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viernes, 18 de marzo de 2016

La tragedia de la bahía de Lübeck

Ha pasado más de un siglo desde el hundimiento del Titanic, cuya historia es sobradamente conocida. Cada vez que se produce el naufragio de un buque de pasajeros, las víctimas suelen contarse por centenares y es casi normal que así ocurra, porque en esos momentos de enorme tensión, muchas personas quedan atrapadas, son incapaces de ponerse a salvo y además, los sistemas se salvamento suelen ser insuficientes y normalmente mal gestionados.

Estas tragedias, aunque medie la ineptitud, la inexperiencia o la estupidez humana, suelen ser accidentales y nunca buscadas de propósito, pero ¿qué ocurre cuando se provoca un naufragio con la finalidad de acabar con la vida de miles de personas?

Entonces la tragedia se vuelve atroz y para la mente humana, difícil de creer.

El 30 de enero de 1945, en aguas del mar Báltico, un submarino ruso hundió al buque hospital Wilhelm Gustloff, provocando el peor desastre marítimo de la historia con más de 9000 vidas de hombres mujeres y niños perdidas. (ver más).

Sin embargo, no fue la única tragedia ocurrida en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial: En la bahía de Lubeck, en el Mar Báltico, se produjo el hundimiento del trasatlántico Cap Arcona y otros tres buques, bajo unas circunstancias que causan pavor a la vez que rubor y que, por mucho que los implicados en esa tragedia hayan querido ocultarla, la realidad ha llegado a saberse.

El "Cap Arcona"

Considerado el "Rey del Atlántico Sur", el Cap Arcona, un vapor rápido de 27.571 toneladas de carga construido en 1927, era la nave insignia de la flota de transatlánticos de la HSDG (Hamburg-Südamerikanische Dampfschifffahrts-Gesellschaft) de Hamburgo.


Era un barco muy lujoso, esbelto, de propulsión acoplada a tres chimeneas rojas y blancas. Se destinaba al transporte de personas de alto nivel económico, desde Alemania a África y América del Sur y contaba con piscina cubierta, cancha de tenis, lujosos camarotes y salones y comedores espléndidos.


En su interior, ningún detalle estaba librado al azar: mobiliario de excelente factura, suite real, camarotes victorianos, jardín de invierno, gimnasio… El barco era de tal envergadura que incluso sirvió de escenario para el rodaje, en 1942, de una película alemana sobre el hundimiento del Titánic. 

Durante doce años, el Cap Arcona había realizado ininterrumpidamente los fabulosos cruceros a los que debía su reputación. En 1933 era el orgullo del III Reich y navegaba con bandera nazi por todos los océanos. El 25 de agosto de 1939 fue afectado al servicio de guerra. Tras la invasión a Polonia, el vapor fue amarrado al muelle en el puerto de Danzig (Gdañsk), y utilizado como vivienda flotante de la Kriegsmarine (la marina de guerra alemana).

En 1944, ante el avance de las tropas soviéticas, el barco recibió la misión de transportar civiles y soldados entre Danzig y Copenhague, pero sus turbinas se averiaron durante la travesía. Fue remolcado a un astillero escandinavo, donde repararon sus motores y así pudo regresar a Alemania. Cuando ancló en la bahía de Lübeck (puerto alemán del mar Báltico), el 14 de abril de 1945, el Cap Arcona era casi imposible de maniobrar. La Kriegsmarine decidió pues restituirlo a la compañía marítima Hamburg-Süd.


Un plan siniestro

Sin embargo, ese mismo día, Heinrich Himmler, jefe de las SS, dio la orden de no dejar ningún deportado vivo en manos de los aliados, de modo que las atrocidades de los campos de exterminio quedaran ocultas para siempre. Pero la eliminación de los cuerpos se tornaba demasiado lenta. Decidieron entonces vaciar los campos de concentración y sacar a los deportados por las carreteras. Así, el 4 de mayo de 1945, las tropas aliadas encontraron el campo de concentración de Neuengamme (el más grande de Alemania, a 25 kilómetros de Hamburgo) completamente vacío, a pesar de que desde 1938 había recibido aproximadamente a 106.000 deportados de todas las nacionalidades.

Las "caminatas de la muerte" adquirieron dimensiones trágicas y constituyeron para las SS, en esos últimos días de la guerra, un medio terriblemente eficaz de exterminar a los últimos sobrevivientes de los campos de concentración. Muchos detenidos fueron asesinados de un disparo en la nuca a un costado de las carreteras. Pero algunos lograron resistir a los golpes, la sed y el hambre, apostando al fin de la guerra para salir del infierno.

En su afán por encontrar una fórmula para borrar toda huella del horror que habían producido, alguien propuso la idea de embarcar a los deportados en barcos, encerrarlos allí bajo vigilancia de las SS y posteriormente hundir los barcos con toda su carga humana. A los "pasajeros" se les dijo que iban a ser entregados a los suecos, pero es más probable que el plan previsto fuera llevarlos al Báltico y hundirlos.

Karl Kaufmann, Jefe de las SS en el distrito de Hamburgo, ordenó llevar a los deportados que había en toda la zona norte, a bordo del Cap Arcona y los otros tres buques fondeados en la bahía: los cargueros Athen, Thielbeck y el trasatlántico Deutschland, acondicionado como buque-hospital.

Menos los deportados políticos, todos los demás fueron embarcados en el Thielbek y desde allí fueron transferidos al Cap Arcona, el más capacitado para albergar un gran número de personas y así, a finales del mes de abril de 1945, a bordo había seis mil quinientos prisioneros y seiscientos soldados de las SS.

Comandados por el oficial de las SS Kirstein, los militares quitaron todos los chalecos salvavidas, así como los bancos o las banquetas que podían utilizarse como balsas, y los guardaron bajo llave en el pañol.

En vista del hundimiento del Reich, el número de oficiales de las SS se redujo gradualmente y fueron reemplazados por miembros del ejército territorial, de entre 55 y 60 años de edad, y de la infantería de marina. El Athen realizó su último viaje al Cap Arcona el 30 de abril, esta vez para sacar prisioneros del buque, a la sazón tan superpoblado que incluso los SS no podían soportar más los muertos amontonados y el mal olor. Además, se habían llevado a cabo negociaciones con la Cruz Roja sueca y se había llegado a un acuerdo para facilitar el rescate de los detenidos franceses. A los ojos de los nazis, la derrota era un hecho. Con esta medida de clemencia respecto de algunos detenidos, esperaban una reducción de las sanciones que sin duda les impondrían los países vencedores.

Algunos prisioneros aprendieron rápidamente algunas palabras en francés para tratar de engañar a los guardias y abandonar el barco. Muchos fueron fusilados cuando un último interrogatorio en francés reveló su verdadera nacionalidad. En total, 2.000 deportados franceses y residentes del imperio colonial francés lograron abandonar el Cap Arcona y el Thielbek, el 30 de abril. Fueron llevados a Suecia y hospitalizados. Algunos detenidos franceses se negaron a abandonar los camarotes del Cap Arcona y del Thielbek, considerando que las condiciones de supervivencia en los demás barcos eran aún más azarosas. Sin saberlo, firmaban así su sentencia de muerte.

El 30 de abril de 1945, los deportados se enteraron de que Adolf Hitler se había suicidado, que Berlín había sido ocupada por las tropas rusas y que la guerra prácticamente había terminado.


La tragedia

No obstante, desde hacía cinco días varios pontones y barcazas de desembarco trasladaban a Lübeck a medio millar de deportados famélicos más (hombres, mujeres, niños) provenientes del campo de concentración de Stutthof, cerca de Danzig, en Polonia. Debían abordar el Cap Arcona.

En este punto, los acontecimientos se precipitaron. El 3 de mayo, mientras dos submarinos alemanes maniobraban en la bahía de Lübeck aparentemente preparándose para disparar los mortales torpedos con el fin de hundir el Cap Arcona, irrumpieron los tanques británicos. Los alemanes se pusieron a cubierto para combatir. En la mañana de ese mismo día, un avión inglés había efectuado un vuelo de reconocimiento sobre la bahía de Lübeck y había observado al Cap Arcona. Presintiendo su inminente liberación, los deportados le habían hecho señales con sus manos. Todavía presentes en el carguero Athens, los soldados nazis abrieron fuego contra el avión. Para escapar a los disparos de las baterías antiaéreas, el aparato volaba entonces a 10.000 pies, lo que hacía imposible identificar a las personas a bordo.


Al mediodía, dos oficiales británicos se presentaron en la oficina de la Cruz Roja sueca, en Lübeck, para informarse sobre todos los detalles de los barcos-prisiones. Tras escuchar un informe, prometieron actuar en consecuencia. Lamentablemente, era demasiado tarde para desviar la operación lanzada contra los nazis. Varios aviones de la Royal Air Force (RAF) se presentaron en la bahía de Lübeck. Cuatro escuadras de caza bombarderos Typhoon de la Second Tactical Air Force se ubicaron en posición de ataque. Los nazis colocaron en sus barcos militares banderas blancas, pero mantuvieron la bandera hitleriana en el Cap Arcona, el Athen, el Thielbek y el Deutschland.

Hawker Typhoon
El primero en recibir el impacto de las bombas fue el Deutschland, que en ese momento solamente tenía a bordo a unos cien hombres, entre tripulación y equipo médico. Cuatro bombas cayeron sobre el buque produciendo graves daños e incendios, pero fueron rápidamente sofocados, mientras, el capitán extendía sábanas blancas en señal de rendición. Nadie murió en ese bombardeo y tuvieron tiempo de evacuar el barco en botes salvavidas.

SS Deutschland
De inmediato la acción se concentró en el Cap Arcona y el Thielbeck que sufrieron entre treinta y cuarenta impactos de bombas. A bordo del Cap Arcona había miles de prisioneros hacinados en las bodegas, los camarotes, los enormes salones y cualquier lugar en el que los pudieran hacinar como si de animales se tratara. Cuando empezaron a oírse las detonaciones de las bombas, los prisioneros, horrorizados, trataron de escapar de sus lugares de confinamiento, lo que no era difícil para algunos, pues el barco no era una prisión y una vez en cubierta o a través de las escotillas se dispusieron a saltar al agua, pero eran ametrallados por los fanáticos soldados de las SS que, implacables, abatían a quien lo intentara o si ya lo había conseguido, lo acribillaban en el agua. Bertram, el capitán, dejó el puente cubierto de humo abriéndose camino a golpes de machete a través de la masa de prisioneros y abandonó el barco. Los SS aterrorizaban a los detenidos disparando sus ametralladoras. Muchos de los botes de salvamento fueron perforados. Sólo uno fue lanzado al mar por los SS para escapar.

Presas de un pánico indescriptible, los deportados que no fueron asesinados durante el ataque, ni se habían quemado o ahogado en su prisión, se abalanzaron hacia el puente y se arrojaron al agua, donde intentaron aferrarse a tablones que flotaban. La mayoría se ahogó. El resto nadó en aguas glaciales. Muchos murieron ametrallados por los cañones de 20 mm de los caza ingleses, que iban y venían volando al ras del mar. Algunos detenidos fueron rescatados por pescadores alemanes que socorrían a las víctimas. En tierra, los primeros sobrevivientes solicitaron a las tropas británicas que enviaran urgentemente botes de salvamento.

La bandera blanca del carguero Thielbek no bastó para detener la furia inglesa. El ataque perpetrado contra éste se produjo minutos después. Sólo unos pocos detenidos escaparon de las bodegas. El barco escoró a 50 grados y comenzó a hundirse. De los 2.800 deportados a bordo, sólo 50 sobrevivieron. Todos los guardias de las SS y los de la infantería de marina fueron asesinados, al igual que el capitán Jacobsen.

SS Thielbek

Había 4.500 detenidos a bordo del Cap Arcona, 2.800 en el Thielbek y 1.998 en el Athen, que fue el único que consiguió salvar su carga humana. Su capitán tuvo tiempo de izar una bandera blanca y luego embarrancó el barco. Sus prisioneros fueron posteriormente liberados por las tropas aliadas. En los otros barcos no hubo tanta suerte: Solo lograron salvarse 316 prisioneros del Cap Arcona y 50 del Thielbek. En total, 7.500 prisioneros, de 28 nacionalidades, fueron asesinados en menos de treinta minutos.

En la euforia del triunfo, los diarios ingleses e internacionales sólo mencionaron el "brillante ataque" de la aviación británica. Al día siguiente, las tropas británicas ingresaron en el campo de concentración de Neuengamme completamente vacío y el mariscal Montgomery recibió la rendición de las tropas de Alemania del Norte. Cuatro días más tarde, el 8 de mayo de 1945, la guerra terminaba en Europa.

Ningún gobierno británico se refirió nunca a la muerte de los 7.500 deportados de la bahía de Lübeck asesinados por su aviación. Nunca se ofrendaron coronas de flores ni se pronunció ningún discurso en su memoria. Se cavaron fosas comunes a lo largo de la playa entre Lübeck y Pelzerhaken. Los sobrevivientes hicieron construir un cenotafio de piedra en el que se lee en grandes letras negras: "A la memoria eterna de los deportados del campo de concentración de Neuengamme. Murieron durante el naufragio del Cap Arcona el 3 de mayo de 1945".

Las autoridades británicas explicaron más tarde que la presencia de una flotilla militar alemana junto al Cap Arcona los había inducido al error, pensando que el barco estaba ocupado por militares alemanes. En 2000, el historiador alemán Wilhelm Lange afirmó que los británicos sabían de la existencia de estos barcos prisiones un día antes de sus bombardeos, pero que esta información no se dio a conocer. La tragedia de la bahía de Lübeck es considerada un verdadero crimen de guerra. El drama permaneció impune e ignorado por los libros de historia. La tragedia de Lübeck sigue siendo un tabú. Ningún historiador trabajó sobre esta página de la Segunda Guerra Mundial; los libros no mencionan esta tragedia. Los archivos de la Royal Air Force sobre esta catástrofe recién se abrirán en 2045.


Algunos sobrevivientes que consiguieron llegar a la costa fueron detenidos y llevados por la policía y miembros de la SS a la escuela de submarinistas. Una vez allí, los sobrevivientes fueron alineados en grupos pequeños contra una pared y baleados. Sólo el hecho de que los británicos estaban en las afueras de Neustadt salvó a un puñado de personas. Algunos ciudadanos de Neustadt hicieron esfuerzos furtivos de rescate (como Fritz Hallerstede y su cuñado Hans Frolich, quienes rescataron a 18 con su barquito de pesca), pero miles de prisioneros del Cap Arcona encontraron la muerte, ya sea por el incendio del barco, ahogamiento, la exposición al frío o la ejecución. Por desgracia, parece cierto también que un gran número de ellos murieron a manos de los hombres de la RAF que ametrallaron a los supervivientes en el agua alrededor de la nave durante y después de la zozobra. 

Eventualmente 40 fosas comunes serían el lugar de descanso final para la gran mayoría de aquellos para los que la liberación podría haber llegado apenas a unas pocas horas de distancia.

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martes, 8 de marzo de 2016

El desastre del USS Indianápolis

USS Indianápolis
‘Era como aquellos viejos cuadros de batalla que alguna vez había visto en pinturas sobre Waterloo. La idea era que cuando el tiburón se acercara los hombres empezasen a chillar y chapotear con todas sus fuerzas y a veces el tiburón se iba… pero otras veces no. Se quedaba mirándote fijamente, justo a los ojos. Con esos ojos negros, sin vida, como si fueran los de una muñeca. Se lanza a por ti y ni siquiera parece estar vivo hasta que te muerde y esos ojos negros giran hasta ponerse blancos y entonces… ah, entonces ya sólo escuchas un grito espantoso, el agua se vuelve de color rojo y a pesar del pataleo y el griterío esas bestias vuelven y te van despedazando. Luego me enteré de que esa primera noche perdimos cien hombres’

Roy Scheider y Richard Dreyfuss escuchan inquietos el recuerdo que atormenta a Quint mientras van en busca del gran tiburón blanco, y todos los espectadores de Tiburón pueden pensar que es una más de las exageraciones de una película de terror. No, lo que está narrando Robert Shaw con su imponente voz de viejo marino no es una fantasía. Es parte de la asombrosa historia de un barco que llevó la muerte soldada a su quilla hasta décadas después de hundirse en el Pacífico: El USS Indianapolis.


La misión

Charles Butler, McVay III fue un oficial de la marina carrera con un historial ejemplar cuyo padre, el almirante Charles de Butler McVay II, una vez que había mandado flota asiática de la Armada en el año 1900. Antes de tomar el mando de la Indianápolis en noviembre de 1944, el capitán McVay fue presidente del Comité Conjunto de Inteligencia de los jefes combinados de personal en Washington, unidad de inteligencia más alto de los aliados.

El capitán McVay dirigió la nave a través de la invasión de Iwo Jima, a continuación, el bombardeo de Okinawa, en la primavera de 1945, durante el cual los cañones antiaéreos Indianápolis derribaron siete aviones enemigos antes de que el barco fue golpeado por un kamikaze el 31 de marzo, han causado fuertes bajas, incluyendo 13 muertos, y penetrando en el casco del buque. McVay devolvió la nave con seguridad a Mare Island en California para reparaciones.

El 16 de Julio, el muelle en California donde se llevan a cabo los últimos trabajos de reparaciones comienza a experimentar un extraño incremento de actividad. Súbitamente agentes de paisano, policía militar y marines en orden de combate forman un cordón a su alrededor mientras abren paso a unos peculiares contenedores de plomo. Ni siquiera el capitán Charles Butler McVay III sabe de qué se trata todo aquello cuando contempla estupefacto cómo empiezan a cargar esos bultos sospechosos en su navío. Una procesión de galones de almirante y general se dirige hacia él y le ‘invitan’ a tener una reunión en sus departamentos bajo cubierta para explicarle todo aquello. Las órdenes que recibe no le aclaran gran cosa pero al menos tiene la satisfacción de que no son muy complicadas de cumplir: ha de transportar aquellas cosas a toda máquina hasta Tinian, en las Islas Marianas, donde estaba la base de los bombarderos B-29 estadounidenses.

El ánimo del capitán se va ensombreciendo cuando escucha las medidas adicionales que ha de tomar mientras dura la travesía. No se le informa de qué es lo que lleva, la tripulación no debe acercarse a la carga bajo amenaza de consejo de guerra sumarísimo y se colocará una guardia armada en los accesos a la bodega con orden de disparar a matar si perciben la más mínima posibilidad de que alguien fisgue donde no debe. En caso de ser hundido el buque antes de completar su misión, la carga tiene absoluta prioridad sobre los hombres en las labores de salvamento. “¿Pero qué demonios es lo que vamos a trasportar?” seguramente pensó McVay, al que ya han advertido que ni él ni sus hombres deben hacer más preguntas sobre la naturaleza de lo que han de dejar en las Marianas. La respuesta que hoy conocemos es escalofriantemente sencilla: La carga no es otra cosa que el Uranio 235 que formará el corazón de las dos bombas atómicas que caerán sobre Hiroshima y Nagasaki.

Cumplida la misión, El USS Indianápolis se dirigió a Guam, 100 millas al sur. Fue allí que se sentaron las semillas de la destrucción del USS Indianápolis. Las hostilidades en esta parte del Pacífico desde hace mucho tiempo habían cesado. La flota de superficie japonesa ya no existía como una amenaza, y 1.000 millas a los preparativos del Norte estaban en marcha para la invasión del territorio japonés. Estas condiciones resultaron en un estado relajado de alerta por parte de los que estaban a la ruta Indianápolis a través del Mar de Filipinas.

El 30 de julio partió hacia el Golfo de Leyte en Filipinas para unirse al USS Idaho navegando en solitario por la ruta señalada en zigzag para dificultar el ataque de los submarinos. Hacia el atardecer, el capitán Mc Vay ordenó abandonar el zigzag para ahorrar tiempo.

Pocas horas después, fue localizado por el submarino japonés I-58, comandado por el capitán Mochitsura Hashimoto.

El I-58, submarino al mando de Hashimoto

La tragedia

Cerca de la medianoche del 30 de julio de 1945, el USS Indianápolis fue torpedeado por el submarino japonés I-58 y se hundió en el mar en sólo 12 minutos, llevándose unos 300 hombres al fondo del mar. Aproximadamente 900 de los originales 1.197 hombres a bordo quedaron flotando en la oscuridad, sin botes salvavidas, en aguas infestadas de tiburones. El barco nunca pudo dar aviso de lo ocurrido. 

Comenzó entonces para ellos una de las más trágicas historias de naufragio. Durante cinco días, manteniéndose a flote en grupos separados, los hombres trataban de sobrevivir al hambre, la sed, la insolación, las heridas y, por sobre todo, al ataque de los tiburones.

El impacto del primer torpedo levanto por los aires a la tripulación del Indianápolis. Una luz brillante y la onda expansiva provocadas por el segundo torpedo terminó de espabilarles entre llamaradas al tiempo que liquidaba la flotabilidad del barco y todo su suministro eléctrico, lo cual impediría que los radiotelegrafistas enviasen el preceptivo SOS, de modo que el solitario barco comenzaría a hundirse sin que nadie en la flota tuviese conocimiento. Los hombres corrían desesperados alejándose del fuego mientras los que podían agarraban sus chalecos salvavidas. Las llamas quemaban su pelo, sus caras, sus manos, mientras salían de estampida por los pasillos inferiores y veían cómo algunos de sus amigos eran atrapados por las explosiones secundarias que vomitaban más fuego por las escotillas. No pocos iban descalzos y el calor que alcanzaba el metal les provocaba quemaduras de tercer grado en las plantas de los pies mientras buscaban desesperados unas escaleras libres de hombres en pánico por las que subir a cubierta. Entre el laberinto que es el interior de un barco de guerra no encontraban más que humo y destrucción, y sólo su entrenamiento salvó en esos primeros instantes a muchos de quienes perdían ya las ganas de soportar más sufrimiento a causa de lo que estaban viviendo. Poco a poco la mayoría iba encontrando resquicios por los que salir al exterior e intentaba ayudar a otros a escapar de aquel amasijo de hierros al rojo. Algunos les pedían que no les tocasen porque su piel se estaba derritiendo literalmente, y hubo que subirlos a la fuerza soportando sus gritos de súplica para que los dejasen morir allí. Que el ataque del submarino se produjese durante un cambio de guardia hizo posible que a esas horas de la noche la mayoría de los marineros estuviesen despiertos, o bien terminando su servicio o preparándose para iniciarlo, y eso supuso que incluso en aquel marasmo, de entre una dotación total de 1200 hombres, unos 880 quemados, heridos o asustados, lograsen abandonar el barco que ya se venía abajo irremediablemente.

El mar al que saltaban en la noche estaba cubierto de fuel-oil por la rotura del casco del Indianápolis, y los hombres nadaban frenéticamente para alejarse del poder de succión del barco mientras se iba a pique. Muchos tragaron combustible en el intento e inmediatamente aquello se convirtió en un recital de vómitos, añadiendo otro toque de caos a la escena. Los que tenían chalecos metían las manos de los que no habían tenido tiempo de ponerlas en los suyos y los arrastraban hacia una zona segura, a un kilómetro del naufragio, donde empezaban a unirse los casi 900 náufragos dispersos. Los escasos botes hinchables que habían conseguido lanzar al mar eran usados para ir acomodando a los heridos más graves y con el silencio mortal que dejó el barco al terminar de hundirse, una sensación de ligero optimismo recorrió las filas de los supervivientes: al fin y al cabo al día siguiente debían reunirse con el Idaho y al no presentarse seguro que ponían en marcha una operación de rescate que les sacase del agua en pocas horas. No sabían que el Idaho no les esperaba y que estaban en las primeras horas de unos días en los que la sed, el hambre, la desesperación y el terror serían la norma en su lucha por sobrevivir frente a la naturaleza.


Amanece y los líderes surgen cuando se les necesita, recolectando a los que aún quedan dispersos e identificando a los muertos para quitarles los chalecos si llevan. En esas primeras horas del alba la única manera de certificar la defunción es meterles los dedos en los ojos. Si no reaccionan les dejan hundirse tranquilamente mientras les quitan las chapas de identificación. Pararían de hacer esto último, pronto, cuando es tal la cantidad de chapas que les dificulta los movimientos. El petróleo que tan mal se lo había hecho pasar la noche anterior se convierte en un aliado cuando hace las veces de crema protectora al ir subiendo el abrasador Sol, pero como no hay mal que por bien no venga, y viceversa, el reflejo que produce les daña los ojos de tal manera que algunos se queman las retinas por no hacer caso a las recomendaciones de ponerse trozos de tela sobre los párpados. La jornada transcurre y no hay noticias del rescate porque nadie sabe que haya a quien rescatar.

Los problemas empiezan a amontonarse con el paso de las horas y es sólo el primero de los cinco días. Los más jóvenes desoyen a los veteranos bebiendo agua de mar que, de tan cristalina en los lugares que no está cubierta de fuel oil, les parece imposible que no sea potable, y pueda aliviar la sed que como podemos imaginar después de todo lo vivido la noche anterior debía ser insoportable. Cuando empiezan a enfermar por docenas, el resto decide que esa noche han de formar círculos metiendo las manos en los chalecos de los compañeros como habían hecho la noche del hundimiento para que en el interior puedan descansar sin dejarse ir a la deriva los heridos e intoxicados. Esto además les permitirá dormir un poco al estar enganchados entre si y vigilar que nadie más incumpla las órdenes de no beber, que será tan estricta desde ese momento que, por la seguridad de todos, aquél que enferme a causa del agua salada será dejado a su suerte. Los hombres pasan esa noche preguntándose unos a otros qué diablos pasa con el rescate, recordando a los amigos que han perdido y manteniendo todavía cierta seguridad en sí mismos y en sus posibilidades; pero las cosas lejos de mejorar están a punto de agravarse de una las peores maneras posibles a la mañana siguiente.

En las primeras horas del segundo día las primeras aletas comienzan a dar círculos alrededor de los ‘cuadros de batalla’ de los que hablaba Quint y a nadar sinuosamente bajo los pies danzantes de los marineros. Los hombres no pueden hacer otra cosa que gritar con la ingenua esperanza de asustarlos. Son ya cientos de tiburones los que acechan a los náufragos, que rezan para no ser ellos los siguientes mientras se apiñan unos contra otros intentando parecer una pieza demasiado grande para morder. Los chillidos agónicos de los ‘elegidos’ por los tiburones y el crujir de los huesos entre las mandíbulas les restallan en la cabeza mientras sus camaradas son arrastrados fuera de los círculos por un marrajo al que pronto se unen tres o cuatro para destrozarles en frenesí alimenticio. Pronto la sangre mancha tanto o más que el petróleo que queda y en un espectáculo dantesco brazos y piernas desperdiciados por los tiburones flotan mansamente hacia el lugar del que los han sacado.

La mayoría de los tripulantes del USS Indianápolis no sobrevivirían al desastre
La noche llega y los tiburones abandonan momentáneamente el escenario, pero como podemos esperar esto no trae la tranquilidad a nuestros muchachos. Los nervios están al límite tras dos días sin comer ni beber y la atrocidad que han tenido que contemplar. No saber si el mordisco de un bicho de más de 3 metros y 180 kilos que se mueve como una centella va clavarse en sus entrañas se une a la tercera noche en el mar, y aunque el Pacífico en esa latitud es un océano templado, también empieza a pasar factura el frío. Todo esto forma un cóctel que estalla en la oscuridad en forma de histeria colectiva y alucinaciones. La chispa salta cuando uno de los marineros empieza a chillar que un japonés le quiere matar y la emprende a golpes salvajes con su compañero. La mayoría pronto le siguen y el que no ve un japonés jura ver una isla justo enfrente a la que se dirige deshaciendo el círculo y gritando a los demás que le sigan. Otros no quieren quedarse atarás y ven la misma isla, con lo que muchos de los que ya no tienen espíritu para resistir se dejan ir en el mar negro. Las peleas continúan toda la noche entre los hombres fuera de sí y se cobran varios muertos que a la mañana siguiente flotan en el exterior de la ‘fortaleza’ acuática. Quizá fuesen esos muertos y los que se descarriaron del rebaño los que hacen que el previsto ataque de los tiburones de la mañana siguiente fuese menos intenso que el del día anterior. Parece que las bestias se conforman con los cadáveres y se ceban con los solitarios, pero los círculos de defensa siguen soportando corridas de los tiburones para llevarse al abismo a no pocos de los que aguantan en los perímetros. Al final del tercer día no quedan más de 400 hombres vivos de los 880 que se lanzaron al mar. Agotados física y moralmente, la noche vuelve a cubrirles y esta vez no habrá peleas aunque se seguirán soltando los que ya no pueden más.


El rescate

El jueves 2 de agosto, el teniente Chuck Gwinn vuela a bordo de su Ventura en patrulla antisubmarina de rutina desde la isla de Palau, unas 300 millas al sur de donde se ha hundido el Indianápolis, cuando divisa una enorme mancha de aceite. Piensa que puede ser un submarino japonés dañado el que vaya soltando ese rastro y desciende hacia allá con la intención de soltar una carga de profundidad que termine el trabajo. Cuando el portón de bombas está abierto y la carga a punto de ser soltada descubre que en la mancha flota una multitud de hombres que bracean y patean para que se les vea mientras, un vez más, cientos de escualos nadan a su alrededor. “¿Pero quién es esa gente y qué hace ahí?” le comenta a su copiloto instantes antes de radiar a Palau: “Muchos hombres en el agua”. Pasarán tres horas antes de que despachen un hidroavión Catalina de reconocimiento. Adrian Marks comanda el aparato y está llegando a la zona indicada; baja hasta los cien pies para lanzar botes salvavidas y víveres cuando su propia tripulación empieza a gritarle lo que está viendo: los tiburones se están comiendo vivos a los marineros que les piden ayuda desesperadamente. Marks tampoco tiene ni la menor idea de si esos hombres son americanos, ingleses o quizás hasta japoneses, pero la aterradora escena que está presenciando le obliga a asumir el riesgo de amerizar entre toda aquella locura de petróleo, gente histérica, sangre y animales con ganas de carne humana. No es un amerizaje sencillo, pero lo consigue para descubrir atónito entre los primeros hombres que se le acercan llorando que aquellos tipos ojerosos son lo que queda de la tripulación del USS Indianápolis. Se le ocurre que lo mejor que puede hacer es no volver a despegar y hacer de su Catalina una islita en la que la mayor cantidad de supervivientes puedan refugiarse del mar infestado de tiburones. 56 hombres logran subir a los flotadores fuselaje y alas del hidroavión mientras el resto está a punto de hacerlo zozobrar al intentar unirse a ellos. Mientras tanto Marks ya ha radiado el drama y el USS Cecil Doyle, que se encuentra en las inmediaciones, da señal de recibo dirigiéndose hacia sus coordenadas como alma que lleva el diablo.

Cuando llega sólo quedan 317 hombres. Más de medio millar habían sido devorados. Lo más grave fue que el servicio secreto norteamericano captó un mensaje por radio del I-58 informando del hundimiento, pero lo consideraron falso.


Cuatro días después, el Enola Gay arrojaba la primera bomba atómica sobre una población en la historia de la humanidad (ver más), la bomba que quizá dejó maldito aquel barco al llevarla en sus bodegas.


La Corte Marcial

El 19 de agosto, el I-58 de Hashimoto recibe por radio la orden de rendirse y dirigirse al puerto de Kure para entregarse a los aliados. Hashimoto permanece en Sasebo como oficial prisionero de los estadounidenses.

El 3 de diciembre de 1945, Hashimoto es enviado como prisionero en calidad de testigo de cargo en el Consejo de Guerra contra el comandante del crucero pesado Indianapolis, Charles Butler McVay III. Hashimoto declara que el buque enemigo no venía zigzageando; pero que aunque lo hubiera hecho el resultado habría sido el mismo. Se le intentó entablar una acusación a Hashimoto como Criminal de guerra por los hechos del USS indianápolis; pero el alegó que su nación estaba en estado de guerra contra Estados Unidos; y que como tal él fue el depredador y el crucero americano, su presa. No se le realizaron cargos al respecto.

Hashimoto después de la guerra, sirvió como capitán de un buque de repatriación de soldados japoneses en territorio insular, además colaboró con el primer submarino japonés de las Fuerzas de Autodefensa del Japón, el Oyiasho.

El hundimiento no se hizo público hasta el día de la rendición del Japón, el 15 de Agosto. En las investigaciones que siguieron a la cadena de errores que había supuesto la ‘desaparición’ del Indianápolis, la marina no fue capaz de hacer acto de contrición y cargó toda la culpa en los hombros del capitán McVay, declarándole culpable de no haber navegado en zig-zag como mandan las ordenanzas y presentando así un buen blanco al I-58.

McVay durante el juicio, señalando dónde se encontraba él al momento del ataque
Con esta simpleza e ignorando incluso el testimonio de Hashimoto, que declaró a favor de McVay explicando que el zigzadeo no habría cambiado nada, se limpiaban todas las responsabilidades por el hundimiento y los 5 días en los que todo un crucero que había sido el orgullo de la US Navy anduvo en paradero desconocido.

Tres días después de la rendición formal de Japón en la bahía de Tokio, Hashimoto fue promovido a su posición final del comandante. El 20 de noviembre, se le dio el mando del destructor Yukikaze, uno de los pocos buques de la Armada Imperial que sobrevivió a la guerra, y se asigna a tareas de repatriación, tropas que se retiran a Japón desde el extranjero. Antes de que Hashimoto pudiera comenzar sus nuevas funciones, fue llamado por el ejército de los Estados Unidos para ser un testigo de cargo en el consejo de guerra contra Indianápolis comandante capitán Charles B. McVay III , que estaba siendo juzgado por cargos de negligencia que conducen a hundimiento del barco. el 9 de diciembre de 1945 fue transportado desde Tokio a Oakland, California a bordo de un avión del Servicio de Transporte aéreo Naval . Hashimoto se aseguró que sería tratado como un oficial de la marina en lugar de un prisionero de guerra o de crímenes de guerra, pero permaneció bajo custodia durante su estancia en los Estados Unidos y no se le permitió salir de su hotel, ya que su aparición había sido noticia de primera página ese día en el New York Times y en otros periódicos. Al día siguiente de su llegada a Washington, donde se llevaban a cabo las audiencias. Durante la duración de su tiempo en los Estados Unidos, habló a través del traductor Francisco Earl Eastlake de la Oficina de Inteligencia Naval. 

Hashimoto, fotografiado un día antes del ataque
Hashimoto habló primero con el abogado militar capitán Thomas J. Ryan durante cuatro horas el 11 de diciembre. El habló al día siguiente con el capitán John P. Cady, jefe de la defensa del McVay, durante varias horas, ya que tanto los oficiales trataron de determinar su credibilidad y competencia para subir al estrado en el juicio. Él les dijo que la visibilidad era buena en la noche del ataque y que había sido capaz de detectar fácilmente la Indianápolis. Hashimoto testificó en la corte el 13 de diciembre en un tribunal abarrotado. Fue la primera vez que un oficial de una nación en guerra con los Estados Unidos había declarado contra un oficial de la Marina de los EE.UU. en un consejo de guerra. A instancias de Cady, Hashimoto tuvo tanto un juramento civil, japonés y un juramento Marina de Estados Unidos por lo que podría ser acusado de perjurio en ambas naciones si mentía. Hashimoto empleó 50 minutos en su testimonio respecto a si el Indianápolis iba zigzagueando o no. Señaló la nave no se desvió de su curso. Sin embargo, también señaló que, debido a su posición, tales maniobras evasivas no habrían disminuido su capacidad de atacar a la nave. Después de su aparición en el juicio, Hashimoto permaneció en custodia de Estados Unidos bajo vigilancia hasta principios de 1946, cuando fue devuelta a Japón a bordo del USS Effingham . Después de su regreso a Japón, Hashimoto trabajó como oficial de desmovilización con la sección naval del Ministerio de desmovilización, responsable de la desmovilización de los veteranos y el desmantelamiento de lo que quedaba de la marina de guerra japonesa

Con los juicios de Nuremberg en curso y de crímenes de guerra japoneses durante la guerra que viene a la luz, el anuncio de la aparición de Hashimoto en testimonio contra un oficial estadounidense causó una gran controversia en los medios de comunicación estadounidenses. A pesar de que se sabía que Hashimoto era inocente de cualquier crimen de guerra y fue tratado generalmente bien por sus guardias, hablaba poco Inglés y fue objeto de burlas en la prensa. El Representante de Estados Unidos Robert L. Doughton declaró públicamente: 
"Es la cosa más despreciable que he oído de convocar a un oficial japonés a declarar contra uno de nuestros propios oficiales. Me ganaba la vida practicando la ley ante los tribunales de la Marina y las juntas de 25 años, y esto llega a un mínimo histórico en los tribunales, tabla o investigación del Congreso." 
Hashimoto completó su trabajo final en junio de 1946, después de lo cual se convirtió en un civil, optando por retirarse de los militares. Hacia el final de su vida, se convirtió en un sacerdote sintoísta en una capilla en Kyoto. Más tarde fue entrevistado por el autor Dan Kurzman por su libro de 1990 “Viaje fatal”, en el que Kurzman declaró: 
"El comandante Hashimoto fue sorprendido por los americanos. Si bien estuvo encerrado en su dormitorio durante el juicio, fue tratado más como un huésped de honor que como un oficial enemigo que había causado la muerte de tantos jóvenes norteamericanos". 
Hashimoto además viajó el 7 de diciembre de 1990 a Hawaii, en conmemoración de los 50 años del ataque a Pearl Harbor para pedir perdón a los familiares y sobrevivientes del USS Indianápolis y se reunió con algunos de los supervivientes de la Indianápolis en Pearl Harbor donde afirmó (a través de un traductor): "Vine aquí para orar con usted para sus compañeros de a bordo, cuyas muertes que causé", a lo que el sobreviviente Giles McCoy simplemente respondió: "te perdono". 

Más tarde, el 24 de noviembre de 1999, Hashimoto lamentó públicamente que el contralmirante McVay haya sido deshonrado por cumplir con su deber y envió una carta al John W. Warner, Presidente del Comité de la Armada del Senado intentando exonerar de culpa al comandante americano.
"Quizás es hora de que los de su pueblo se disculpen con el Capitán McVay por la humillación de su condena injusta. He oído que en su legislatura se están considerando las resoluciones para que se borre el nombre del difunto Charles Butler McVay III, el capitán del USS Indianapolis, que fue hundido el 30 de julio de 1945 por torpedos disparados desde el submarino que estaba bajo mi mando.
"Yo no entiendo por qué el Capitán McVay fue a un consejo de guerra. Yo no entiendo por qué fue declarado culpable por el cargo de arriesgar su barco, al no haber navegado en zig-zag, porque yo habría sido capaz de lanzar un ataque de torpedos con éxito contra el barco, navegase éste zigzagueante o no.
"He conocido a la mayoría de los valientes hombres que sobrevivieron al hundimiento del Indianápolis. Me gustaría unirme a ellos para instar a que sus legisladores nacionales limpien el nombre de su capitán.
"Nuestros pueblos ya se han perdonado unos a otros por esa terrible guerra y sus consecuencias. Quizás es hora de que su pueblo perdone al Capitán McVay por la humillación de su condena injusta."


Epílogo

Hashimoto pasó los últimos años de su vida como un monje sintoísta en un santuario de la prefectura de Kyoto. Escribió un libro que fue publicado en inglés en 1954 llamado “Hundido: la historia de la Flota de submarinos japoneses, 1941-1945” en el que detalla las operaciones submarinas japoneses en la guerra, incluyendo una explicación del hundimiento del Indianápolis. Falleció en Kyoto el 25 de octubre de 2000 a sus 91 años.

Desde 1945 en adelante, McVay recibió mensajes de odio cada Navidad enviados por parientes de tripulantes fallecidos en el Indianápolis. El apoyo que recibió de compañeros sobrevivientes hizo poco para aliviar sus sentimientos de inadecuación y culpa, agravados por el hecho de que su condena le convirtió legalmente en culpable de la muerte de sus compañeros. En un día gris en 1966, se puso su uniforme de la marina de guerra, recogió una figura de juguete de un marinero, se dirigió hacia el porche, se puso una pistola en la boca y apretó el gatillo para acabar con su vida y con los recuerdos que, como a Quint, seguían atormentándole. Fue la última víctima del USS Indianápolis otra víctima de una batalla que se cobró demasiadas. 


USS Indianapolis Memorial 

En 2001 el Secretario de la Armada Gordon England exoneró a McVay ante la avalancha de pruebas que los años habían acumulado sobre su correcto mando. Tristemente este ‘perdón’ llegó 30 años tarde.


USS Indianapolis: Men of Courage es una próxima película estadounidense dirigida por Mario Van Peebles y escrita por Cam Cannon y Richard Rionda Del Castro. La película está protagonizada por Nicolas Cage, Tom Sizemore, Thomas Jane, Matt Lanter, Brian Presley y Cody Walker. La fotografía principal comenzó el 19 de junio de 2015, en Mobile, Alabama. La película tiene previsto su estreno el 30 de mayo de 2016.


viernes, 4 de marzo de 2016

Genocidio impune en Sudán

La Guerra civil más larga y mortífera de África terminó tras la firma, en 2005, del “Acuerdo General de Paz”. Dio paso al fin de la violencia y a la redacción de una nueva constitución. Empezó el tiempo de la República Federal Democrática de Sudán, o por lo menos esa era la teoría. Se otorgó más autonomía a las regiones del sur que acabaron, en 2011, por independizarse tras un referéndum de autodeterminación y muchísima sangre derramada. 


Si analizamos solo la situación en Darfur, veremos que los datos son escandalosamente inhumanos. La Organización Mundial de la Salud estima que solo en los primeros dieciocho meses de conflicto, entre 2003 y 2005, murieron más de 120.000 personas. Un informe del Subsecretario General de las Naciones Unidas, Jan Egeland, cuantificaba en 10.000, las muertes por mes, en la zona de Darfur a finales de ese mismo año. Unos 2 millones de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares para malvivir en campos de refugiados de Chad, y hay muchas organizaciones que consideran que el número de víctimas es mucho mayor. Grupos rebeldes de las diferentes etnias de raza negra, como el “el Movimiento de Justicia e Igualdad” o el “Movimiento de liberación de Sudán” denunciaron reiteradamente, a partir de entonces, que los “Yanyauid” estaban cometiendo auténticas matanzas de población. Contaban como las milicias árabes degollaban civiles, violaban a las mujeres, y obligaban a los hombres a quemar sus hogares, sus animales y sus cultivos como mero acto de guerra.


En 2006 la ONU envió una unidad con más de 17.000 soldados con la misión de pacificar la zona pero no sirvió de nada. Los acuerdos de paz que se intentaron firmar ese mismo año fueron rechazados por los dos principales partidos rebeldes. En 2007 se enviaron a más de 26.000 militares en lo que fue considerado, por altos cargos de Naciones Unidas, como una decisión histórica. Se encontraron muchas fosas comunes con miles de cadáveres y se recogió el testimonio de algunos supervivientes de la masacre. 


La situación actual de Darfur 

Ha quedado sobradamente demostrado que durante la presidencia de Omar al Bashir, ha habido múltiples revueltas entre la milicia “Yanyauid” y los diferentes grupos rebeldes, en forma de guerra de guerrillas, en toda la región de Darfur.

A día de hoy, la situación no ha mejorado como debería haberlo hecho. Bashir continúa perpetuando la violencia contra su propio pueblo. La mayoría de comunidades de raza negra están sufriendo ataques continuos por parte de las milicias presidenciales. La hambruna y la escasez de alimentos están a la orden del día. Las enfermedades también, y los campos de refugiados. La población sigue condenada a sufrir los abusos de un presidente genocida anclado en el sillón del poder, atrincherado en Jartum, sin que la comunidad internacional haga nada al respecto. Sigue maltratándolos a diario. Las manifestaciones son reprimidas con munición real y la represión o la crueldad del presidente parecen no tener fin. Las regiones con más víctimas y asesinatos son las de Darfur, Kondofan y Nilo Azul. 

Sudán es un país con grandes reservas de petróleo, oro, tungsteno, cinc y gas, con licencias de extracción concedidas, en su gran mayoría, a empresas extranjeras. Es uno de los países que más rápido ha incrementado su economía según el New York Times y tiene grandes inversores chinos e indios. Eso está ayudando al régimen de Bashir a perpetuarse en el poder permitiendo el expolio continuado de su país por parte de grandes multinacionales. Eso le da inmunidad e impunidad. Es lo que siempre ocurre en África.

Un país muy rico en recursos naturales es brutalmente expoliado, por una oligarquía autoritaria que domina y somete a la mayoría de sus habitantes a la pobreza extrema. Con el 80% de la población trabajando en el sector agrícola y con uno de los índices de desarrollo humano más bajos de todo el continente, con unos altos niveles de inflación y amenazado por el Fondo Monetario Internacional por no poder hacer frente a su gran deuda externa, Sudán está en una situación preocupante, la guerra aún persiste, y el final se antoja oscuro y lejano. Ya son muchas las generaciones que han visto su vida truncada por la guerra. Una crisis humanitaria gigantesca y un presidente, presunto criminal de guerra, huido de la justicia, lo más palpable a simple vista.

El 4 de marzo de 2009, la Corte Penal Internacional aceptó emitir una orden de arresto en contra del Presidente sudanés Omar Hassan Ahmad Al-Bashir respecto a crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra presuntamente cometidos en Darfur, haciendo lugar al pedido del fiscal argentino Luis Moreno Ocampo. En represalia, ordenó expulsar del país, al menos, a 13 ONG, lo que deja sin ayuda humanitaria a más de un millón de refugiados.

Distintas ONG le acusan de practicar el genocidio, de desplazar masivamente a grupos humanos, condenándolos al hambre por falta de recursos, y de capturar niños para adoctrinarlos religiosa y militarmente. Según algunas estimaciones, alrededor del 85% de la población del sur de Sudán ha sido desplazada.



Omar Hassan Ahmad Al-Bashir

Ingresó en el ejército muy joven y estudió en la academia militar de El Cairo. Formado como paracaidista, participó junto al ejército egipcio en la guerra del Yom Kippur. A su regreso a Sudán, combatió en el ejército contra los rebeldes del sur. Ascendido a general, encabezó un golpe de Estado que derrocó al gobierno legítimo y democrático en 1989.16 Disolvió el Parlamento, prohibió los partidos políticos y estableció una férrea censura de prensa, asumiendo los poderes ejecutivo, legislativo y el alto mando de las Fuerzas Armadas.

Omar Hassan Ahmad Al-Bashir
Aliado con el Frente Islámico Nacional de Sudán, inició un proceso de islamización del país, sobre todo en la parte norte plenamente controlada por su ejército. El 16 de octubre de 1991 fue disuelto el Consejo Revolucionario que había provocado el golpe de estado de 1989 y fue nombrado Presidente de la República. En 1996, para legitimar su poder, celebró un plebiscito que le eligió como Jefe de Estado con todos los poderes de que gozaba hasta ese momento. En 1998 se aprobó una nueva constitución que permitía determinadas asociaciones políticas muy limitadas y creó la Asamblea Nacional, pero en diciembre de 1999, ante el peligro de perder el poder a manos del Frente Islámico, declaro el estado de emergencia, disolvió el gobierno y se deshizo de los elementos del mencionado Frente. Mantiene el conflicto con el sur, aunque mitigado por un alto el fuego, y en la zona occidental de Darfur, donde no se le reconoce como Presidente.

Acusado de ayudar a grupos terroristas islámicos y haber dado cobijo a Osama bin Laden, se le considera por Estados Unidos desde 1997 una "amenaza internacional" y está incluido desde 2001 en la lista de los siete países del mundo que albergan y patrocinan el terrorismo internacional, habiendo sido bombardeada por las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en 1998 una fábrica bajo la alegación de que producía material susceptible de ser usado como armas químicas, aunque luego resultó ser falso.

Desde los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, Ahmad al-Bashir ha realizado un aparente giro, condenando todos los atentados habidos y manifestando su intención de cooperar con las Naciones Unidas. En la actualidad, la situación de permanente guerra civil que padece Sudán parece haber entrado en una dinámica de lenta resolución a través de la ONU, y bajo la presión de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Egipto. Bashir está acusado de orquestar el genocidio en Darfur, que se inició en 2003. La orden de arresto de Al-Bashir es la primera que la CPI ha emitido a nombre de un Jefe de Estado en actividad. El 3 de febrero de 2010, la Cámara de Apelaciones de la CPI revocó la decisión de la Sala de Cuestiones Preliminares I de no incluir el crimen por genocidio en la orden de arresto contra el Presidente Bashir de Sudán. Se le indicó a la Sala de Cuestiones Preliminares decidir nuevamente si la orden de arresto debía ser extendida para cubrir el crimen por genocidio basándose en los estándares de prueba correctos. El 12 de julio de 2010, la Sala de Cuestiones Preliminares I emitió una segunda orden de arresto contra el Presidente sudanés Omar Hassan Ahmad Al Bashir por tres cargos por genocidio cometidos contra los grupos étnicos Fur, Masalit y Zaghawa. Al-Bashir no ha sido todavía arrestado.

Al carecer de policía, la CPI depende de la buena disposición de sus miembros para detenerle, y así se lo ha pedido a las autoridades de Pretoria. Al ver que asistía en Johanesburgo a la cumbre de la Unión Africana (UA), los fiscales recordaron al Gobierno de Jacob Zuma que Sudáfrica es miembro de la CPI. Está, por tanto, obligada a detener a Al Bashir y entregarlo a La Haya, su sede. Organizaciones como “Human Rights Watch” pidieron también al gobierno sudafricano que hiciera lo posible por arrestar al presidente sudanés. El tribunal Superior de Pretoria dictaminó que Omar al Bashir no podía abandonar el país pero este no tardó en desobedecer la orden del juez y se fue con su avión hasta Jartum.

No es la primera vez que el líder sudanés viaja desde que fuera señalado por la justicia internacional. En 2013 visitó nueve países sin ser arrestado. Esto no debería ocurrir. Los países miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tienen la obligación legal de arrestar a Bashir si cruza sus fronteras.

De haber sido trasladado a la CPI, Al Bashir hubiera sido el primer jefe de Estado en ejercicio procesado por el delito más difícil de demostrar, el genocidio. El problema es que tanto la UA como el presidente sudafricano, Jacob Zuma, critican “el entrometimiento de la Corte Penal en sus países”. Consideran que solo se preocupa de perseguir presuntos criminales negros en el continente africano. Al quedarse de nuevo con las manos vacías, la CPI ve dañada su credibilidad como la única instancia dedicada a perseguir de forma permanente los peores crímenes. Sobre todo desde que la fiscal jefe, Fatou Bensouda, decidiera suspender en 2014 sus investigaciones en Darfur “por falta de apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU”.

Corte Penal Internacional. Recuadro: fiscal argentino Luis Moreno Ocampo
la suspensión de la causa del genocidio de Darfur, supone un fuerte revés para la Corte Penal Internacional y pone en tela de juicio su credibilidad. Al mismo tiempo, pone de manifiesto, una vez más, la falta de voluntad política y la hipocresía de la comunidad internacional para poner fin a los abusos de derechos humanos en el mundo y reparar el daño sufrido por las víctimas. Puede que los líderes mundiales y las organizaciones internacionales se llenen la boca de grandes discursos pero nunca pasan de ellos, nunca toman las acciones necesarias para acabar con la impunidad ni dotan de medios suficientes a las instituciones que luchan contra ella.

Esta decisión no supone ni archivo ni el sobreseimiento de la causa contra al-Bashir y el resto de los imputados. Si un día el presidente de Sudán, o alguno de los otros imputados fuera detenido, la causa se reabriría.

Human Rights Watch, denunció en su informe sobre los derechos humanos en 2007 que el Gobierno sudanés “tuvo un papel central en el fomento del caos, tanto por continuar con los ataques directos a civiles como por no sujetar las riendas o detener a individuos responsables de abusos”. Allí se dice que en julio de 2007 el gobierno finalmente consintió el despliegue de los observadores y fuerzas de paz UNAMID (enlace a ancla UNAMID en ONU), pero el resto del año “los progresos para el despliegue sufrieron la obstrucción del gobierno sudanés, demoras burocráticas y el paso lento de las contribuciones militares a la fuerza”. Por su parte, el fiscal de la Corte Penal Internacional, el argentino Luis Moreno Ocampo, en su reporte de junio de 2008 sobre el caso abierto por resolución de la ONU, denuncia que 
“en diciembre, el pueblo de Darfur estaba siendo atacado en sus casas y campos. Fueron atacados en el pasado y están siendo atacados ahora. Personas civiles, en particular los fur, massalit y zaghawa, son el objetivo. Más de 2.5 millones de personas están desplazadas. La destrucción de los medios de vida y la presencia en la vecindad de las villas de las fuerzas del Gobierno sudanés y la milicia janjaweed crean un ambiente hostil dirigido a desalentar los retornos. Los civiles son asesinados, las casas son quemadas o saqueadas, los mercados y escuelas son bombardeados, las mezquitas son destruidas. La tierra, el fundamento de la sociedad, está siendo efectivamente usurpada. Nuevos ocupantes alteran el equilibrio demográfico”.
Hoy la situación no es mucho mejor. Muchas comunidades están bajo ataque continuo, desplazamientos forzados, escasez de alimentos y enfermedades. Bashir y sus cómplices siguen libres a pesar de las órdenes de detención internacionales, y continúan con su campaña de violencia en las regiones del sur de Sudán, incluyendo el sur de Kordofan y el Nilo Azul.

Desde el comienzo del genocidio en Darfur, las cifras son alarmantes: millones de desplazados y cientos de miles de muertos entre sus consecuencias. La Comunidad Internacional no ha logrado cumplir la promesa hecha tras el Holocausto —“nunca más”—, y el resultado es que en Sudán, Bashir continúa perpetuando la violencia contra su propio pueblo.

El conflicto de Darfur

El colapso de la economía del norte por la sistemática explotación del suelo ha obligado a las élites mercantiles norteñas a expandir sus actividades económicas hacia el sur. Es allí donde se encuentran las fértiles tierras de Renk, la zona petrolífera de Bentiu y los yacimientos de níquel y uranio. Sólo el 5% del suelo sudanés es cultivable, lo que agudiza la lucha por el territorio útil. Además, un 95% de los bosques del este de Sudán ha desaparecido para dejar espacio a los cultivos masivos y, al ritmo actual de la erosión, todos los bosques de la zona nororiental del país se habrán esfumado al finalizar el siglo. Por el contrario, las extensas sabanas y los bosques meridionales se han mantenido más o menos intactos por el aislamiento histórico de la zona y su pobre infraestructura vial.


Y estas son las riquezas que ahora interesan al Gobierno sudanés. De ahí que su estrategia se haya centrado en practicar deportaciones masivas de poblaciones negras hacia zonas inhóspitas y recolonizar los territorios fértiles recién despoblados con grupos de origen árabe. 

Establecer las causas del conflicto de Darfur requiere la observación de muchos factores que se han ido encadenando hasta decantar en los enfrentamientos armados que se despertaron en febrero de 2003. Existen muchas opiniones acerca de cuáles podrían ser estos factores. Entre ellas, las más difundidas son:
  • La desertificación de Darfur que avanza desde el norte hacia el sur obligando a las tribus nómades a desplazarse en busca de tierras fértiles para que paste su ganado.
  • El abandono y la falta de previsión del Gobierno sudanés en todas las regiones periféricas al sur, oeste y centro del país, que a diferencia de Jartum y el valle del Nilo, no participan en el reparto de poder, recursos y ganancias.
  • La imposición de la Sharia como ley en el país, un elemento clave para la marginación y la discriminación de las mujeres, además de otros colectivos.
  • La intención de “limpieza étnica” por parte del Gobierno central contra las poblaciones no musulmanas del país.
  • El histórico desinterés por la región por parte de las ex fuerzas colonizadoras (Gran Bretaña y Egipto).
  • El avance de las tribus árabes armadas y apoyadas por el Gobierno sudanés para atacar y ganar territorio sobre las tribus tradicionales no-árabes de Darfur.
  • El ingreso de personas refugiadas de Chad que huyeron a Darfur y se organizaron en grupos armados con el objetivo de ocupar territorio en la zona.
  • Intereses políticos de grupos opositores o escindidos de la Hermandad musulmana, como el partido Popular Patriótico del Congreso (PPC) creado por Hassan al-Turabi.
  • El interés que demostró en su momento el líder libio Gaddafi por extender el dominio del mundo musulmán arabizando África y que devino en el apoyo a determinados grupos armados.
  • Enfrentamientos entre grupos étnicos por la tenencia de tierras.
  • La pasividad o actuación interesada de la comunidad internacional que permitió que el conflicto continuara y se intensificara aún más con el paso del tiempo.
  • Los intentos de negociación que fracasaron por la falta de espacio disponible para la participación real en el proceso de grupos más allá de las partes enfrentadas: como las personas desplazadas internas (IDP) o las mujeres darfuríes. Las mesas de negociaciones estaban compuestas por hombres en su totalidad.
Debido a la cantidad de factores locales, estatales, regionales y mundiales que influyen e influyeron en el pasado, la profundización en las causas del conflicto es imprescindible para que la búsqueda de una solución que sea duradera y efectiva.

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