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lunes, 16 de noviembre de 2015

Vlad Tepes III, Príncipe de Valaquia

Por las novelas asociamos a Drácula con un vampiro sádico pero refinado y romántico, que regresa de las tinieblas en busca de cuellos jóvenes que alimenten su eterno deambular por la noche de los tiempos. El Drácula real fue diferente y desde luego nada romántico, aunque sí hubo mucha sangre en su vida. 

Vlad Tepes III
Vlad Tepes III, Príncipe de Valaquia, un territorio de la actual Rumanía; quien nació en 1428 en Sighisoara, de ojos verdes hipnóticos, cabello oscuro ondulado y estatura imponente, fue conocido en vida por dos apodos. Se le llamó El Empalador, por su manía de atravesar con un palo –desde el coxis hasta la nuca–, a sus enemigos y a miles de víctimas que él consideró culpables de algún delito, incluidos mujeres, niños, nobles o plebeyos. También se le llamó Drácula, en rumano «hijo de Dracul». El origen etimológico de este término obedecería, según unos, a la palabra draco –dragón–, emblema de su blasón familiar, ya que su padre Vlad II pertenecía a la Orden del Dragón, fundada en el siglo XV para luchar contra el invasor turco. Pero dado que drac en rumano significa «diablo», también podría ser «hijo del demonio», ya que su padre se ganó el sobrenombre de «diablo» por sus sibilinas maniobras políticas. Probablemente su personalidad cruenta le vino a causa de que pasó casi toda su infancia como rehén de los turcos, y tuvo que sufrir el horror de ver cómo los húngaros torturaban y mataban a su padre y a su hermano, enterrando vivo a aquél y quemando los ojos con un hierro candente a este.

El hecho es que aterrorizó a sus súbditos con asesinatos en masa. Se cree que liquidó a más de 100.000 personas, aproximadamente el 20% de la población, y que disfrutaba asistiendo a muertes lentas que incluían torturas, descuartizamientos y sobre todo empalamientos, de donde le viene su siniestro apodo, pero no parece probable que mordiera cuellos. Fue un tirano y un guerrero cruel, pero no un vampiro.

Fue con el apoyo de los mismos turcos que Vlad subió al trono de Valaquia en 1448 tras el asesinato de su padre a manos del noble húngaro Iancu de Hunedoara. Una vez en el trono, el joven pronto dio muestras de que no se casaba con nadie y decidió cambiar de bando al estrechar relaciones con Iancu y enfrentarse a los otomanos. Previamente se ocupó de los enemigos interiores y organizó un festín para los nobles boyardos, que entraron como invitados y acabaron formando parte del banquete: fueron atados, colocados boca abajo y empalados con estacas romas que penetraban más lentamente en su cuerpo para que el suplicio durara más. Algunos tardaron tres días en morir. Después, decidió alzarse contra los turcos y se negó a pagarles el tributo, planteando a Mehmed II una guerra de guerrillas que trajo en jaque al Imperio Otomano. Sin embargo, los turcos acabaron invadiendo Valaquia y Vlad huyó a Hungría para pedir protección, pero el rey lo encarceló. Durante sus doce años de encierro aplacó su sadismo empalando ratones y pajarillos. 

En 1475 fue liberado y regresó al trono de Valaquia, que había sido ocupado por su hermano Radu el Hermoso. Su última acción conocida fue la lucha contra los turcos en la batalla de Vaslui junto a las tropas del príncipe Esteban Bathory, durante una batalla contra los turcos en 1476, se disfrazó con el uniforme de un soldado turco para poder así inspeccionar las filas enemigas. No obstante, fue descubierto por unos soldados suyos, lo cuales, al ver el uniforme, le creyeron enemigo y le atacaron con flechas. Después de matarle, le cortaron la cabeza, sin darse cuenta en ningún momento de que a quien mataban no era a un enemigo, sino a su capitán.

El castillo de Bran en Rumania, que segúin la leyenda habría albergado a Drácula
Según la versión oficial, fue enterrado sin cabeza en el monasterio de Snagov, situado en medio de un lago cercano a Bucarest, y a cuya fundación Vlad contribuyó generosamente en vida, por lo que su abad le escondió varias veces de los turcos. Durante el último siglo, los monjes aún mostraban a los visitantes la supuesta lápida funeraria de Drácula, cuya inscripción había sido borrada casi totalmente por orden del máximo jerarca de la Iglesia Cristiana ortodoxa, el patriarca Filaret, que consideró a Vlad un criminal. Dicha lápida estaba encastrada en el altar de la iglesia, y aún hoy se halla ante las puertas del iconostasio. Los monjes de Snagov aseguran que fue colocada allí para que fuera pisoteada por los asistentes a los oficios. De ese modo creían que el alma pecadora del difunto purgaría sus terribles culpas.

 Cuenta la leyenda que algún tiempo después de su muerte abrieron su ataúd y lo encontraron vacío, y aún corre la leyenda de que Vlad no murió en realidad y algún día, cuando su nación pase por un momento de gran necesidad, volverá para gobernarla de nuevo y conducirla a la victoria. La tumba de Vlad fue profanada en 1875 y, aparentemente, sus huesos fueron enterrados en otro lugar que todavía no ha sido descubierto. Quizá por este motivo, cuando los historiadores Nicolae Iorga y Dinu Rosetti, que realizaron excavaciones en la tumba de Vlad en 1933, encontraron sólo huesos de caballo y un anillo con las armas de Valaquia, que se supone pertenecieron al príncipe. Otras versiones aseguran que en 1933 se halló un cuerpo ricamente ataviado y sin cabeza. Pero si esto fuera cierto ¿dónde están ahora esos restos? Unas versiones dicen que siguen bajo el altar, pero a mayor profundidad que la excavada.

A pesar de las muchas atrocidades que cometió, durante su vida jamás se le asoció al mito del vampiro. Ese dudoso honor se lo debe al escritor irlandés Bram Stoker, quien le convirtió en protagonista de su novela Drácula. Y es aquí donde empieza la leyenda.

Ante hechos tan sangrientos como los que se les atribuyen, podríamos pensar que Vlad fue un ser odiado y temido por su pueblo, un monstruo.  A pesar de las muchas atrocidades que cometió, durante su vida jamás se le asoció al mito del vampiro. De hecho en su patria se le tiene como un auténtico héroe, gran gobernante y conquistador, un hábil diplomático que se centró en la unificación de su pueblo y desmanteló el poder de la aristocracia local. Se podría decir que usó la violencia esencialmente como arma política.

En Rumanía fue venerado como paladín de la cristiandad contra la invasión musulmana, pese a que siempre se le representa con la estrella de ocho puntas, nunca con una cruz. Jamás se supo qué ocurrió con sus restos, supuestamente enterrados en el monasterio de Snagov.



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