El proceso histórico que alumbró aquella fecha fue, por cierto, lo suficientemente fuerte como para marcar en profundidad la propia reconstrucción de los hechos, considerados una matriz de la identidad política naciente al calor del liderazgo de Juan Domingo Perón.
Convertido, con el paso del tiempo, en un motivo de congregación ritual para el peronismo, que lo consagró como “Día de la lealtad”, fecha de conmemoración oficial durante casi una década, símbolo de la resistencia en los siguientes 17 años de proscripción, evocación alusiva de encuentros y desencuentros durante los últimos treinta años e incorporada a la normalidad de la convivencia y la controversia democrática a partir de 1983. Su cristalización como acontecimiento de recordación canónica no ha podido resistir, sin embargo, una profusa bibliografía y ensayística historiográfica que se mantiene, casi setenta años más tarde, agregando valiosos aportes al redescubrimiento de nuestro pasado.
Para unos, fue una verdadera irrupción popular espontánea; para otros, resultó determinante su planificación y conducción por parte de sectores gremiales y dirigentes del sindicalismo y hay quienes sostienen que el hecho estuvo directamente instigado y manejado desde oficinas gubernamentales. Existen, además, los más variados testimonios sobre quiénes estuvieron aquel día en la Plaza de Mayo o participaron de la movilización popular.
Recordamos los hechos clave de aquel octubre del ‘45. Los partidos políticos y fuerzas de la oposición reclamaban la retirada del Ejército a los cuarteles. El 8 de julio el general Edelmiro Farrell había anunciado la convocatoria a elecciones y el levantamiento del Estado de Sitio. Había agitación en las calles y el hombre fuerte de aquella dictadura en retirada, el coronel Perón ya era un posible candidato presidencial debido a su exitosa política en favor de los trabajadores. Sus posiciones y ambiciones disgustaban a muchos de sus compañeros de armas, que hablan de su futuro. El nombramiento de su amigo personal y allegado a Evita –ya compañera inseparable del coronel Perón– Oscar Nicolini como director general de Correos y Telecomunicaciones –un cargo, por entonces, de gran importancia, porque manejaba el conjunto de las comunicaciones de todo el país–, desencadena un movimiento interno de las cúpulas militares que exigen su renuncia. Su principal referente es el general Eduardo Avalos, jefe del Regimiento de Campo de Mayo. Perón acepta la imposición, pero previamente, el 10 de octubre, dirige un saludo a los dirigentes gremiales desde el ex Concejo Deliberante, donde funcionaba la Secretaría de Trabajo y Previsión, que se transmite por radio a todo el país. Aprovecha la ocasión para realizar un balance de su labor al frente de la secretaría y anuncia que deja firmado un decreto de aumento de sueldos y salarios que implanta, además, el salario móvil, vital y básico.
El gobierno del general Edelmiro Farrell, surgido del proceso político-militar que en 1943 dio fin a la llamada Década Infame, obligó al entonces coronel Juan Domingo Perón a renunciar a todos los cargos públicos que ocupaba. El motivo, la inquietud y el recelo que provocaba el programa político que venía desarrollando Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. No sólo lo obligaron a abandonar sus cargos, también fue detenido y trasladado a la isla Martín García.
Al producirse el relevo de Perón y su posterior detención, el secretariado de la CGT analiza los acontecimientos y advierte la existencia de “una ofensiva patronal para arrasar con las conquistas gremiales”. Mientras se barajaba la posibilidad de que se transfiriera el Gobierno a la Corte Suprema, la dirección sindical encabezada por Silverio Pontieri dialoga con el nuevo ministro de Guerra, el general Avalos. Le pide detener las medidas en perjuicio de las organizaciones obreras y de los asalariados y la libertad de todos los detenidos, incluido el coronel Perón. Lo mismo reclaman al presidente Farrell, pero la solicitud no da resultado.
El martes 16 se reúne el Comité Central Confederal de la CGT para considerar, como único punto, la convocatoria a la huelga general para el 18. La decisión llegó tarde: apenas terminada la votación –era la una de la mañana del 17– grupos de trabajadores se movilizaban en todo el país. El motivo del paro: “Defender las conquistas sociales frente a la reacción”. Y el de la gente en la calle, buscar a Perón para que retornara a la Secretaría de Trabajo.
17 de octubre de 1945 - Rumbo a Plaza de Mayo |
El 17 de octubre de 1945, el país partió su historia por la mitad. Ese día, una marea de trabajadores paró el cordón industrial de Buenos Aires, y se lanzó a la Plaza de Mayo a pedir la libertad de Juan Domingo Perón, por entonces coronel, el hombre que les había dado dignidad y derechos sociales en el trabajo. Perón estaba preso, capturado por el mismo gobierno militar del que había formado parte. Su proyecto político, y –sobre todo- los nuevos derechos de los trabajadores, incomodaban, y mucho.
Similares manifestaciones se reproducen en La Plata, Rosario y otras ciudades del interior sin que la policía intervenga para reprimir la presencia en las calles. Con la presión de la presencia multitudinaria, el Comité de Huelga –integrado por los representantes de los gremios no confederados Luis Gay (que junto a Cipriano Reyes se aprestaba a conformar el Partido Laborista) y Angel Borlenghi– y el secretariado de la CGT inician conversaciones con el general Avalos, quien se aviene a negociar. Al mediodía, una delegación de la CGT se reúne con Farrell y le entrega un petitorio de 300 sindicatos reclamando satisfacción a las demandas gremiales. Por la tarde el Gobierno, tambaleante, cede. Farrell recibe una tardía lista de ministros posibles encomendada días antes al procurador Juan Alvarez, la que es rechazada. El coronel Perón exige la renuncia de todo el gabinete y, tras recuperar su libertad y tomar nota de su decisiva influencia, se dirige a los manifestantes (entre sesenta mil y 200 mil personas, según distintas fuentes) desde los balcones de la Casa de Gobierno.
Farrell (izq.) con Perón |
Luego de breves palabras de Farrell, Perón habla a los trabajadores del país, les agradece su apoyo e invita a convertir el paro general del día siguiente en día “de festejo y esperanza”. Mantiene un intercambio con la plaza colmada de gente, que acompaña con cánticos y consignas las apelaciones del líder. La radio del Estado transmite el acto a todo el país mientras desde los altoparlantes se escuchaban las consignas que lanzaba Eduardo Colom, director del diario La Epoca.
El jueves 18 se cumple la huelga general decretada por la CGT. Incidentes frente al diario Crítica derivan en choques entre grupos nacionalistas y antiperonistas, con heridos y un muerto, el activista Darwin Pasaponti. Fracasa un intento del almirante Vernengo Lima de sublevar a la Marina. mientras grupos de trabajadores siguen pintando con carbón y tiza el nombre de Perón en las paredes de Buenos Aires. Es el embrión del “movimiento peronista”.
Parte del folklore. La historia y el sentido del 17 de octubre fueron reinterpretados a lo largo del tiempo siendo a la vez expresión del “lugar de la memoria” del movimiento peronista y componente ritual, ideológico y político central de su incidencia en las luchas y conflictos a lo largo de más de medio siglo. En esa fecha, se reeditará el momento fundacional de la irrupción popular en la plaza, los planteos antagónicos “pueblo-oligarquía”, la comunión del líder con la masa, el pasaje de la manifestación espontánea y la reacción popular frente a un régimen al de jornada de ratificación plebiscitaria de “la lealtad” y el respaldo a Perón.
Las masas obreras, los “descamisados”, podían sentirse por primera vez actores centrales del escenario político. Las líneas demarcatorias de los antagonismos irreductibles conocidos hasta entonces por los argentinos de la época –conservadores y radicales, liberales y nacionalistas, militarismo y antimilitarismo– se confunden, entrecruzan y superponen; pero, sobre todo, se fraguan esa noche en una nueva bifurcación determinante, social e ideológica, destinada a perdurar durante las siguientes décadas: peronistas y antiperonistas.
Resulta que durante mucho tiempo los obreros habían tenido que escuchar los sermones sobre la forma de vestirse y su estética; ahora resultaba que por primera vez un “descamisado”, un “grasa”, no adquirían aquel valor peyorativo que le cargaba la oligarquía. Ahora el Congreso, según los antiperonistas, se había llenado de “brutos”. Esa gran movilización provocada por el vendaval peronista sacudió varios de los pilares que tenía cada sujeto en la sociedad.
La ideología que se encontraba detrás de las conceptualizaciones tales como “aluvión zoológico”, “cabecitas negras”, “la temida barbarie residual”, “clases peligrosas” connotaciones de carácter peyorativo con que se denominaba a los que simpatizaban con el Peronismo, encubrían el temor a la pérdida de poder, a partir de la participación de las masas trabajadoras, esos pobres que constituían aquella Argentina invisible, olvidada, reprimida en algunos casos, se convertían en ciudadanos; hacían uso de una participación política propia; toda aquella “chusma” denominada por la cultura dominante se había hecho presente y, para colmo, se habían convertidos en protagonistas políticos, de golpe ahí estaban ellos exhibiendo sus pieles oscuras y hasta atreviéndose a hablar, atreviéndose a desafiar aquel mito de la argentina blanca y europea.
Plaza de Mayo |
Con el retorno de la democracia en 1983, parecía que esa antinomia quedaría en el pasado. En la última década, sin embargo, reaparecerá bajo la forma “kirchnerismo-antikirchnerismo”; para muchos de manera forzada y antojadiza, para otros como evidencia de un conflicto persistente y proveniente de la Argentina profunda.
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