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martes, 15 de septiembre de 2015

Rudolf Hess - El último prisionero

Rudolph Hess
RUDOLF HESS, Dirigente de la Alemania nazi (Alejandría, Egipto, 1894 - Spandau, Alemania Oriental, 1987). Veterano de la Primera Guerra Mundial (1914-18), se afilió en la posguerra a una violenta organización antisemita. En 1920 fue uno de los miembros fundadores del Partido Nacionalsocialista, con el cual colaboró en el intento fallido de golpe de Estado que protagonizó Hitler en Múnich (1923). Encarcelado junto a Hitler, transcribió al dictado de éste su manifiesto ideológico -Mi lucha- y siguió siendo su secretario personal una vez en libertad.

Al acceder Hitler al poder en 1933, nombró a Hess «adjunto del Führer» y ministro sin cartera. No obstante, la influencia en el partido y en el Estado nazis de este hombre sectario y poco inteligente fue declinando en favor de Goering (a quien Hess seguía teóricamente en el orden sucesorio del Tercer Reich). Al estallar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) formó parte del Consejo de Defensa del Reich, pero en 1941, de forma inesperada, escapó volando de Alemania y se lanzó en paracaídas sobre Escocia, con la intención de convencer al gobierno británico de que se uniera a Alemania, formando una alianza antisoviética que garantizara el éxito de la invasión de Rusia, que Hitler estaba a punto de lanzar.

Hess fue detenido por lo que quedaba de guerra y juzgado por el Tribunal de Núremberg, que le condenó a cadena perpetua en 1946. Permaneció más de cuarenta años en prisión bajo control de la Unión Soviética, convirtiéndose en el último prisionero de la Segunda Guerra Mundial, hasta que se suicidó en su celda.

El 10 de mayo de 1941, sobre el escenario que ofrecía un crepúsculo rojo, Rudolf Hess, el sucesor de Hitler, se despidió de los aviones de escolta que le había proporcionado Heydrich y se encaminó hacia Escocia. A las pocas horas, Hess fue capturado por los británicos y encarcelado. La versión nazi fue que Hess había enloquecido pero, en realidad, ¿por qué marchó Rudolf Hess a Gran Bretaña? Durante la noche de 10 de mayo de 1941 se produjo en Escocia uno de los episodios más extraños de la Segunda guerra mundial. Rudolf Hess, el sucesor de Hitler, había despegado de Augsburgo a las 17.45 horas en un Messerschmitt Bf 110, había sobrevolado Escocia y al no encontrar un sitio en el que aterrizar se había lanzado en paracaídas sobre Floors Farm, Eaglesham, Escocia a las 23.09 horas. Capturado por un campesino llamado David McLean, Hess solicitó inmediatamente entrevistarse con el duque de Hamilton que vivía muy cerca, en el castillo de Dungavel. Hess no consiguió su objetivo y para enorme sorpresa suya fue detenido y puesto a disposición del servicio de inteligencia británico que lo redujo a un confinamiento incomunicado.

Inmediatamente, la versión oficial alemana fue que Hess padecía de una enfermedad mental y que había actuado totalmente por propia iniciativa. En realidad, ¿Hess estaba loco o llevaba a cabo una misión especial que se había originado en la cúpula del poder nazi? Existen considerables razones para pensar que la verdad se relaciona con esta segunda posibilidad. De entrada, Rudolf Hess contó con sospechosas facilidades para volar hasta Escocia. Así, Meserschmitt no tuvo ningún problema en proporcionarle uno de sus últimos —y mejores aparatos— a Hess, una circunstancia extraña si, como luego se afirmó, Hitler había dispuesto que no se le permitiera volar. Aún más chocante resulta el hecho de que Hitler se levantara muy temprano al día siguiente —a las 7,30 horas—, algo que no hizo ni durante el desembarco en Normandía o que Heydrich, el jefe de las SS, proporcionara una escolta aérea a Hess en la que, muy posiblemente, participó. Ahora bien, si Hess había recibido órdenes de Hitler para marchar a Gran Bretaña y entrevistarse con el duque de Hamilton, ¿a qué se debió? A más de sesenta años de distancia, sabemos que Hess voló a Gran Bretaña víctima de una imaginativa operación de inteligencia concebida por los británicos.

En marzo de 1940, en vísperas de la derrota en Francia, Peter Fleming, el hermano de Ian Fleming, el creador de James Bond, escribió un libro en el que desarrollaba la hipótesis de lo que sucedería si Hitler volaba hasta Gran Bretaña y entablaba negociaciones de paz. El texto no era sino un cebo ideado por el SO1, una sección de la inteligencia británica encargada de la guerra política y psicológica. Dotado tan sólo de unos sesenta efectivos, el SO1 trazó planes para envenenar a Hitler mediante la leche del té o impregnado sus ropas con una bacteria letal, para apoderarse de Canaris, el jefe de la Abhwer, y, últimamente, para engañar a Hess convenciéndolo para que viajara a Inglaterra donde sería capturado. El plan recibió un impulso especial cuando en el verano de 1940 las tropas alemanas aplastaron al ejército francés y obligaron al cuerpo expedicionario británico a reembarcar en Dunquerque. Para aquel entonces, Hitler estaba especialmente interesado en llegar a una paz con Gran Bretaña que le permitiera desencadenar una ofensiva contra la URSS sin el temor a tener que combatir en un segundo frente. A través de la familia Haushofer —una familia de astrólogos que mantenía una relación muy estrecha con Hess pero que era anglófila— el SO1 hizo llegar a Hess informaciones que hablaban de la existencia de un partido de la paz en Gran Bretaña que estaría dispuesto a desplazar a Churchill del poder y a llegar a un acuerdo con Hitler.

El duque de Hamilton era el presunto jefe de este partido y estaría encantado de discutir las condiciones del arreglo con algún personaje del III Reich que tuviera un peso considerable. Hess parecía el personaje más adecuado no sólo porque era el número dos de la jerarquía nazi sino también porque ya conocía a Hamilton con el que se había encontrado en las olimpiadas de Berlín de 1936. Hess quedó sorprendido al conocer aquellas noticias pero las consideró verosímiles. Fiado en los Haushofer —que trabajaban para los británicos— inicialmente se limitó a consultar a algunos de sus astrólogos como Frau Nagenast. La astróloga indicó con entusiasmo al lugarteniente de Hitler que el 10 de mayo sería un día ideal para realizar el viaje, algo no tan extraño si se tiene en cuenta que la Nagenast estaba a sueldo de los británicos. Para disipar cualquier duda de los nazis, el SO1 llegó incluso a contactar con algunos agentes de las SS en Rumania invitándolos a unas ceremonias ocultistas en las que quedaron convencidos de que había un sector importante de las autoridades británicas que compartían no sólo la cosmovisión política de Hitler sino también las inclinaciones ocultistas de los nazis. Sin embargo, la mezcla de oportunidad, astrología y ocultismo no era suficiente para convencer a Hess y el SO1 recurrió a una nueva baza.

Valiéndose de Carl Burkhardt, el director de la Cruz roja suiza, los británicos lograron que Hess creyera que efectivamente el mencionado partido de la paz existía y que su poder en Gran Bretaña era considerable. En el colmo de la intoxicación, Burkhardt actuó engañado por agentes de la City londinense que le transmitieron la falsa información como si de un secreto confidencial se tratara. El producto fue finalmente aderezado por hábiles dosis de antisemitismo que aseguraban a Hess que en Gran Bretaña "los judíos tampoco son queridos". Finalmente, Hess —al que se le dio seguridad de que el duque de Hamilton, un mando de la RAF, evitaría que su vuelo fuera interceptado— accedió a volar a Escocia. Nunca llegó a ver al duque de Hamilton —que jamás supo la manera en que su nombre era utilizado— y de la prisión británica pasaría, en la posguerra, a Nüremberg donde se le condenó a cadena perpetua. El SO1 había obtenido ciertamente un éxito enorme que disipó cualquier posibilidad de un paz pactada entre Gran Bretaña y el III Reich y cuyas últimas consecuencias seguramente tardaremos muchos años en conocer.

El 17 de agosto de 1987, moría en la cárcel de Spandau, en Berlín, el último de los grandes prisioneros nazis. Según la versión oficial, Rudolf Hess, que había sido jefe del Partido Nazi, y mano derecha de Adolf Hitler, se quitó la vida a los 93 años, ahorcándose con un cable eléctrico. No parecía extraño que la última cabeza visible del Tercer Reich que quedaba con vida acabara sus días como el resto del aparato del partido, mediante un suicidio. Así desaparecieron del mundo el propio Hitler, su esposa Eva Braun, el temido ministro de propaganda Goebbels,junto a su mujer y sus cinco hijos, Göring, y muchos otros dirigentes nazis. Pero la historia de Hess fue muy distinta.

Guardias soviéticos en Spandau
En 1987 Hess era el único prisionero de la cárcel de Spandau. Llevaba recluido en ella 41 años, desde el 1 de octubre de 1946, cuando el tribunal de Núremberg le condenó a cadena perpetua, debido a las decisiones que tomó y firmó como ministro nazi. Durante 20 años compartió patio de recreo con otros seis ilustres dirigentes nazis, que tras la caída del Reich acabaron también entre rejas, pero a medida que pasaban los años fueron uno a uno saliendo de prisión. En 1966 abandonó Spandau el penúltimo de sus prisioneros,Albert Speer, que había sido Ministro de Armamento y Guerra de Alemania durante la II Guerra Mundial y que pasó a la historia como “el nazi que pidió perdón”, tras aceptar su responsabilidad criminal en los juicios de Núremberg.

Tras la marcha de Speer, Hess se convirtió en el único prisionero de Spandau, lugar en el que debía pasar el resto de su vida. La fortaleza, que había sido diseñada ex profeso para albergar a 500 prisioneros nazis –aunque sólo tuvo siete inquilinos en toda su historia–, contaba con la vigilancia de 600 soldados de las potencias aliadas (la URSS, EE.UU., Reino Unido y Francia) además de 50 agentes de la Alemania Federal.

Las medidas de seguridad eran extraordinarias, máxime si se tiene en cuenta que en sus 20 últimos años de actividad sólo sirvieron para evitar la fuga de un preso anciano y con signos de demencia. La prisión estaba rodeada por una primera línea eléctrica, a la que seguía un muro de seis metros de altura rodeado de cabinas de vigilancia, tras el que había un pequeño pasillo (vigilado, claro está), y un contramuro de cinco metros de alto iluminado por la noche con potentes focos. Se calcula que costaba mantener la prisión unos 60.000 euros al año, al cambio de entonces.

El 17 de agosto de 1987 se anunció en todo el mundo que Hess se había quitado la vida ahorcándose con un cable eléctrico. Con 93 años había logrado evadir la vigilancia de los guardias para entrar solo en una cabaña del jardín. Allí ató el cable a los barrotes de una ventana y se suicidó.

Tras conocer la noticia, la familia de Hess denunció públicamente que el suicidio de Hess era poco creíble, ya que éste no mostraba tendencias suicidas y además estaba casi ciego, sin fuerza y con una pierna prácticamente inmóvil. Sólo dos horas después las autoridades aliadas contraatacaron, anunciando que habían encontrado una nota de despedida en el pantalón de Hesse que, aseguraban, confirmaba su suicidio. En ella, según reflejó el diario alemán Bild, el dirigente nazi agradecía a su esposa sus esfuerzos por ponerle en libertad.

Se realizó una investigación oficial sobre la muerte de Hess, pero Thatcher se negó a hacerla pública. La familia del nazi siguió dudando de la versión oficial y encargó entonces una segunda autopsia, al director Instituto Anatómico Forense de Munich, Wolgfang Spaan, que determinó que su muerte se había producido por asfixia, no por suspensión, algo que tiraba por tierra la tesis de los aliados, aunque no pudo demostrar que Hess fuera asesinado.

Las Fuerzas Armadas de Reino Unido fueron las encargadas de llevar a cabo una investigación oficial para esclarecer la verdadera causa de la muerte de Hess, pero se desconoce la conclusión de la misma, pues Margaret Thatcher –dos años después del suceso– se negó a facilitar a la Policía su contenido.

Años más tarde fueron atendiendo a la prensa diversos trabajadores de Spandau, que nunca se creyeron la versión oficial. Una enfermera que había cuidado al dirigente nazi durante sus últimos cinco años de vida aseguró a la BBC que éste fue asesinado, pero más impactante fue el testimonio del funcionario de prisiones que halló el cuerpo en la cabaña del jardín, Abdallah Melaouhi, que se atrevió a hablar dos años después del suceso. Según éste, y tal como informó el Abc en 1989, el cadáver no se encontraba cerca de la ventana, y mostraba huellas de un forcejeo para defenderse. Asimismo aseguró que Hess tenía artritis y, en ningún caso, habría tenido la fuerza suficiente para ahorcarse.

Tras la muerte de Hess la prisión de Spandau fue derruida –para evitar que se convirtiera en lugar de culto de grupos neonazis– y en el solar que ocupaba se construyó un centro comercial. La muerte de Hess sigue siendo un misterio y ha dado pie a cientos de teorías. Hay quien dice que fue asesinado por el MI6 –el servicio secreto británico–, otros piensan que en realidad se asesinó a otro hombre en su lugar, y muchas otras personas dan pie a la versión oficial. Sólo la publicación de los documentos oficiales, en poder de Gran Bretaña, podrá esclarecer la verdad. Pero para eso habrá que esperar, como poco, hasta 2017, cuando pasen 30 años del suceso.

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