Corría 1845. Las dos más grandes potencias económicas, políticas y bélicas de la época, Gran Bretaña y Francia, se unieron para atacar a la Argentina, entonces bajo el mando del gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas. El pretexto fue una causa humanitaria: terminar con el gobierno supuestamente tiránico de Rosas, que los desafiaba poniendo trabas al libre comercio con medidas aduaneras que protegían a los productos nacionales, y fundando un Banco Nacional que escapaba al dominio de los capitales extranjeros.
Quizás uno de los aspectos más notables y positivos del régimen de Rosas haya sido el de la defensa de la integridad territorial de lo que hoy es nuestro país. Debió enfrentar conflictos armados con Uruguay, Bolivia, Brasil, Francia e Inglaterra. De todos ellos salió airoso en la convicción –que compartía con su clase social- de que el Estado era su patrimonio y no podía entregarse a ninguna potencia extranjera. No había tanto una actitud nacionalista fanática que se transformaría en xenofobia ni mucho menos, sino una política pragmática que entendía como deseable que los ingleses manejasen nuestro comercio exterior, pero que no admitía que se apropiaran de un solo palmo de territorio nacional que les diera ulteriores derechos a copar el Estado, fuente de todos los negocios y privilegios de nuestra burguesía terrateniente.
Los motivos
Los reales motivos de la intervención en el Río de la Plata, como la llamaron los europeos, fueron de índole económica. Deseaban expandir sus mercados a favor del invento de los barcos de guerra a vapor que les permitían internarse en los ríos interiores sin depender de los vientos y así alcanzar nuestras provincias litorales, el Paraguay y el sur del Brasil. Dichas intenciones eran denunciadas por los casi cien barcos mercantes que seguían a las naves de guerra.
Otro objetivo de la gigantesca armada era desnivelar el conflicto armado entre la Argentina y la Banda Oriental (hoy República del Uruguay) a favor de ésta, que los franceses consideraban entonces protectorado propio. También independizar Corrientes, Entre Ríos y lo que es hoy Misiones, formando un nuevo país, la República de la Mesopotamia (ver mapa), que empequeñecería y debilitaría a la Argentina y haría del Paraná un río internacional de navegación libre.
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El Ministro de Relaciones Exteriores (canciller) Arana decía ante la legislatura:
“¿Con qué título la Inglaterra y la Francia vienen a imponer restricciones al derecho eminente de la Confederación Argentina de reglamentar la navegación de sus ríos interiores? ¿Y cuál es la ley general de las naciones ante la cual deben callar los derechos del poder soberano del Estado, cuyos territorios cruzan las aguas de estos ríos? ¿Y que la opinión de los abogados de Inglaterra, aunque sean los de la Corona, se sobrepondrá a la voluntad y las prerrogativas de una nación que ha jurado no depender de ningún poder extraño? Pero los argentinos no han de pasar por estas demasías; tienen la conciencia de sus derechos y no ceden a ninguna pretensión indiscreta. El general Rosas les ha enseñado prácticamente que pueden desbaratar las tramas de sus enemigos por más poderosos que sean. Nuestro Código internacional es muy corto. Paz y amistad con los que nos respetan, y la guerra a muerte a los que se atreven a insultarlo”.
La intervención
En la mañana del 20 de noviembre de 1845 pudieron divisarse claramente las siluetas de cientos de barcos. El puerto de Buenos Aires fue bloqueado nuevamente, esta vez por las dos flotas más poderosas del mundo, la francesa y la inglesa, históricas enemigas que debutan como aliadas en estas tierras.
La precaria defensa argentina estaba armada según el ingenio criollo. Tres enormes cadenas atravesaban el imponente Paraná de costa a costa sostenidas en 24 barquitos, diez de ellos cargados de explosivos. Detrás de todo el dispositivo, esperaba heroicamente a la flota más poderosa del mundo una goleta nacional. Aquella mañana el general Lucio N. Mansilla, cuñado de Rosas y padre del genial escritor Lucio Víctor Mansila, arengó a las tropas:
“¡Vedlos, camaradas, allí los tenéis! Considerad el tamaño del insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra Patria, al navegar las aguas de un río que corre por el territorio de nuestra República, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos. ¡Pero se engañan esos miserables, aquí no lo serán! Tremole el pabellón azul y blanco y muramos todos antes que verlo bajar de donde flamea”.Mientras las fanfarrias todavía tocaban las estrofas del himno, desde las barrancas del Paraná los cañones abrieron fuego sobre el enemigo. La lucha, claramente desigual, duró varias horas hasta que por la tarde la flota franco-inglesa desembarcó y se apoderó de las baterías. La escuadra invasora pudo cortar las cadenas y continuar su viaje hacia el norte. En la acción de la Vuelta de Obligado murieron doscientos cincuenta argentinos y medio centenar de invasores europeos.
Al amanecer del día siguiente continuaron su navegación por el Paraná. Los buques de guerra atacantes sufrieron serias averías y de los 90 mercantes que acompañaban la Flota, solo 52 pudieron pasar de inmediato, por el paso forzado. Comerciaron libremente con Entre Ríos, Corrientes y el Paraguay pero no estuvieron tranquilos, siendo atacados en forma continua desde la costa.
"La Guerra del Paraná" no terminó con este combate, continúa posteriormente con los combates del 2 de enero de 1846 , el "2do encuentro de Vuelta de Obligado" con los argentinos al mando de Thorne, con artillería volante y lanceros de caballería que enfrentan el desembarco de 300 infantes de marina al mando del Cap Honthan y continuará con los combates de "Tonelero" , "Acevedo" , "San Lorenzo" y la "Angostura del Quebracho", donde el 4 de junio de 1846 el General Mansilla los enfrenta nuevamente, desde la barrancas del Quebracho, al norte de San Lorenzo, logrando una aplastante victoria argentina, que significa el fin de la aventura colonialista.
"La Vuelta de Obligado" fue para Inglaterra y Francia, una victoria militar y una grave derrota política y comercial.
Las consecuencias
Las consecuencias inmediatas de la “Guerra del Paraná” fueron el abandono del proyecto "secreto" de independizar la Mesopotamia (gestionado por los interventores de Francia e Inglaterra en el "Tratado de Alcarás" y desaparece la posibilidad de Intervenir al Paraguay y que el Uruguay pase a ser una colonia francesa. Se termina la intervención de las Fuerzas navales anglo-francesas, y poco después, el 13 de julio de 1846, Sir Samuel Tomás Hood, con plenos poderes de los gobiernos de Inglaterra y Francia, presenta humildemente ante Rosas: "el más honorable retiro posible de la intervención naval conjunta".
Con motivo de la intervención anglo-francesa al Río de La Plata, el 24 de noviembre de 1849, tras larga negociación, se firma del Tratado Southern-Arana. Entre sus artículos se destacan:
- El fin del Bloqueo Naval de Francia e Inglaterra a los puertos argentinos.
- Devolución de la Flota Argentina capturada.
- Devolución de la Isla Martín García.
- Saludo a la Bandera Argentina con 21 cañonazos, por parte de cada una de las Flotas intervinientes.
- Reconocimiento de la Soberanía Argentina sobre sus ríos interiores y la NO navegación de los ríos interiores.
Como recordatorio de estos hechos, Por medio de la Ley N.º 20.770 del año 1974 se instauró el 20 de noviembre como Día de la Soberanía Nacional.
Billete de $20, con la imagen de Rosas en el frente y una escena del combate de la Vuelta de Obligado al dorso. Click en la imagen para ampliar |
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