni tampoco sirvieron los incontables pedidos de clemencia, incluso el del papa Pío XII. Al anochecer del 19 de junio de 1953, Julius y Ethel Rosenberg, acusados de vender secretos atómicos a la Unión Soviética, fueron ejecutados en la silla eléctrica.
Julius Rosenberg nació en Nueva York, el 12 de mayo de 1918, y era ingeniero eléctrico. Ethel nació en Nueva York el 28 de septiembre de 1915, era aspirante a actriz y cantante. Juntos formaban parte de la “Young Communist League”, las juventudes del Partido Comunista de los Estados Unidos.
Ethel creció en una familia obrera judía, en un medio humilde en Nueva York. Tenía varios sueños: ir a la Universidad, convertirse en cantante y actriz. Pero la pobreza la obligó a trabajar como oficinista.
Julius creció en un ambiente parecido al de Ethel, vivían en el mismo vecindario y asistieron a la misma escuela, aunque sólo se conocieron años después, cuando Julius estudiaba Ingeniería. Habían asistido a un acto para recoger fondos para la Internacional Seaman´s Union, y ella cantó en la parte cultural.
A pesar de todas sus actividades, ella encontró un tiempo y mecanografió todos los informes académicos para que Julie pudiera graduarse de ingeniero en el City Collage de Nueva York. Después de graduado, se casan el 18 de julio de 1939 y a partir de este momento ella se une a la sección femenina auxiliar del sindicato de la Federación of Architects, Engineers, Chemists and Technicians (FAECT) al que pertenecía su esposo. Allí recaudó fondos para los niños huérfanos de la Guerra Civil española.
En 1940 el matrimonio encuentra trabajo en Washington, y regresan en 1941 a Nueva York, al obtener Julie un empleo mejor remunerado. Ethel se convirtió en la única voluntaria de tiempo completo de la Liga de Defensa del Este, primera organización de defensa civil a nivel de barrio que paso a ser un ejemplo para la creación de otras organizaciones similares en todo el país. Por este trabajo recibió una carta de elogio de Eleanor Roosvelt. Allí organizaba campañas de donaciones de sangre y pronunciaba discursos a favor del esfuerzo de guerra. Pero cuando en 1942 queda embarazada, comenzó otra etapa de su vida, se volcó totalmente a prepararse para recibir a su primer hijo, estudió psicología infantil, aprendió a tocar guitarra con el fin de cantarle a su hijo y sus actividades políticas finalizaron al nacer Michael, el 10 de marzo de 1943.
Al mismo tiempo Julie sí continuó con las labores políticas, hasta 1945 y dirigió sus esfuerzos en trabajar para obtener la reposición de sus empleos a aquellos miembros del FAECT que habían sido despedidos por supuestas afiliaciones al partido comunista, hasta que fue despedido por la misma acusación. En 1946 decide abrir su propio negocio de maquinarias a donde va después del licenciamiento del ejecito su cuñado David Greenglass. En 1947 les nace su segundo hijo Robby y ella se dedica por entero a la labores domésticas.
Desde el término de la guerra hasta el año 1950 viven una vida tranquila, dedicados a la educación de sus hijos rodeándolos con cariño de padres amorosos, pero ninguno de los dos pudo predecir que su vida en este año cambiaría, tomando un peligroso giro que los llevaría a la separación definitiva de sus hijos, y la injusta muerte.
“Ha habido una explosión atómica en Rusia”
La declaración del presidente estadounidense, Harry Truman, el 23 de septiembre de 1949, comunicando que la Unión Soviética había realizado su primera prueba nuclear a finales del mes de agosto, causó una gran conmoción en Occidente. El anuncio supuso la vuelta al equilibrio armamentístico entre los dos bloques surgidos de la última contienda mundial. El mundo estaba en plena Guerra Fría y Estados Unidos viv ía en ese entonces en medio de una histeria casi colectiva contra el "peligro comunista", impulsada especialmente por un oscuro senador, Joseph McCarthy, que logró una amarga celebridad persiguiendo "fantasmas rojos" por todo el país. El organizó y dirigió el Comité de Actividades Antiamericanas del Senado, desde donde lanzó la mayor operación de investigación, acoso y derribo de políticos, sindicalistas, intelectuales y artistas que tenían posiciones liberales o progresistas.
Es en ese contexto, que rayaba con la paranoia, cuando en el verano de 1950, el matrimonio Rosenberg, ambos vinculados con el Partido Comunista, fue arrestado y juzgado por conspiración y cometer espionaje, al tratar, supuestamente, de que el hermano de Ethel, David Greenglass, un mecánico del ejército, robaba secretos del laboratorio atómico de Los Alamos, donde trabajaba
Estadounidenses y británicos se sorprendieron por la rapidez con la que los soviéticos realizaron su primer ensayo nuclear. Los más pesimistas no creían que los soviéticos lo lograran antes de 1952 o 1953. La coincidencia de los parámetros de la bomba rusa con la bomba de Hiroshima disparó todas las alarmas y los agentes estadounidenses desencadenaron una frenética búsqueda de espías culpables de haber filtrado secretos nucleares al enemigo.
En realidad, los servicios secretos estiraron del hilo que les había servido en bandeja el oficial de inteligencia Igor Gouzenko, un criptógrafo de la embajada de la URSS en Canadá, que el 5 de septiembre de 1945 desertó a Occidente afirmando que tenía pruebas de una red de espionaje soviética en Canadá, Gran Bretaña y Estados Unidos. Gouzenko aportó documentación que llevó a la detención de 22 agentes locales y 15 espías soviéticos en Canadá. Entre ellos el primer detenido de importancia en el espionaje atómico: Allan Nunn May, un físico nuclear británico que trabajaba en el laboratorio de Chalk River, no lejos de Otawa. May confesó que desde comienzos de 1945 remitió a Moscú, por medio de un enlace, información nuclear –incluso había entregado cantidades infinitesimales de uranio (U 233 y U 235)-. Fue trasladado a Gran Bretaña y condenado, en mayo de 1946, a diez años de prisión.
Los papeles de Gouzenko también posibilitaron el descubrimiento del físico teórico Klaus Fuchs, un refugiado alemán que había trabajado para la misión británica en el Proyecto Manhattan en las instalaciones de Los Álamos, Nuevo México. En 1949, un agente de contrainteligencia del FBI descubrió que el servicio secreto ruso, la KGB, tenía un informe del Proyecto Manhattan —el plan secreto de los EEUU para desarrollar la bomba atómica, escrito por Klaus Fuchs, brillante físico de origen alemán que trabajó en el proyecto de Los Álamos, Nuevo México, y fundó luego un laboratorio en el Instituto Harwell de Investigación Atómica, en Inglaterra. En enero de 1950, Fuchs fue arrestado en Inglaterra y tras varios interrogatorios confesó que había pasado información a la URSS. El 1 de marzo fue condenado –el juicio duró 90 minutos- por el Tribunal Penal Central de Londres a catorce años de prisión, el máximo posible por pasar secretos militares a una nación aliada –hasta 1945, la URSS y Gran Bretaña eran aliados-. Tras cumplir nueve años y medio de condena, fue liberado y emigró a la República Democrática Alemana, donde fue tratado como un héroe.
El contacto americano al que suministró la información Fuchs fue identificado por el FBI como Harry Gold, un químico de Filadelfia. El 22 de mayo de 1950, Gold admitió su actividad de espionaje e identificó a David Greenglass, un exmaquinista del ejército que había estado destinado a Los Álamos entre 1944 y 1945, como otra fuente adicional a la de Fuchs. El interrogatorio de Greenglass y su esposa, Ruth, dio lugar a la detención Julius y Ethel Rosenberg -cuñado y hermana, respectivamente, de David- y de Morton Sobell, ingeniero de radar y excompañero de Julius en una universidad neoyorkina.
David Greenglass no sólo confesó sino que colaboró intensamente con el FBI –a cambio, obtuvo una condena de 15 años y Ruth fue puesta en libertad-. Acusó a Julius de haberle incitado a obtener información sobre la bomba atómica. Julius Rosenberg, ingeniero eléctrico, fue detenido en su casa de Knickerbocker Village en Nueva York el 17 de julio de 1950. Su esposa, Ethel, secretaria de una empresa de transporte, lo sería el 11 de agosto.
El juicio contra los Rosenberg y Sobell comenzó el 6 de marzo de 1951 en el tribunal del distrito sur de Nueva York El juez fue Irving Kaufman. El abogado defensor, Emanuel Bloch. El principal testigo de la acusación, David Greenglass, explicó las maniobras de los Rosenberg para convertirlo en espía y confesó que, en septiembre de 1945, su hermana Ethel había transcrito en el apartamento neoyorquino de los Rosenberg sus informaciones sobre los secretos nucleares. Esta versión fue ratificada por Ruth Greenglass. Las notas fueron posteriormente entregadas a Harry Gold, que las pasó a Anatoly A. Yakovlev, vicecónsul soviético en Nueva York. También declaró que había entregado a Julius Rosenberg un bosquejo de la sección transversal de una bomba atómica – era de la bomba lanzada sobre Nagasaki-.
El juicio siempre se ha visto como un fraude por la total falta de evidencias sólidas que culpasen al matrimonio. Toda la acusación que pesaba sobre ellos era las declaraciones de David y su esposa. Julius y Ethel tenía pocos amigos por lo que fueron sus propios testigos y eso los afectó en la defensa.
El juicio a que ambos se vieron sometidos distó mucho de haber sido justo y la condena surge en virtud del Acta de Espionaje de 1917, que dictaba pena de muerte para este tipo de delitos en tiempo de guerra, aunque en el momento de haberse cometido el supuesto espionaje, los Estados Unidos no se encontraban en guerra con la Unión Soviética.
La confesión de Greenglass, que acusaba a su hermana y a su cuñado de formar parte de una trama de espionaje a favor de la URSS, fue el único testimonio con el que la Fiscalía construyó su caso. A pesar de la debilidad de las pruebas, el 15 de abril de 1951, Julius y Ethel Rosenberg fueron condenados a muerte. La sentencia tardó en ejecutarse casi dos años, tras superar 23 apelaciones, pedidos de clemencia y multitudinarias marchas de protesta en Washington reclamando el perdón para el matrimonio, padres de dos varones.
Durante todo el proceso, los Rosenberg fueron presionados para que "confesaran" —lo que nunca ocurrió—, vilipendiados y su apellido repudiado, al extremo que sus hijos se vieron obligados a ocultar su parentesco. El odio contra los "traidores comunistas" llegó a tal grado de locura que ambos chicos, Michael, de 9 años, y Robert, de 6, fueron reconocidos, denunciados y expulsados de la escuela.
La espera
La condena y la sentencia fueron seguidas por una larga serie de apelaciones y aplazamientos de la ejecución. Durante más de dos años el abogado de los Rosenberg presentó veintitrés apelaciones, algunas de ellas ante el Tribunal Supremo. Hubo una campaña mundial que intentó salvar la vida del matrimonio: manifestaciones, discursos, mítines, libros, telegramas y peticiones de personalidades mundiales –también del papa Pío XII-. Los dos hijos pequeños del matrimonio entregaron un escrito solicitando el indulto presidencial. Se organizaron vigilias de manifestantes delante de la Casa Blanca, la más importante duró 22 días -entre el 27 de diciembre de 1952 y el 17 de enero de 1953- solicitando clemencia al presidente Truman. En junio, los manifestantes volvieron a Washington para demandarla al nuevo presidente Dwight Eisenhower, que ya se había declarado en contra el 11 de febrero. Horas antes de la ejecución, el máximo mandatario confirmó la negativa a conceder el indulto.
En la última carta que escribió, Ethel Rosenberg pide a su abogado que cuiden de sus hijos y afirma:
"No estoy sola. Muero con honor y dignidad, sabiendo que mi esposo y yo seremos reivindicados por la historia".
En la petición de clemencia enviada por Ethel Rosenberg al Presidente de los Estados Unidos, ella declara abiertamente su inocencia y su valiente posición.
”…No somos mártires ni héroes, ni aspiramos a serlo. No queremos morir. Somos jóvenes, demasiado jóvenes, para la muerte. Ambos anhelamos ver crecer a nuestros dos pequeños hijos, Michael y Robert, hasta que lleguen a ser hombres. Deseamos, con cada fibra de nuestro ser, que nos restituyan en algún momento al lado de nuestros hijos para reanudar la armoniosa vida familiar que disfrutamos antes de la pesadilla de nuestros arrestos y condenas. Deseamos que nos reintegren algún día a la sociedad donde podamos contribuir con nuestras energías a construir un mundo en el que todos tengan paz, pan y rosas.
Sí, aspiramos a vivir, pero con la sencilla dignidad que inviste sólo a aquellos que han sido honestos consigo mismo y con sus semejantes. Por lo tanto, con honradez, solo podemos decir que somos inocentes de este crimen.”
Más adelante Ethel hace un análisis de todo el proceso y la debilidad de las pruebas presentadas, y acota:
”Solicitamos las conmutaciones de unas sentencias que producirían la indecible tragedia de la destrucción de nuestra pequeña familia, así como habrían de sentar un precedente para el abandono, en Norteamérica, de la apreciación civilizada del valor de la vida humana (…)”
Según cuentan los medios de la época, cientos de policías tenían la misión especial de vigilar la cárcel Sing-Sing de Nueva York, antes del ocaso del viernes 19 de junio de 1953. Adentro, un grupo de seis hombres del FBI, equipados con dos líneas telefónicas a Washington, esperaban en un puesto secreto, con la esperanza de que Julius Rosenberg o su esposa Ethel prefirieran confesar sus actividades de espionaje a ser ejecutados.
Ambos fueron finalmente ejecutados en la silla eléctrica el 19 de junio de 1953, y las crónicas de la época cuentan que, aunque Julius murió a la primera descarga, su esposa Ethel, a pesar de ser una mujer más pequeña y supuestamente frágil, resistió hasta tres descargas eléctricas antes de fallecer (cinco, según otros). Dejaron dos hijos pequeños de 3 y 7 años respectivamente
Luego de la ejecución del matrimonio, una multitud calculada en unas 8.000 personas asistió a su funeral en Brooklyn, creyendo ciegamente en su inocencia. Varios años después, Pavel Sudoplatov, jefe de la KGB durante el proceso Rosenberg y segundo del célebre Lavrenti Beria —nombrado en 1938 por Stalin jefe de la seguridad del Estado—, confirmó en sus memorias que la pareja jamás perteneció a las redes del espionaje soviético. Sin embargo, admitió que el enjuiciamiento les cayó "como anillo al dedo", porque desvió a los servicios secretos estadounidenses del verdadero canal de la penetración que desarrollaban en el Proyecto nuclear de los Estados Unidos.
Fue el famoso filósofo francés, Jean Paul Sartre, quien dio una de las mejores definiciones sobre este caso que en su momento conmocionó al mundo:
"La ejecución de los Rosenberg es un linchamiento legal que mancha de sangre a todo un país".
Sin embargo, Edgard J. Hoover, el polémico director del FBI, consideró el juicio a Julius y Ethel como "uno de los grandes logros" de la agencia federal. Y un año después de que la siniestra silla eléctrica acabara con sus vidas, el Congreso estadounidense aprobó una ley para castigar con la pena capital el delito de espionaje en tiempos de paz. Entre lo patético y lo irónico, el proyecto fue conocido como "Ley Rosenberg".
Exonerados por la historia
Tres décadas más tarde, la Asociación Americana de Abogados reconstruyó durante dos días el proceso a los Rosenberg, y arribó a la certeza concluyente de que los dos eran inocentes de las acusaciones por las que fueron ejecutados en la silla eléctrica.
Trece años después de la ejecución de los Rosenberg, David Greenglass, el hermano de Ethel, confesó públicamente que la acusación que les hiciera y los llevara a la cárcel fue falsa.
En 1970, el FBI desclasificó documentos probatorios de la gran farsa que constituyó aquel juicio histórico, del cual tan mal parados salieron la supuesta democracia americana, el derecho y, sobre todo, la justicia.
David había sido obligado a firmar una declaración, en junio de 1950, en la que aceptaba haber sido cómplice de Harry Gold, un químico de Filadelfia que confesó al Buró Federal de Investigaciones (FBI) ser el contacto en los Estados Unidos de Klaus Fuch, científico inglés acusado de espionaje a beneficio de los "rojos".
El hermano de Ethel, en busca de reducir su condena y presionado por los hombres del traje negro, incriminó a Julius y Ethel, y dijo que su cuñado lo captó para formar parte de una red espía de Moscú.
No obstante, todavía existen fuentes, dentro y fuera de los Estados Unidos, que continúan defendiendo la tesis de que, al menos Julius sí estableció lazos con la inteligencia soviética. Aunque sin pruebas concluyentes.
"Venimos de un medio humilde y somos humildes. De no haber sido por las acusaciones criminales en contra nuestra, habríamos vivido nuestras vidas sencillamente, como la mayoría de las personas, desconocidos para el mundo, salvo para aquellos pocos cuyas vidas se entrecruzaron con las nuestras."
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Fragmento de la Petición de Clemencia Ejecutiva de los Rosenberg.
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