Los años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial trajeron la independencia a muchos países africanos. En muchos de ellos llegaron al poder dictadores sanguinarios como Teodoro Obiang Nguema (Guinea Ecuatorial), Gnassingbe Eyadema (Togo), Robert Mugabe (Zimbabue), Omar Bongo (Gabón), Mobutu Sese Seko (Zaire) o Muammar Khadafi (Libia) entre otros.
Dos de los más extravagantes, sanguinarios y famosos fueron Idi Amin (Uganda) y el emperador Bokassa I (Imperio Centroafricano)
Idi Amin
(Uganda, 1925 – Saudí Arabia, 2003) Miembro de la tribu Kakwa, ingresó en el ejército británico en 1943. Su participación en la Segunda Guerra Mundial, así como su destacada actuación durante la revuelta de los Mau Mau, en Kenia, le valió ser uno de los contados soldados ugandeses que alcanzaron el grado de oficial del ejército británico.
Ello le permitió, tras la independencia, ser nombrado comandante supremo de las Fuerzas Armadas, cargo que desempeñó entre 1966 y 1970. Cercano en un primer momento al presidente Apollo Milton Obote, las crecientes diferencias entre ambos le llevaron a protagonizar un golpe de Estado en 1971.
Bautizado “el Calígula del África”, Idi Amin es recordado como uno de los dictadores más sanguinarios de la historia moderna. Especialmente a partir de 1974, año en que un fallido golpe de estado intentó derrocarlo, incrementó la represión y agravó el conflicto étnico al marginar, y en algunos casos perseguir, a varias etnias. Se estiman entre 100.000 a 300.000 los muertos y desaparecidos durante su régimen de terror.
Para el presidente de Tanzania, quien le consideraba una vergüenza para el continente, Amín era “un asesino, un mentiroso y un salvaje”. Se dice que practicaba el canibalismo con algunos de los disidentes a su régimen, o directamente los arrojaba como bocado a sus cocodrilos. También prohibió la entrada a asiáticos en el país, después de recibir la negación de una oriental para casarse con él.
En 1978 invadió la vecina Tanzania, con la que se había enfrentado diplomáticamente los años anteriores, pero la respuesta del ejército de dicho país le obligó a huir recalando primero en Libia y Arabia Saudí, país en el que residió desde entonces. con una modesta pensión del Gobierno saudí. En el verano de 2003 ingresó es estado de coma en un hospital de Arabia Saudí, donde finalmente falleció.
Se ganó la reputación de ser humano peligroso, imprevisible, megalómano, vengativo y violento. “Señor de las Bestias de la Tierra y los Peces del Mar, Conquistador del Imperio Británico, Mariscal de campo, Doctor, Rey de Escocia y Presidente vitalicio” fueron algunos de los títulos que se autoconcedió. También solía escribir cartas de una impertinencia demencial a la reina de Inglaterra, confesándole amor eterno: “Liz, deberías venir a Uganda si quieres conocer a un hombre de verdad”.
Jean-Bedel Bokassa
(Congo Francés, 1921 - Rep. Cetroafricana, 1996) Su padre era un líder tribal. Bokassa se unió a las Fuerzas Francesas Libres y terminó la Segunda Guerra Mundial como sargento mayor condecorado con la Legión de Honor y la Croix de Guerre (Cruz de Guerra). En 1961 ya había alcanzado el rango de capitán. Dejó el ejército francés en 1964 para unirse al joven ejército Centroafricano.
Jean-Bedel Bokassa quería ser Napoleón. Quería un imperio, un palacio, súbditos, riquezas y muchas mujeres. Pero él era un simple congoleño, hijo de un líder tribal de escasa trascendencia. El Ejército le brindó la forma de escalar posiciones, y su ansia de poder hizo el resto: primero usó a su primo, el presidente David Dacko, para ascender a coronel y jefe personal de las Fuerzas Armadas. Y después, un golpe de Estado.
Bokassa no fue de esa clase de dictadores que tratan de enmascarar en los albores de sus tiranías sus verdaderas intenciones. No jugó a ser líder de ninguna etnia, ni a hacer promesas al resto de su población. Bokassa sabía lo que quería y el límite era el cielo: abolió la Constitución, se proclamó Mariscal y después presidente vitalicio. Cuando Gadafi le propuso cambiarse el nombre y convertirse al Islam para ganar apoyo económico, no titubeó.
Napoleón habría querido para sí mismo una ceremonia de coronación como la que el tirano centroafricano pergeñó: de un día para otro, proclamó de la nada el imperio centroafricano, se convirtió al catolicismo y se coronó como Emperador Bokassa I en una ceremonia que costó varios millones de dólares, y que merece un capítulo aparte.
El tirano pidió a Pablo VI que oficiara la ceremonia -para emular la coronación del emperador francés en París- a lo que el Vaticano se negó. Aun así, él cambió el nombre a la catedral de Bangui, llamándola 'Notre Dame'; espacio que pronto se quedó pequeño para un acto de esas dimensiones. Bokassa acabó empleando un estadio deportivo, que disfrazó como un Palacio del siglo XVIII. Los trajes que lucieron él y su decimoquinta esposa fueron confeccionados por un descendiente de los bordadores que vistieron a Napoleón. Ocho caballos blancos, traídos desde Normandía, tiraban de las carrozas que les transportaron hasta el falso Palacio, donde un trono en forma de águila imperial bañado en oro esperaba recibir al Emperador sobrevenido. Delegaciones de todos los países acudieron a esta extravagante fiesta, aunque ninguno apoyó a Bokassa como lo hizo Francia, prácticamente hasta el último día de su sanguinario mandato. El país europeo proporcionó a este embuste de celebración todo cuanto el Napoleón negro quiso: cascos de metal y petos para la guardia imperial, toneladas de comida, vino, fuegos artificiales, 60 Mercedes-Benz... y lo más valioso de todo: la defensa ante las críticas de algunos sectores de la comunidad internacional, a los que acusaban de racismo si criticaban la fastuosidad de una ceremonia en un país poblado por millones de hambrientos.
Una de las innumerables aberraciones que se jactaba de practicar se conoció gracias al ministro de Cooperación francés, Robert Galley. En un banquete estatal, Bokassa le confesó al galo: "No se han dado cuenta, pero acaban de comer carne humana". El Emperador era un caníbal que comía la carne de sus víctimas. También un genocida, y un enfermo que disfrutaba con crímenes sanguinarios
En enero de 1979 el apoyo francés a Bokassa disminuyó considerablemente después de que disturbios en la capital Bangui llevaran a una masacre de civiles por parte de las fuerzas armadas. Del 17 al 19 de abril un importante número de escolares fueron arrestados después de que protestaran contra el uso de costosos uniformes cuyo uso era obligado por el gobierno. Alrededor de 100 fueron muertos; los enemigos del soberano divulgaron el rumor de que Bokassa participó en las matanzas y que incluso había comido algunos de los cuerpos. El ex presidente Dacko obtuvo apoyo por parte de Francia, que intervino con la fuerza militar aprovechando que el Emperador estaba de visita oficial en Libia. Un golpe de Estado auspiciado por Francia dio fin a la monarquía Centroafricana el 20 de septiembre de 1979.
Una vez derrocado, el líder libio se negó a recibirle, Bokassa decidió volar directamente a París para pedirle explicaciones al presidente francés. Su avión privado consiguió aterrizar cerca de París y el gobierno francés rehusó cualquier contacto oficial con el derrocado Emperador, al tiempo que multiplicaba sus gestiones para encontrarle un país de acogida, alegando razones humanitarias. De este modo, el Emperador Bokassa terminó en Costa de Marfil, cuyo presidente, Houphouet-Boigny fue el único que accedió a los requerimientos del gobierno francés. Sin embargo, Bokassa no cesó en su empeño de regresar a su país y recuperar el poder. Ayudado por unos amigos franceses consiguió un avión con la intención de volar hasta Bangui, en diciembre de 1983, pero la operación fue abortada en el último momento por las autoridades marfileñas. Bokassa fue expulsado entonces de Costa de Marfil y devuelto a Francia, que en esta ocasión no tuvo más remedio que aceptarle. Bokassa se estableció entonces en un palacete que había adquirido años atrás en las proximidades de París.
Bokassa fue condenado a muerte "in absentia" en diciembre de 1980, pero volvió de su exilio en Francia aterrizando en Bangui el 24 de octubre de 1986. Fue arrestado y juzgado por traición, asesinato, canibalismo y apropiación indebida de fondos estatales. Durante el juicio fueron levantados los cargos de canibalismo, que no pudieron ser demostrados. El tribunal republicano condenó al Emperador a muerte el 12 de junio de 1987. La sentencia fue conmutada a cadena perpetua en febrero de 1988, pero sería reducida posteriormente a veinte años.
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