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viernes, 24 de abril de 2015

24 de abril de 1915 - 100 años del Genocidio Armenio

Se cumplen hoy 100 años del genocidio armenio, un evento poco conocido de la historia del siglo XX, en el que murieron cientos de miles de personas a manos del Imperio Otomano. Sin embargo, el calvario del pueblo armenio comenzó mucho antes.

Ya en la edad media, entre fines del siglo XVI y comienzos del XVII, la región este de Armenia se convirtió en área de conflicto entre turcos otomanos, persas y rusos, quienes a partir de entonces empezaron a tener presencia en la geopolítica de la región.

El Imperio Otomano estaba integrado por poblaciones cristianas -armenios y griegos- y musulmanas -turcos, kurdos y árabes- y su sustento ideológico, basado en el otomanismo, reconocía la diversidad de minorías.

En julio de 1908, una revolución de apariencia liberal, encabezada por el partido laico “Comité de Unión y Progreso” (Ittihad), más conocido como el partido de los Jóvenes Turcos, desplazó al sultán Abdul Hamid (el sultán Rojo), que había ordenado entre 1894 y 1896 la matanza de miles de armenios en diferentes puntos del imperio

Abdul Hamid II, conocido como el Sanguinario (Estambul, 21 de septiembre 1842 - Estambul, 10 de febrero 1918) fue el sultán n° 34 del Imperio Otomano, desde el 31 de agosto 1876 hasta el 27 abril de 1909, cuando, a causa de la sublevación militar de los jóvenes Turcos, fue reemplazado por su hermano Mehmet V. Fue el último sultán otomano con poder absoluto y la que retrasó varias décadas la modernización de Turquía, con sus métodos autoritarios y a veces crueles en el trato con los separatistas, y sus maniobras diplomáticas que trataron de sacar provecho de los conflictos entre las potencias europeas. Era conocido con el nombre de Ulu Hakan (Divino Khan) entre sus partidarios y como el Sultán Rouge (Sultán Rojo) por sus opositores como los Jóvenes Turcos y sus simpatizantes extranjeros. Fue el responsable de la llamada masacre hamidiani, que actualmente se considera la primera fase del genocidio armenio.

Entre 1894 y 1896, la sangrienta represión en Armenia ordenada por Abdul Hamid le valió el apodo de "Sultán Rojo" y la condena formal de toda Europa, con la excepción de Guillermo II de Alemania, un país con el que ya desde hacía algún tiempo, tenía relaciones económicas especiales y de consultoría (incluyendo militares) con el Imperio Otomano.

Estas matanzas, producidas poco después de que el sultán debiera aceptar, luego de la guerra con Rusia de 1877-1878, en el Tratado de San Stefano la independencia de Rumania, Serbia y Montenegro, y la semi-independencia de Bulgaria, buscaban sembrar el terror y evitar a toda costa la creación de un Estado armenio, previsiblemente favorable a Rusia, al este de su territorio, en la frontera turco-rusa.

La llegada de los Jóvenes Turcos produjo algo de esperanza entre los armenios, pero ésta duró hasta que en abril de 1909 estalló una segunda matanza organizada, primero en la ciudad de Adaná y luego en el resto de la provincia, donde en total fueron muertas alrededor de 30.000 personas.

El punto de inflexión fue la derrota del Ejército otomano ante las tropas rusas en el Cáucaso en diciembre de 1914, cuando las autoridades otomanas acusaron directamente a los armenios de combatir en el bando enemigo.

Los armenios establecieron la fecha del comienzo del exterminio en 24 de abril de 1915, el día en que las autoridades otomanas detuvieron a 235 miembros de esta comunidad en Estambul (entonces Constantinopla), cifra que en los días siguientes ascendió a 600. Luego, una orden del gobierno central determinó la deportación de toda la población armenia, sin posibilidad de cargar los medios para la subsistencia.

La marcha forzada por cientos de kilómetros, atravesando zonas desérticas, desató la muerte de la mayor parte de los deportados, víctimas del hambre, la sed y las privaciones, mientras los pocos sobrevivientes eran robados y violados por bandas de asesinos y bandoleros. Seguidamente, con la ayuda del Ejército y formaciones irregulares integradas por kurdos y otras minorías, cientos de miles de armenios fueron asesinados y deportados por suponer “una amenaza para la seguridad nacional”.

Los que no fueron fusilados o quemados vivos en establos en los disturbios escenificados por las propias autoridades, murieron en las largas travesías en caravana hacia los desiertos de Irak y Siria, en las que perecieron cientos de miles de ancianos, mujeres y niños.

 



Las autoridades otomanas crearon una red de 25 campos de concentración, donde los armenios perecieron de inanición, según la historiografía armenia, que también denuncia la muerte de decenas de miles de personas al ser tiradas por la borda en el mar Negro y tras ser inoculadas con diferentes virus.

La comunidad internacional condenó el Genocidio Armenio. En Mayo de 1915, el Reino Unido, Francia y Rusia advirtieron a los líderes de los Jóvenes Turcos que serían responsables de un crimen contra la humanidad. Al final de la guerra, los aliados victoriosos demandaron al Gobierno Otomano que citara ante la justicia a los Jóvenes Turcos acusados por crímenes de guerra. También se realizaron esfuerzos para socorrer a los armenios que morían por inanición. Los gobiernos de los Estados Unidos de América, Reino Unido y Alemania patrocinaron la preparación de reportes sobre las atrocidades cometidas y muchos de estos fueron dados a publicidad. Sin embargo, ninguna medida se tomó contra el Estado de Turquía, sea para sancionarlo o para rescatar al pueblo armenio del exterminio. Además, tampoco se tomó ninguna medida contra el Gobierno Turco para la restitución de la inmensa pérdida material y humana que sufrió el pueblo Armenio.

Si bien los historiadores armenios y occidentales coinciden al calificar de ingeniería étnica la política otomana en relación con los armenios, discrepan en cuanto al número de víctimas de la masacre. El saldo mortal oscila entre el medio millón y el millón y medio de armenios masacrados entre 1915 y 1923, mientras lo que es seguro es que sólo habría sobrevivido una pequeña parte.

La Convención sobre la Prevención y Castigo de los Crímenes de Genocidio de las Naciones Unidas, describe al genocidio como “el acto cometido con el propósito de destruir, en parte o en su totalidad, a una nación, etnia, raza o grupo religioso”. Claramente esta definición se aplica a las atrocidades cometidas contra el pueblo armenio por parte del Gobierno Turco, aunque la Convención de las Naciones Unidas fue adoptada en 1948, varios  años después de perpetrarse el Genocidio. Los ciudadanos de origen armenio procuran lograr el reconocimiento oficial por parte de los gobiernos donde ellos se han afincado luego de esos atroces episodios. A pesar de que varios países han reconocido oficialmente el Genocidio Armenio, la República de Turquía como política de estado niega sistemáticamente el mismo. El fundador de la actual Turquía, Kemal Ataturk, reconoció la matanza de millones de cristianos otomanos, pero la palabra genocidio es tabú desde entonces entre los historiadores turcos, que acusan a los armenios de aliarse con Rusia y rebelarse contra el imperio que les acogía. Hasta ahora, Turquía admite oficialmente que cientos de miles de armenios murieron como consecuencia de las luchas en Anatolia oriental y de la política de deportaciones de las autoridades otomanas, pero se niega rotundamente a que esas masacres se describan como “genocidio”.

Más aún, Turquía minimiza las evidencias de las atrocidades llevadas a cabo, como meras alegaciones y obstruye regularmente los esfuerzos aplicados al reconocimiento de tal episodio. Por lo tanto, afirmar la verdad sobre el Genocidio Armenio se tornado en un asunto de importancia internacional. La recurrencia de genocidios en el siglos XX y  comienzos del XXI, hace que el reconocimiento de los crímenes y atrocidades cometidas contra los armenios por parte del Estado Turco, sea una obligación apremiante de la comunidad internacional.

Ayer, en clara alusión a esta postura de Turquía, el presidente armenio, Serge Sargsian, advirtió que la negación de los genocidios y la impunidad para sus responsables se acompañan de "una nueva ola de odio nacional" y echan las bases para su repetición.

Serge Sargsian en el monumento conmemorativo del Genocidio
Vista aérea y del interior del monumento
"El genocidio es un fracaso de la comunidad internacional y su impunidad es la premisa para su repetición", dijo Sargsian en su discurso de apertura de un foro internacional sobre el genocidio en la capital armenia, de cara al centenario del Genocidio, cuyos actos presidirá hoy. "La negación del genocidio contiene elementos de una nueva ola de odio nacional y está acompañado en muchas ocasiones de intolerancia y justificación de los genocidios cometidos", 
destacó. Al aludir al genocidio armenio, pero también al de Ruanda, Camboya y la región sudanesa de Darfur, aseguró que estos crímenes deben ser recordados no sólo por los descendientes de las víctimas, sino por los de aquellos que protagonizaron esos genocidios.

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