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martes, 10 de marzo de 2015

10 de marzo de 1945 - Bombardeo incendiario sobre Tokio

El primer ataque aéreo sobre Tokio fue la Incursión Doolittle, así llamada por haber sido organizada por el teniente-coronel James H. Doolittle. El 18 de abril de 1942 dieciséis bombarderos B25 Mitchell despegaron del portaaviones USS Hornet para atacar objetivos en Yokohama, Tokio y otras ciudades japonesas para luego volar hacia campos de aviación en China. La incursión no hizo ningún daño significativo a la capacidad de guerra de Japón, pero supuso una importante victoria propagandística para los Estados Unidos. Lanzado antes de tiempo, ninguno de los aviones alcanzó los campos de aterrizaje designados, estrellándose o realizando amerizajes de emergencia, excepto un avión que aterrizó en la Unión Soviética, donde la tripulación fue hecha prisionera (ya que el gobierno soviético no apoyaba la operación). Dos tripulaciones fueron capturadas por el ejército japonés.

Los B25 de Doolittle en el portaavones Hornet
El 10 de marzo de 1945, bombarderos norteamericanos volaron sobre Tokio en medio de la noche, el vertido de cargas masivas de bombas de racimo equipados con un entonces reciente invento: napalm. Una quinta parte de Tokio se dejó una extensión humeante de cuerpos carbonizados y escombros.

La herramienta clave para llevar a cabo el bombardeo de Japón fueron los B29, que tenían una autonomía de 3.250 millas náuticas (6.019 kilómetros); casi el 90% de las bombas que se utilizaron en el bombardeo de las islas japonesas fue lanzado por este tipo de bombardero. Las incursiones iniciales fueron realizadas desde bases militares estadounidenses en territorio chino por la Vigésima Fuerza Aérea de la USAAF con el nombre en clave de Operación Matterhorn. La base operacional sería trasladada en noviembre de 1944 a las Islas Marianas del Norte y en la primavera de 1945 a la isla de Guam.

Una formación de bombarderos B29
Hoy en día, un modesto monumento floral recuerda modesta en un parque del centro los espíritus de los 105.400 muertos, muchos de ellos mujeres y niños, enterrados en fosas comunes. Peor que Nagasaki y a la par con Hiroshima, este ataque, y otros similares que sufrieron más de 60 ciudades japonesas, han recibido poca atención, eclipsado por los bombardeos atómicos.

Peor que Nagasaki y a la par con Hiroshima. Pero el ataque, y otros similares que siguió en más de 60 ciudades japonesas, han recibido poca atención, eclipsado por los bombardeos atómicos.

Los bombardeos tuvieron un éxito escalofriante. En dos horas 2 mil toneladas de bombas, medio millón de incendiarias de Napalm y Magnesio, llovieron sobre Tokio arrasándola por completo. Fue uno de los mayores desastres sufrido hasta entonces por un contendiente en la historia de la guerra. La tormenta de fuego arrasó todo el este de la ciudad. Miles de personas murieron asfixiadas y quemadas por el aire que desató vientos de más de 200 km. por hora con temperaturas de 1000 grados centígrados, consumiendo todo el oxígeno y creando una tromba de aire que subió a 10 km. de altura. Muchos bombarderos fueron lanzados centenares de metros hacia arriba por las corrientes.

No deja de sorprender que, en la memoria colectiva, en Japón y fuera de él, se recuerde el horror de Hiroshima y Nagasaki, pero apenas se mencione el bombardeo de Tokio. Porque, en Tokio, murieron más personas que en Nagasaki. Y porque aquella operación sobre la capital japonesa sigue siendo el mayor éxito de la aviación militar de cualquier país a lo largo de toda la historia humana: jamás se había conseguido matar a tanta gente en tan poco tiempo. Todavía hoy, la Fuerza Aérea norteamericana puede jactarse de esa siniestra hazaña.

Las bombas destruyeron más cuarenta kilómetros cuadrados de Tokio, en sus barrios más poblados: cuesta creerlo, pero, en una sola noche, los bombarderos estadounidenses mataron a cien mil personas. Apenas un mes después de la destrucción de Dresde, donde también fueron asesinados decenas de miles de ciudadanos, los aviones estadounidenses provocaban, en un solo día, la mayor matanza de civiles de toda la historia de la humanidad. Su operación fue un gran éxito, y así lo consideró el gobierno de Estados Unidos. Los pilotos y sus jefes fueron tratados como héroes, aunque fueran vulgares asesinos ejecutando matanzas nunca vistas por el género humano. El general estadounidense Curtis LeMay, satisfecho, se jactó de su éxito: "Los hemos tostado y horneado hasta la muerte", dijo. Durante muchos años, la mayoría de los japoneses supervivientes guardaron en silencio el horror de los días pasados.

Tokio tras los bombardeos
En cuanto al ejército estadounidense también sufrió pérdidas, aunque incomparables en número: catorce B-29 destruidos; algunos derribados por baterías antiaéreas japonesas estrellándose en localidades cercanas o en el océano, otros al intentar aterrizar en Iwo Jima.

Radio Tokio envió un informe a la población horas más tarde, condenando la masacre y en el que describía el holocausto:
Esta noche de brillante luz de las estrellas permanecerá en la memoria de todos los que la presenciaron (...) La ciudad estaba tan resplandeciente como una salida de sol; nubes de humo, hollín, incluso chispas arrastradas por el vendaval, volaban por encima. Pensamos que esta noche todo Tokio sería reducido a cenizas."
Estos ataques continuaron en las semanas y meses siguientes; en abril, se realizaron al menos 5 incursiones sobre Tokio, centrando los ataques en la zona del arsenal y las fabricas aeronavales de Nakajima y Koizumi; en julio de 1945 se llegaron a lanzar 42.700 toneladas de napalm. Los últimos ataques aéreos sobre la ciudad se realizaron el 8 y el 10 de agosto, casi coincidiendo con los ataques atómicos. Al final de la guerra, algo más del 50% del territorio de la ciudad había sido destruido como consecuencia de los bombardeos.

Lo que pasó después, ya lo sabemos muy bien. Fueron lanzadas las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Los rusos declararon la guerra a Japón. El emperador, que estaba siempre descartado de la información precisa, declaró en la última reunión del Palacio Imperial (Gozen Kaigui) con los jefes militares y los políticos que no podían concluir ellos mismos a la hora de decidir sobre si seguir la guerra o no, que aceptaría la declaración de Potsdam (rendición total), asumiendo él mismo toda la responsabilidad sobre la guerra, con el único deseo de que el pueblo japonés pudiera sobrevivir y restablecerse en el futuro.

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