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lunes, 13 de abril de 2015

La masacre de Katyn

Las primeras noticias de los extraños y terribles acontecimientos de Katyn las transmitió Radio Berlín el día 13 de abril de 1943. 
“Por un informe que nos ha llegado de Smolensk nos enteramos de que los habitantes del lugar han revelado a las autoridades  alemanas la existencia de una localidad donde los bolcheviques han llevado a cabo ejecuciones en masa y donde 10.000 oficiales polacos han sido asesinados por la NKVD, la policía secreta  soviética. En consecuencia, las autoridades alemanas se han trasladado a una localidad llamada Colina de las Cabras (Kozogori), estación climática situada a 12 km al oeste de Smolensk, y en ella han descubierto algo terrible.
En una fosa de 28 menos de longitud por 16 de anchura han descubierto los cadáveres de tres mil oficiales polacos, apilados en doce capas, todos vestidos con el uniforme de su ejército. Algunos estaban atados y lados tenían en la nuca el orificio producido por un disparo de pistola. La identificación de los restos no será difícil porque, por la especial naturaleza del terreno, se encuentran en estado de momificación y tienen todavía encima las documentos personales. Hoy ha sido posible confirmar que entre los cadáveres se encuentra el del general Smorawinsky, de Lublin.
Estos oficiales, que en un principio habían sido internados en un campo de prisioneros en Kozelsk, cerca de Oriol, fueron luego trasladados a Smolensk por ferrocarril, en vagones de ganado, en el curso de los meses de febrero y marzo de 1940. Desde allí se los transportó en camiones hasta la Colina de las Cabras, donde los bolcheviques los asesinaron. Continúa la búsqueda de otras fosas comunes. No se excluye la posibilidad de que se encentren más pilas de cadáveres debajo de los que se han descubierto hasta el momento.
Se calcula que el total de los oficiales muertos llegue a 10.000, lo que correspondería a los cuadros completos del Ejército polaco hechos prisioneros por los soviéticos.”
Todavía conservaban sus uniformes y efectos personales
Como este comunicado procedía del Ministerio de Propaganda de Goebbels, automáticamente se hizo sospechoso. Pero, por otra parte, las relaciones ruso-polacas desde 1939 habían sido tales que no sería fácil para los soviéticos rechazar la acusación.

El día 1 de septiembre de I939, en el momento de la invasión alemana, la Unión Soviética y Polonia estaban unidas por numerosas acuerdos y trazados aparentemente indisolubles; pero, al  amanecer de 17 del mismo mes, cuando la presión alemana era más fuerte que nunca sobre Polonia, el ejército ruso cruzó la frontera con el pretexto de “librar al pueblo polaco de aquella guerra desastrosa a que lo habían lanzado la imprevisión de sus jefes y ponerlo en condiciones de reemprender su vida pacífica”. El 28 de septiembre Polonia fue finalmente desmembrada, y el general soviético Timoshenko curso una proclama en la que exhortaba a los soldados polacos a rebelarse contra sus oficiales y a rendirse. A todos los prisioneros de guerra que depusieran las armas se les garantizaba la más completa libertad de movimientos.

Esta promesa no se cumplió. Los suboficiales con una especialización técnica y todos los oficiales fueron deportados a Rusia y repartidos en tres campos de prisioneros: Kozelsk. Starobielsk y Ostashkov. Las primeras cartas de estos prisioneros a sus familiares comenzaron a llegar en el otoño de 1939.

Kozelsk se encuentra a unos 250 km al sudeste de Smolensk, en un lugar en el que tiempo atrás hubo un monasterio.

Los prisioneros polacos presentes en el campo, en abril de 1940, eran cuatro generales y un contraalmirante, un centenar de jefes, entre coroneles y tenientes coroneles,  300 comandantes, 1000 capitanes. 2500 tenientes y subtenientes y más de 500 cadetes, además de 200 oficiales de Aviación y 50 de Marina. Entre los oficiales de la reserva había profesores y adjuntos universitarios: médicos y cirujanos (muchos de los cuales eran famosos especialistas); jueces, abogados, ingenieros; también muchos escritores, periodistas, industriales y hombres de negocios. Había también una mujer: Janina Lewandowska, que llevaba el uniforme de la Aviación polaca.

Starobielsk es una pequeña ciudad de Ucrania. Entre noviembre de 1939 y abril de 1940, su campo de prisioneros albergaba a unos 4000 jefes y oficiales.

El tercer campo, Ostashkov -un ex convento como los otros dos-  se encontraba en una isla del lago Seliger,  al noroeste de Kalinin. En el había 6000 prisioneros considerados ‘burgueses’, y por lo tanto elementos peligrosos a los ojos de un país en cuyo sistema social no había lugar para la burguesía.

A principios de abril de 1940 empezó la evacuación total y simultanea de los tres campos. Unos 400 prisioneros de los 15.000 que había encerrados fueron trasladados al nuevo campo de Pavliscef Bor, pero del resto ya no se tuvo más noticias. Sobre estos cayó un silencio absoluto y definitivo.

El 22 de junio de 1941, cuando Alemania atacó a la Unión Soviética. Stalin se vio obligado a pedir ayuda a aquellos mismos países cuya destrucción había concertado anteriormente con Hitler; a todos los polacos prisioneros se les garantizó entonces una llamada «amnistía», a fin de que formasen inmediatamente un ejército polaco que combatiría, junto a los rusos, contra el enemigo común. El 14 de julio de 1941 se firmó en este sentido un pacto militar polaco-soviético. Churchill escribió acerca de esto:
“El general Anders y otros generales polacos, que hasta aquel momento habían vivido en duras condiciones en los campos de prisioneros soviéticos, donde incluso se les pegaba, de pronto se vieron limpios, vestidos con uniforme, liberados, honrados y reintegrados a los puestos de mando, a la cabeza de sus hombres. Los polacos, que desde hacía tiempo estaban ansiosos por la suerte que hubieran corrido los numerosos oficiales internados en los campos de Kozelsk. Starobielsk y Ostashkov, pidieron su liberación. Pero no fue posible hallar las huellas de ninguno de los prisioneros que deberían encontrarse en los campos mencionados, ahora ya en manos alemanas. En muchas ocasiones los jefes polacos pudieron notar el embarazo de las autoridades soviéticas al hablar de este asunto”.
En el curso de las apremiantes solicitudes polacas respecto a la suerte de  estos prisioneros, el general Anders preguntó dos veces directamente a Stalin y en presencia de Molotov. La primera vez. Stalin dijo que los prisioneros probablemente habían huido a Manchuria; afirmación que hizo esperar a Anders que todavía estuvieran con vida. A la segunda pregunta a Stalin respondió: “Quizá se encuentren en los campos situados en los territorios actualmente ocupados por los alemanes”, lo cual era menos alentador.

Una situación más siniestra se dio durante una conversación entre el teniente coronel Z. Berling, del Estado Mayor General polaco y Merkulov, el segundo jefe de la policía secreta soviética, en presencia de su jefe, el comisario del pueblo Beria, El teniente coronel Berling hizo observar que en los campos de prisioneros de Kozelsk y Starobielsk se encontraban muy buenos oficiales que podrían formar los cuadros del nuevo ejército polaco, a lo que Merkulov replicó impulsivamente: “No, esos no! Hemos cometido un grave error con ellos”. Este comentario revelador dio origen a los más tristes presagios y los temores de los polacos se vieron más que justificados después del descubrimiento de las fosas comunes.

Estas fosas comunes se descubrieron cuando los alemanes, avanzando por el Dnieper ocuparon Smolensk, que cayó el 16 de julio de 1941. Los rusos habían huido de Katyn y, por primera vez después de muchos años, el bosque fue de nuevo accesible a todos.

En la primavera de 1942 llegaron a la zona muchos polacos de la organización Todt y se los acampo en vagones ferroviarios abandonados en las cercanías de Smolensk. Durante su continuo y lento ir y venir a lo largo de la línea férrea en busca de chatarra, también aquellos polacos debieron de sospechar algo, y en otoño se adentraron en el bosque de Katyn, examinando atentamente el terreno de la Colina de las Cabras. Excavaron y encontraron los restos de un oficial, todavía vestido con el uniforme polaco y lo volvieron a sepultar con la debida reverencia, colocando sobre su tumba una cruz de madera de abedul. Después llegó el invierno, muy riguroso, el terreno se heló y tuvieron que abandonar las excavaciones.

A comienzos de la primavera del año siguiente (1943), un campesino del lugar llamado Ivan Krivozertzev leyó casualmente en un periódico de la propaganda alemana, impreso en lengua rusa, que el general Sikorski había organizado en la URSS un ejército polaco y que, a pesar de la continua búsqueda, no lograba localizar a algunos millares de oficiales polacos de los que se sabía con certeza que en 1939 hablan sido hechos prisioneros por los rusos. Las últimas noticias sobre ellos se remontaban a abril de 19401, pero luego ya no se habla sabido nada más.

lvan Krivozertzev se dirigió a la sede de la policía militar alemana de Gniezdovo  y aún sin tener la seguridad absoluta, dijo al intérprete: “Sikorski está buscando a sus oficiales en Siberia, pero están aquí, bajo tierra, en la Colina de las Cabras”.

Las características naturales del terreno y los tiernos abetos que allí crecían revelaron a los botánicos la fecha exacta en que habían sido trasladados a aquel lugar: abril de 1940.

Las excavaciones comenzaron, y a los pocos días ya se habían descubierto muchos cadáveres, todos con un orificio de arma de fuego en la nuca y muchísimos con las manos atadas a la espalda. Los nudos de las cuerdas y la manera como se habían atado las muñecas eran pruebas tan reveladoras como los abetos. En el curso de las investigaciones, los alemanes descubrieron también los cuerpos de ciudadanos soviéticos, hombres y mujeres, que habían sido ajusticiados mucho antes de 1940 y que tenían las manos atadas con el mismo tipo de cuerda y con los mismos nudos. Pero la prueba determinante  e irrefutable la constituyeron los documentos encontrados en la ropa de los cadáveres, que disiparon cualquier sombra de duda: Se trataba de los oficiales de Kozelsk, misteriosamente desaparecidos. La presencia del cadáver de una mujer entre la masa de los asesinados añadía una nota de horror. También se la identificó: era la señora Janina Lewandowski, la ex-prisionera de Kozelsk.

Los alemanes, olvidando descaradamente Auschwitz, Buchenwald, Dachau y los restantes campos de concentración del Reich hitleriano, lanzaron la noticia a los cuatro vientos, expresando su más viva indignación y afirmando que el número definitivo de cadáveres hallados en Katyn llegaba a 12.000, es decir, la totalidad de los mandos del ejército polaco, pero la cifra no era exacta; los cadáveres exhumados eran unos 4500 y todos procedían de Kozelsk. En cuanto a los oficiales que habían sido internados en Starobielsk y en Ostashkov, su fin -excepto unos pocos centenares de supervivientes- sigue siendo un misterio sin resolver. Los polacos creen que también se encuentran enterrados o quizás ahogados en el mar Blanco.

La noticia, difundida el 13 de abril de 1943 por radio Berlín provocó gran consternación en Londres. La Unión Soviética era aliada de Gran Bretaña, para lo bueno y para lo malo, y se tenían que dejar aparte los sentimientos personales. Durante todo el día 14 de abril se esperaron los comentarios de Moscú.  Luego, la agencia oficial soviética Tass anunció, como si se hubiera tratado de un hecho ya conocido e indiscutible:
“Los prisioneros polacos en cuestión estaban internados en las proximidades de Smolensk, en un campo especial  y dedicados a la construcción de carreteras. Durante el avance de las fuerzas alemanas fue imposible  evacuarlos,  de modo que cayeron en sus manos. Por consiguiente, si han sido asesinado, esto ha sido obra de los alemanes, que ahora, por motivos provocadores, acusan del delito a las autoridades soviéticas”
Conviene recordar que todos los funcionarios soviéticos interrogados al respecto, desde Stalin hasta los de grado inferior, siempre habían negado saber lo que les había pasado a aquellos prisioneros. No obstante haber muchas dudas sobre ello, el comunicado británico, transmitido por la BBC el 15 de abril, decía:
“En su retransmisión de hoy, Radio Moscú niega categóricamente, de manera oficial, la noticia difundida por los alemanes referente a la pretendida ejecución de oficiales polacos por orden de los autoridades soviéticas”.
Los alemanes habían solicitado que se enviasen delegaciones médicas de países neutrales a Katyn, para hacer sus averiguaciones libremente sobre el terreno. Se invitó a oficiales de los aliados y otros testigos para dejar testimonio de la autoría de los atentados que indicaban a los soviéticos. El Gobierno polaco pidió también que se enviase una comisión desde Suiza, nombrada por la Cruz Roja internacional. Simultáneamente, entrego una nota al embajador soviético insistiendo en obtener informaciones detalladas y precisas sobre todos los oficiales polacos que habían sido hechos prisioneros por la URSS y afirmando que sólo los hechos probados podrían refutar la tremenda acusación lanzada por los alemanes. La nota quedó sin respuesta.

Una comisión de prisioneros aliados visita el lugar
Mientras, los profesores de medicina legal -pertenecientes a países neutrales- desarrollaban en Katyn su macabro encargo, la Cruz Roja Internacional anuncio que, incluso accediendo por principio a la petición hecha por los Gobiernos polaco y alemán, consideraba esencial la participación del soviético, en su calidad de “parte interesada”. La respuesta de los rusos a esta invitación tuvo los efectos de una bomba. Rompieron de golpe las relaciones con los aliados polacos, acusándoles de «haberse hecho cómplices de Hitler y crearon en Moscú un gobierno marioneta polaco.

Apenas habían concluido los expertos neutrales su tarea de identificación de los cuerpos en la Colina de las Cabras, cuando se aproximaba el ejército soviético. Se volvieron a enterrar precipitadamente los cadáveres de los polacos y los alemanes se retiraron en desorden. Durante un breve tiempo, aquellas fosas comunes se encontraron en una especie de tierra de nadie. En septiembre de 1943 los rusos volvieron a ocupar Smolensk y Katyn y sus secretos quedaron de nuevo en sus manos. Luego publicaron un extenso comunicado en el que afirmaban que los oficiales polacos habían caído víctimas de los “acólitos de Hitler”.

Durante el proceso de Nuremberg contra los criminales de guerra, se mencionaron los asesinatos de Katyn en los cargos contra Goering y otros acusados. Los Aliados vencedores acordaron que era oportuno evitar el debate sobre este punto y no se investigó nunca a fondo el crimen de Katyn y no se nombró en la sentencia definitiva del tribunal internacional.  Así fue que el Gobierno soviético no aprovecho la ocasión para disculparse de aquella tremenda acusación que había encontrado tan amplio crédito.

Exactamente 50 años después, el 13 de abril de 1990, Moscú reconoció oficialmente la responsabilidad de la URSS en lo ocurrido en Katyn. El presidente Jaruzelski recibe de Gorbachov la documentación secreta del caso.

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