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domingo, 27 de diciembre de 2015

27 de diciembre de 1979 - La Unión Soviética invade Afganistán

La crisis se resume en la decisión que en Diciembre de 1979 el entonces secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética, Leonid Brezhnev, tomo al ordenar la invasión en Afganistán por el ejército soviético y de esta manera, se impidiera el colapso del régimen comunista, el cual estaba en el poder desde Abril de 1978 y debido a sus reformas radicales y políticas represivas, se encontraba ahora en un momento delicado y a punto de ser derrocado por grupos islámicos radicales.

Afganistán fue, desde el siglo XIX, un Estado dibujado en el plano como si fuera una realidad pero sin límites naturales claros y una especie de asociación de etnias de vida a menudo muy conflictiva sin que ninguna de ellas tuviera una mayoría o una fuerza suficiente para imponerse a las demás ni tampoco residiera tan sólo dentro de esos límites. Con quince millones de habitantes en 1979 y una altitud y clima que hacían muy difícil la agricultura, en realidad el pasado de Afganistán se explica por haber sido una especie de Estado-tapón -una Polonia de Oriente- durante todo el siglo XIX entre las dos influencias cruciales de la zona, la rusa y la inglesa. 

En 1919, tras la Revolución de octubre, la Unión Soviética fue el primer país en reconocer la independencia de Afganistán a quien incluso concedió una modesta ayuda económica. El puro realismo les hizo a los soviéticos considerar, sin embargo, que su influencia no debía pasar más adelante: Afganistán siguió siendo una Monarquía con alguna apariencia constitucional a medida que fue pasando el tiempo. Después de la Segunda Guerra Mundial la URSS y los Estados Unidos siguieron manteniendo a Afganistán como Estado-tapón pero la dependencia económica de la URSS se fue haciendo mayor cuando Pakistán cerró su frontera por la existencia de diferencias territoriales. De este modo, en los años setenta el 43% de las importaciones, casi todas las armas y el 60% de la ayuda exterior venía de la URSS. En este contexto no puede extrañar que surgiera un Partido Democrático Popular -PDP- que vino a ser el equivalente, aunque oculto, de un Partido Comunista. Estuvo, sin embargo, muy dividido en tendencias que, muy probablemente, no correspondían a ningún motivo ideológico sino a personalismos. 

Después de una fuerte sequía a comienzos de los setenta que pudo haber provocado varios millares de muertos, en 1973 un golpe de Estado llevado a cabo por el primer ministro Daoud supuso la proclamación de la república. Autoritario y nacionalista, Dauod llegó al poder con apoyo soviético y de un sector del PDP pero pronto demostró una voluntad de independencia que le hizo inaceptable. En 1978 una revolución le desplazó y estableció un Gobierno revolucionario dirigido por Taraki, que inmediatamente puso en marcha una revolución. Ésta, sin embargo, muy pronto chocó con una sociedad tradicional en la que, por ejemplo, se consideraba inaceptable la alfabetización de las jóvenes. En 1979 el número de desertores de un Ejército de 100.000 hombres se elevaba ya a más de 40.000 y era necesario emplear la fuerza contra los montañeses del Norte con la ayuda de unidades aéreas soviéticas. Al mismo tiempo, los conflictos entre los dirigentes del partido fueron siempre muy duros y no menos sangrientes. En unos pocos meses Taraki había eliminado a cuatro ministros; en septiembre de 1979 fue ejecutado él mismo como consecuencia del golpe de Amin, su segundo. Todo esto sucedía en una situación en que se consideraba como un dato adquirido la vinculación de Afganistán con la URSS: ni siquiera el asesinato de un embajador norteamericano produjo una modificación de esta situación por intervención de este país. Esto es lo que explica la intervención soviética como también la inestabilidad política reinante: en un viaje reciente a Moscú los soviéticos recomendaron a Taraki librarse de Amin. Lo sucedido en Afganistán fue exactamente lo contrario. El temor a una situación parecida a la de Irán y el persistente deseo de lograr una absoluta seguridad en su glacis defensivo pudieron contribuir a que la intervención finalmente se llevara a cabo. Fue, por tanto, la incompetencia de sus propios colaboradores quien indujo a la URSS -principalmente al Ejército y la KGB- a la intervención. 

Otro factor que reforzó la idea de intervención, fue la entrada de los estadounidenses en el golfo Pérsico, después de la toma de rehenes de su embajada en noviembre de 1979, los soviéticos temían que si los Estados Unidos eran forzados a salir de Irán ahora se adueñarían de Pakistán por tanto, ellos no se quedarían cruzados de brazos viendo como perdían Afganistán. Si a esto se le suma el hecho de que unos informes del KGB reportaban que Amín estaba acercándose mucho a los Estados Unidos, se explica que el gobierno soviético no confiara en él.

El 27 de diciembre de 1979, las propias tropas de élite soviéticas atacaron el palacio presidencial de Amin y le ejecutaron; en sólo seis días 55.000 soldados habían hecho acto de presencia en el país islámico. La verdad es que todas las tendencias actuantes en la política afgana habían pretendido, en un momento u otro, que los soviéticos aparecieran en su país. Pero lo grotesco fue que en este caso se justificó la intervención soviética gracias a la petición de que se produjera el nombramiento de un Babrak Karmal, dirigente del PDP, que era un particular residente en el extranjero y que inmediatamente fue convertido en supremo dirigente del Estado afgano. Se entiende el nerviosismo de los soviéticos involucrados en un conflicto sin salida aparente. Pero, por más que Afganistán estuviera desde hacía tiempo bajo la influencia soviética, parece evidente que lo sucedido en esta ocasión suponía, desde la perspectiva norteamericana, la primera "satelización" de un Estado cercano mediante el empleo de la fuerza militar durante un período no bélico. Fue, además, la primera ocasión desde la Guerra Mundial en que la URSS actuó a través de su Ejército en una parte del mundo distinta de Europa del Este. 

Estando en plena guerra fría, lo más normal es que el gobierno soviético hubiera analizado las posibles reacciones y consecuencias de su rival número uno los Estados Unidos de Norte América, sorprendentemente no lo hicieron pues pensaron que sería algo rápido. De hecho Gromyko “creyó que la reacción norteamericana, fuese cual fuese, no sería un factor que debiera tomarse en consideración. Además, él, como otros miembros del politburó, estaba indignado por la decisión tomada por la OTAN de desplegar los misiles norteamericanos en Europa”, según cuenta Anatoly Dobrynin, (“En confianza. Memorias del Embajador soviético en Estados Unidos 1962-1986” )

Parece evidente que los soviéticos en ningún caso meditaron lo suficiente el impacto que su intervención en Afganistán habría de tener en el panorama universal. La Asamblea de la ONU condenó a la URSS por 104 votos contra 18 y 18 abstenciones; sólo los países adscritos al área soviética la apoyaron y, al mismo tiempo, sólo 9 no alineados estuvieron en contra de la no resolución. Más grave para ella fue que los ministros de Asuntos Exteriores de los países islámicos, reunidos en la capital pakistaní, abominaron unánimemente de "la agresión contra el pueblo afgano" en un giro espectacular con respecto a lo sucedido durante la crisis de Suez en 1956. Castro, que apoyó a los soviéticos, no pudo volver a convertirse en el portaestandarte del no alineamiento. Pero, aparte de haber perdido su apoyo en estos países, la URSS había destruido también el crédito de confianza conseguido con las potencias occidentales. No es, por tanto, una casualidad que Carter dijera que en esta ocasión había aprendido mucho más sobre la Unión Soviética que en todos los años anteriores. Fuera por inseguridad o por imperialismo -o por una mezcla de ambos- la Unión Soviética había demostrado que su deseo de controlar su glacis defensivo la condenaba a operaciones que el adversario ideológico sólo podía interpretar como ofensivas. Las consecuencias fueron graves para los propios soviéticos. Un total de 55 países no asistieron a los Juegos Olímpicos de Moscú. La exportación de cereales norteamericanos fue suprimida y la de tecnología occidental se redujo en un 50%. Si la URSS por un momento pensó en que con el paso del tiempo se olvidara su invasión de Afganistán, muy pronto se probó que no iba a suceder así. Las condenas arreciaron con el paso del tiempo e incluso aliados de otro tiempo, como India, se mostraron ahora muy tibios. 

Pero, además y sobre todo, la invasión no consiguió de ninguna manera estabilizar la política afgana. Babrak Karmal quiso hacer una política moderada pero era ya demasiado tarde y, además, la invasión soviética previa le quitaba la legitimidad. En el plazo de unos meses el Ejército afgano perdió dos tercios de sus efectivos por deserción y casi un tercio de la población total cruzó la frontera convirtiéndose en refugiada. La oposición, formada por grupos variados que iban desde el tradicionalismo al más exacerbado integrismo, pronto contó con ayuda china y norteamericana. Esta última llegó a ser muy sofisticada hasta el punto de contar con misiles Stinger capaces de derribar los helicópteros soviéticos.


Los orígenes y causas de este conflicto fueron sin duda internos debido a las enormes divisiones, regionales, políticas y étnicas, entre las diversas tribus afganas, la falta de un gobierno central, el arraigo del Islam y la fuerte influencia de los Mullah (viejo líder religioso o espiritual que enseña a los niños y jóvenes el Corán. Un dato interesante es que puede haber Mullah analfabetos pero debido a la milenaria tradición musulmana de la cultura oral, éstos siguen enseñando y transmitiendo la cultura y tradición de la religión e inclusive pueden llegar a poseer un nivel cultural más alto que aquellos alfabetizados y por este hecho son conocidos en la sociedad como los “hombres de conocimiento”.Además de enseñar el Corán los Mullah son intérpretes religiosos, terratenientes e intermediarios y debido a todas estas funciones tienen mucha influencia en el escenario político, social y económico y por lo tanto, se oponen a la secularización y a la reforma agraria ya que esto disminuiría su poder en los ámbitos mencionados anteriormente) y los líderes  tribales, quienes no estaban dispuestos a perder su poder, hicieron que se generara un contexto en donde el hambre y la preponderancia de unas etnias sobre otras fueron el resultado de una dominación económica que estaba ligada a la opresión y por tanto, prefirieron mantenerse separadas y también alejadas de otros posibles dominadores. Así pues, el rechazo de una intervención no se debe solo al hecho de ceder soberanía política y económica sino más bien a la amenaza que ésta representa en sus estructuras sociales, tradiciones, identidad y cultura islámica.

Da la sensación de que los círculos dirigentes de la URSS se vieron invadidos por una súbita erupción de prudencia a partir del momento de la invasión. Ante una situación de insurrección del conjunto del país hubieran necesitado un millón de hombres para someterlo pero se limitaron a tener unos cien mil y controlar la capital y los puntos estratégicos más importantes, apenas un 15% del total. Quizá la clase dirigente soviética se dio cuenta de que se había llegado al máximo de expansión territorial y militar soportable para una sociedad y un Estado ya declinantes. En efecto, en este momento la URSS se encontraba ya en una situación de exceso de compromisos de cara al Tercer Mundo: Cuba les costaba 10 millones de dólares diarios y Vietnam tres. Además de no lograr solucionar el problema afgano -a pesar de que eran 280 millones de habitantes contra 15-. Desde la conciencia de esta realidad no puede extrañar que la llegada de una nueva generación dirigente de la URSS en 1985 impusiera una rectificación. 

En marzo de 1985, el nuevo Secretario General del Partido Comunista, subió al poder en el Kremlin, su nombre: Mijail Gorbachov. Buscando una solución a la crisis por la que atravesaba el país tanto interno como internacional, implementó la Perestroika y la Glasnost así como la elaboración de lo que se llamó el “Nuevo Pensamiento en Política Exterior” lo cual, influyó en el fin de la guerra fría. Gorbachov era un líder que dejó que la gente expresara su oposición a la guerra y por lo tanto se puso como objetivo terminar con la guerra de una forma que el pueblo entendiera los motivos que el gobierno tuvo para participar en ella y las consecuencias que trajo. Esto es lo que se bautizó como el “Síndrome de Vietnam”, pues quería evitar que se viera que una gran potencia salía huyendo de un pequeño país.


El 17 de octubre de 1985, durante una reunión del Politburó, por primera vez Gorbachov propuso “una solución para Afganistán”. El siguiente paso de Gorbachov fue comunicarle a la ONU sobre una posible consideración del gobierno soviético de retirarse de Afganistán. Lo que necesitaban era establecer el tipo de gobierno que se quedaría a la salida de los soviéticos. Por tanto, en1986 decidió finalmente destituir a Karmal y poner en el poder a Mohammed Najibullah, pensando en que tanto Estados Unidos como Pakistán aceptarían una tregua y de esta manera Najibullah podría entablar relaciones con los soldados de dios para iniciar una reconstrucción y reconciliación nacional. Najibullah creía que el régimen sobreviviría a la retirada de las tropas soviéticas. Estados Unidos por su parte, no terminaba de creer las buenas intenciones del nuevo líder soviético. La mejor prueba de que realmente se querían retirar de Afganistán, fue cuando entre 1986 y 1988, bajo los acuerdo de Ginebra, se tomó la decisión de hacerlo y comenzó la orden de abandonar el país. La meta de Mijail Gorbachov, era que Afganistán se alineara, como alguna vez lo había hecho, como país neutral. La retirada final tuvo lugar el 15 de febrero de 1989. En diciembre del mismo año, el Parlamento soviético condenó la invasión, declarando que la decisión de realizarla había sido tomada por un estrecho círculo de la jefatura anterior; Brezhnev y la llamada troika (Ustinov, Andropov y Gromyko)


Las  consecuencias para la propia Unión Soviética y más aún para Afganistán fueron graves y duraderas. Murieron en la guerra afgana unos 13.300 soldados soviéticos, cifra muy inferior a la de muertos norteamericanos en Vietnam pero equivalente si tenemos en cuenta el número de tropas empleadas en cada uno de los dos casos. Primera derrota soviética desde 1945, la Guerra de Afganistán creó una conciencia autocrítica que influyó mucho tanto en los dirigentes militares como en los propios soldados. Peor fue lo sucedido en el país invadido donde la guerra pudo costar 725.000 vidas, cifra cuya importancia se aprecia comparándola con la población total. El régimen de Babrak Karmal pudo sobrevivir en las ciudades, pero sólo algún tiempo, y luego se impuso un integrismo que perduró hasta la ocupación de Estados Unidos y otros aliados, en 2001, que acabó con el régimen talibán. En mayor grado aún que en Líbano también en Afganistán una intervención exterior liquidó el limitado equilibrio existente en una sociedad tradicional.

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