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viernes, 29 de mayo de 2015

La caída del Imperio Romano de Oriente

El Impero Romano de Oriente o también llamado Imperio Bizantino, se originó en el año 395 d.C. cuando el emperador Teodosio dividió el Imperio Romano en dos: Oriente y Occidente.


A diferencia del Imperio Romano de Occidente, que fue destruido por los germanos en el año 476 d.C., el Imperio Bizantino logró sobrevivir a la amenaza germánica. Por eso perduró por casi diez siglos, hasta el año 1453 en el que los turcos otomanos ocuparon su capital, Constantinopla.

A lo largo de diez siglos, los bizantinos, que eran en realidad una pluralidad de pueblos, lograron fusionar la cultura de los griegos y romanos, los elementos religiosos de cristianos y paganos y las costumbres occidentales y orientales. De esta manera conservaron los aportes culturales de la antigüedad y los re-elaboraron bajo nuevas formas.

Aunque hablaban griego, los bizantinos se llamaban así mismos romanos, pues consideraban herederos de este antiguo imperio. Por eso a Constantinopla se le conocía también como la nueva Roma. Actualmente esta ciudad no existe con este nombre, hoy en día esta antigua ciudad se llama Estambul.

Fue construida por el emperador Constantino en el año 330, se construyó sobre la antigua ciudad griega de Bizancio. En sólo seis años edificó una ciudad cuyo tamaño y arquitectura eran equiparables a los de Roma y la llamo Constantinopla.

Constantinopla se ubicó entre el Mar Negro y el Mar de Mármara; estaba rodeado de mar y era el paso obligado de todos los comerciantes que viajaban por mar o por tierra entre Asia y Europa. Hasta el siglo XIII fue una de las ciudades más pobladas del mundo: sólo Bagdag la gran ciudad del Islam la igualó.

Para proteger Constantinopla de los germanos, el emperador Teodosio II, construyo en el siglo V una muralla triple de unos 12 metros de altura que rodeo la ciudad. Esta muralla recorre unos 19 km y tiene 96 torres, desde las cuales los soldados bizantinos divisaban al enemigo.

La invasión de los turcos seldjúcidas en el siglo XI privó a Bizancio de una de las zonas más ricas del imperio: el Asia Menor. A partir de este momento, el Imperio de Oriente vivió una lenta y paulatina decadencia que se manifestó en una severa crisis agraria y comercial. Los bizantinos descuidaron su armada, y el tráfico comercial cayó paulatinamente en manos de genoveses y venecianos.

Así, la ruina del estado bizantino se hizo inevitable: debilitado en sus bases debió ceder territorios a distintas potencias. Por último, sufrió la invasión de los turcos otomanos. Cuando en el año 1453, los turcos tomaron Constantinopla, el imperio se hallaba casi reducida a la misma capital. Este hecho puso fin a mil años de historia.

En Abril de 1453, el sitio dio comienzo, precisamente con el disparo del enorme cañón. Pronto los disparos de este causaron estragos en las murallas bizantinas. Los defensores trataban de reconstruir los daños cada noche, con un gran esfuerzo por su parte.

En un principio, ese fue el único frente de batalla, ya que los otomanos ignoraron la posibilidad de un ataque por mar. A decir verdad, las defensas de la ciudad eran bastante más sólidas por esa vía, de ahí que decidieran intentar tan solo ataques por tierra.

Lo cierto es que los asediados tuvieron pronto buenas noticias. Dos victorias, una de ellas al mismo Sultán, dieron moral a los sitiados.

A finales del mes de abril, los barcos del Papa comenzaron a llegar a la zona, consiguiendo burlar el bloqueo establecido a la entrada de los Dardanelos, consiguiendo llegar a la ciudad.

Mehmed II continuó lanzando ataque tras ataque: bombardeos de la muralla, intentos de construir túneles para alcanzar la urbe, proceder al refuerzo del bloqueo…pero sin llegar realmente al enfrentamiento directo. Estas escaramuzas fueron bien aguantadas por los defensores, pero supuso un gran desgaste físico que, poco a poco, fue pasando factura.

A este cansancio se le unieron una serie de sucesos que, en la supersticiosa sociedad de la época, consiguieron que el ánimo decayera aún más: un eclipse lunar, que recordaba una antigua profecía sobre la caída de la ciudad, una imagen de la Virgen que cayó al suelo durante una procesión, una tempestad que inundó las calles…detalles que, vistos desde la perspectiva de nuestros días eran nimios, en esa época causaron gran preocupación. Y no era menos la que causaba el hecho de que los barcos que los venecianos habían enviado no llegaran todavía.

Evidentemente, tampoco los turcos estaban exentos de problemas. El coste del enorme ejército empezaba a agobiar las arcas del Sultán y los oficiales, además, lanzaban críticas a la forma en la que se estaba llevando a cabo la campaña. Mehmed II, intentado acortar el asedio, lanzó un ultimátum a los bizantinos: la ciudad a cambio de las vidas de sus ciudadanos. Prometió levantar el cerco a cambio de que se le pagara un tributo. La oferta fue rechazada, entre otras cosas porque la ciudad no contaba con recursos suficientes para aceptarla. Mehmed II preparó entonces el ataque final.

El día anterior a este, el Sultán ordenó a sus tropas que descansaran. El silencio, tras días de bombardeos y escaramuzas, era sobrecogedor, según relatan los cronistas. Para romperlo el Emperador hizo que todas las iglesias tocaras sus campanas ininterrumpidamente y él y sus súbditos acudieron a orar a Santa Sofía.

El lunes 28 de mayo de 1453 comenzó a fraguarse el asalto final a la ciudad imperial. Las tropas turcas, apoyadas por su flota, rodeaban la fortaleza desde hacía varios días. Esperaron al crepúsculo de aquel lunes 28 para empezar sus movimientos. Eran más de 100.000 hombres.

Por parte bizantina, sus peticiones de ayuda a occidente fueron correspondidas por el Papa, que envió barcos y soldados, casi todos genoveses y venecianos. Sus convecinos de Pera, hoy en día dentro de Estambul, también accedieron a participar en la defensa. Sin embargo, para decepción del Emperador, Constantinopla ya no era lo que había sido: solo contaba con 50000 habitantes y, de entre ellos, solo unos 7000 soldados.

Mehmed II
En la medianoche, comenzó el verdadero asedio. El sultán Mehmed II dio la orden de atacar.

Primero se movilizaron los bachi-bazuks, que eran tropas mercenarias compuestas de europeos, africanos y de cualquier hombre que tuviera un arma de asalto, fuera cimitarra o cuchillo. No eran unas tropas muy valientes. Era un ejército de saqueadores. A veces eran tan caóticos, que el sultán los aguijoneaba por la retaguardia con un cordón de policía militar "armada de correas y porras". Detrás, los jenízaros del sultán. Así evitaba que los bachi-bazuks salieran huyendo. Los jenízaros se los guardaba el sultán para los momentos decisivos.

¿Quiénes eran los jenízaros? Eran tropas de élite. Paradójicamente, eran una elite europea pues estaban formadas por griegos, eslavos, albaneses o húngaros; eran niños robados durante las incursiones otomanas, y adiestrados en el imperio musulmán para convertirse en la fuerza de choque otomana. El escritor Ivo Andric lo contó en el siglo XX en la terrible novela “Un puente sobre el Drina”. Narra la historia de uno de esos niños eslavos arrancado de los brazos de su madre y enviado a Turquía. Regresa años después convertido en general de jenízaros y reconoce a su madre.

Volviendo a Constantinopla y al siglo XV, cuando entró la medianoche del martes 29 de mayo, los asediados se dispusieron a aguantar durante largas horas el ataque de las tropas turcas. Aparentemente, lo iban a lograr una vez más.

Los bizantinos (griegos, genoveses, aragoneses, catalanes. eslavos, venecianos...) eran mejores que los mercenarios bachi-bazuks. Muchos estaban armados de mosquetes y culebrinas. También lanzaban piedras a los asaltantes, y a los que lograban superar las barricadas, se les remataba de un tajo.

Además, los bizantinos contaban con las poderosas murallas de la ciudad (hasta tres líneas). Pero para ellos no hubo descanso. En la madrugada de aquel 29 comenzaron a atacar los anatolios. Las campanas de la ciudad repicaron pero su sonido quedó apagado por el estampido del gran cañón de Orbón. Este cañón había sido construido por un ingeniero húngaro. Lo puso al servicio del sultán convenciéndole de que podía tumbar "hasta las murallas de Babilonia".


Pero no fue el cañón lo que creó un agujero en las murallas. Los bizantinos resistieron durante toda la madrugada. Pero al alba cometieron dos errores, según cuenta Steven Runciman, historiador británico especializado en la Edad Media. El primero fue dejar abierta una pequeña puerta llamada Kylókerkos, que se empleaba para introducir víveres en la ciudad.
"Algunos turcos se enteraron de que estaba abierta y se precipitaron dentro del patio y comenzaron a subir escaleras arriba hasta lo alto de la muralla. Los cristianos que estaban precisamente fuera de la puerta observaron lo que ocurría y acudieron en masa a hacerse de nuevo con la situación e impedir la entrada de más turcos. En medio de la confusión, unos cincuenta turcos se quedaron dentro de la muralla, donde hubieran podido ser reducidos y eliminados si en ese momento no hubiera ocurrido otro desastre peor".
Runciman cuenta que en ese momento, los bizantinos trataban de evacuar por mar a un militar de origen italiano (Giustiniani). El emperador no quería dejarle partir pero al final cedió.
"Se abrió la puerta y su guardia de corps le trasladó a la ciudad, por las calles que bajan hacia el puerto; aquí lo colocaron en un navío genovés. Las tropas de Giustiniani se dieron cuenta de su marcha. Algunos llegaron a pensar que se había retirado para defender la muralla interior, pero otros llegaron a la conclusión de que la batalla estaba perdida. Alguien lanzó, aterrorizado, el grito de que los turcos habían atravesado la muralla. Antes de que se cerrase el postigo de nuevo, los genoveses se precipitaron por él. El emperador y sus griegos quedaron abandonados en el campo de batalla. Frente al foso el sultán notó el pánico y, gritando: "¡Constantinopla es nuestra!", ordenó a los jenízaros que cargaran de nuevo e hizo señas a una compañía mandada por un gigante llamado Hasán. Éste se abrió camino a machetazos por encima de la ruinosa barricada y creyó que ya había conseguido la recompensa prometida. Unos treinta jenízaros le siguieron. Los griegos se batían en retirada".
Una enorme masa de turcos se precipitó por Kylókerkos. Los cristianos intentaron resistir pero ya era en vano. Las tropas otomanas comenzaron su matanza. 
 "El grito '¡Se ha perdido Constantinopla!' se repitió como un eco por las calles de la ciudad. Desde el Cuerno de Oro y desde sus costas, cristianos y turcos veían las banderas turcas ondear en las altas torres de Blachernas, en las que sólo unos minutos antes habían ondeado El Águila Imperial y el León de San Marcos".
El emperador Constantino XI (casualmente, se llamaba igual que el fundador), sabiendo que su imperio se acababa, se quitó las enseñas imperiales y se entregó a la lucha acompañado de un español llamado Francisco de Toledo. Nunca se encontraron sus cadáveres.

Constantino XI
Hubo combates cuerpo a cuerpo durante todo el día, pero ya era inútil resistir. "Señales luminosas que anunciaban la entrada de los turcos por las murallas circularon por todo el ejército turco", dice el historiador. Luego comenzó el saqueo. "El sultán Mehmed II esperó hasta la tarde del día siguiente para hacer su entrada triunfal a la ciudad, cuando terminasen los excesos de las matanzas y saqueos y se hubiese restablecido un cierto orden. Paseó por los restos de la ciudad y sonrió. Estaba satisfecho de que el emperador hubiese muerto. Ahora ya no era sólo sultán, sino heredero y poseedor del antiguo Imperio Romano". Inmediatamente se deshace de su Gran Visir, ya que confirma sus sospechas de que aceptaba sobornos de los bizantinos y, curiosamente, toma el título de Emperador de Roma, como dirigente del Imperio Romano de Oriente. Hay que tener en cuenta, además, que la mezcla de sangre que había habido entre dirigentes turcos y bizantinos, había hecho que Mehmed II tuviera ascendentes en la Familia Real Bizantina.

En un primer momento la ocupación fue bastante tolerante (de hecho más que la que protagonizaron los cruzados). Santa Sofía y el resto de los edificios, aunque pasaron a ser mezquitas, fueron respetados e invitó a los habitantes a quedarse en sus hogares, respetando sus bienes. Incluso designó a un patriarca ortodoxo, permaneciendo en la ciudad un gran número de cristianos, aunque un gran grupo de sabios griegos marchó a occidente, colaborando de manera activa en el Renacimiento

Fue, en cualquier caso, el fin de la presencia del antiguo Imperio Romano en oriente. La ciudad cambió de nombre, pasándose a llamar Estambul y dio comienzo a la expansión del Imperio Otomano hasta la misma Viena.

Cumplido su gran sueño, Mehmed II pasa a intentar ampliar su Imperio. Así, en 1456, se lanza a la conquista de Serbia, atacando al Reino de Hungría. Tras una encarnizada lucha a las puertas de Belgrado, Mehmed II conocería el amargor de la derrota y debe retirar sus tropas sin haber logrado su objetivo y habiendo perdido 20000 hombres.

La noticia de esta derrota hace que el Papa Calixto III organice una nueva cruzada, pensando que en ese momento el Imperio Otomano estaría más débil que nunca. Sin embargo, la muerte de Hunyadi, héroe defensor de Belgrado y en el que el Papa depositaba sus esperanzas, truncó esta cruzada.

Igualmente quedaría sin efecto una nueva llamada, esta vez de Pio II: nadie hizo caso al llamamiento del Pontífice y el poder de los turcos quedaba plenamente asentado.

Mehmed II consigue ampliar en pocos años el Imperio conquistando Bosnia, Serbia y Grecia antes de 1466. Incluso la poderosa Venecia tiene que pagar una indemnización y un tributo anual para continuar manteniendo su posición en el Mediterráneo. Podemos decir que, en esos momentos, Mehmed II controla buena parte del este de Europa y del Mediterráneo.

Debemos decir que, salvando las atrocidades que eran propias de la época, Mehmed II había recibido una educación humanista y que mostró su tolerancia en más de una ocasión.

Como ejemplo claro de esto, tenemos el juramento que realizó tras conquistar Bosnia, para intentar favorecer a la Comunidad Franciscana que allí se encontraba, en donde ordena respetar sus creencias e iglesias.

En 1480, los turcos fracasan en su intento de tomar Rodas y, un año después El Conquistador fallecía dejando a su Imperio en el momento más álgido de su historia.


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