El 11 de febrero de 1990, cuando Nelson Mandela, líder del Congreso Nacional Africano de Sudáfrica abandonó la prisión Victor Verster, donde permaneció 27 años, fue un día de celebración para los africanos que se enfrentaban al régimen del apartheid en Sudáfrica y para aquéllos que luchaban contra las injusticias de otros países, aunque no trajo consigo el fin de la violencia.
Sin embargo, sí supuso un gran paso hacia la libertad que buscaban no sólo los sudafricanos, sino también los habitantes de los países llamados Frontline States, cuyos gobiernos luchaban contra el apartheid.
En mayor o menor medida, en todos estos Frontline States (Angola, Botswana, Lesoto, Mozambique, Tanzania, Zambia y Zimbabue) había miembros políticos y militares del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés), la principal oposición del Partido Nacional de Sudáfrica. Algunos de estos países sufrieron el ataque de la Fuerza de Defensa Sudafricana, que perseguían a estos agentes en el exilio. Dos de ellos, Angola y Mozambique, vivieron además terribles enfrentamientos tras la liberación.
Durante el discurso pronunciado ante 50.000 personas en Ciudad del Cabo el día de su liberación, Nelson Mandela repitió lo que ya dijo en su defensa durante el juicio por traición en 1964.
Los sudafricanos sabían que eran las palabras de un verdadero guerrero y que su lucha por la libertad había derramado sangre; después de todo, Mandela cofundó en 1961 Umkhonto we Sizwe, el brazo militar de ANC y en su camino
Por 27 años fue 46664, en especial en el confinamiento en la aislada prisión de la isla de Robben (luego estuvo en no menos temibles cárceles Pollsmoor y Víctor Verster), que se hizo célebre gracias a su preso más famoso internacionalmente.
En prisión realizaba trabajos forzados en una cantera de cal y, por ser un detenido político, le daban menos comida que a los delincuentes comunes y sólo podía recibir una visita y una carta cada seis meses, tras pasar por el control y la censura del penal. El Gobierno organizó en 1969 una falsa fuga con el verdadero objetivo de asesinarlo, pero Gran Bretaña se enteró y frustró la operación.
De a poco, recuperaba letras de su nombre, hasta que Mandela fue más que Nelson dentro y fuera de su suelo. El 2 de febrero de 1990, un abuelo de 72 años volvió a pisar las calles con el orgullo del hombre libre después de casi 10.000 días de cárcel, donde contrajo los problemas respiratorios que le provocarían la muerte el 5 de diciembre de 2013.
A partir de su liberacón, tras años de protestas y reclamos populares, lideró a su partido en las negociaciones para plasmar en Sudáfrica una democracia plena, con igualdad de derechos para todas las etnias. Fue electo presidente de esa república en 1994, con las primeras elecciones democráticas por sufragio universal. Recibió más de 250 premios y reconocimientos internacionales, incluido el Premio Nobel de la Paz de 1993.
Era, también, un hombre nuevo, que inauguró la Sudáfrica contemporánea con el diálogo y el acuerdo con los blancos, impensado décadas antes. Por eso, el día de su libertad, sus seguidores lanzaron al vuelo 46664 palomas. Un número que se resignificaba, tanto como su accionar político.
Desde 1964, el año en que Mandela entró en prisión, y hasta 1989, un año antes de su liberación, la Fuerza de Defensa Sudafricana luchó con ferocidad en el conflicto conocido como la guerra de la frontera de Sudáfrica, o Grensoolog, que alcanzó varios países.
Se calcula que durante la guerra civil de Angola, entre 1975 y 2002, murió un millón de personas, aproximadamente la misma cifra que durante la guerra civil de Mozambique, entre 1977 y 1992. Para muchos, que opinaban que Nelson Mandela no era el santo que se consideraba en occidente, no supo cambiar las cosas.
Efectivamente, no son pocos los que piensan que su defensa de la paz y la tolerancia y su firme y radical visión del perdón no pusieron fin a las guerras de Angola y Mozambique ni acabaron con la violencia arraigada de su país; otros, sin embargo, defienden que deshacer la violencia perpetrada durante décadas no era el trabajo de un solo hombre.
Después de todo, la guerra, la injusticia, el deseo de venganza y la corrupción siempre han estado presentes en África, y Mandela representaba el perdón y el liderazgo que durante tanto tiempo necesitó un continente.
La coherencia de Mandela (1918-2013) le convirtió en una leyenda política ya en vida. Otros, como el Che Guevara, Gandhi o Martin Luther King, son también admirados por llevar sus ideales hasta las últimas consecuencias, pero sus asesinatos contribuyeron al mito, dejando la duda de si hubiesen sucumbido al poder. En el caso de Mandela no hubo espacio para la sospecha: luchó, gobernó y se mantuvo fiel a sus creencias.
'Madiba' —'abuelo venerable', como le conocían en Sudáfrica— soportó muchos varapalos a lo largo de su vida. Familia de los jefes supremos de la tribu de los 'Tembu', fue formado para convertirse en dirigente de su clan. Pero se rebeló contra su destino: estudió Derecho y se metió en política para combatir las prácticas xenófobas del Apartheid. Era negro en un país dominado por blancos que practicaban la exclusión racial. Y no estaba dispuesto a aceptarlo.
En 1948, el Partido Nacional de Sudáfrica (PN) había ganado unas elecciones en las que sólo podían votar los blancos y había instalado un sistema de segregación racial. Enfrente tenía al Congreso Nacional Africano (CNA), formado en 1912 para luchar por los derechos de la población negra y al que se unió Mandela en 1942. Fueron años de recorrer el país promoviendo la desobediencia civil, incluidas las acciones violentas. Hasta que fue arrestado y acusado de alta traición.
El régimen de Sudáfrica consideraba a 'Madiba' un terrorista y le tuvo cerca de tres décadas entre rejas. Cuenta la leyenda —llevaba al cine por Clint Easwood— que allí cogía fuerzas repitiéndose como un mantra el poema 'Invictus', de William Ernest Henley: «Más allá de la noche que me cubre / negra como el abismo insondable / doy gracias a los dioses que pudieran existir / por mi alma invicta». Le escuchaba la comunidad internacional, que orquestó una campaña en su apoyo que dio frutos el 11 de febrero de 1990. Ese día, Mandela salió en libertad tras 27 años de cárcel. En su primera intervención ante la prensa apostó por una solución que no menoscabase los derechos de los blancos. Sin rencor. Tomó entonces las riendas de la transición del país y cambió su condición de 'peligroso opositor' por la de presidente, previo paso por las primeras elecciones democráticas a las que acudían sus compatriotas. Fue en abril de 1994.
Una vez en el poder, mantuvo la coherencia. No se aferró al sillón. Se retiró cuando llegó el momento y siguió luchando por causas nobles, como erradicar la pobreza en África o combatir el sida. Trabajó además como mediador en los conflictos de Angola, Burundi y República Democrática del Congo y recibió un sinfín de homenajes. Su figura ha sido venerada por miles de personas. En vida, y tras su muerte.
Un hombre sostiene un periódico en la celebración por la puesta en libertad de Nelson Mandela en Soweto. |
En mayor o menor medida, en todos estos Frontline States (Angola, Botswana, Lesoto, Mozambique, Tanzania, Zambia y Zimbabue) había miembros políticos y militares del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés), la principal oposición del Partido Nacional de Sudáfrica. Algunos de estos países sufrieron el ataque de la Fuerza de Defensa Sudafricana, que perseguían a estos agentes en el exilio. Dos de ellos, Angola y Mozambique, vivieron además terribles enfrentamientos tras la liberación.
Durante el discurso pronunciado ante 50.000 personas en Ciudad del Cabo el día de su liberación, Nelson Mandela repitió lo que ya dijo en su defensa durante el juicio por traición en 1964.
«Siempre he atesorado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que las personas puedan vivir juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal para el que he vivido. Es un ideal por el que espero vivir, y si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir».Lo dijo en 1961 ante un tribunal que lo juzgaba por alta traición por sus llamados a la resistencia armada. lo condenaron en 1964 a cadena perpetua.
Los sudafricanos sabían que eran las palabras de un verdadero guerrero y que su lucha por la libertad había derramado sangre; después de todo, Mandela cofundó en 1961 Umkhonto we Sizwe, el brazo militar de ANC y en su camino
Por 27 años fue 46664, en especial en el confinamiento en la aislada prisión de la isla de Robben (luego estuvo en no menos temibles cárceles Pollsmoor y Víctor Verster), que se hizo célebre gracias a su preso más famoso internacionalmente.
En prisión realizaba trabajos forzados en una cantera de cal y, por ser un detenido político, le daban menos comida que a los delincuentes comunes y sólo podía recibir una visita y una carta cada seis meses, tras pasar por el control y la censura del penal. El Gobierno organizó en 1969 una falsa fuga con el verdadero objetivo de asesinarlo, pero Gran Bretaña se enteró y frustró la operación.
De a poco, recuperaba letras de su nombre, hasta que Mandela fue más que Nelson dentro y fuera de su suelo. El 2 de febrero de 1990, un abuelo de 72 años volvió a pisar las calles con el orgullo del hombre libre después de casi 10.000 días de cárcel, donde contrajo los problemas respiratorios que le provocarían la muerte el 5 de diciembre de 2013.
Era, también, un hombre nuevo, que inauguró la Sudáfrica contemporánea con el diálogo y el acuerdo con los blancos, impensado décadas antes. Por eso, el día de su libertad, sus seguidores lanzaron al vuelo 46664 palomas. Un número que se resignificaba, tanto como su accionar político.
Desde 1964, el año en que Mandela entró en prisión, y hasta 1989, un año antes de su liberación, la Fuerza de Defensa Sudafricana luchó con ferocidad en el conflicto conocido como la guerra de la frontera de Sudáfrica, o Grensoolog, que alcanzó varios países.
Se calcula que durante la guerra civil de Angola, entre 1975 y 2002, murió un millón de personas, aproximadamente la misma cifra que durante la guerra civil de Mozambique, entre 1977 y 1992. Para muchos, que opinaban que Nelson Mandela no era el santo que se consideraba en occidente, no supo cambiar las cosas.
Efectivamente, no son pocos los que piensan que su defensa de la paz y la tolerancia y su firme y radical visión del perdón no pusieron fin a las guerras de Angola y Mozambique ni acabaron con la violencia arraigada de su país; otros, sin embargo, defienden que deshacer la violencia perpetrada durante décadas no era el trabajo de un solo hombre.
Después de todo, la guerra, la injusticia, el deseo de venganza y la corrupción siempre han estado presentes en África, y Mandela representaba el perdón y el liderazgo que durante tanto tiempo necesitó un continente.
La coherencia de Mandela (1918-2013) le convirtió en una leyenda política ya en vida. Otros, como el Che Guevara, Gandhi o Martin Luther King, son también admirados por llevar sus ideales hasta las últimas consecuencias, pero sus asesinatos contribuyeron al mito, dejando la duda de si hubiesen sucumbido al poder. En el caso de Mandela no hubo espacio para la sospecha: luchó, gobernó y se mantuvo fiel a sus creencias.
'Madiba' —'abuelo venerable', como le conocían en Sudáfrica— soportó muchos varapalos a lo largo de su vida. Familia de los jefes supremos de la tribu de los 'Tembu', fue formado para convertirse en dirigente de su clan. Pero se rebeló contra su destino: estudió Derecho y se metió en política para combatir las prácticas xenófobas del Apartheid. Era negro en un país dominado por blancos que practicaban la exclusión racial. Y no estaba dispuesto a aceptarlo.
El gran luchador por la igualdad de derechos y contra la política del Apartheid implementada por el gobierno racista de Sudáfrica, fue abogado, militante político y líder del congreso Africano. |
El régimen de Sudáfrica consideraba a 'Madiba' un terrorista y le tuvo cerca de tres décadas entre rejas. Cuenta la leyenda —llevaba al cine por Clint Easwood— que allí cogía fuerzas repitiéndose como un mantra el poema 'Invictus', de William Ernest Henley: «Más allá de la noche que me cubre / negra como el abismo insondable / doy gracias a los dioses que pudieran existir / por mi alma invicta». Le escuchaba la comunidad internacional, que orquestó una campaña en su apoyo que dio frutos el 11 de febrero de 1990. Ese día, Mandela salió en libertad tras 27 años de cárcel. En su primera intervención ante la prensa apostó por una solución que no menoscabase los derechos de los blancos. Sin rencor. Tomó entonces las riendas de la transición del país y cambió su condición de 'peligroso opositor' por la de presidente, previo paso por las primeras elecciones democráticas a las que acudían sus compatriotas. Fue en abril de 1994.
El actor Morgan Freeman personificando a Nelson Mandel en el film "Invictus"de 2010 |
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