El Obergruppenführer de las SS, Reinhard Heydrich, era vicecomandante de la SS, bajo las órdenes de Himmler, y jefe del Reichssicherheirshauptamt (o RSHA, Oficina Central para la seguridad del Estado). Como tal supervisaba todas las fuerzas de seguridad del Reich, incluyendo la policía y la Gestapo, y, por lo tanto, era uno de los hombres más poderosos de la jerarquía nazi. Era aún relativamente joven, y además enérgico, eficiente e incapaz de sentir el menor remordimiento.
Hitler dijo de él: “Heydrich tenía el corazón de piedra”. Él fue el protagonista del gran plan hitleriano de expansión hacia el Este: las fronteras alemanas se extenderian hasta el Volga, y se desplazaría de sus tierras de origen a 30.000.000 de eslavos. Las tierras no ocupadas las colonizarían los alemanes, y en estos vastos territorios Reinhard Heydrich reinaría como un virrey, sometido tan sólo al propio Hitler. En 1941 parecía que la guerra había acabado prácticamente: las fuerzas de trabajo de las razas inferiores se aprovecharían aún durante unos meses en la industria y después se pondría en práctica el grandioso proyecto. Pero el día 27 de mayo de 1942, agentes checos al servicio de Gran Bretaña sorprendieron el automóvil de Heydrich mientras aminoraba su velocidad en una curva: se le lanzó una granada que hizo saltar el vehículo, y el “protector” del Reich, mortalmente herido, fue llevado a Praga, donde murió poco después.
Hitler se enfureció, y, como era característico en él, lo que quiso no fue justicia, sino venganza. Y, en efecto, como represalia ordenó la ejecución inmediata de 30.000 checos. Karl Hermann Frank, secretario de Estado en los Sudetes, a quien la muerte de Heydrich ascendió al mando supremo en Praga, se mostró indeciso, argumentando que con ello se reducirían seriamente las fuerzas de trabajo que el Protectorado tanto necesitaba. Entonces Hitler modificó su orden en el sentido de limitarla al arresto de 10.000 rehenes. Pero aquella misma noche, el 27 de mayo, le llegó a Frank una orden de prioridad de Himmler que decía:
Hitler se enfureció, y, como era característico en él, lo que quiso no fue justicia, sino venganza. Y, en efecto, como represalia ordenó la ejecución inmediata de 30.000 checos. Karl Hermann Frank, secretario de Estado en los Sudetes, a quien la muerte de Heydrich ascendió al mando supremo en Praga, se mostró indeciso, argumentando que con ello se reducirían seriamente las fuerzas de trabajo que el Protectorado tanto necesitaba. Entonces Hitler modificó su orden en el sentido de limitarla al arresto de 10.000 rehenes. Pero aquella misma noche, el 27 de mayo, le llegó a Frank una orden de prioridad de Himmler que decía:
“En vista de que los intelectuales son nuestros peores enemigos, fusila a 100 de ellos esta noche”.
Así, en pocos días, se arrestó a 3188 checos, de los cuales se ejecutó a 1357, mientras otros 657 murieron durante los “interrogatorios” de la policía. en total perecieron más de 2000.
Sin embargo, todo eso no llegaba a satisfacer a Hitler. El 9 de junio, un día después del funeral de Heydrich, Frank recibió instrucciones secretísimas del Führer para llevar a cabo una acción especial de represalia que les diese a los checos una lección definitiva de sumisión y de humildad.
Funeral de Heydrich |
Lídice era una pequeña y agradable localidad campesina, situada a unos 16 Ion de Praga. Formaba una comunidad unida, sin grandes diferencias sociales y religiosas. Las mujeres efectuaban la mayor parte del trabajo del campo, y los hombres trabajaban en el centro industrial de Kladno, a 7 km del pueblo.
La inesperada visita de la Gestapo
Hacia las 4,30 horas de la tarde del 4 de junio, el día de la muerte de Heydrich, dos columnas de camiones cargados de tropas aparecieron en el pueblo. Tras saltar de los vehículos, los soldados se desplegaron por los campos, formando un cordón con el que rodearon el pueblo y a sus asustados habitantes, a los que reunieron en la carretera. Los hombres de la Gestapo, con sus uniformes negros, hicieron breves preguntas a los campesinos, identificando atentamente a cada individuo según unas listas mecanografiadas. Mientras tanto, la policía revolvía de arriba abajo todas las casas, volcando muebles y accesorios y dejando el caos tras ella. Después, inesperadamente, el grupo volvió a subir a los camiones y se alejó. De momento se llevaron tan sólo a la señora Stribmy y a su hermano, y a toda la familia Koralc, ocho hombres y siete mujeres. El día 10, los alemanes aparecieron de nuevo, esta vez de noche. Eran las 21,30 y mucha gente se habla ido a dormir cuando llegó un convoy de camiones cargados de policía militar, que cercó el pueblo y bloqueó todas las salidas. Al mismo tiempo, una escuadra de SS y oficiales de la Gestapo irrumpió en la plaza. Hicieron salir a todos los habitantes (muchos no tuvieron tiempo ni de vestirse) y los alinearon en el centro; los hombres a un lado y las mujeres y los niños a otro. Una vez más, los alemanes comprobaron los hombres uno por uno en sus ordenadas listas.
Mientras tanto, escuadras de la Schiitzpolizei iban de casa en casa, confiscando metódicamente todos los objetos de valor. Las “pruebas comprometedoras”, previamente proporcionadas por sus colegas, se descubrieron muy pronto. A continuación reunieron y se llevaron el ganado, y recogieron y cargaron en los carros los utensilios y aperos agrícolas. El saqueo continuó toda la noche. Cuando, a las cinco del día siguiente, se volvieron a abrir las puertas de la escuela y salieron las mujeres, encontraron el pueblo reducido a un estado miserable, con las calles cubiertas con los restos de los objetos de su propiedad. A continuación las hicieron subir a unos camiones cubiertos y se las llevaron, sin que ninguna supiera dónde o por qué. La escuadra especial de exterminio llegó de Praga. Fueron colocando sucesivamente contra la pared del granero una serie de colchones para impedir que rebotaran las balas y después fueron sacando, de diez en diez, a los hombres y a los muchachos, los colocaron en fila y los fusilaron.
No se dejó nada
La obra de borrar a Lídice del mapa continuó, con eficiencia profesional, ante los ojos del mismo Frank y del nuevo Reichtprotektor provisional, Kurt Dalüge, quienes llegaron de Praga para asistir personalmente a tanta destrucción. Mientras la escuadra de exterminio se encargaba de los hombres, otros grupos rociaban las casas con gasolina para incendiarias. Llegaron después los ingenieros con cargas de dinamita para volar las paredes que aún resistían, y después más soldados con bulldozers, que aplanaron las ruinas, arrancaron los árboles de raíz y. rellenaron el lago. Incluso desviaron el curso del torrente. Y para no dejar ningún signo que pudiera reconocerse, araron toda la extensión de los escombros. Todo lo que quedó de Lídice fue una gran mancha oscura, formada por montones de escombros, triste y estéril, en la extensión de los campos cultivados.
Vista aérea de Lidice, antes y después de su destrucción |
La perspectiva de separarse de sus hijos provocó en la multitud de mujeres, sucias y desoladas, un grito y un movimiento de protesta general, por lo que los guardias levantaron los fusiles y dispararon al aire. Cuando volvió a hacerse el silencio, el oficial afirmó que, si surgían dificultades, los fusilaría a todos. Mientras hablaba, los soldados de las SS avanzaban entre la multitud arrancando los aterrorizados niños de los brazos de sus madres y amontonándolos en camiones. Cuando acabaron de ocuparse de los niños amontonaron a las mujeres en vagones de ganado. Una de ellas. la señora Hronikova, viendo a un ferroviario al que conocía, consiguió cruzar con él algunas palabras. Intentó darle un mensaje para los que había dejado en Lídice: pero el hombre apenas tuvo tiempo de decirle que su casa ya no existía. Después se cerraron las puertas y el tren comenzó su largo y lento viaje hacia Ravensbrück. Allí se quedaron las demás, y durante tres años soportaron trabajos, hambre y malos tratos en aquel famoso campo de concentración, sin noticias de sus maridos. ni de sus hijos, ni de sus casas. Al llegar las tropas aliadas, muy pocas de esas mujeres vivían aún. Se inició entonces la búsqueda de aquellos niños que sus madres habían visto por última vez en el patio de la escuela de Kladno, tres años antes. De los 99 niños que se habían llevado de Kladno, ocho fueron trasladados a Praga para ser educados como alemanes. A los demás los llevaron a Lodz, en Polonia donde la oficina para la selección de la raza había escogido a otros nueve que parecían “adecuados” para la germanización. Sólo esos 17 elegidos sobrevivieron, y volvieron después con los suyos.
Las autoridades nazis no Intentaron ocultar lo que habían hecho. Al contrario, transmitieron por radio a todo el mundo su triunfo sobre Lídice. Unos días después de la horrible matanza, la radio alemana anunció que se había descubierto que todos los habitantes de aquel pueblo estaban implicados en la muerte del “protector” del Reich, Heydrich y que además estaban tal servicio activo del enemigo exterior. Por consiguiente añadía
“Se ha fusilado a todos los hombres, internado a las mujeres en campos de concentración y se ha colocado a los niños en institutos de educación. Se han demolido las casas y los edificios y se ha borrado el nombre del pueblo”
Cuando se conocieron los hechos se levantó en todo el mundo un grito de horror. Se constituyeron comisiones que se comprometían a recordar y ayudar al pueblo tan brutalmente destruido; compromisos que después se cumplieron. En muchas naciones se erigieron monumentos conmemorativos; en Brasil y en Estados Unidos se rebautizaron dos pueblos con el nombre de Lídice. Así, lejos de borrar su nombre, los nazis, como podían haber previsto, le aseguraron un recuerdo perenne.
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