En 1558 el Imperio español se extendía por América y Filipinas, además de haberse anexionado los territorios del Imperio portugués, por derechos sucesorios. El interés de España por Inglaterra era geopolítico, al ser un reino de importancia que podría ser un perfecto paraguas para sus posesiones Países Bajos frente a ataques franceses o rebeliones protestantes.
El 25 de julio de 1554 Felipe II contrajo matrimonio con la reina católica de Inglaterra María I, de modo que el hijo que tuvieran pudiera reinar en España y en Inglaterra. María I, a instancias de su consorte, Felipe II, comienza a construir una armada inglesa moderna, bautizando el primer barco como Felipe y María en conmemoración de su casamiento. María I fallece sin darle a Felipe II un hijo y la hermanastra de María, Isabel I de Inglaterra accede al trono en 1558. Isabel I comienza a reinstaurar la reforma anglicana en Inglaterra y Felipe II intentará detener el proceso y asegurarse la alianza con Inglaterra y propondrá matrimonio a Isabel I, proposición que es rechazada.
Felipe II |
Felipe II de España e Isabel I de Inglaterra conviven de manera pacífica durante su primera década de reinado. A la postre, España había sufrido constantes ataques en sus colonias de Ultramar y de sus barcos mercantes por parte del pirata John Hawkins y de su primo sir Francis Drake, que actuaban con expediciones financiadas por Isabel I pero sin perder su condición de piratas y tratantes de esclavos africanos. En 1568 Hawkins y Drake, en una tormenta, buscarán refugio en un puerto de México, Nueva España, lo que España ve como una ocasión para atacarles, teniendo lugar la batalla de San Juan de Ulúa, que se salda con una victoria española. Isabel responde a este ataque a naves inglesas atacando cinco galeones españoles cargados de oro. En 1570 el papa Pío V promulga una bula que excomulga a Isabel I y autoriza a cualquier católico para asesinarla y a cualquier monarca católico para destronarla. Felipe II no se muestra interesado, pero el agente papal italiano Roberto di Ridolfi se presenta ante la Corte de España y propone al rey una conspiración para asesinar a Isabel I y sustituirla por la reina de Escocia, María Estuardo, de religión católica. El rey de España mandará agentes a Inglaterra para iniciar la rebelión pero ésta jamás llega a estallar porque los espías de Isabel descubren el complot. Isabel decide iniciar un plan para dar dinero y tropas a los rebeldes protestantes de Países Bajos. A partir de 1572 Isabel comienza a financiar expediciones corsarias de Hawkins y Drake en las costas del Caribe capturando botines de ciudades españolas. En 1585 Drake ataca puertos de Galicia atentando contra iglesias y matando a curas y a monjas, por lo que Felipe II decide atacar por fin Inglaterra.
Felipe II contacta con el duque de Parma, Alejandro Farnesio, al mando de los Países Bajos, y con el marqués de Santa Cruz, Álvaro de Bazán, almirante de la flota de Lisboa, para pedirles un plan de invasión de Inglaterra. El plan de Álvaro de Bazán es mandar una gran flota que desembarque en Gran Bretaña y proceda a la invasión. La estrategia de Alejandro Farnesio era una ofensiva relámpago a Londres por parte de los Tercios de Flandes. Felipe, en lugar de decidirse por uno, ordena que se combinen ambos planes. El marqués de Santa Cruz debía salir de Lisboa a cargo de una Gran Armada, se reuniría con Alejandro Farnesio y 30.000 hombres desembarcarían en el Condado de Kent y sitiarían Londres. Esa zona era propicia ya que no había fortificaciones entre la costa de Kent y Londres
Sin embargo entre el germen de la idea y su ejecución pasan varios años, debido a los múltiples compromisos bélicos en otros frentes a los que debe hacer frente Felipe II, y a sus propias dudas. A esto se suma el ataque preventivo a Cádiz y la costa portuguesa que efectúa Francis Drake en 1587, y cuyo principal objetivo es destruir los buques en construcción y los bastimentos que ya se estaban preparando para la empresa, Francis Drake, John Hawkins, Martin Frobisher y sobre todo el Lord Almirante de Inglaterra, Charles Howard, Conde de Nottingham serán los principales mandos ingleses que se enfrentarán a la Armada. Los principales estrategas por parte Imperial son D. Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, marino experimentadísimo que apostaba por una empresa que implicase un asalto directo de la flota desde la península ibérica, y D. Alejandro Farnesio, Gobernador y Capitán General de los Países Bajos, que abogaba por un asalto sorpresa mediante un cruce nocturno del canal con buques de poco calado.
Finalmente se optó por una decisión intermedia, que intentaba aprovechar el potencial de las tropas de tierra de Farnesio, un ejército muy experimentado y superior en teoría a lo que pudieran poner frente a él los ingleses una vez desembarcado. Para ello una heterogénea y enorme fuerza naval para la época zarparía de la península, recogería a las tropas de Farnesio en Flandes y cruzaría el Canal para desembarcarlas en la isla. Por lo tanto el objetivo de la empresa desde el punto de vista naval no fue tanto batir a la flota enemiga sino completar la singladura y efectuar el cruce. El plan exigía un alto nivel de coordinación, y a sus dificultades naturales se sumaba la heterogénea fuerza naval, ya que en la época no se había estandarizado un navío de guerra unificado, sino que las flotas se componían de buques muy diversos, muchos de ellos mercantes armados, que sumaban sus fuerzas a navíos más orientados a misiones de combate. Además la flota reflejaba la disparidad de escenarios en los que debía desempeñarse el imperio de los Austrias, ya que a los galeones de guerra y naves de alto bordo que predominaban en el escenario atlántico se sumaron también galeazas, pataches y buques diseñados para operar en el mediterráneo, y consecuentemente poco preparados para los temporales del mar del norte. Así, finalmente se apresta la flota en 1588 en el puerto de Lisboa para iniciar la empresa.
Es en ese momento cuando la empresa ya sufre su primera pérdida sensible incluso antes de partir. El marqués de Santa Cruz, Don Álvaro de Bazán, fallece privando a la armada del mando más cualificado desde el punto naval que disponía Felipe II. Se hará cargo de la expedición Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, Duque de Medina Sidonia, quien cargaría con la responsabilidad del desempeño de una misión terriblemente dificultosa, y a quien la historia ha tratado de manera en cierta forma injusta.
Finalmente se aprestan 130 buques mayores, entre ellos 65 galeones de guerra. Una fuerza sin duda impresionante y bien artillada, aunque su desempeño en combate se vería comprometido por simultanear el transporte de munición, tropas y material para la expedición de Farnesio. Una intervención destacada era el contingente que aportaba el Reino de Portugal, que por aquel entonces formaba parte del imperio de Felipe II y contaba con un buen número de buques y marinos curtidos en la navegación atlántica. En total más de treinta mil hombres tripulan la Armada, cuando parte de Lisboa a finales de mayo. No tarda en encontrar problemas con vientos contrarios y mal tiempo, aparte de problemas con el suministro de agua. De este modo entra el La Coruña el 19 de julio, se reconcentra y parte el 22 de ese mes hacia el Canal de la Mancha. A finales de mes, frente a la costa Sur de Inglaterra a la que debe acercarse buscando vientos favorables, la Armada es avistada por los ingleses, frente al puerto de Plymouth. La flota inglesa se concentraba en el puerto, y se hubiese visto en un aprieto si Pérez de Guzmán hubiese atacado, ya que contaba con el viento a favor y espacio para maniobrar frente a un enemigo confinado. Sin embargo el Duque se ciñó al plan poniendo proa al canal para cumplir el objetivo principal, embarcar a las tropas en la costa de Zeelandia, en los Países Bajos. El primer contacto tendrá lugar el 31 de julio, de forma tímida aunque la Armada perderá dos galeones, uno en un abordaje y otro al estallar su santabárbara de forma accidental.
Sin noticias de Farnesio y en constante combate, la flota fondea en Calais. Allí es donde, en la noche del 7 al 8 de agosto de 1588, los ingleses bajo el mando de John Hawkins lanzarán ocho brulotes en llamas hacia la flota. Muchos navíos se ven obligados a picar los cables de sus anclas y el amanecer sorprende a la flota dispersa, con algunos buques aún anclados y otros derivando peligrosamente hacia la costa llena de bancos de arena. Aprovechando esta circunstancia, dado que hasta entonces los de Pérez de Guzmán habían mantenido una eficaz formación defensiva, Los ingleses lanzan un ataque en profundidad y comienza la que recibiría el nombre de Batalla de Gravelinas. Los combates se sucedieron, y el mayor alcance y capacidad de maniobra de los buques británicos iba a toparse con la robustez y tenacidad en la defensa mostrada por los navíos imperiales. El galeón de Pérez de Guzmán, al principio casi solo y después reuniendo a su alrededor unas 40 naves, aguanta el empuje de más de un centenar de navíos ingleses mientras el resto deriva hacia la costa. Sin resultados definitivos en el combate y gracias a que el viento roló inesperadamente, el día se cierra con la pérdida de sólo un galeón hundido en combate y otro perdido sobre los bajos de la costa.
Sin embargo la Batalla de Gravelinas marca el enfrentamiento más violento de la campaña. Pese a no haber derrotado a la flota enemiga, los ingleses han conseguido su objetivo. La armada deriva hacia el norte arrastrada por los vientos y corrientes, falta de municiones, víveres y con un enorme número de buques dañados por el combate. No podrá encontrarse con Farnesio.
La única ruta practicable con el régimen de vientos y corrientes imperante es dirigirse al norte, pasar alrededor de Escocia e Irlanda y bajar atravesando el Golfo de Vizcaya. En este periplo es donde la Armada recibirá los mayores daños. Un buen número de buques no aguantará la travesía y naufragará en costas irlandesas. La flota irá arribando a diferentes puertos del norte peninsular. Pérez de Guzmán desembarcará en Santander gravemente enfermo el 30 de septiembre.
Pese a la leyenda, la derrota de la Armada no fue ni mucho menos definitiva. Los últimos datos apuntan a que no se perdieron más de 35 buques por todas las causas, y muy pocos de los robustos galeones. Muchos otros quedaron gravemente dañados, pero Felipe II siguió teniendo capacidad para defender de forma eficaz tanto sus costas como el nexo transatlántico con las colonias tan importantes para su Imperio. 10.000 hombres dejarían sus vidas en la empresa. Aún habría sin embargo otros dos intentos de repetirla.
Los ingleses por su parte pagaron un oneroso tributo por su victoria. Una epidemia de tifus, los combates y los naufragios en el marco de la campaña provocarían aproximadamente el mismo número de bajas que en el adversario.
Al año siguiente, Francis Drake se pondría al mando de la llamada "contraarmada" dirigiendo un ataque dirigido a saquear las costas portuguesas, y en especial Lisboa, atacando asimismo las concentraciones de buques enemigos en puerto para rematar el trabajo. Esta expedición llevaría a Drake a atacar La Coruña y de la misma no le quedaría muy buen recuerdo al antiguo corsario inglés, pero eso es otra historia.
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