El intento de asesinato de Adolf Hitler es la trama central de la película. El Coronel conde Claus von Stauffenberg, que se consideraba a sí mismo un buen alemán y su ideología estaba muy lejos de la de los nazis, lideró una intrincada operación para poder librar al mundo del tirano, y si Alemania era ocupada por los aliados, que éstos se encontraran con una Alemania de verdad, y no con la vergüenza cuyo recuerdo pesa al día de hoy sobre la conciencia del pueblo alemán. Bien sabemos, por la Historia, que estos hombres no cumplieron el objetivo, y pagaron caro su error.
¿Por qué no le dispara alguien?
Este pensamiento debió de pasar con frecuencia por la mente de los que consideraban la empresa como un mero acto de audacia. Hitler sabía muy bien, como cualquier dictador, que estaba expuesto continuamente al peligro de un atentado, un peligro que no le amenazaba tan sólo a él, sino a todos los hombres claves de la jerarquía nazi, como Goering, Goebbels y Himmler. Los sistemas de protección que Hitler habla escogido eran muy complejos. Desde 1940 vivía cada vez más aislado, apareciendo muy poco en público, confinado en apartadas estancias del inmenso palacio de la Cancillería de Berlín o en su refugio de Berchtesgaden, o asimismo en el corazón de la serie de campos sólidamente protegidos y defendidos que constituían las diversas sedes de su Mando supremo.
En 1944, la sede más importante de su mando se hallaba en Rastenburg, en Prusia oriental, en medio de bosques, y se hizo famosa con el nombre de Wolfsschant el “Cubil del Lobo”. Los numerosos hombres y poquísimas mujeres que estaban en contacto diario con el Führer eran de completa confianza. Todos se debían presentar desarmados ante él. Hitler no soportaba la vista de un revólver colgado del cinturón de los que le rodeaban. Así, aun suponiendo que un hombre dispuesto a asesinar al Führer se le pudiera acercar a distancia de tiro, no le sería fácil llevar consigo el arma destinada a matarlo y mucho menos extraerla y apuntar. Además, cualquiera que fuera el resultado de la acción, era evidente que equivaldría, sin ningún género de dudas, a un suicidio.
No todos los que pertenecían a los círculos declaradamente antinazis consideraban que se debía matar a Hitler; No hay que olvidar que todos los miembros del Ejército le habían prestado juramento de fidelidad, por lo que, a los que tenían una conciencia rígida o fueran incapaces de comprender donde cesaba la obligación moral para dejar lugar a un deber más elevado, les resultaría muy difícil sustraerse a dicho juramento y aceptar la resolución de los conjurados. Para los menos valientes, el juramento servía como justificación para no tomar parte en un acto que tal vez aprobaban en su interior. Algunos estaban dispuestos a aceptar la idea del atentado, pero a condición de no verse mezclados en él personalmente y de no tener que manifestar sus propias convicciones hasta que tuviesen la seguridad absoluta de que se habla suprimido a Hitler. Muchos otros, en el Ejército, estaban decididamente en contra del asesinato del Führer, si bien estaban dispuestos a aceptar que los jefes de un golpe de Estado bien realizado lo arrestasen y procesasen por su perniciosa dirección de la guerra.
Los jefes de la conjura
¿Quién, pues, podía estar en condiciones de llevar a la práctica este golpe de Estado? Como ocurre siempre en estas empresas arriesgadas, la posibilidad de realizar los planes dependía, en la práctica del carácter y de la personalidad de los hombres. Desde luego, la especial composición del núcleo de la Resistencia alemana, militar y civil. Los protagonistas de la tragedia que se avecinaba eran los siguientes:
- Ludwig Beck, general retirado, designado para ser el jefe del Estado a la calda de Hitler. Edad: 64 años.
- Wilhelm Canaris, almirante y en aquellos tiempos jefe del Servicio Secreto Militar (el Abwehr), alentador secreto de la conjura. Edad: 57 años.
- Hans Oster, general de división, sustituto de Canaris y activo organizador de la conjura. Edad: 49 años.
- Conde Helmuth von Moltke, asesor legal de Canaris y jefe del llamado “Círculo de Kreisau”, que propugnaba el principio de la no violencia. Edad: 37 años.
- Heinrich von Stülpnagel, capitán general. Gobernador militar de Francia; jefe de la conjura en París. Edad: 58 años.
- Carl Gördeler.ex alcalde de Leipzig y comisario de precios del Reich. Edad: 60 años.
- Friedrich Olbricht, capitán general, intendente general del Ejército territorial (Allgemehtes Heeresamt) y principal organizador del fallido golpe de Estado Edad: 58 años.
- Henning von Tresckow, general de división. Jefe de Estado Mayor del Grupo de Ejércitos del centro en el frente oriental. Edad: 43 años.
- Conde Claus Schenk von Stauffenberg, coronel y jefe de Estado Mayor del Ejército territorial; fue el hombre que el 20 de julio de 1944 llevó la bomba a Rastenburg. Edad: 37 años.
Stauffenberg, el personaje clave
Stauffenberg sobresalía entre el grupo de los conspiradores. Desde 1943, el año crucial en el que las pérdidas en la guerra habían comenzado a pesar notablemente sobre el país y se intensificaron las incursiones aéreas del enemigo, la red de la conjura empezó a tejerse alrededor del sector dirigido por Canaris. Pero, al mismo tiempo, este sector había comenzado a desintegrarse: Canaris estaba aún en libertad, pero los jefes de la Resistencia que figuraban en el Abwehr (Oster, Dohnanyi, que era la mente jurídica del proyectado golpe de Estado, y muchos otros, como el famoso pastor evangélico Dietrich Bonhoffer y Joseph Miller. abogado católico) habían sido arrestados o bien, como en el caso de Oster, los habían retirado del servicio activo y se hallaban bajo estricta vigilancia. Incluso Gördeler, incansable como siempre, casi había dejado de ser un elemento útil para la conjura y empezaba a constituir un peligro para los amigos.
Cnel. conde Claus von Stauffenberg
Cómparese esta foto con el póster de la
película: Lleva el parche en el otro ojo
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Los hombres que formaban parte de este círculo reducido, aunque se conocían casi todos o por lo menos tenían amigos comunes, tendían a actuar en grupos semiindependientes o bien, como hacia Gördeler, individualmente. Una pérdida muy grave fue la de Oster, pues su habilidad organizativa y su audacia habrían sido muy útiles en una situación crítica. Algunos de estos hombres, como por ejemplo, Gördeler, Stauffenberg e incluso el mismo Oster, no solían mantener en secreto sus opiniones, y los cerebros más vigilantes de la Geheime Staatspolizei (la policía secreta del Estado, conocida normalmente por la sigla de Gestapo) sabían muy bien que una posible conspiración contra el régimen era uno de los factores que tenían que tener en cuenta en todo momento y que, por este motivo, debían vigilar constantemente a todos los elementos de poca confianza que había en el país, cualquiera que fuera el estrato social al que pertenecían. Sin embargo, esto no significaba que se arrestase a los sospechosos en cuanto la Gestapo tenía los primeros indicios de una prueba concreta. Mientras los conspiradores se limitasen a conspirar, sin prepararse para la acción inmediata, la Gestapo solía considerarlos más útiles en libertad que encerrados en un campo de concentración. A veces llegaba incluso a alentarlos un poco a seguir mejor su actividad y sus contactos. Su costumbre de efectuar inesperados registros en plena noche y su política de jugar al gato y al ratón con los sospechosos era de sobras conocida.
En el caos
Después de la explosión, hombres heridos y aturdidos empezaron a salir, tambaleándose. del barracón lleno de humo, mientras los guardias y agregados del Estado Mayor, todos desorientados y estupefactos por lo que había ocurrido, acudían a aquella escena de destrucción. Los heridos gemían; cuatro hombres habían muerto... pero ninguno de ellos era Hitler. Keitel condujo al Führer al exterior: sólo habla sufrido heridas de poca importancia, pero su uniforme estaba desgarrado y chamuscado. Posteriormente se supo que uno de los oficiales presentes, antes de que la bomba estallase, habla tocado con el pie la cartera y, como le molestaba, la había empujado lejos de Hitler, hacia el otro lado de la pata de la mesa. Así, sin saberlo, le había salvado la vida al Faltar y había sacrificado la suya.
Hitler, en cuanto se hubo recobrado, ordenó que las SS interrumpiesen todas las comunicaciones no autorizadas entre Rastenburg y el mundo exterior hasta que se descubriese la verdad y se restableciese el orden. Mientras tanto, en Berlín y en París, los dos centros en los que debían efectuarse los movimientos preliminares del golpe de Estado, las cosas se desarrollaban sin contratiempos, como se habían previsto en el plan. Olbricht ocultaba su inquietud bajo la máscara burocrática habitual. Los teléfonos comenzaron a sonar: los diversos mandos pedían aclaraciones sobre las órdenes inusitadas que estaban recibiendo y sobre la noticia, no confirmada, de la muerte de Hitler. Beck, Stauffenberg, Olbricht y sus colaboradores inmediatos estaban ocupadísimos asegurándoles que Hitler habla muerto. Entonces empezaron a darse órdenes desde el puesto de mando de los conjurados: se proclamó la ley marcial, seguida poco después por la orden de detener a los oficiales que mandaban las SS, así como a los jerarcas y funcionarios nazis más conocidos. Parece increíble que los conjurados se hubieran olvidado de apoderarse de las principales emisoras de radio y que ningún oficial de grado superior se hubiera encargado de arrestar o de eliminar definitivamente a Goebbels. Ello revelaba una gran falta de previsión en la planificación y en la ejecución del golpe de Estado.
El joven comandante que había recibido al fin la orden de arrestar al ministro de Propaganda, un tal Remer, no sólo no formaba parte de la conspiración, sino que era precisamente un nazi fanático, y su unidad, un batallón de Guardias, era una de las destinadas a proceder a la ocupación del centro de Goebbels, que había comprendido al fin que el atentado no era más que el preludio de una acción de más alcance, a las 17:30 se puso en contacto directo con Hitler, por lo que sabía perfectamente cómo le convenía actuar con un hombre del tipo de Remer. Le dijo que el Führer estaba vivo y que gozaba de perfecta salud; después, muy astutamente, hizo algo más: puso también al joven oficial en contacto telefónico con Hitler, lo que, para Remer, significaba el máximo de los honores. La voz familiar del jefe supremo le comunicó su ascenso inmediato a coronel y le confió la misión de tomar las contramedidas necesarias para neutralizar la operación y liberar Berlín de traidores. Remer quedó aturdido por su inesperada suerte. “Hail Hitler!” Rápidamente se precipitó fuera para cumplir la misión que le acababan de confiar, y así, al atardecer, las unidades que con tanta dificultad los conspiradores habían reunido en Berlín empezaron a dispersarse. Hacia las 18.45 horas, la radio transmitió, por orden de Goebbels, la primera noticia de que el Filhrer había sobrevivido a un atentado urdido contra su persona. Fue un duro golpe para los conspiradores. Los teléfonos volvieron a sonar: eran los diversos mandos del Ejército que pedían de nuevo informaciones precisas. El anuncio por radio señaló realmente el punto de inflexión fatal para la Resistencia berlinesa.
La misma tarde del atentado, Hitler acompaña a Mussolini en una visita al sitio del atentado |
Con una prisa de mal gusto impulsada también por el temor de una intervención de la Gestapo,se creó un tribunal en el momento para el proceso sumario y la ejecución inmediata de los hombres acusados de traición. Beck prefirió suicidarse; pero, a causa de su extrema tensión nerviosa, necesitó que alguien le ayudara a matarse; a Stauffenberg, Olbricht, Harten y Mertz von Quirnheim, el oficial que habla dado la señal para el comienzo de la “Operación Valquiria”, se les condenó al fusilamiento inmediato. Apresuradamente se reunió un pelotón de ejecución en el patio del ministerio.
Sonó la alarma aérea. Iba a comenzar un bombardeo nocturno sobre Berlín. Se alineó a los conspiradores contra una pared y se les fusiló a la luz de los faros de los coches. El pelotón de ejecución consiguió llevar a cabo su cometido en el tiempo justo. Un momento después llegó la Gestapo, que llevó a cabo investigaciones en extremo rigurosas, de las que nadie pudo escapar. El golpe de Estado sólo tuvo un efímero éxito en Francia. Kluge, desconcertado al enterarse por Stülpnagel de que en aquel momento estaban arrestando a los jefes de la Gestapo y de las SS de París, le ordenó que volviera inmediatamente a la capital y pusiera remedio al problema que habla creado, después de lo cual se debería considerar destituido. Y ya ante la certeza de que Hitler estaba vivo. Stülpnagel no podía hacer nada. Volvió a París desesperado. Silencioso y lleno de amargura, escuchó la voz áspera y rabiosa de Hitler, que a la una de la madrugada del viernes, 21 de julio, habló por radio desde Rastenburg. Sabía que su carrera había terminado y que muy pronto estaría en juego su vida. Intentó suicidarse, pero sin conseguir herirse mortalmente. También él. como muchos otros complicados en la conjura tuvo que pasar por el proceso presidido, en nombre de Hitler, por el implacable juez nazi Roland Freisler. El único que eligió su propia muerte fue Tresckow. Avanzó por tierra de nadie en el frente oriental y se entregó al fuego de los soviéticos..
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