La mañana del 20 de octubre de 1944, el sol que se elevó sobre el golfo de Leyte, en las Filipinas centrales, iluminó la mayor y más poderosa concentración de medios de asalto anfibios y de buques de guerra que jamás se había visto en el Pacífico. Más de 700 unidades navales, entre buques de transporte, navíos de guerra y buques auxiliares y de apoyo se encontraban en las aguas al este de la isla de Leyte. Y en alta mar, al Este y al Norte, cuatro poderosas fuerzas de tarea compuestas de de portaaviones y de acorazados garantizaban la cobertura. Centenares de aviones sobrevolaban constantemente la zona, manteniéndola bajo su dominio, y otros muchos se preparaban para apoyar el ataque que cuatro divisiones americanas lanzarían, por la mañana, contra las costas de Leyte.
Los planes norteamericanos
La isla de Leyte tiene unos 184 km de longitud, mientras su anchura máxima apenas llega a 72 y la mínima a sólo 24. Para la conquista de la isla el general Douglas MacArthur disponía de 200.000 hombres del Ejército 6, al mando del general Krueger; de las Fuerzas Aéreas del Extremo Oriente, del teniente general George G. Kenney, con más de 2500 aviones de combate, y de la VII Flota, al mando del vicealmirante Thomas C. Kinkaid —a menudo denominada “la marina de MacArthur“—, que comprendía más de 100 buques de guerra y otros 500 entre transportes, buques auxiliares, embarcaciones de desembarco y otras unidades de apoyo, y 500 aviones. También estaba presente, en misión de apoyo, la III Flota del almirante William F. Halsey, uno de los más poderosos grupos navales que jamás se hubieran reunido, compuesto por casi un centenar de modernos buques de guerra y más de un millar de aviones, pero que, sin embargo, no se había puesto al mando directo de MacArthur.Vice Almirante Kinkaid |
Almirante Halsey |
Los planes japoneses
Los planes nipones, denominados convencionalmente “Sho” (victoria), pretendían defender importantes sectores comprendidos entre las Kuriles y las Filipinas. Los invasores norteamericanos debían ser sometidos a un ataque combinado desde el mar y el aire en el curso de las operaciones de desembarco. Sería una tentativa extrema, guiada con la máxima decisión, para destruir de un solo golpe, asestado en el último momento, los buques de transporte y los buques de apoyo.Vice Almirante Kurita |
Vice Almirante Ozawa |
Por su parte, las fuerzas navales operaban en completa independencia de los mandos mencionados. Prácticamente, todas las unidades navales niponas formaban parte de la Flota combinada del almirante Soemu Toyoda. Cada una de las fuerzas principales, que operaban con plena autonomía, eran directamente responsables ante el citado Toyoda; estas unidades eran la 1ª Fuerza de ataque, al mando del vicealmirante Takeo Kurita, formada por acorazados, cruceros y destructores; la fuerza principal del vicealmirante Jisaburo Ozawa, una formación de portaaviones, que tenía su base en el mar del Japón, y la 2ª Fuerza de ataque del vicealmirante Kiyohide Shima, compuesta por un reducido número de cruceros y de destructores, con base también en aguas septentrionales. Las grandes unidades aeronavales de las Filipinas y de otros sectores quedaban así enlazadas con otros elementos de la Flota y, por consiguiente, entre si sólo a través de Toyoda.
Por esta razón, el comandante de la Flota combinada tenía la enorme responsabilidad de coordinar todos los elementos navales destinados a participar en la realización del plan “Sho”; así como el mariscal Terauchi tenía la grave misión de coordinar las grandes unidades del Ejército. Pero lo malo era que ni Toyoda ni Terauchi tenían la obligación de mantenerse en contacto entre sí, y el Mando supremo imperial, que teóricamente debía ser el anillo de conjunción entre ambos, en realidad hacía muy poca labor en este sentido.
Se tuvo una prueba palpable de estos fallos en el curso de los acontecimientos que se produjeron a mediados de octubre. Para debilitar la resistencia y la moral del enemigo, en vistas al inminente ataque contra Leyte, los portaaviones de Halsey lanzaron, el 10 de octubre, una serie de violentos ataques contra las bases japonesas, desde las Ryukyu a las Filipinas septentrionales. El alcance de estas operaciones hizo comprender a Toyoda que los americanos se preparaban para una ofensiva en gran escala. Y, tras el desconcierto inicial, el almirante ordenó a las unidades aeronavales que pusieran en ejecución tanto el plan “Sho-1”, para la defensa de Filipinas, como el plan “Sho-2”, para la defensa de Formosa y las Ryukyu.
El resultado de esta intervención prematura de las fuerzas aeronavales japonesas fue que los efectivos aéreos de Toyoda se emplearon en su casi totalidad en un inútil intento de oponerse a una Invasión en realidad inexistente. Mientras tanto, el general Tominaga se mantuvo prácticamente inactivo y no reaccionó ante los ataques de Halsey, ignorando sin duda que Toyoda había cursado unilateralmente las disposiciones relativas a la aplicación de ambos planes “Sho”. El hecho de haberse abstenido por su cuenta de aplicarlas hizo que las bajas experimentadas por él fuesen exiguas. Por el contrario, las fuerzas de Toyoda se resintieron duramente. En menos de una semana los japoneses perdieron más de 600 aviones de la Aviación naval. Asimismo, las fuerzas aeronavales designadas para la defensa de Formosa y de las Filipinas resultaron muy debilitadas. Incluso los pocos aparatos asignados a los portaaviones del almirante Ozawa habían participado en los combates y fueron destruidos. las pérdidas norteamericanas no llegaron a un centenar de aviones.
También Toyoda se dejó atraer a una trampa, mordiendo el cebo lanzado por Halsey, quien había decidido servirse de dos cruceros averiados -los únicos buques de la Flota que resultaron alcanzados- para tender una emboscada a la Escuadra japonesa. Toyoda, convencido de tener la victoria al alcance de la mano, utilizó medios aéreos de reserva y. simultáneamente, ordenó a la 2ª Fuerza de ataque del almirante Shima que se lanzase en persecución de las malparadas fuerzas de Halsey para asestarles el golpe de gracia. “Es superfluo decir -escribió más tarde uno de los comandantes japoneses-, que el asunto de la persecución concluyó con un absoluto fracaso”. Los japoneses perdieron más aviones y Shima a duras penas logró salvarse del aniquilamiento total gracias a que Toyoda. que al fin había intuido, por lo menos en parte, cómo estaban las cosas, ordenó a la 2.° Fuerza de ataque que desistiese de la persecución.
El lamentable error de Toyoda comprometió gravemente las posibilidades japonesas de llevar a buen fin la ejecución de los planes “Sho”. La destrucción de centenares de aparatos de la Aviación naval ya hacía imposible la realización de la fase más importante, que se basaba en la intervención aérea. Únicamente le quedaban unos 300 aviones de la Aviación naval en Formosa, otros 150 del 4º Ejército aéreo y quizás un centenar en los portaaviones, confiados a pilotos inexpertos y poco entrenados.
El conjunto de las fuerzas navales de superficie japonesas se encontraba en mejores condiciones. Sin embargo, ni siquiera la poderosa Escuadra de acorazados del almirante Kurita, fondeada en Lingga Roads, podría hacer gran cosa si decidía enfrentarse con los norteamericanos sin una potencia aérea adecuada. El general Yamashita se hallaría en dificultades análogas en el momento en que quisiera modificar el despliegue de sus fuerzas para oponerse a los desembarcos norteamericanos. Yamashita disponla de unos 300.000 hombres en las Filipinas; pero tan sólo un tercio de estas fuerzas se encontraba en las Filipinas centrales, y Leyte únicamente estaba defendida por 20.000 hombres.
Los primeros desembarcos norteamericanos en el archipiélago filipino se produjeron entre el 17 y el 18 de octubre, en tres islotes que protegían las vías de aproximación orientales al golfo de Leyte. Elementos de los Rangers y de infantería desalojaron los islotes sin gran dificultad, destruyeron las instalaciones radio japonesas e instalaron algunos faros para guiar el convoy destinado a la invasión. La mañana del 19, los buques de guerra y los aviones de la VII Flota iniciaron un bombardeo preparatorio, sin que los japoneses presentaran una seria oposición.
El enemigo era presa, una vez más, de las dificultades derivadas de su falta de coordinación. El almirante Toyoda fue el que más pronto reaccionó. El 17 cuando recibió la noticia de las primeras alarmas, dispuso sus formaciones navales en orden de batalla y el 18 lanzó un decidido ataque contra las fuerzas de invasión en el golfo de Leyte. Los restantes comandantes japoneses parecían menos dispuestos. A diferencia de Toyoda, estaban todavía bajo la impresión de que las “gravosas bajas”. de la III Flota americana, anunciada la semana anterior, habían inducido a los norteamericanos a demorar toda operación ofensiva en gran escala. Según ellos, era probable que los buques enemigos presentes en el golfo de Leyte fueran las unidades supervivientes de la formación de Halsey
Sin embargo, a mediodía del 18, también los comandantes del Ejército meridional y del 4º Ejército aéreo estaban ya convencidos de que había comenzado la invasión. Y su insistencia, junto con la de Toyoda, tuvo el poder de convencer a sus respectivos superiores en Tokio. A las 17, después de haber comunicado al emperador las decisiones adoptadas, las secciones del Ejército y de la Marina del Mando Supremo Imperial cursaron separadamente las órdenes para la puesta en ejecución del plan “Sho-1”.
La Flota combinada ya se disponía para la acción. A mediodía del 20, la poderosa 1ª Fuerza deAtaque de Kurita llegó a la bahía de Brunei, en Borneo. Desde allí, Kurita debía guiar el grueso de sus unidades al Mar de Filipinas, a través de la parte central del archipiélago y el estrecho de San Bernardino, para dirigirse luego, a toda velocidad, hacia el Sur y atacar a las fuerzas de invasión en el golfo de Leyte. Para luchar contra los norteamericanos Kurita contaba con 5 acorazados -comprendidos los dos “colosos” de 64.000 toneladas Musashi y Yamato-, 12 cruceros y 15 destructores. Una segunda formación, menos numerosa y más lenta, compuesta por 2 antiguos acorazados, 1 crucero y 4 destructores, al mando del vicealmirante Shoji Nishimura, se dirigiría más al sur y entraría en el golfo de Leyte a través del estrecho de Surigao. Se confiaba en que Kuríta y Nishimura llegarían así, simultáneamente, al amanecer del 25, tres días más tarde de lo previsto en el plan “Sho”; pero, de todas formas, lo más pronto posible. La 2ª Fuerza de Ataque del almirante Shima, formada por 3 cruceros y 4 destructores, que por entonces se encontraba en aguas de Formosa, seguirla a Nishimura.
Sin embargo, no existía un plan para coordinar sus movimientos. La fuerza principal del almirante Ozawa debía salir del mar del Japón y dirigirse al Sur. El grupo, constituido por 4 portaaviones, 2 acorazados (parcialmente modificados para llevar cierto número de aparatos), 3 cruceros y 8 destructores, no poseía una efectiva capacidad ofensiva con su centenar escaso de aviones embarcados. Su misión era atraer a la formación naval de cobertura de Halsey lejos de Leyte y, si era posible, entablar combate con ella y destruirla.
La poderosa formación naval de Kurita salió de Brunei la mañana del 22. Nishimura, que seguirla una ruta más corta, zarpó por la tarde. Pocos minutos antes de medianoche, dos submarinos norteamericanos que patrullaban las aguas al oeste de Palawan, avistaron a Kuríta y lo señalaron por radio, comunicando el contacto. Lo atacaron inmediatamente antes del alba del 23, y con sus torpedos hundieron dos cruceros pesados y causaron avería a un tercero. Sin embargo, uno de los dos submarinos, al maniobrar, embarrancó en una escollera y la tripulación tuvo que ponerse a salvo y hacerlo estallar. Pero los buques de Kurita habían quedado reducidos de 32 a 27, y además los norteamericanos conocían muy bien su ruta. A pesar de ello, Kurita continuó avanzando, y la mañana del 24 entró en el mar de Sibuyan, dentro del radio de acción de los aviones de Halsey.
En el curso del día 23, Halsey modificó el despliegue de sus portaaviones, de modo que los aparatos pudieran atacar tanto a Kurita como a Nishimura, que también habla sido avistado. El primer golpe lo recibió la aviación japonesa. Al amanecer del 24, unos 200 aviones de la Marina se elevaron de las bases de Luzón para atacar la formación más próxima de portaaviones americanos. Localizados por el radar, pero fueron acogidos por la resuelta defensa de los cazas norteamericanos, y, tras un combate que duró alrededor de una hora, la mitad de los aparatos nipones hablan sido derribados.
No obstante, inmediatamente después de las 9,30 horas, un bombardero aislado japonés salió de una nube baja, se aproximó en picado al objetivo el portaaviones ligero Princeton y dejó caer sobre él una bomba de 225 kg que hundió la cubierta de vuelo y estalló en el interior del buque, causando una serie de explosiones. Todos los locales bajo cubierta se vieron invadidos por la gasolina en llamas. Durante algunas horas pareció que sería posible dominar los incendios; pero, mediada la tarde, una tremenda explosión desgarró el portaaviones, haciendo pedazos la popa y lanzando una lluvia de mortíferos fragmentos de acero sobre los hombres de las escuadras contra incendios y sobre el puente del crucero Birmingham, que se habla aproximado para llevar socorros. Unas horas más tarde los mismos norteamericanos hundieron el buque en llamas. Pero la pérdida del Princeton y las averías del Birmingham representaron el único punto a favor de los japoneses. La misión “Sho” había fracasado.
El Birmingham (der.) prestando auxilio al portaaviones Princeton |
Kurita estaba muy impresionado por el aspecto masivo de aquellos ataques. “Esperábamos sufrir ataques aéreos -dijo después su jefe de Estado Mayor-, pero los que sufrimos aquel día habrían sido suficientes para descorazonamos.” Finalmente, hacia las 15,30 horas, después de numerosas falsas alarmas y en previsión de ulteriores ataques aéreos en el estrecho de San Bernardino, Kurita decidió virar. Unas dos horas después, cuando comprendió que aquel día los norteamericanos no lanzarían más ataques aéreos, reanudó la ruta inicial. Pero más tarde le llegó una orden del almirante Toyoda: “¡Todas las formaciones deben lanzarse al ataque, confiando en la ayuda divina!”. Kurita respondió asegurando que “irrumpiría en el golfo de Leyte y combatiría hasta el último hombre”.
Entre tanto, la fuerza “cebo” del almirante Ozawa había logrado al fin atraer la atención de Halsey. Por la mañana, Ozawa hizo despegar a sus aviones para un ataque infructuoso contra los portaaviones adversarios. Más de la mitad de los aparatos atacantes fueron abatidos, y el resto, puesto que los pilotos novatos no sabían posarse sobre los portaaviones, se habla dirigido a Luzón. Luego. en el curso de la tarde, los aparatos de reconocimiento de Halsey localizaron a Ozawa y proporcionaron al comandante de la III Flota, “las últimas piezas del mosaico”, para utilizar sus propias palabras.
Ozawa Constituía la amenaza más seria para Halsey y por ello era su objetivo número uno. Las dos Escuadras de Nishimura y de Shima no parecían verdaderamente peligrosas y además las unidades de Kinkaid, más poderosas, estaban sin duda en condiciones de arreglárselas por sí mismas. La Escuadra de Kurita era, evidentemente, más fuerte; pero, por lo que parecía, había experimentado daños considerables (también Halsey, como le había sucedido ya a Toyoda, era víctima de los informes exagerados de sus pilotos).
En cualquier caso, por lo que sabía Halsey, el grupo de Ozawa comprendía la mayor parte de los portaaviones japoneses, y parecía ser el más peligroso de los grupos aeronavales enemigos que se dirigían al golfo de Leyte. Dejarlo aproximar demasiado significaría ceder la iniciativa a los nipones, que conseguirían que sus aparatos volasen entre los portaaviones y Luzón, con los buques de Halsey en medio. Por esto, el almirante norteamericano decidió que la mejor solución era perseguir a Ozawa con fuerzas suficientes para destruirlo.
El día 24, poco antes de las 20 horas, Halsey ordenó a toda la III Flota que se dirigiera al Norte, siguiendo las huellas de Ozawa. Suponiendo que Kinkaid mantendría el estrecho de San Bernardino bajo una rigurosa vigilancia aérea y que el comandante de la 7ª Flota no sólo se daría cuenta de una eventual tentativa de Kurita de forzar el paso, sino que lograría también hacerle frente. Halsey no dejó ni un destructor de guardia en el estrecho. Y así, en definitiva, Ozawa había logrado su objetivo, que era dejar libre el camino a Kurita. Parecía entonces que el plan japonés, pese a sus puntos débiles, funcionaba.
Mientras esto sucedía, el almirante Nishimura se dirigía hacia el estrecho de Surigao; pero la vacilación de Kurita en adentrarse por el de San Bernardino privaba ahora a Nishimura del apoyo con que habría podido contar si ambos grupos navales japoneses hubieran intentado simultáneamente abrirse paso en el golfo de Leyte. La situación empeoraba aún más por el hecho de que Kinkaid sabía que la formación de Nishimura y la de Shima se estaban aproximando y había mandado el grupo de apoyo de bombardeo y de tiro de toda la VII Flota, al mando del contraalmirante Jew B. Oldendorf, a interceptar y destruir a los buques japoneses.
Oldendorf desplegó sus seis acorazados en una sola línea a través del extremo septentrional del estrecho de Surigao. Ocho cruceros alargaron por los lados esta línea de batalla, mientras 21 destructores se disponían en parte a lo largo de los flancos y en parte delante. En la embocadura meridional del estrecho 39 lanchas torpederas tomaban posiciones para establecer el primer contacto con el enemigo. Nishimura y Shima tendrían que pasar bajo el fuego de los cañones pesados de los acorazados y de los cruceros que cortaban perpendicularmente su dirección de avance. Era una aplicación impecable de la clásica táctica naval. Y funcionó casi perfectamente. Nishimura llegó a la embocadura del estrecho de Surigao una hora antes de la medianoche del 24, rechazó sin grandes dificultades los ataques de las lanchas torpederas y, hacia las 02,00 horas del 25 penetró a través del estrecho. Una hora más tarde, sufrió el primero de tres ataques con torpedos lanzados por los destructores, que alcanzaron un acorazado nipón, partiéndolo en dos, averiaron otro y echaron a pique dos destructores. Los cruceros y los acorazados estadounidenses completaron la obra, hundiendo la mayor parte de los navíos de Nishimura, comprendido el buque insignia.
Aún no había sido completamente aniquilado Nishimura cuando llegó el grupo táctico de Shima. Pero, a las 05:00 horas, éste había ya comprendido que no tenía más perspectiva que la derrota total: poco después, los buques japoneses supervivientes estaban en completa retirada. Sin embargo, no todos lograron ponerse a salvo, porque los aviones norteamericanos siguieron tras ellos provocando más pérdidas. Dos semanas después de la batalla, solamente un crucero y 5 destructores, de los 2 acorazados, 4 cruceros y 8 destructores que habían penetrado en el estrecho de Surigao con Nishimura y Shima estaban todavía en condiciones de hacerse a la mar.
Hacia las 5:30 del 25 de octubre el almirante Kurita fue informado por Shima de la derrota sufrida en el estrecho de Surigao. En aquel momento Kurita había atravesado ya el estrecho de San Bernardino y navegaba a toda velocidad a lo largo de la costa oriental de Samar, en dirección a Leyte. Su paso no había sido señalado a causa de la insuficiencia de los servicios de comunicaciones y por el hecho de que algunos mensajes se habían entendido mal, de manera que tanto Halsey como Kinkaid ignoraban que aquel estrecho, de importancia vital, estaba indefenso. Al amanecer, o sea casi una hora más tarde, Kurita se encontró de improviso frente a lo que él creyó que era “una formidable Fuerza enemiga”, que compendia numerosos portaaviones, cruceros y destructores, y quizá incluso uno o dos acorazados. Y en el curso del encuentro que siguió el almirante japonés no se dio cuenta de que la formación adversaria estaba compuesta por media docena de lentos y pequeños portaaviones de escolta y algunos destructores. Estos buques, al mando del contraalmirante Clifton F. Sprague, constituían una de las formaciones de apoyo a las operaciones de desembarco en Leyte, que operaban al mando de Kinkaid. De momento Kurita quedó desorientado ante el inesperado encuentro; pero Sprague no perdió el tiempo. Ordenó a sus aviones que despegasen y dirigió sus buques hacia una zona de temporales que le ofrecerla cobertura, lanzando por radio una urgente petición de ayuda en lenguaje no cifrado. Un instante más tarde, la poderosa formación de Kurita se lanzó al ataque, moviéndose entre los buques norteamericanos en fuga bajo un mortífero fuego de interdicción. Sprague tuvo la convicción de que ninguna de sus unidades “sería capaz de resistirlo más de cinco minutos.
Lo que sucedió después fue una serie de acontecimientos increíbles. Los norteamericanos lograron evitar a sus perseguidores y huir gracias a la protección de cortinas de humo y de los aguaceros y a la habilidad de las tripulaciones. Al mismo tiempo Sprague lanzó sus destructores contra los buques japoneses, mientras sus aviones, que operaban sin oposición, alcanzaban una y otra vez a los nipones, cada vez más desilusionados en sus esperanzas. Los contraataques norteamericanos provocaron una notable confusión entre las unidades de Kurita, impidiendo al almirante que controlase sus fuerzas.
Los hombres de Sprague pagaron un elevado precio por su audacia. A pesar de la escasa precisión de los apuntadores japoneses, el volumen de su fuego masivo era demasiado grande para que los buques norteamericanos salieran indemnes. A las 9, uno de los portaaviones en fuga fue hundido, junto con tres destructores. Parecía entonces que el resto de la formación de Sprague correrla la misma suerte.
En aquel momento intervino lo que el almirante americano definió después como “la manifiesta parcialidad del Omnipotente”. Con una visión poco clara de la situación y convencido de haber hecho todo el daño posible a una poderosa y veloz formación naval norteamericana, Kurita interrumpió la acción, ordenando a sus buques que se retirasen y se reorganizasen. “No podía creer lo que velan mis ojos”, confesó más tarde Sprague.
Las vicisitudes de la pequeña formación naval no habían acabado todavía. Dos horas después de que Kurita renunciara a la persecución, los buques de Sprague sufrieron un nuevo y no menos temible ataque. Aquella mañana, los aviones suicidas japoneses habían efectuado el primer ataque kamikaze organizado contra algunos portaaviones de escolta de la Vll Flota. Ahora le correspondía a Sprague pasar la experiencia. Nueve de aquellos macabros aparatos se aproximaron a baja altura, para no dejarse localizar por el radar, y cuando estuvieron a poca distancia se elevaron rápidamente y luego se arrojaron en picado contra sus objetivos. Los cañones norteamericanos abatieron a algunos, pero los demás alcanzaron sus objetivos, hundiendo uno de los portaaviones de escolta e infligiendo graves averías a otro. Un segundo ataque kamikaze,. 20 minutos después. no provocó hundimientos, pero causó graves daños y bajas entre las tripulaciones.
Mientras tanto, Kurita habla virado nuevamente hacia el estrecho de San Bernardino; pero después de haber avanzado un poco por el golfo de Leyte llegó a la conclusión de que ya no valía la pena. No sólo estaba convencido de que se tendría que enfrentar con el grueso de las fuerzas aeronavales norteamericanas, sino que creía también -y éste fue el argumento decisivo- que entonces la mayor parte de los transportes norteamericanos ya habrían desembarcado las tropas y los medios de combate y se habrían alejado; y le parecía ridículo arriesgar la última fuerza de ataque naval que le quedaba a su país para intentar echar a pique algunos mercantes vacíos. Así, hacia las 12:30 dio orden de virar y dirigirse al Norte. En aquel momento, sólo le separaban 45 millas del golfo de Leyte.
Mucho más al Norte, Halsey había establecido al fin contacto con Ozawa. Desde las primeras horas del día hasta las últimas de la tarde del 25, los pilotos de los portaaviones de la III Flota, al mando del vicealmirante Marc A. Mitscher. habían eliminado la fuerza “cebo” japonesa, casi privada de defensa. Al fin de la jornada Ozawa había perdido 7 buques de un total de 17: sus cuatro portaaviones, un crucero y dos destructores. Y el desastre no alcanzó proporciones mayores gracias a que Halsey se vio obligado a volver su atención hacia otro punto.
En efecto, a partir de unos pocos minutos después de las 8, Halsey empezó a recibir de Kinkaid una serie de informes cada vez más desesperados sobre la situación de Sprague, acompañados por urgentes peticiones de ayuda. Sin embargo, había continuado persiguiendo a Ozawa, con la convicción de que los portaaviones japoneses constituían aún la amenaza más grave y el objetivo más importante. Pero a las 10 le llegó un perentorio mensaje del almirante Nimitz, quien había seguido por radio las comunicaciones de Kinkaid: Nimitz indujo a Halsey a cambiar de parecer. Poco antes de las 11 ordenó a la mayor parte de la III Flota que se dirigiera al Sur, disponiéndose a perseguir a Kurita, dejando a Mitscher, con una fuerza de ataque constituida por portaaviones, para que diese el golpe de gracia a Ozawa. “En aquel momento -escribiría más tarde Halsey-, Ozawa se encontraba exactamente a 42 millas de la boca de mis cañones de 406 mm... Volví la espalda a la ocasión que habla soñado desde que asistía a la academia naval”.
Ya era demasiado tarde para alcanzar a Kurita, cuyos buques huyeron, prácticamente indemnes, a través del estrecho de San Bernardino. Todo lo que la formación de acorazados y de cruceros de Halsey pudo conseguir fue hundir un solo destructor. La poderosa flota había cubierto una distancia de 600 millas sin lograr entablar combate ni con Ozawa ni con Kurita. La batalla del golfo de Leyte, que terminó con la destrucción de una gran parte de la Flota combinada japonesa y con la eliminación de la amenaza más grave contra la cabeza de desembarco, dio motivo a muchas críticas y recriminaciones. Pero la decisión de Halsey de lanzarse en persecución de Ozawa estaba justificada. Si los portaaviones japoneses hubieran llevado a bordo todos sus aviones como tenía motivos para creer, habría sido insensato renunciar al intento. No obstante, también habría sido su deber dejar, por lo menos, un destructor de guardia en el estrecho de San Bernardino. En segundo lugar, admitiendo que la decisión de seguir a los portaaviones japoneses fuera justa, Halsey cometió probablemente un error al mirar hacia el Sur en el preciso momento en que estaba a punto de asestar el golpe decisivo. Finalmente, incluso queriendo sostener que la persecución deseada por Halsey habría permitido a Kurita penetrar en el golfo de Leyte (argumento discutible, dada la presencia de los buques de Oldendorl), es lícito dudar que Kurita hubiera podido dificultar o impedir las operaciones de desembarco. .
La victoria naval norteamericana aseguró a MacArthur sus vías de comunicación y las de abastecimiento, y salvaguardó el flanco del Ejército 6 hacia el mar. A fines de octubre, las tropas de Krueger ya habían ocupado completamente el valle de Leyte y todos los aeródromos en la zona centro oriental de la isla. Pero la contingencia más desfavorable que el Estado Mayor de MacArthur habla considerado en sus previsiones llegó a ser realidad cuando se hizo evidente que era imposible ultimar las pistas de aterrizaje y dejarlas en condiciones de funcionar. Sólo un aeródromo estaba en buenas condiciones, el de Tacloban, y hacia fines de noviembre también la pista de Dulag pudo servir para un número reducido de aviones. Pero el nuevo aeródromo próximo a Tanauan, no pudo ser utilizado hasta el mes de diciembre. Los japoneses, favorecidos por las condiciones atmosféricas, habían decidido, mientras tanto, defender a ultranza la isla, y lograron trasladar a ella tropas de refuerzo, con lo que prolongaron la lucha durante muchas semanas. Los destacamentos aéreos nipones de las Filipinas centrales se reforzaron a su vez limitadamente, pues algunos aviones del Ejército y de la Marina fueron trasladados a aquel sector. Estos aparatos se empleaban en los bombardeos de las pistas de aterrizaje, en incursiones contra la cabeza de desembarco y en ataques kamikaze, cada vez más frecuentes, contra los buques norteamericanos.
La victoria naval norteamericana aseguró a MacArthur sus vías de comunicación y las de abastecimiento, y salvaguardó el flanco del Ejército 6 hacia el mar. A fines de octubre, las tropas de Krueger ya habían ocupado completamente el valle de Leyte y todos los aeródromos en la zona centro oriental de la isla. Pero la contingencia más desfavorable que el Estado Mayor de MacArthur habla considerado en sus previsiones llegó a ser realidad cuando se hizo evidente que era imposible ultimar las pistas de aterrizaje y dejarlas en condiciones de funcionar. Sólo un aeródromo estaba en buenas condiciones, el de Tacloban, y hacia fines de noviembre también la pista de Dulag pudo servir para un número reducido de aviones. Pero el nuevo aeródromo próximo a Tanauan, no pudo ser utilizado hasta el mes de diciembre. Los japoneses, favorecidos por las condiciones atmosféricas, habían decidido, mientras tanto, defender a ultranza la isla, y lograron trasladar a ella tropas de refuerzo, con lo que prolongaron la lucha durante muchas semanas. Los destacamentos aéreos nipones de las Filipinas centrales se reforzaron a su vez limitadamente, pues algunos aviones del Ejército y de la Marina fueron trasladados a aquel sector. Estos aparatos se empleaban en los bombardeos de las pistas de aterrizaje, en incursiones contra la cabeza de desembarco y en ataques kamikaze, cada vez más frecuentes, contra los buques norteamericanos.
Durante el mes de noviembre se trabaron encarnizados combates terrestres. El Ejército 35 nipón se veía cada vez más rodeado entre el valle septentrional de Ormoc y la serie de alturas situadas al Sur. La última ofensiva norteamericana en Leyte comenzó el 5 de diciembre con una penetración efectuada por el Cuerpo de Ejército X en el sector septentrional del valle de Ormoc. La batalla de Leyte casi habla concluido. El general Krueger seguía apretando la tenaza alrededor de los defensores, valientes y obstinados. pero reducidos a una situación prácticamente insostenible. Suzuki, presionado por tres lados, Se vio obligado a retirarse al último bastión, en la parte occidental de la isla. El 19 de diciembre el general Yamashita le comunicó que ya no podía esperar más refuerzos ni ayuda. El Ejército 35 nipón estaba reducido a unas pocas unidades dispersas, que los norteamericanos, con la superioridad de sus fuerzas, obligaban a replegarse de posición en posición: de los 65.000 hombres que habían combatido por la defensa de Leyte ya sólo quedaban 15.000. Las últimas comunicaciones de Yamashita llegaron a Suzuki el 25: se le ordenaba evacuar el mayor número posible de hombres a otras islas de las Filipinas centrales y concluía con un triste adiós al comandante del Ejército 35.
El mismo día, el general MacArthur anunciaba el fin de la resistencia organizada en Leyte. La derrota sufrida en la isla por los japoneses, que vieron fracasar el plan “Sho”, fue un duro golpe para ellos. En el inútil intento de mantener Leyte, los nipones perdieron una parte considerable de su potencial aéreo, el grueso de las fuerzas navales y muchas unidades del Ejército. La Aviación nipona se veía ya obligada a recurrir a la estrategia, terrorífica, pero privada de resultados decisivos, de los ataques kamikaze: la Marina ya no estaba en condiciones de emprender una acción ofensiva importante y el Eiército se encontraba disperso en centenares de islas del Pacifico. “Nuestra derrota en Leyte”, admitió el almirante Mitsumasa Venal, ministro de Marina. “equivalió prácticamente, a la pérdida de todo el archipiélago. Y la reconquista aliada de las Filipinas significó el fin de nuestros recursos".
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El mismo día, el general MacArthur anunciaba el fin de la resistencia organizada en Leyte. La derrota sufrida en la isla por los japoneses, que vieron fracasar el plan “Sho”, fue un duro golpe para ellos. En el inútil intento de mantener Leyte, los nipones perdieron una parte considerable de su potencial aéreo, el grueso de las fuerzas navales y muchas unidades del Ejército. La Aviación nipona se veía ya obligada a recurrir a la estrategia, terrorífica, pero privada de resultados decisivos, de los ataques kamikaze: la Marina ya no estaba en condiciones de emprender una acción ofensiva importante y el Eiército se encontraba disperso en centenares de islas del Pacifico. “Nuestra derrota en Leyte”, admitió el almirante Mitsumasa Venal, ministro de Marina. “equivalió prácticamente, a la pérdida de todo el archipiélago. Y la reconquista aliada de las Filipinas significó el fin de nuestros recursos".
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