La derrota de la Invencible Armada marcó el fin de 300 años de hegemonía española, mientras que Gran Bretaña, por su parte, junto con detener los avances napoleónicos, consolidó, por más de un siglo, su poderío naval. El dominio de los mares permitió a los británicos montar el imperio mundial más grande de su tiempo, que duró hasta la II Guerra Mundial. Trafalgar es un hito en la historia de la humanidad, que dio inicio al periodo conocido como la “Pax Britanica”, la cual marcó la dinámica de las relaciones políticas, económicas, culturales y sociales del siglo XIX.
Luego de varios intentos fallidos, se formó en Europa la Tercera Coalición, que enfrentó a los imperios austro-húngaros, ruso e inglés contra la alianza entre la monarquía de Carlos IV de España y Napoleón I, de Francia, conforme a los tratados San Idelfonso (1796) y Aranjuez (1800), firmados con la anterior república francesa, por el interés de recuperar Gibraltar. Lo anterior obligaba a España no solo a contribuir económicamente a las guerras de Napoleón, sino a poner a disposición de este la armada real para combatir a la flota inglesa, que amenazaba las posesiones francesas del Caribe.
Considerando que la intención que perseguía Napoleón, al querer destruir a la flota inglesa, era mejorar las condiciones para una futura invasión de las Islas Británicas, elaboró un plan para distraer a la marina inglesa. Mientras se efectuaban los preparativos de dicha invasión, el ejército francés se organizaba y concentraba en Boulogne-sur-Mer, a la espera de transporte marítimo para el cruce del Canal de la Mancha.
Los comandantes
La escuadra francesa, al mando del Almirante Pierre Charles Silvestre de Villeneuve, se unió con la escuadra española, iniciando operaciones navales sobre las posesiones inglesas del Caribe, que tenían como finalidad atraer al prestigioso Almirante Nelson a la zona, alejándolo del Canal de la Mancha. Pero, al llegar la flota inglesa a la isla de Antigua los primeros días de junio de 1805, la escuadra franco-española abandonó el Caribe y puso rumbo a la costa atlántica francesa.
Sin embargo, se produjo un enfrentamiento entre las fuerzas inglesas del Vicealmirante Robert Calder y las fuerzas franco-españolas, al mando del Almirante Villeneuve, en la batalla del Cabo Finisterre (costa atlántica en el noroeste de España) el 22 de julio de 1805. Si bien no tuvo un resultado concluyente, hizo desistir a Villeneuve de continuar hacia aguas del Mar Cantábrico y, de este modo, la escuadra que Napoleón esperaba ansiosamente para iniciar la invasión, no continuó la navegación y tras unas reparaciones en el puerto de La Coruña, terminó refugiándose en el puerto de Cádiz, impidiendo que la Grande Armée, pudiera invadir a Gran Bretaña y optara por marchar hacia el centro de Europa, a oponerse al Ejercito Austro- Húngaro-Ruso en las Batallas de Ulm y Austerlitz.
El estado de los buques españoles era lamentable, al igual que su mantenimiento. Hacía más de 50 años que no se actualizaba la flota de guerra, que si bien se mantenía en pie como para intentar defender el Imperio, ya no estaba en condiciones de sostener un combate a gran escala y contra la flota inglesa, que era la más moderna de la época.
Los Británicos habían mantenido a las flotas francesas y españolas separadas, que se habían mantenido encerrados en puerto. De los navíos de línea disponibles por Napoleón, 35 eran franceses y 25 españoles; aproximadamente un tercio de estos estaban en el Mediterráneo.
En 1803, los Británicos tenían 111 navíos, de los que 60 podrían ser usados en aguas británicas y en el Mediterráneo. El resto de la flota fue desperdigada en todas partes de las Antillas, Norteamérica, Caribe y las Indias Orientales para proteger los intereses británicos. Del resto, muchos fueron dispersados para utilizarlos en los bloqueos.
La revolución francesa había diezmado el cuerpo de oficiales de la marina francesa. La mayor parte de los oficiales eran personas asignados por los revolucionarios, inexpertos en el mando y careciendo de capacidad de lucha, mientras que las tripulaciones no eran mucho mejores. En 1793, el Cuerpo de marineros había sido disuelto y los soldados del ejército de tierra tuvieron que acostumbrarse a luchar a bordo de los barcos. Los españoles tenían grandes oficiales, expertos en navegación, pero debido a la escasez de tripulaciones expertas por la fiebre amarilla que asoló las costas españoles y que se cebó en el entorno marino y con ello se perdieron muchos marineros profesionales, se "reclutaban" mendigos, campesinos y demás gentes del interior, con nula experiencia ya no sólo en el manejo de armas si no en navegación. La fiebre amarilla mató en España entre 1802 y 1804 a casi 60.000 personas, la mayoría de zonas costeras. Esta fiebre era originaria de las zonas tropicales y fueron traídas a España por los barcos que venían del Caribe.
Además estaba el hecho de que España era un país poco poblado; con apenas 10 millones de personas, frente a los 20 millones de Francia y 15 de Gran Bretaña, que continuamente emigraban a las colonias de ultramar haciendo una sangría de mano de obra que hacía muy dificil el reclutamiento masivo que la Armada requería. En un informe del Almirante Mazarredo al primer ministro Godoy este le informa de que aunque hubiera dinero para poder mantener una flota tan grande como la británica sería imposible encontrar gente para tripularlas, este informe por cierto le costó el cargo a un almirante que era de los pocos competentes que había. Quizás ante todas estas carencias se debía haber tendido a crear una flota más reducida en número de barcos pero más profesionalizada y preparada, con menos requerimientos en cuanto al número de hombres pero bien entrenados y con medios modernos, tal y como hicieron los norteamericanos más adelante, basando su creciente poderío naval en fragatas fuertemente armadas y tripuladas por expertos marinos que dieron más de un quebranto a la todopoderosa flota británica.
Lo anterior hacía que las posibilidades de éxito fueran nulas en un enfrentamiento directo contra la flota inglesa y, por eso, se propuso como estrategia la de esperar en el puerto el paso del invierno, esperando que la flota inglesa se debilitara en la mar, mientras los bloqueaban y soportaban las tormentas que pudieran surgir. Lamentablemente, el almirante Villeneuve, quien esperaba recuperar la confianza ante el emperador de Francia con una gran victoria, forzó la necesidad de entablar batalla.
Por otro parte, la escuadra inglesa, al mando del almirante Nelson, estaba compuesta por marineros profesionales, con amplia experiencia en combate. Eran los mismos que habían combatido contra Francia y España en varias ocasiones, como en la Batalla del Cabo de San Vicente, en la Batalla del Nilo o en la del Cabo Finisterre.
Además, esta escuadra era comandada por un almirante que se había convertido, por méritos propios, en toda una leyenda, ya que Horatio Nelson se había batido con éxito contra los daneses en Copenhague, contra los franceses en Aboukir y se encontraba a cargo del bloqueo contra Cádiz. Se debe considerar, además, que a pesar de que el número de buques ingleses era menor que el de la flota aliada franco-española, tenia una superioridad en cadencia de tiro y en capacidad de maniobra que le otorgaba su experta marinería, convirtiéndola en una fuerza insuperable.
Así fue como el almirante Villeneuve dio la orden de zarpar, a pesar de los consejos de los almirantes españoles Cosme de Churruca y Federico Gravina, que opinaban que no era prudente hacerlo. La flota franco-española se hizo a la mar desde el puerto de Cádiz, el 19 de octubre de 1805, encontrándose ambas flotas frente a frente al amanecer del día 21, a pocas millas frente al Cabo de Trafalgar.
La flota inglesa, comandada por el Almirante Nelson, atacó con una formación de dos columnas paralelas en contra de la línea perpendicular que había formado la escuadra franco-española, lo que le permitió cortar la línea de batalla enemiga y rodear a varios de los mayores buques enemigos. La flota aliada navegaba a sotavento, lo que también daba la ventaja a los ingleses y, para colmo de desdichas, Villeneuve dio la orden de virar hacia el noreste para poner rumbo a Cádiz, en cuanto se percató del poderío de la flota inglesa.
El ataque inicial del Almirante Nelson desorganizó completamente la línea franco española, consiguiendo la división de esta en dos. Esto permitió a la flota inglesa capturar a varios de los buques franceses y españoles, cortar la línea y batirles con artillería por proa y popa. El combate había empezado al mediodía y casi una hora y media después, cuando las acciones eran totalmente favorable a los ingleses, el Almirante Horatio Nelson cayó herido de muerte en la cubierta del HSM Victory, alcanzado por un proyectil de mosquete disparado desde el Redoutable, uno de los navíos franceses.
En el espacio de dos horas, la mayoría de los buques más importantes de la flota franco-española ya se habían rendido y sus cañones habían cesado de disparar. Durante la batalla, murieron los principales comandantes españoles y franceses y casi al finalizar la tarde, después de seis horas de acción, la explosión de la santabárbara del navío francés Achille marcó el fin de las acciones.
En la Batalla de Trafalgar, Francia perdió doce de sus dieciocho buques, con unos 3.300 muertos, más 1.200 heridos y cerca de 500 prisioneros. España, por su parte, perdió diez de los quince buques con los que entró en combate, con un total de 1.022 muertos, 2.500 heridos y unos 2.500 prisioneros. Inglaterra sufrió la pérdida de 450 hombres (entre los que, aparte de Nelson, estaban trece de sus mejores oficiales) y 1.250 heridos.
Esta batalla consolidó el liderazgo incuestionable de la armada británica en todos los mares, situación que ostentó durante un siglo. Para los españoles y franceses, Trafalgar fue una dura derrota que pronto adquirió connotaciones trascendentales, ya que terminó con la intención de los franceses de invadir o, al menos, bloquear por mar a Inglaterra. Tal y como el lord del Almirantazgo inglés John Jervis había dicho, con sarcasmo, en 1801 “Yo no digo que los franceses de Napoleón no vayan a venir, pero desde luego, no vendrán por mar”. Cabe destacar que, para la actual América Latina, el resultado de esta batalla cobró mayor relevancia, toda vez que creó las condiciones que ayudaron a acelerar los procesos independentistas.
Horatio Nelson, quien había nacido en Burnham Thorpe, un 29 de septiembre de 1758, fue un marino ejemplar, que además de llegar a ser Almirante de la Marina Real Británica, fue duque de Bronte en Nápoles, barón del Nilo en Inglaterra y caballero de Bath, títulos que reflejan sus condiciones de caballero y militar. Todo esto queda demostrado con uno de sus últimos mensajes a la flota, antes de comenzar la Batalla que lo llevaría a la gloria: “Inglaterra espera que todo hombre cumplirá con su deber”. Dada la trascendencia de la batalla y el hecho de la muerte de Nelson, la frase quedó inmortalizada dentro del acervo popular británico, reconociendo en el Almirante Nelson a uno de los oficiales navales ingleses con las mejores capacidades estratégicas y tácticas en materia de guerra naval.
Ya moribundo, el Almirante Nelson fue informado de que 14 barcos enemigos habían arriado bandera y, a cambio, no se había perdido un solo navío británico. Así, murió sabiendo que había logrado su mayor victoria. Ese 21 de octubre de 1805, sus últimas palabras fueron "Gracias a Dios, he cumplido con mi deber".
La victoria inglesa en Trafalgar fue el final de las aspiraciones de Napoleón de controlar el mar y por tanto de invadir Inglaterra. Para España supuso su fin como potencia colonial. España que ya era una potencia venida a menos vio inutilizada una parte importante de su flota y ya nunca volvería a recuperarse y a alcanzar el nivel del siglo XVII e incluso del siglo XVIII. Además los mejores oficiales de la armada española murieron o quedaron apartados del ejercito de por vida tras la batalla de Trafalgar lo que en esa época también era un daño importante. Sin duda la Batalla de Trafalgar dictó el futuro del dominio mundial.
La principal consecuencia de la Batalla de Trafalgar (1805) fue que España y Francia se quedaron prácticamente sin flota, ya que ambas flotas fueron brutalmente destruidas por la flota inglesa. Esto generó que tanto España como el Imperio Francés no pudieran navegar.
En primer lugar, podríamos decir que la falta de flota por parte de España fue uno de los primeros pasos que derivó en que la conexión entre España y sus colonias en América se fuera acortando cada vez más. Otros hechos que siguieron cortando esta conexión fueron el encarcelamiento de Fernando VII a manos de Napoleón en 1808, causando que estuviera en prisión el rey legítimo mientras que el hermano de Napoleón, José Bonaparte, gobernaba Francia. Esto causó que muchas juntas se formaran en España a favor del rey prisionero. La junta principal, Junta Central de Sevilla, se disolvió en enero de 1810 debido al avance francés y en mayo de ese año llegó la noticia a América, desencadenando muchas revoluciones en el continente.
La falta de flota francesa tuvo sus consecuencias también en Francia. A partir de 1806, un año después de Trafalgar, Napoleón ordenó empezar un Bloqueo Continental contra Inglaterra. El plan consistía en bloquear todos los puertos del continente europeo para evitar que Inglaterra pueda comerciar y, de esta manera, causarle un desastre económico tan grande que termine convenciéndola de que se rinda ante Francia.
Napoleón logró bloquear casi todos los puertos europeos, salvo los de Portugal, los cuales se negaban a hacerlo y a romper su alianza con Inglaterra. Entonces Napoleón tiene que llevar a su ejército a pie hasta Portugal, para convencer a los portugueses de cerrar sus puertos. Para hacer esto, Napoleón tiene que pasar a pie por España, lo cual podría haberlo hecho por mar sino fuera porque no tenía flota y porque Inglaterra controlaba el mar luego de Trafalgar.
Entonces, Napoleón cruza por España en 1808 y, como a la gente no le gusta esa alianza que España tenía con Francia, el pueblo de revela ante el rey Carlos IV y el primer ministro Manuel Godoy. Godoy tiene que renunciar y Carlos IV abdica a favor de su hijo, Fernando VII.
Como conclusión, podría decir que la Batalla de Trafalgar influyó en el Bloqueo Continental, en la guerra entre España y Francia, y de alguna manera en los movimientos revolucionarios en América.
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