El 17 de enero de 1966, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos pierde un avión cisterna y un bombardero cargado de armas nucleares en la población de Palomares en Almería, España. Durante una maniobra de aprovisionamiento, las dos naves colisionan, siete tripulantes resultaron muertos y otros cuatro consiguieron abandonar los aviones en paracaídas.
El bombardero, un B-52, transportaba cuatro bombas nucleares de 1,50 metros de longitud y una capacidad destructiva de 1,5 megatones. Tres de las bombas cayeron en tierra, donde solo explotó el explosivo convencional, la tercera cayó al mar.
Tras una larga búsqueda en la que se emplearon todos los medios disponibles, la cuarta bomba fue localizada el 17 de marzo de 1966. Recuperarla le costó a Estados Unidos 80 millones de dólares.
Dos de las bombas recuperadas se exhiben en el National Museum of Nuclear Science and History en Nuevo Mexico. |
Pero… ¿Que estaban haciendo los aviones de Estados Unidos sobrevolando España cargados con bombas atómicas? Esto no se supo hasta el año 2010 en que se desclasificaron unos documentos en los que se explicaba el motivo:
“El plan que consistía en tener permanentemente en vuelo bombarderos B-52 cargados con armamento nuclear con el fin de contraatacar incluso aunque sus enemigos hubieran inutilizado las bases terrestres. Este planteamiento exigía la práctica de repostar en el aire y prolongados tiempos de misión para las tripulaciones.”
Famosa foto del baño del entonces ministro de Información y Turismo español, Manuel Fraga Iribarne en las aguas de la localidad almeriense de Palomares, para comprobar que las aguas no estaban contaminadas de radioactividad.
Manuel Fraga y el embajador de los Estados Unidos se bañaron después del accidente del 17 de enero de 1966, en el que la Fuerza Aérea de los Estados Unidos perdió un avión cisterna, un bombardero estratégico y las armas nucleares que transportaba.
Este no fue el único accidente, ni el primero ni el último. Unos años antes, En 1958, un bombardero B47 dejó caer un arma nuclear accidentalmente sobre Mars Bluff, Carolina del Sur. La bomba, que carecía del material atómico, cayó sobre el área causando daños estructurales menores a los edificios de abajo. Seis personas resultaron heridas por la explosión de la carga explosiva convencional de la bomba. La Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF) fue demandada por la familia de las víctimas, que recibió US $ 54.000, equivalente a 441.405 dólares en 2015.
El 11 de marzo 1958, un Boeing B-47E-LM Stratojet dela base Hunter de la Fuerza Aérea operado por el 375º Escuadrón del Bombardeo de la 308ª Ala de Bombardeo cerca de Savannah, Georgia, despegó aproximadamente a las 16:34 y fue programado para volar para el Reino Unido y luego a África del Norte como parte de la Operación “ráfaga de nieve”. La aeronave transportaba armas nucleares a bordo en caso de guerra con la Unión Soviética. El capitán Bruce Kulka, que era el navegante y bombardero, fue convocado a la zona de la bahía de bomba después de que el comandante de la aeronave, el capitán Earl Koehler, se había encontrado con una luz de falla en la cabina lo que indica que el pasador de seguridad del arnés de la bomba no no estaba colocado. Cuando Kulka alcanzó la bomba, involuntariamente agarró la pata de liberación de emergencia. La bomba nuclear cayó al piso del B-47 y el peso obligó a las puertas de la bodega de bombas a abrirse y cayó 15.000 pies (4.600 m).
Dos hermanas, de seis años de edad, Helen y nueve años de edad, Frances Gregg, junto con su primo de nueve años de edad, Ella Davies, estaban jugando 200 yardas (180 m) de una casa de juegos en el bosque que se habían construido para ellos por su padre Walter Gregg, que había servido como paracaidista durante la Segunda Guerra Mundial . El lugar fue alcanzado por la bomba. Sus potentes explosivos convencionales detonaron, destruyendo la casa de juegos, y dejando un cráter de unos 70 pies (21 m) de ancho y 35 pies (11 m) de profundidad. Afortunadamente, el núcleo fisionable atómico estaba almacenado en otra parte de la aeronave por seguridad. Las tres niñas resultaron heridas por la explosión, al igual que Walter, su esposa Effie e hijo Walter, Jr. Siete edificios cercanos resultaron dañados. El incidente fue noticia nacional e internacional. El cráter todavía está presente hoy, aunque invadido por la vegetación, y se caracteriza por un marcador histórico; Sin embargo, el acceso al sitio es limitado, ya que se encuentra en una propiedad privada sin camino de acceso público.
Durante la Guerra Fría, el Ejército de Estados Unidos sufrió decenas de accidentes a raíz de los cuales 11 bombas atómicas continúan en paradero desconocido.
En enero de 1958, un bombardero B-52 cargado con cuatro bombas nucleares se estrelló cerca de la base militar de Thule, al noroeste de Groenlandia. Según la versión oficial, las cuatro cabezas nucleares fueron destruidas en la explosión.
En enero de 1958, un bombardero B-52 cargado con cuatro bombas nucleares se estrelló cerca de la base militar de Thule, al noroeste de Groenlandia. Según la versión oficial, las cuatro cabezas nucleares fueron destruidas en la explosión.
El Ejército organizó un operativo que recogió más de 200.000 metros cúbicos de nieve, hielo y agua, posiblemente contaminados con material radiactivo.
Pero, según documentos desclasificados obtenidos por la BBC, una de las cabezas nucleares habría atravesado el hielo y fue a parar al fondo del mar, en donde permanece a día de hoy. “Aún existen muchos secretos nucleares de los que no sabemos nada”, señala Stephen Schwartz, experto en proliferación nuclear y autor de Atomic Audit, un libro sobre el programa nuclear estadounidense.
Durante años, expertos opuestos a la proliferación nuclear como Schwartz han recopilado los datos que el Pentágono y otras fuentes oficiales han ido desvelando con cuentagotas, para elaborar la lista con las 11 –o, ahora, tal vez 12– bombas perdidas.
Pero, según documentos desclasificados obtenidos por la BBC, una de las cabezas nucleares habría atravesado el hielo y fue a parar al fondo del mar, en donde permanece a día de hoy. “Aún existen muchos secretos nucleares de los que no sabemos nada”, señala Stephen Schwartz, experto en proliferación nuclear y autor de Atomic Audit, un libro sobre el programa nuclear estadounidense.
Durante años, expertos opuestos a la proliferación nuclear como Schwartz han recopilado los datos que el Pentágono y otras fuentes oficiales han ido desvelando con cuentagotas, para elaborar la lista con las 11 –o, ahora, tal vez 12– bombas perdidas.
Por ahora, la bomba número 12 aún no ha sido aceptada oficialmente. Un portavoz de la Fuerza Aérea estadounidense negó conocer los documentos obtenidos por la BBC y reafirmó la versión oficial del accidente. El portavoz tampoco quiso hacer comentarios sobre otros incidentes similares, conocidos en la jerga militar como broken arrow (flecha rota).
Todo comenzó tras la II Guerra Mundial, cuando el miedo a un ataque nuclear soviético llevó a EEUU a acumular un arsenal atómico sin precedentes. De 1958 a 1968, aviones estadounidenses armados con bombas atómicas permanecían en vuelo día y noche para responder a cualquier ofensiva de Moscú.
El famoso incidente de Palomares (Almería) en 1966, en el que un B-52 con cuatro bombas atómicas se estrelló en suelo español, fue el primer aviso del enorme riesgo de estas operaciones. Con la ayuda del régimen franquista, EEUU maquilló el escalofriante accidente y lo convirtió en una muestra de poder.
Pero todo cambió en 1968, cuando el accidente de Thule no pudo mantenerse en secreto y generó una ola de manifestaciones en Dinamarca. “Unos días después, la Administración Johnson prohibió los vuelos atómicos”, recuerda Schwartz.
A esas alturas, la orgía atómica ya había dejado una huella imborrable a lo largo y ancho del planeta. En menos de cinco años, EEUU perdió seis proyectiles nucleares en su territorio. Otros cinco artefactos se extraviaron en lugares desconocidos del Océano Pacífico, el Atlántico y el mar Mediterráneo.
En algunos casos, las bombas perdidas no contenían carga nuclear; en otros, estaban completas y listas para ser detonadas. Aún hoy, muchos detalles sobre el contenido radiactivo de las bombas o sus restos siguen bajo secreto. “Es probable que en el futuro sepamos que algunos de estos accidentes fueron más peligrosos de lo que se pensaba”, opina Jaya Tiwari, que participó en un estudio sobre accidentes nucleares realizado por el Center for Defense Information de Washington.
Los detalles de algunos accidentes no tienen desperdicio. En 1965, el portaaviones estadounidense Ticonderoga surcaba el Océano Pacífico cuando uno de sus aviones cayó al mar, con piloto y bomba atómica incluidos. El avión y su carga desaparecieron para siempre y el accidente se mantuvo en secreto.
Casi 25 años después, el Pentágono reconoció que el accidente se produjo cerca de Japón. La confesión tensó al máximo las relaciones entre EEUU y el país nipón, cuya ley prohíbe la introducción de armamento nuclear en su territorio. También se supo que el Ticonderoga regresaba de Vietnam cuando sufrió el accidente, lo que probó que EEUU movilizó material nuclear durante el largo conflicto contra el Vietcong.
En otras ocasiones, el misterio es total. En 1956, un bombardero B-47 cargado con dos bombas atómicas se esfumó para siempre mientras sobrevolaba el mar Mediterráneo. Aún hoy se ignora qué sucedió con la tripulación y su carga mortal. En EEUU, otras bombas atómicas se perdieron en Carolina del Norte y Georgia así como en la costa de New Jersey y el Estado de Washington.
Varias décadas después, otro misterio sin resolver es el impacto medioambiental de estas bombas perdidas. La ausencia de datos fiables sobre su situación y el estado en el que se encuentran hace imposible conocer sus efectos. Muchos expertos argumentan que el riesgo que suponen estas bombas es mínimo. Otros no esconden su preocupación.
“El nivel de radiación proveniente de estas bombas es indetectable”, señala Ken Groves, un experto en armas nucleares de la Health Physics Society que sirvió en la Marina durante 26 años. Groves señala que las bombas fueron diseñadas para resistir condiciones extremas, por lo que sólo dejarían escapar cantidades “insignificantes” de uranio y plutonio.
Otros expertos observan muchos más riesgos. “Estamos hablando de las sustancias más mortíferas del planeta” advierte Joseph Mangano, director ejecutivo del Proyecto sobre Radiación y Salud Pública (RPHP, en sus siglas en inglés). Mangano, que estudia los efectos de la radiación en la salud, recuerda que, según los cálculos más conservadores, el uranio y el plutonio que contienen algunas bombas seguirán activos miles de años. Estos materiales pueden causar daños irreversibles en la fauna y flora marina.
Aunque su efecto exacto aún es una incógnita, debido a la escasez de estudios, otra posibilidad es que las sustancias radiactivas alcancen a los humanos a través de la cadena alimentaria. “Los riesgos hipotéticos para la salud son muy preocupantes”, resume Mangano.
En algunos casos, el Ejército ha argumentado que sacar las bombas del fondo marino es más peligroso que dejarlas tal y como están. Sin embargo, otros expertos en seguridad advierten de que las bombas sin dueño son un reclamo para grupos terroristas que podrían usar el material radiactivo en atentados.
La opinión pública estadounidense vive ajena al problema. Tras la disolución del bloque soviético, el terror colectivo ante un apocalipsis nuclear se disipó y la mayoría de los ciudadanos se olvidó del problema de golpe.
El presidente estadounidense, Barack Obama, que se ha mostrado reacio a usar armas nucleares, podría rescatar las bombas perdidas del olvido, según opina Arjun Makhijani, un experto en física nuclear que ha sido asesor de la ONU. “Deberíamos debatir seriamente qué hacer con estas bombas. Este no es un problema trivial”, concluye el experto.
Nueve incidentes para 12 ‘flechas rotas’
10 de marzo de 1956
Un bombardero B-47, con dos cargas nucleares a bordo, desaparece en algún lugar del mar Mediterráneo. A pesar de la intensa búsqueda, nunca se hallan el avión, ni tampoco su tripulación ni su carga.
28 de julio de 1957
A raíz de una avería en dos motores, el piloto de un avión C-124 deja caer dos bombas nucleares en la costa de New Jersey. El avión pudo aterrizar a salvo en Atlantic City pero las bombas nunca se encontraron.
5 de febrero de 1958
Un B-47 con una bomba atómica choca con un caza en pleno vuelo. El bombardero deja caer el proyectil, que cae al mar cerca de Savannah (Georgia), con más de 100.000 habitantes. Nunca pudo ser encontrada.
25 de septiembre de 1959
Debido a una avería, un hidroavión P-5M deja caer una carga de profundidad sin cabeza nuclear cerca de la isla de Whidbey, en el Estado de Washington. El artefacto cayó a casi 3.000 metros de profundidad.
24 de enero de 1961
Un B-52 pierde parte de un ala en pleno vuelo. Dos bombas nucleares se precipitan al suelo. El Ejército nunca pudo encontrar los restos de la bomba, que cayó cerca de Goldsboro (30.000 habitantes).
4 de junio de 1962
Un misil con cabeza nuclear es destruido durante unas pruebas y sus restos caen al mar cerca de la isla de Johnston, en el Océano Pacífico. La isla es un territorio administrado por EEUU.
5 de diciembre de 1965
Un caza A-4E con una bomba nuclear cae al mar desde el portaaviones ‘Ticonderoga’ en aguas japonesas. El incidente causa una crisis con Japón y prueba que EEUU desplazó armas nucleares durante la Guerra de Vietnam.
21 de mayo de 1968
El submarino nuclear ‘Scorpion’ desaparece a unos 600 kilómetros al suroeste de las islas Azores. La nave y los dos torpedos con cabezas nucleares que transportaba nunca aparecieron.
21 de enero de 1968: la bomba número 12, la de la discordia
En enero de 1968, un B-52 con cuatro bombas atómicas a bordo sufre un incendio en la carlinga. Los pilotos intentan un aterrizaje de emergencia en la base militar de Thule, en Groenlandia. Pero la situación se les va de las manos y el avión se estrella causando una terrible explosión que esparce el contenido radiactivo de las bombas sobre el hielo. El Ejército monta un operativo con militares y civiles para limpiar la zona del accidente. Según documentos desclasificados, sólo se encontraron restos de tres cabezas nucleares. Un submarino estuvo buscando la cuarta bomba bajo el mar pero nunca apareció. Tras conocerse los nuevos datos sobre el accidente, uno de los diputados que representa a Groenlandia en el Parlamento danés reclamó un estudio sobre la salud de los habitantes. Las dudas sobre los posibles daños del accidente no son nuevas. Durante años, algunos trabajadores que participaron en las operaciones de limpieza se quejaron de problemas de salud e incluso llevaron su caso ante tribunales europeos.
Por supuesto, no fueron solamente las fuerzas armadas de Estados Unidos los que extraviaron armas atómicas.
Los soviéticos también tienen su historia...
11 de Abril de 1968
El submarino sovietico K-129 se hunde con 98 tripulantes y 5 armas nucleares entre torpedos y misiles. Años después, la CIA intenta recuperar el submarino construyendo para ello un barco especial, el "Glomar Explorer". Oficialmente, la operación fue un fracaso y parte o todas las bombas siguen en el fondo del mar.
12 de abril de 1970
El submarino soviético K-8 se hunde a unos 480 kilómetros al noroeste de España. En su interior, 52 tripulantes y dos reactores nucleares. Con capacidad para 24 torpedos nucleares, en los restos localizados solo aparecen 4 y se ignora la situación del resto.
6 de octubre de 1986
El submarino soviético K-219 se hunde a unos 100 kilómetros al norte de las Bermudas cuando es remolcado a puerto tras un incendio. Se calcula que contenía 34 cabezas nucleares entre torpedos y misiles balísticas.
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